GUARDA TU CORAZÓN
SERIE
DE SERMONES SOBRE PROVERBIOS “SAPIENTIA”
TEXTO
BÍBLICO: PROVERBIOS 4:16-27
INTRODUCCIÓN
No
es un mito o una leyenda. Se dice por ahí que existen personas que
usan el cerebro. Se cuenta que hay seres humanos que son conscientes
de que tienen sesos, y de que administrando su uso de forma cuidadosa
y atenta se pueden lograr grandes cosas. Es la comidilla de mucha
gente que todavía cree que existe esperanza para la humanidad, que
aún alberga la positiva y profunda expectativa de que es posible
encontrar a otros de sus congéneres que han entendido que la mente,
si es debidamente gestionada, tiene el potencial de responder
adecuadamente a los retos y desafíos de la vida. Incluso hay
entendidos en la materia que abrigan en su interior la secreta visión
de personas que logran sobrevivir al océano de idiotez y estupidez
supina que nos anega. El cerebro existe, es real y Dios lo puso en lo
alto de la estructura ósea del ser humano para que éste pudiese
controlar, coordinar y administrar el resto de componentes anatómicos
que forman parte del cuerpo. Sí, os lo puedo decir con rotundidad:
una persona puede asesar para alcanzar la felicidad si se deja
conducir por la guía inestimable y perfecta de la sabiduría de
Dios.
El
libro de Proverbios es un libro de contrastes, tal y como hemos ido
comprobando a lo largo de los sermones anteriores. El bien en
contraposición del mal, la insensatez como antagonista de la
prudencia, el malvado enfrentado al que procura ser recto en sus
caminos, el que infravalora la capacidad cerebral que Dios le ha dado
dando rienda suelta a los instintos más salvajes, desordenados y
feroces, como enemigo de aquel que aprovecha su conciencia y su
aptitud mental para evitar el peligro de las decisiones viscerales y
concupiscentes, y centrarse en alcanzar su máximo potencial bajo la
asesoría de la Palabra de Dios. El mundo también se divide en estas
mismas categorías. Personas absolutamente perversas que no piensan
ni un instante en el alcance y repercusiones de sus actos, y gente
que busca ser consecuentes con una ética y una moral que procede de
la voluntad de Dios. Individuos que tienen el conocimiento justo solo
para pasar el día, y seres humanos que entienden que su cerebro
puede marcar una diferencia positiva en el mundo que les rodea para
bien. Amadores de deseos básicos y animales caminando por la misma
acera de exploradores de la convivencia y la solidaridad. Este es
nuestro mundo, un mundo de contrastes y paradojas.
Salomón,
en su vasta experiencia de la conducta humana, quiere desterrar de la
mente de aquellos que quieren escuchar sus consejos la idea de que
uno puede hacer lo que le venga en gana sin considerar ni tener en
cuenta al resto de mortales, a las normas de convivencia establecidas
y a las leyes morales socialmente aceptadas. Solo existen dos caminos
en la vida: el camino de aquellos que persiguen sus sueños y anhelos
sin contar con Dios y sin mostrar un ápice de arrepentimiento cuando
cometen un delito o pecado contra los demás, y la senda por la que
transitan aquellos que reconocen en Dios la fuente de la sabiduría y
de la felicidad, y que se involucran con el prójimo sin pedir nada a
cambio de su socorro o consejería. ¿Cuál es el cauce que deseas
seguir en lo que te queda de vida? ¿El camino de los malvados, tal
vez sembrado de placeres y atractivos efímeros y breves, pero que
concluye en el precipicio de la destrucción? ¿O el camino de los
rectos, quizá tapizado con los pedregales de la crítica, la burla y
las amenazas del pensamiento único, pero que desemboca en el puerto
seguro de la vida eterna en Cristo? Nunca es tarde para usar el
cerebro que Dios diseñó para nosotros, y reflexionar cuidadosamente
sobre esta idea.
1.
INSOMNES Y MALNUTRIDOS
Tal
y como vimos en el sermón anterior de la conversación entre padre e
hijo, el malvado nunca se harta de convocar la crueldad en todas sus
acciones: “Pues
ellos no duermen si no hacen el mal; pierden el sueño si no hacen
caer a alguno. Porque su comida es pan de maldad, y su bebida, vino
de violencia. La senda de los justos es como la luz de la aurora, que
va en aumento hasta que el día es perfecto; pero el camino de los
malvados es como la oscuridad, y no saben en qué tropiezan.” (vv.
