PREDICA
SERIE
DE ESTUDIOS SOBRE 2 TIMOTEO “NO ES FÁCIL”
TEXTO
BÍBLICO: 2 TIMOTEO 4:1-8
INTRODUCCIÓN
Hasta
que uno no se sube al púlpito para predicar la Palabra de Dios, no
se tiene idea de lo difícil que resulta a veces. No se trata del
nerviosismo propio del miedo escénico. No tiene que ver con el temor
y temblor necesarios que ha de acompañar a proclamar de viva voz el
consejo de Dios a una congregación. Se trata de las actitudes que
muchas personas exhiben mientras el predicador de turno desgrana su
sermón. Yo he visto de todo en este aspecto. Personas con miradas
llenas de curiosidad, personas con una sed insaciable por beber de lo
que Dios ha dispuesto para su pueblo por medio del predicador,
personas que toman notas y verifican en sus biblias todo cuanto se
dice y expone. El pastor que desde la plataforma observa a estos
hermanos y hermanas, bendice interiormente a Dios por hacer que su
mensaje sea respaldado por la atención de algunos oyentes.
Sin
embargo, también hay personas que se duermen, que pegan unos
bostezos contagiosos de aúpa, que miran el móvil buscando otros
entretenimientos en los lugares digitales, que te recorren de arriba
a abajo esperando el error de cálculo del expositor, que te hacen
ver con sus muecas y ademanes que no están muy de acuerdo con tu
visión exegética y aplicativa de las Escrituras, o que,
directamente prefieren hablar con el de al lado interrumpiendo el
hilo del discurso bíblico.
También
he experimentado en mis carnes en algunos lugares a los que he ido a
predicar, tener que escuchar que tal o cual pastor de YouTube predicó
sobre el mismo tema, y que lo hizo bastante mejor que yo, o que me
han entregado una cinta o un DVD con una serie de sermones de otros
predicadores que están mucho más ungidos que yo, o incluso que me
han retado a explicar tras el culto determinadas doctrinas que se
contraponen con su perspectiva ética de determinados asuntos
polémicos ya de por sí. Hablemos con un pastor consumado y con una
trayectoria prolongada en el tiempo, que haya pasado por varias
congregaciones, y entenderéis lo que yo os digo desde mi poca
experiencia homilética.
Y
es que se ha pasado de aquellos sermones que duraban más de una hora
y que encandilaban a la audiencia, a predicaciones exprés de veinte
o treinta minutos, porque la calidad de la atención se ha devaluado
peligrosamente en las nuevas generaciones. Si algo sobrepasa los
quince o veinte minutos, directamente se cambia el chip cerebral, y
se pasa a pensar en la mona de Pascua. Los mensajes deben ser menos
elaborados, más concisos y con más ilustraciones divertidas,
renunciando a la profundidad teológica, pedagógica o doctrinal que
un solo versículo tiene. De ahí que muchos predicadores modernos
opten por contenidos entretenidos y no por ahondar en el peso
específico que debe tener la Palabra de Dios en las vidas de
aquellos que la oyen.
1.
PREDICA SIEMPRE SIN MIEDO
De
un modo distinto, pero con connotaciones similares, en los tiempos de
la iglesia primitiva, existía una corriente en la que las Escrituras
y su explicación pública en la comunidad de fe se había convertido
en un auténtico aburrimiento. No era por falta de elocuencia o de
veracidad en el fondo del sermón o enseñanza. Todo tenía que ver
con que la verdad del evangelio y de la Palabra de Dios a menudo
desnuda nuestras vergüenzas y nos compromete espiritual y
activamente. Me figuro a Timoteo o a Pablo dejando claras
determinadas lecciones bíblicas que incluían la amonestación de
las malas conductas, la exhortación a dejarse moldear por el
Espíritu Santo y el redargüimiento de las falsas doctrinas que se
introducían en la iglesia. Claro, esto no iba a gustar a muchas
personas que optaban por vivir vidas irresponsables y poco
comprometidas con el discipulado de Jesucristo, por lo que, si
aparecía en el horizonte un entretenedor, un charlatán granuja que
dorase la píldora a los oyentes, o un demagogo entregado a desplumar
a su concurrencia, allá que iban.
Pablo
quiere que Timoteo no preste ni oídos ni atención a aquellos que
distorsionan las Escrituras y que trastornan la ortodoxia doctrinal.
