EL DESEADO
SERIE
DE SERMONES SOBRE HAGEO “THINK”
TEXTO
BÍBLICO: HAGEO 2:1-9
INTRODUCCIÓN
El
siglo XVIII
español tuvo que ser testigo de uno de los soberanos más
contradictorios de la historia de nuestro país. Depuesto por
Napoleón para que éste colocase en el trono a su hermano José I,
más conocido como Pepe Botella, Fernando VII
fue repuesto en su
posición real tras la Guerra de Independencia. Después de unos años
terribles bajo la ocupación francesa, el pueblo recibió con
alborozo y gran alegría el regreso de Fernando VII. Tal fue la
acogida que recibió que se le apodó inmediatamente como “El
Deseado.” Lamentablemente, cualquier expectativa halagüeña sobre
la posibilidad de un gobierno menos gravoso se esfumó en cuanto
arribó al poder y demostró ser un auténtico absolutista al derogar
la Constitución de Cádiz de 1812, también conocida como “La
Pepa.” La transformación de su manera de ejercer el reinado llevó
a que el pueblo pasara de considerarlo el rey deseado, a ser el rey
felón, el rey traidor. Es un ejemplo más de una persona en la que
se quieren encarnar todas las esperanzas del mundo, pero que más
temprano que tarde, se desprende de su máscara bondadosa para dar
rienda suelta a la tiranía y al abuso de poder.
Son
muchos los deseados en nuestros tiempos. Líderes políticos que dan
mítines populistas y demagógicos que encandilan a las masas, pero
que, en cuanto se hacen con el control del gobierno, se desvían
completamente de las tesis que los auparon a la poltrona.
“Influencers” juveniles que apelan a la resistencia, a la
indignación y al activismo radical en pro de alcanzar una
concienciación global sobre determinados temas de interés, pero
que, en cuanto pasa un tiempo, son ellos mismos los pillados “in
fraganti” haciendo cosas que en un momento dado dijeron que no
harían y que no debería hacer nadie. Pastores, autoridades
religiosas o evangelistas arengadores de las multitudes que aúllan
un cambio espiritual o un paso adelante en la gestión de temas
sensibles de la sociedad, pero que se despeñan por el precipicio de
la malversación, de los escarceos sexuales o de la megalomanía más
orgullosa posible. Es curioso observar cómo pocos son los líderes
humanos que llegan a ser coherentes con su mensaje, su discurso, su
pasión o su predicación. Nos maravillamos cada vez que conocemos a
alguien que marca la diferencia desde su honradez y honestidad,
porque no suele ser algo normativo.
Aquellos
que no son líderes, sino que forman parte de la muchedumbre que los
escucha atentamente, que los sigue y que intentan ajustarse a su
ejemplo y modelo, deben pensar bien y dos veces el porqué de su
seguimiento y discipulado. No sirve ir en pos de otras personas o
ideologías atraídos por el emocionalismo o el sentimentalismo. Los
carismáticos influenciadores de este mundo son muy, pero que muy
inteligentes, y saben pulsar las teclas y los botones necesarios de
nuestras emociones, de nuestras filias y fobias, para que comulguemos
con ellos sin emplear el espíritu crítico que Dios puso en nuestras
mentes. Dejarse llevar por palabras que aumentan la autoestima, que
acarician tus deseos y prejuicios, que reafirman tu propia verdad,
solo lleva al desastre. Los deseados de este mundo no son divinos ni
perfectos, por lo que, cuando menos lo esperemos, tropiezan, se
desvían o transigen con el statu quo. Y entonces, viene el lloro y
crujir de dientes, porque todos tus sueños y anhelos se van al
garete en un periquete, y tu corazón deja ya de confiar en
liderazgos deseados.
1.
ESPERANDO AL DESEADO
En
la historia que hoy nos ocupa en Hageo, el deseado no es alguien
destinado a fracasar o a decepcionar al pueblo. Todo lo contrario.
Después de haber sacudido las conciencias de los habitantes de Judá
y Jerusalén para ponerse manos a la obra en la construcción del
segundo templo, el profeta vuelve a la carga para seguir afirmando
corazones y brazos, para prometer la presencia constante de Dios en
medio de ellos, y para llenar de orgullo al pueblo delante de todas
las naciones. El tiempo ha pasado desde la primera de sus profecías:
“En
el mes séptimo, a los veintiún días del mes, llegó esta palabra
de Jehová por medio del profeta Hageo.” (v. 1) Mes
y medio después, el Señor desea comunicar al pueblo y a sus
dirigentes un mensaje de aliento que les impulse a seguir trabajando
con denuedo y perseverancia en su casa. Las cosas ya están avanzando
a buen ritmo en los preparativos de la cimentación y en la
recolección y acopio de materiales, pero a fin de que no bajen el
pistón ni se relajen en demasía, Dios quiere que sepan que su labor
no será en vano.