16-19)
Fijaos
si la maldad ha arraigado profundamente en los corazones y mentes de
los perversos e indecentes, que su meta en la vida es simplemente
hacer añicos cualquier atisbo de felicidad en las personas que se
hallan en su entorno. ¿Habéis conocido a personas que no tienen
otra ocupación en la que trabajar y a la que dedicarse, más que
hacerle la vida imposible a los demás? Puede ser un vecino o vecina
quejándose continuamente de tu estilo de vida, amenazándote con
interponer denuncias, invadiendo tu espacio vital, hablando pestes al
resto del vecindario para predisponerlos contra ti, atisbando por
detrás del visillo para observar lo que haces y lo que no haces,
insultándote a ti y a tu familia en cuanto tiene oportunidad, etc.
¿Creéis que esas personas pueden dormir tranquilas en sus camas sin
haber perpetrado una de las suyas en contra vuestra? ¿No será más
bien que pasan en vigilia las noches enteras urdiendo nuevas
estrategias y complots para amargarte la existencia? Como en Galicia
dicen de las meigas, haberlas, haylas.
La
carencia de sueño seguramente perturba su capacidad de juicio y su
sentido del ridículo. Pero, ¿qué decimos de la clase de
alimentación que los nutre? No, no es la paella o el potaje los que
ofrecen nutrientes que se conviertan en energía corporal. No es el
vino o los refrescos los que infunden en sus seres el vigor que
necesitan para seguir respirando. Es la envidia, la ira, la codicia y
el rencor lo que realmente alimenta sus ansias de seguir viviendo.
Pueden pasar sin comer lo necesario para que sus cuerpos se mantengan
en forma y no enfermen, pero a lo que no pueden renunciar es a
buscarte las cosquillas sobre trivialidades y a inventar nuevos
mecanismos para que tu felicidad se convierta en humo. Siempre
tramando, siempre elucubrando, siempre planificando maldades. En
lugar de comer un buen cocido madrileño, tomarse un cafecito o
echarse la siesta reparadora, optan por encontrar la manera ideal de
dañarte a ti y a toda tu casa. En lugar de disfrutar de un buen vino
o de un zumo de kaki refrescante, eligen verificar que sus
actividades destructivas van minando el bienestar de su adversario.
¡Qué triste vida deben vivir estas personas que solamente emplean
su cerebro y su criterio para contaminar la vida de los demás!
¡Cuánta necesidad tienen de la sabiduría de Dios, la cual podría
desarraigar esa raíz de amargura y contradicción caprichosa con el
poder de la sangre de Cristo!
Los
malhechores y delincuentes de este mundo no se dan cuenta de que
caminan en la oscuridad de sus propios pecados. No entienden que,
cuando cometen un crimen o persiguen hacer daño a alguien, se lo
están haciendo a ellos mismos. No comprenden que Dios existe y que
los juzgará un día en el que los trapos sucios de sus acciones,
palabras y pensamientos quedarán al descubierto ante los ojos de la
humanidad. No emplean, como diría Hercules Poirot, famoso personaje
detectivesco de las novelas de Agatha Christie, las células grises
para comprobar que sus hechos malvados y abyectos solo acrecientan
las opciones de buscarse la ruina y la miseria en este mundo y en el
venidero. Son ciegos guías de ciegos, tentando en las tinieblas para
hallar algo a lo que asirse, tropezando una y otra vez en los mismos
errores y equivocaciones. Salomón contrasta esta ceguera espiritual
y mental con la actitud diametralmente opuesta: aquellos que asumen
la sabiduría de Dios como parte central de su trayectoria vital son
una luz creciente que, con el paso del tiempo, con la adquisición de
la madurez y el conocimiento espiritual consolidados por el Espíritu
Santo, va aumentando en su fulgor hasta acabar siendo como la luz
perfecta de Cristo. Los ojos abiertos y sometidos en su mirada a
nuestro Señor y Salvador ven purificado nuestro ser y advierten que
el viaje del discipulado ha merecido la pena.
2.
SALUD INTEGRAL DEL QUE BUSCA LA SABIDURÍA DE DIOS
Visto
este severo y contundente contraste entre los malvados y los justos,
el escritor de Proverbios se convierte de nuevo en un padre que
anhela que su hijo atesore las lecciones que le está ofreciendo. El
objetivo es que llegue a asimilar el concepto integral de lo que
significa vivir bajo el amparo y guía de Dios: “Hijo
mío, está atento a mis palabras; inclina tu oído a mis razones.