De ahí que ruegue con gran emoción y énfasis que Timoteo predique
la sana enseñanza apostólica y la corrobore con la revelación
veterotestamentaria: “Te
suplico encarecidamente delante de Dios y del Señor Jesucristo, que
juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su
Reino, que prediques la palabra y que instes a tiempo y fuera de
tiempo. Redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina,”
(vv. 1-2). Fijémonos
de qué forma tan entrañable quiere Pablo que su hijo espiritual
Timoteo asuma su rol pastoral y didáctico. Pablo ruega
apasionadamente, desde el amor profundo que siente por Timoteo, ahora
en horas bajas, desde la necesidad y la urgencia, y desde el
llamamiento que le fue encomendado por Dios y por su Señor
Jesucristo, que no deje de proclamar la Palabra de Dios.
El
apóstol apela al cariño que siempre se demostraron el uno al otro,
y por si esto fuera poco, intenta traer a la memoria de Timoteo su
vocación ministerial, toda ella forjada por Dios y centrada en
Cristo, aquel que, cuando regrese en gloria ajustará cuentas con
todo el mundo, esto es, con los hermanos fieles a la fe, con los
advenedizos que solo están en la iglesia para pervertir el
evangelio, y con él mismo, por cuanto su don será evaluado en el
tribunal del Señor en relación a su administración y uso. Timoteo
debe saber que ha sido investido con una gran responsabilidad y con
un magnífico privilegio: conducir, guiar y alimentar a la grey de
Dios con los verdes pastos de su Palabra viva. Y ha de entender que
de todo don espiritual que se le haya entregado tendrá que dar
cuentas sin excusas que valgan. Todo esto debe considerarlo como un
acicate más para levantarse del lecho de la depresión y volver a
reavivar el fuego que no hace mucho ardía en su corazón hacia
Cristo y su evangelio. Timoteo, en una renovada segunda oportunidad
pastoral, ha de instar, es decir, insistir en la predicación y
enseñanza de la Palabra de Dios a todas horas, en cualquier
circunstancia, y en todas las oportunidades que se presenten cada
día. Nunca hay un momento en el que la Palabra de Dios no sea
adecuada y benefactora, por lo que Timoteo habrá de esforzarse en
recuperar el tiempo perdido.
La
misión de su predicación es triple. Por un lado, debe obedecer al
propósito de redargüir, de poner en entredicho cualquier enseñanza
que no se ajuste a los parámetros establecidos en las Escrituras,
cualquier doctrina que encierre la aquiescencia con hábitos
terminantemente prohibidos por Dios, cualquier pensamiento o idea que
violente los principios básicos de una hermenéutica equilibrada y
dirigida por el Espíritu Santo. La apologética encuentra aquí su
nicho, su lugar y espacio. A lo largo de los siglos subsiguientes a
la fundación de la iglesia cristiana, ha habido innumerables
ejemplos de herejes, tergiversadores de la verdad y falsos maestros y
profetas. Y hoy día no es una excepción. La Palabra de Dios está
siendo abusada, utilizada como arma arrojadiza y como fuente de
discordia, retorcida hasta límites insospechados, y empleada como
justificación de los pecados más depravados y tenebrosos. Por ello,
Pablo entiende que es sumamente necesario y perentorio que Timoteo se
ate los machos y ponga a cada pseudo profeta o maestro en su lugar, y
que los engañados sepan reconocer de nuevo la verdad que emana de la
Palabra de Dios por medio del pastor.
Por
otro lado, Timoteo tiene que tener el cuajo suficiente como para
amonestar y reprender a aquellas personas de la comunidad de fe que,
o no caminan de acuerdo al ejemplo de Cristo, o no se acomodan a la
verdad de las Escrituras en sus discursos. La Palabra de Dios
adquiere en este sentido una importancia vital, ya que el pastor no
amonesta o disciplina a una persona de motu proprio, sino que, con la
Biblia en su mano, alecciona a la persona a someter su existencia
bajo el señorío de Cristo en palabra y obra. No es un parecer
subjetivo del pastor, ni es un tema relacionado con favoritismos o
manías personales con ciertas personas. Es la Palabra de Dios la que
discrimina los actos de los que participan de la comunidad de fe, es
la que establece el estándar de vida y conducta, y es la que provoca
al amonestado el reconocimiento y la confesión del pecado en el que
está involucrado. Y, en tercer lugar, Timoteo debe predicar con el
fin de animar, alentar y exhortar a la iglesia, de modo que ésta
responda positivamente a las aplicaciones que brotan del sermón o la
enseñanza. Pablo sabe que esto no es fácil, que recabar una
reacción hacia adelante y proactiva de la iglesia no es sencillo, y
por eso habla de cultivar la paciencia y la fidelidad al evangelio de
Cristo para lograr esa motivación espiritual deseada.
2.