Para
aumentar el vigor y las fuerzas en cada ciudadano de Judá y
Jerusalén, el Señor quiere traer a la memoria de los más ancianos
la grandeza y esplendor del antiguo templo, derruido y asolado por
los caldeos décadas atrás: “Habla
ahora a Zorobabel hijo de Salatiel, gobernador de Judá, y a Josué
hijo de Josadac, el sumo sacerdote, y al resto del pueblo, y diles:
¿Quién queda entre vosotros que haya visto esta Casa en su antiguo
esplendor? ¿Cómo la veis ahora? ¿No es ella como nada ante
vuestros ojos?” (vv. 2-3)
Pocos
testigos de la magnífica visión del Templo de Salomón habría en
aquellos instantes. Tal vez algunos niños y jóvenes que tuvieron
que ser arrancados de su patria, que lloraron a lágrima viva cuando
la estructura y belleza del Templo de Jerusalén colapsó y fue
devorada por las llamas. ¡Qué terrible imagen sería esta para
aquellos que siempre veneraron esta construcción con orgullo! Del
mismo modo que grabarían en sus mentes la antaño gloriosa
habitación del Arca del Pacto con todos sus adornos, sus labrados y
sus cortinajes, también guardarían en lo más profundo de sus almas
la destrucción del símbolo más amado y hermoso de su identidad
nacional y religiosa. Cuando Hageo pronuncia estas palabras, seguro
que una lágrima de nostalgia y pena surcaría los ajados y arrugados
rostros de muchas personas.
Hageo
no solo apela a los tiempos pretéritos, a la imponente figura del
Templo de Salomón que refulgía en la distancia cada vez que el sol
daba su luz. No desea que se queden apesadumbrados y derrotados,
anclados en el pasado de la ignominia y del juicio de Dios. De ahí
la segunda pregunta que les hace: ¿Cómo estáis viendo este nuevo
templo que se está construyendo ahora? ¿No es mucho más hermoso y
asombroso que el que fue arrasado por culpa del adulterio de vuestros
antepasados? La mirada debía colocarse en el futuro y no en el
pasado. El presente estaba preparando un porvenir repleto de gloria y
prosperidad con este nuevo templo. Ya no debían seguir dándose
golpes de pecho por la leche derramada, ya no era el momento de
recurrir a que los tiempos pasados fueron mejores, ya no era hora de
vivir paralizados en la memoria de lo que se perdió de forma
deshonrosa. Es el instante perfecto para comenzar desde cero en un
entorno mucho más hermoso y formidable. Toda la concentración del
pueblo debía estar en el ahora y en la esperanza que Dios iba a
cumplir a su debido tiempo.
2.
LA PRESENCIA REAL DEL DESEADO
El
Templo era un edificio importante para entender la centralización
religiosa de Judá, pero no era tan importante como la presencia
divina que lo iba a santificar y que lo iba a llenar haciéndolo más
magnífico e imponente que nunca:
“Pues ahora, Zorobabel, anímate, dice Jehová; anímate tú
también, sumo sacerdote Josué hijo de Josadac; cobrad ánimo,
pueblo todo de la tierra, dice Jehová, y trabajad, porque yo estoy
con vosotros, dice Jehová de los ejércitos. Según el pacto que
hice con vosotros cuando salisteis de Egipto, así mi espíritu
estará en medio de vosotros, no temáis.” (vv. 4-5)
El
Señor por medio de Hageo tiene como meta que todo el mundo ponga su
granito de arena en la edificación del Templo. Las condiciones no
eran precisamente fáciles, máxime cuando los recursos eran pocos y
el desánimo iba haciendo mella en sus gobernantes. Las cosas cuestan
tiempo y dinero, esfuerzo y dedicación, y un mes y medio después de
la primera arenga de Hageo, las cosas parecen complicarse de mil
formas distintas.
Pero
el Señor garantiza que lo previsto en relación a la construcción
del Templo se llevará a cabo sin duda alguna. Para ello ofrece la
garantía más segura y cierta de todo el universo: su Palabra. Dios
promete con rotundidad que Él estará con su pueblo en todo aquello
que necesite. El Dios Todopoderoso, Jehová de los ejércitos,
cumplirá a rajatabla con su compromiso inicial de apoyar y respaldar
a todos los niveles el resurgimiento de una digna casa en la que su
presencia more por largos días.