Que no se aparten de tus ojos; guárdalas en lo profundo de tu
corazón, porque son vida para los que las hallan y medicina para
todo su cuerpo. Sobre toda cosa que guardes, guarda tu corazón,
porque de él mana la vida. Aparta de ti la perversidad de la boca,
aleja de ti la iniquidad de los labios. Que tus ojos miren lo recto y
que tus párpados se abran a lo que tienes delante. Examina la senda
que siguen tus pies y sean rectos todos tus caminos. No te desvíes a
la derecha ni a la izquierda; aparta tu pie del mal.” (v. 20-27)
Si
observamos correctamente, Salomón nos indica una realidad espiritual
y material muy importante: todo lo que somos, desde lo externo hasta
lo interno, debe ser impregnado por la sabiduría que procede de lo
alto. La sabiduría debe afectar positivamente todas y cada una de
las partes que forman nuestro ser, de tal modo que, de pensamiento,
palabra y acción sepamos translucir nuestra absoluta entrega a la
soberanía divina.
En
primer lugar, Salomón hace referencia a nuestra capacidad auditiva y
comprensora. La atención y la sumisión hacia el sabio y sus
lecciones es algo imprescindible para que esta sabiduría alcance a
permear el resto de nuestro ser físico y espiritual. La disciplina
de la humildad del que escucha atentamente lo que la Palabra de Dios
expresa para nuestro bienestar integral es vital para entender de qué
modo obra Dios en nuestras vidas y cuáles son los planes que éste
tiene para la construcción de nuestro futuro. Nuestras orejas deben
estar limpias del cerumen de los prejuicios, de las tentaciones
hedonistas y de las tendencias sociales inmorales, el cual se agolpa
en nuestro conducto auditivo para no atender a las prescripciones e
instrucciones que la voz de Dios verbaliza a través de las
Escrituras. Las razones de Dios son pura y simplemente lógicas y
tendentes a procurarnos la felicidad en su presencia, y, por lo
tanto, es preciso mantener nuestros oídos espirituales en buen
estado de revista.
En
segundo término, Salomón cita la necesidad de que nuestra visión y
percepción de la realidad se ajuste a las verdades de su revelación
especial. La lectura y estudio de la Palabra de Dios también es
básica para vivir vidas satisfactorias y adaptadas a los patrones
morales y espirituales que más nos convienen. Nuestra mirada, la
cual es sumamente curiosa y despierta, pero a la vez suele estar
empañada por las emociones y los sentimientos, y distorsionada por
el efecto del pecado en forma de prejuicios, ha de posarse, no en las
delicias efímeras y engañosas que nos propone este mundo, nuestra
concupiscencia y Satanás, sino en lo recto de los mandamientos de
Dios, los cuales nos protegen de cometer fechorías que lamentaremos
más tarde y de perpetrar malas acciones que nos van a reconcomer por
dentro, causando que la culpa y los remordimientos se instalen de por
vida en nuestra mente. Nuestros párpados han de obedecer a los
estímulos de nuestro cerebro, cerrándose ante aquellas imágenes
que pueden provocarnos a incumplir nuestro pacto de obediencia para
con Dios, y abriéndose a lo hermoso, a las injusticias que hemos de
solucionar y denunciar, a lo espiritualmente edificante, al ejemplo
de otros creyentes más maduros, y a la cruz de Cristo.
En
tercer lugar, se nos habla de nuestro cuerpo mortal. El cuerpo humano
contiene la vida que Dios le ha dado. Es el soporte mediante el cual
podemos realizar acciones de todo tipo, y a través del cual todos
podemos considerarnos mutuamente. Es más que una carcasa o un
recipiente. Es la parte visible de quiénes somos, la cual dice mucho
de nuestros hábitos, de nuestras filias y de nuestras fobias. Una
apariencia física habla bastante de cuáles son nuestras prioridades
en la vida. Si el cuerpo se muestra saludable, será por lo general,
a causa de una buena administración del mismo. Si nuestra anatomía
se resiente y muestra un aspecto enfermizo, será en la mayoría de
casos, por no haberlo cuidado y gestionado correctamente, aplicando
sobre éste sustancias o prácticas que lo deterioran y degradan.
Salomón da un valor importante al cuerpo en lo que respecta a la
sabiduría, ya que nos dice que el conocimiento y el discernimiento
que nos ofrece el Señor también tiene su efecto sanador y medicinal
en nuestro cuerpo. Seguramente, el rey sabio era consciente de que la
mente y el cuerpo estaban interconectados y que la relación
sicosomática era una realidad que había percibido en más de una
ocasión en su observación del ser humano. Estudiar la Palabra de
Dios, por tanto, y hacerla nuestra con todas sus promesas, puede
depararnos una mejoría espiritual que puede traducirse en un
restablecimiento físico, algo que los psicólogos y médicos así
atestiguan.
En
cuarto lugar, aparece la referencia a la boca. ¡Ay, la boca!
¡Cuántos males provoca una lengua viperina, unas palabras dichas a
destiempo y sin conocimiento, o un comentario que no viene al caso!