PREDICA A PESAR DE LOS PESARES
Los
tiempos son difíciles para aquellos que procuran predicar la verdad
de Dios sin sucumbir a los encantos y atractivos de hablar de
vanidades y de entretener al auditorio: “Pues
vendrá tiempo cuando no soportarán la sana doctrina, sino que,
teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus
propias pasiones, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a
las fábulas. Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones,
haz obra de evangelista, cumple tu ministerio.” (vv. 3-5)
Contemplamos muchos pastores y predicadores, con bastante
preocupación, cómo personajes de dudosa categoría moral y
espiritual embaucan con sus chascarrillos desafortunados, sus
experiencias triviales y adornadas de bucólicos detalles y sus
comentarios extemporáneos, a cientos y miles de espectadores. Los
que acuden a estos shows han dejado de comer chuletones de Ávila
espirituales y doctrinales, para saborear la comida chatarra, el fast
food suave y demagógico, de individuos que solamente quieren
aprovecharse económica, e incluso sexualmente, de sus adeptos.
Predicaciones
en las que se erradican términos como “pecado,” “infierno,”
“ira de Dios,” o “arrepentimiento;” sermones repletos de ego
y autobombo; homilías infames sembradas de comentarios ofensivos y
de mal gusto que en nada tienen que ver con las Escrituras; talleres
sobre autoayuda y prosperidad material; y un largo etcétera, son la
realidad de muchas presuntas iglesias. Ya no soportan la sana
doctrina porque los interpela, los encara directamente con Dios y con
sus requisitos para una vida santa, porque les prohíbe seguir siendo
esclavos de sus propios deseos desordenados, porque les muestra la
imagen real de su corazón entenebrecido, marchito y encadenado a
Satanás. Las fábulas, los cuentos chinos, las historietas
divertidas y amenas, los narradores de vanidades, son en la
actualidad más apreciados que aquellos que luchan por la verdad y
siguen estudiando e inquiriendo en las Escrituras para compartir con
la iglesia el misterio de la revelación de Dios en Cristo.
No
teniendo suficiente con lo que el pastor ordenado por Dios predica y
enseña, eligen ir probando de aquí para allá, buscando nuevas
sensaciones que no les comprometan con la santidad de vida que Dios
demanda de sus hijos. Tienen comezón de oír, es decir, quieren
escuchar otras voces que les convengan más, que les ofrezcan la
excusa perfecta para seguir confundiendo libertad con libertinaje,
gracia abundante de Dios con gracia barata que les permita continuar
pecando cada vez con más ahínco y frecuencia. Y si encuentran a
alguien que les procure una nueva manera de complementar a Dios con
sus concupiscencias y desvaríos pecaminosos, que no les haga pensar
demasiado sobre las implicaciones y consecuencias de sus
perversiones, mejor. La realidad nos invita a comprobar cómo son más
aquellos que instrumentalizan torticeramente la Palabra de Dios que
aquellos que se mantienen leales a la predicación bíblica. Los
charlatanes y los granujas son legión, mientras que los genuinos
maestros de la Palabra de Dios son cada vez menos, más atacados y
amenazados, y más despreciados.
Timoteo
no debe darse por vencido a pesar de que, figuradamente, muchos de
los bancos de su iglesia se van vaciando paulatinamente a causa de
las actuaciones deleznables de los falsos maestros y profetas. Debe
manifestar sobriedad, seriedad y autocontrol a la hora de seguir
proclamando las buenas nuevas de salvación. Ha de endurecer su piel
para aguantar carros y carretas de individuos tóxicos y malhadados,
presiones tremendas de sus detractores, y críticas mordaces de sus
enemigos acérrimos. Nunca ha de renunciar en su empeño de pregonar
el evangelio de Cristo, tanto dentro de la comunidad de fe, como
fuera de ella, en otros foros públicos que se puedan abrir para
comunicar al mundo su necesidad de redención y perdón en Cristo. Su
mirada debe estar puesta en cumplir y consumar su ministerio,
respaldado por la imposición de manos de los ancianos, por el visto
bueno de Pablo y por la presencia de Dios en sus tareas pastorales.
Es una manera de animar e insuflar renovadas energías en el espíritu
decaído de Timoteo, y así evitar la destrucción y declive de la
iglesia en la que ha estado desarrollando su vocación.
3.
PREDICA Y RECOGE EL TESTIGO
Tras
este último intento de recuperar a Timoteo para la causa, el apóstol
de los gentiles desea reconocer, en confianza, el estado de su alma y
de su cuerpo, encerrado como estaba en las infectas cárceles de
Roma: “Yo
ya estoy próximo a ser sacrificado. El tiempo de mi partida está
cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he
guardado la fe. Por lo demás, me está reservada la corona de
justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no
sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.” (vv.