El
Señor se retrotrae al pacto sinaítico para recordar a todos que Él
nunca se desvinculó de su pueblo, sino que fue el pueblo el que
rompió unilateralmente esta alianza. A pesar de la infidelidad
espiritual de la que hicieron gala todos sus ancestros, Dios jamás
se dio por vencido a la hora de amar a su pueblo escogido. Su
Espíritu Santo conviviría junto a sus hijos en las duras y en las
maduras, y ahora que estaban pasándolo mal en términos económicos
y de abastecimiento de materiales preciosos para la confección del
Templo, su asistencia se haría más palpable y perceptible que
nunca. El miedo ha de ser desterrado del corazón de alguien que ha
puesto su fe y confianza en el poder y la generosidad de un Dios
omnipotente y rico en misericordia.
A
veces nos ocurre como iglesia que el Señor nos ordena y dirige para
operar donde Él quiere que trabajemos, y comenzamos a poner en duda
el éxito de la misión, como si Dios no tuviese en sus manos la
capacidad de darnos lo necesario y justo para lograr el triunfo
final. Su Palabra nos anima a seguir orando y confiando en su
dadivosidad y en su fantástica providencia cuando parece que nuestro
presupuesto no alcanza para invertir en objetivos que Él pone en el
corazón de su iglesia. Dios está con nosotros y su Espíritu Santo
quiere llenar nuestra alma de gozo, de esperanza, de paz y de
valentía, a fin de arriesgarse según los ojos humanos, sabiendo
que, si está en la voluntad de Dios que hagamos esto o aquello,
siempre nos proveerá de aquello que sea oportuno para realizar su
obra. Siempre ha sido así, y tenemos miles de ejemplos y
experiencias para demostrarlo.
3.
EL DESEADO YA ESTÁ AQUÍ
Además
de una buena exhortación y de unas palabras de motivación y
aliento, Dios tiene en mente que Hageo exponga el futuro increíble y
espectacular que está por llegar en el seno de Judá y Jerusalén:
“Porque
así dice Jehová de los ejércitos: De aquí a poco yo haré temblar
los cielos y la tierra, el mar y la tierra seca; haré temblar a
todas las naciones; vendrá el Deseado de todas las naciones y
llenaré de gloria esta Casa, ha dicho Jehová de los ejércitos.”
(vv. 6-7)
Cuando
Dios habla de cuestiones que pertenecen a la incertidumbre del
mañana, es como si hablará de realidades incuestionables y
consumadas. Si el mensaje divino comienza adornado por su poder y
soberanía, entonces es cosa hecha. En breve, la presencia real y
sobrecogedora de Dios se hará patente para todas las naciones,
puesto que, en el día preciso de su entronización final en la nueva
casa que se le está construyendo en Jerusalén, provocará un
temblor, un terremoto, un movimiento sísmico de tan gran envergadura
que sacudirá el orbe entero. ¡Qué evento tan majestuoso y tan
pleno de potencia rubricará la completa y total presencia de Dios en
medio de su pueblo!
El
Deseado de todas las naciones hará su entrada triunfal en el mundo
para bendición universal y alegría de salvación global. El profeta
nos habla de aquel que saturará el espacio del Templo con su
“Shekhiná”, su gloria perfecta y santa; de aquel por el que
suspiran todos los corazones de todas las naciones de la tierra,
necesitados de redención y perdón de sus pecados; de aquel que en
el horizonte ya está preparando su aterrizaje en carne y hueso para
rescate de los perdidos. Será deseado porque nunca defraudará a su
pueblo, porque nunca faltará a su palabra dada, y porque manifestará
en verdad y justicia su amor por todo el mundo. No habrá nadie en el
orbe terrestre que no sienta en lo más hondo de su ser que el Señor
ha regresado para sentarse en el trono de Judá y Jerusalén. Esta
profecía es parte inequívoca de un proto evangelio, que tendrá su
total y definitiva consumación en la figura y obra de Jesucristo, el
Deseado de todas las naciones por antonomasia.
¿Os
imagináis cómo se acelerarían los latidos de los corazones de
aquellos que venían del cautiverio babilónico al escuchar estas
palabras promisorias? Esta profecía de Hageo sería un chute de
adrenalina, un subidón anímico sin precedentes. Volver a vivir bajo
el manto del Dios Todopoderoso, ser seducidos por su amor y su gracia
eternos, disfrutar del shalom perdido, celebrar al fin las fiestas,
los holocaustos y las ofrendas en el impresionante espacio del
Segundo Templo, son pensamientos vertiginosos que se suceden en
apenas unos minutos ante la mirada sorprendida y extasiada del
pueblo.