El consejo que Salomón dispensa a aquel que ansía que la sabiduría
de Dios se convierta en algo completo en su ser, es que no hemos de
dedicarnos a prorrumpir en vituperios contra el hermano o la hermana,
y que nuestra manera de hablar, la cual también dice mucho de
nuestras predilecciones en la vida, se ajuste a la edificación, a la
consejería y a la enseñanza. Hemos de reconocer que la boca nos
pierde en multitud de ocasiones. Jesús mismo dijo que la lengua
puede llegar a asesinar espiritual y emocionalmente a una persona.
Necesitamos aferrarnos al uso correcto de nuestro cerebro para pensar
antes de comenzar a expresar verbalmente una idea o una afirmación.
La sabiduría debe templar cualquier conversación que pueda
llevarnos a contradecir nuestra fe con nuestras manifestaciones
orales. La manera de hablar determina, en la mayoría de casos, el
contenido de nuestro corazón y de nuestra alma, porque “de
la abundancia del corazón habla la boca.”
Los
pies o las piernas son la quinta parte de nuestro cuerpo que necesita
ser controlada por la sabiduría mental y espiritual. Cuando hablamos
de pies estamos hablando de acción, intención y dirección. Los
pies no se mueven solos. Deben recibir la orden del cerebro para que
puedan ponerse en marcha en un sentido u otro. Salomón nos advierte
de la necesidad de que evaluemos y analicemos hacia dónde vamos en
la vida de manera general, y cuál es nuestro destino cotidiano de
forma específica. Antes de dar un paso en la vida, es preciso
acogerse a la sabiduría que destila la Palabra de Dios. De otro
modo, estamos abocados al fracaso, al tropiezo o a sumergirnos en las
arenas movedizas del pecado. Debemos preguntarnos si el camino que
queremos iniciar es agradable o no ante los ojos de Dios. Hemos de
interrogarnos a nosotros mismos sobre si el viaje que vamos a
comenzar es recto y si éste se corresponde con la voluntad de Dios.
Es fácil, demasiado fácil, caer en la tentación de tomar atajos o
de explorar vericuetos que se desvían de la senda que nos conduce a
la salvación, por lo que Salomón nos conmina a que no nos dejemos
distraer por otras opciones, las cuales pueden parecer apetecibles y
atractivas, pero que pueden conducir a la miseria y a la ruina. Ante
estas veredas alternativas al evangelio de Cristo, lo mejor es acudir
a la sabiduría de Dios en las Escrituras, y apartar nuestro pie de
la posibilidad de meter la pata hasta el corvejón.
He
dejado para el final el v. 23. Lo he hecho, porque el corazón, el
centro rector de nuestros deseos y decisiones, el núcleo de nuestra
voluntad y de nuestras elecciones en la vida, es el que dirige al
resto de partes del cuerpo en una suerte de orquesta sinfónica, la
cual debe sonar armónica, ordenada y espléndidamente bien. La
residencia de nuestra capacidad afectiva, espiritual y cognitiva
decide qué hacer en cada ocasión que se nos presenta. El problema
es que aquellos que quieren vivir a su manera sin tener a Dios y su
sabiduría en consideración tienen este centro de la voluntad, que
es el corazón, completamente embotado, endurecido y cauterizado.
Esta actitud ególatra, orgullosa y autosuficiente repercute
negativamente en los oídos, los ojos, el cuerpo, la boca y los pies,
y acumula juicio de parte de Dios. Sin embargo, si recogemos el
consejo salomónico de guardar nuestro corazón, si decidimos que
Cristo asiente su trono de gracia en éste, y si lo sometemos bajo su
soberanía y señorío, la integridad de nuestro ser se verá
bendecida por el cumplimiento de las promesas del Señor en cada paso
que demos.
CONCLUSIÓN
Hemos
de guardar nuestros oídos de cantos de sirena que tienen como meta
hacernos naufragar. Hemos de guardar nuestra mirada de ilusiones y
espejismos que solo procuran hacernos desfallecer en el seco y árido
desierto de las vanidades humanas. Hemos de guardar nuestro cuerpo de
la polución y de la contaminación que se nos propone desde
instancias maliciosas que buscan esclavizarnos a conductas y
sustancias adictivas e inmorales. Hemos de guardar nuestros labios de
emitir juicios de valor errados y tóxicos. Hemos de guardar hacia
dónde se dirigen nuestras pisadas, porque un paso en falso puede
suponer la aniquilación de un testimonio de años y años.
Pero
por sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de éste
mana la vida. Sin corazón no podemos vivir, y con el corazón
engrosado y petrificado por el pecado, tampoco. Usa la mente que Dios
te ha dado y llénala de Cristo. Cuida tu salud cardiaca y mental,
pero sobre todo cuida tu salud espiritual con el remedio infalible de
la Palabra de Dios, siempre sabia, siempre eficaz y siempre
salutífera.
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