6-8)
Pablo
ya se barrunta el final de su vida y ministerio misionero. Sus huesos
se lo dicen a cada instante, los acontecimientos se van precipitando
a ojos vista, y su perspicacia de los tiempos le indica que tiene las
horas contadas sobre la faz de la tierra. Como una confesión que se
hacen dos personas que se aman y aprecian en grado sumo, aparece aquí
la señal inequívoca de que es preciso que Timoteo se restablezca en
su profesión pastoral, dada la inminencia del final de su maestro y
padre espiritual. Pablo necesita que Timoteo despierte de su letargo,
puesto que ha puesto muchas esperanzas en que éste recoja el relevo
generacional necesario para el crecimiento de la obra cristiana en
los años sucesivos.
Pablo
sabe que el martirio está muy cerca. Tiene la certidumbre de que no
va a morir de muerte natural, y más conociendo al César que ha de
juzgar su caso. La muerte ya está presta a cortar el último hilo de
su existencia, y a recoger su postrer estertor en el instante en el
que sea condenado a muerte por decapitación, según las crónicas
tradicionales recogen. Ahora comprende por lo que tuvo que pasar
Jesús durante su ministerio terrenal, en el huerto de Getsemaní, a
cada hora y metro que lo acercaban a Jerusalén para entregar y
derramar su vida para salvación de muchos.
Y,
aunque la sensación amarga de saberse en manos de seres humanos
violentos e injustos pueda pesarle un poco en el ánimo, en lo más
profundo de su corazón ha comprendido que, desde que conoció a
Jesús en su camino a Damasco, su vida ha sido una lucha constante
consigo mismo y contra aquellos que intentaron hacerle desistir de su
misión de transmitir el evangelio de salvación a los gentiles por
doquiera pasaba. Como un púgil que ha dejado KO a su contrincante,
como un atleta que cruza la línea de meta, Pablo concluye su papel
en el plan salvífico de Dios satisfecho y agradecido con Dios al
haber cumplido con la fe que le fue dada por el Maestro de Nazaret.
Ahora
mira al futuro, a lo que le depara en los cielos, en la presencia del
Señor. Y con sus ojos puestos en el autor y consumador de su fe, el
temor de ser ajusticiado de forma cruel y abyecta se desvanece.
¿Recordáis a Esteban, el primer mártir de la iglesia primitiva, el
cual fue lapidado delante del propio Pablo? ¿Os acordáis de cómo
antes de morir vislumbra la gloria de Dios, esperándole en las
alturas? Pablo traería a la memoria ese instante que quedó grabado
en su mente, ahora que podía intuir en un horizonte no muy lejano el
galardón precioso y maravilloso de la corona de justicia que
solamente Cristo puede poner en la cabeza de aquellos que han
perseverado hasta el fin siendo discípulos de Cristo e hijos de
Dios.
Timoteo
está dentro de estos candidatos a ser recibidos con honores si
decide agarrar el toro por los cuernos y sigue el ejemplo de su
querido maestro Pablo. La justicia de Cristo sabrá valorar y premiar
los desvelos, sacrificios y aflicciones que a causa de su evangelio
han sufrido sus siervos. Y fijémonos que esta promesa que expresa
Pablo es también una promesa que nos alcanza a nosotros en la
actualidad. La comunidad cristiana de fe ha de desear y anhelar con
todo su corazón que Cristo regrese de nuevo para acabar de instaurar
su Reino, y así, al fin, poder decir con Pablo que nuestro combate
contra las huestes del mal, y que nuestra carrera esforzada y
consagrada a proclamar el evangelio de vida eterna, han llegado a su
término desde una vida santa y cimentada en la Palabra de Dios.
CONCLUSIÓN
Predica.
Evangeliza. Redarguye. Amonesta. Exhorta. Haz todo esto y mucho más
empleando con destreza, confianza y apoyo del Espíritu Santo la
Palabra de Dios. Sabemos que no mucha gente quiere conocer la verdad
del estado de su alma, que no muchas personas quieren ligar sus
acciones y actitudes a las Sagradas Escrituras, que no muchos seres
humanos se comprometen a vivir vidas consagradas al Señor por no
querer renunciar a pecados que lastran sus vidas y a apetitos
carnales que los han esclavizado.
Pero
también sabemos, como nos dejó dicho el apóstol Pablo en la
epístola a los Romanos, que “no
me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación
de todo aquel que cree, del judío primeramente y también del
griego, pues en el evangelio, la justicia de Dios se revela por fe y
para fe, como está escrito: «Mas el justo por la fe vivirá».”
(Romanos 1:16-17)
Con esta confianza y estandarte, prediquemos a Cristo a tiempo y
fuera de tiempo.
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