¿No
os recuerda este episodio a aquella estancia en el aposento alto, en
la que el Espíritu Santo irrumpió entre temblores de tierra y
vientos recios, para posarse sobre cada uno de los reunidos? Del
mismo modo que la gloria de Dios inundaría el Templo, así ha
anegado nuestro interior el Espíritu Santo con su gloriosa
presencia. Es por ello que ya no necesitamos volver a reconstruir el
Templo destruido por Tito en el año 70; nuestros cuerpos son ahora
el templo del Espíritu de Dios y en ellos podemos tributarle nuestra
adoración, sacrificio de vida y honor.
4.
EL DESEADO TRAE PROVISIÓN Y PAZ A SU PUEBLO
El
Señor no quiere que nadie se preocupe desmesuradamente por los
fondos necesarios para cumplir con la tarea de erigir su santo
templo. Él está al control de todo y nada se escapa de su
maravillosa provisión: “Mía
es la plata y mío es el oro, dice Jehová de los ejércitos. La
gloria de esta segunda Casa será mayor que la de la primera, ha
dicho Jehová de los ejércitos; y daré paz en este lugar, dice
Jehová de los ejércitos.” (vv. 8-9)
¿El
desánimo de los dirigentes, y como consecuencia de ello, de sus
subordinados, sería producto de no recibir los recursos necesarios
para empezar el Templo? Pudiera ser, dado que muchos de los que
regresaron de nuevo a Jerusalén y Judá, tal y como vimos en el
sermón anterior, optaron por invertir sus ahorros y fondos en
construir y mejorar sus propios hogares, antes que contribuir al
sostenimiento de la obra del Templo. Con las arcas menguadas y en
números rojos, quizá había llegado la hora de darse por vencidos,
de esperar mejores tiempos o de posponer la continuación de las
obras. El Señor interviene decisivamente para mitigar y calmar esa
preocupación que afectaba tan negativamente a sus ganas de seguir
adelante con el proyecto de Dios.
Dios
nunca deja tirados a sus hijos. Y no lo iba a hacer precisamente en
la planificación de una casa hecha de manos para Él. Por eso, Dios
asegura a Zorobabel y a Josué que Él proveerá en cada etapa de la
reconstrucción. Todo es suyo, Él es el Creador de todas las cosas,
incluidas el oro y la plata, la moneda de compra-venta de aquellos
días. No importa lo desesperada que sea la situación o lo crítica
que sea la circunstancia: Dios provee a su debido tiempo. Para que la
gloria de esta nueva casa sea mayor que la del templo salomónico,
Dios invertirá de lo suyo para construir su hogar en medio de Judá
y Jerusalén.
Y
no solo aportará cuanto sea menester para edificar el templo, sino
que además promete que la absoluta desaparición de cualquier
conflicto, guerra o enfrentamiento con las naciones vecinas
propiciará que la marcha de la obra del templo no se vea afectada
por ellos. Aquí vemos cómo Dios cuida de cada detalle para que no
existan excusas a la hora de seguir esforzándose en la tarea tan
monumental que tenían entre manos.
Lo
mismo sucede con nosotros como comunidad de fe cristiana. Si Dios
desea que colaboremos con Él en una tarea concreta, Él nos dará
todo lo necesario para comenzarla y llevarla a término. A través de
los detalles que nos parecen más nimios, Dios nos puede comunicar
que Él está manejando el timón del barco, y que podemos lanzarnos
a la labor sin miedo ni zozobra. Dios maneja a su antojo los hilos de
la realidad de nuestros contextos hasta poder involucrarnos al cien
por cien en sus planes.
CONCLUSIÓN
Como
iglesia del siglo XXI, nosotros también tenemos un deseado: Cristo.
Aunque sentimos y percibimos constante y permanentemente la presencia
de Dios en medio de la adoración comunitaria y la devoción
individual de cada creyente, seguimos esperando con delirio y
expectación el día en el que Cristo retorne para que su gloria
abarque todo el cosmos y la eternidad sea nuestro hogar.
Aunque
el Espíritu Santo mora en nosotros, nos enseña, nos convence de
pecado y nos guía por los caminos retorcidos de esta vida,
permanecemos alertas ante el regreso deseado y anhelado de Cristo, de
tal modo que nuestros cuerpos sean ya glorificados y podamos habitar
todos unidos en la Nueva Jerusalén, donde ya los que nos precedieron
disfrutan y gozan de la vida eterna.
Piensa
bien a quién vas a seguir: ¿a un líder humano falible y que en
algún lugar del camino nos defraudará, o al Deseado, el cual te
promete su presencia, su paz y su provisión a perpetuidad?
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