ORO Y BARRO


SERIE DE ESTUDIOS SOBRE 2 TIMOTEO “NO ES FÁCIL”
TEXTO BÍBLICO: 2 TIMOTEO 2:14-26
INTRODUCCIÓN
Seguro que habrás conocido u oído de personajes que se infiltran en las iglesias cristianas para emponzoñar el ambiente de fraternidad, de firmeza doctrinal y de armonía organizativa. Tal vez hayas sabido de individuos que emplean su labia viscosa y florida para someter a hermanos y hermanas en la fe con menor visión de las enseñanzas bíblicas y teológicas por medio de argumentos sumamente elocuentes y enrevesados. Corrientes de pensamiento en apariencia cristianas se cuelan por las rendijas de dudas y preguntas que solamente los maestros en la Palabra de Dios pueden responder con contundencia y rotundidad. Personajes siniestros que se aprovechan de que no existe un programa o currículum equilibrado y concienzudo de aprendizaje de la Biblia, para intervenir polemizando, e incluso enmendando la plana al pastor de esa congregación, y así robar el máximo número de corazones para crear su propio grupo elitista en el seno de la comunidad de fe. Charlatanes de interminables discursos al estilo Cantinflas que buscan aprovecharse de la ignorancia de algunos con vocablos técnicos y frases más cercanas a charlas motivacionales que a sermones basados en la exposición de las Escrituras.
La cháchara con tintes teológicos y acompañada de versículos bíblicos fuera de su contexto puede llegar a impresionar incluso a los más avezados creyentes. Nuevas revelaciones, refrescantes interpretaciones de la voluntad de Dios, profecías extemporáneas que desdicen la labor humilde del pastor de turno, y un sinfín de elucubraciones visionarias, son el amplio abanico de recursos que estos supuestos siervos del Señor tienen a su disposición para destruir y minar la dinámica floreciente de una iglesia. Los miembros sufrirán sus ataques velados contra su inferioridad espiritual, algo terriblemente demoledor. Pero quien padecerá con mayor intensidad la intervención diabólica e interesada de estos sofistas religiosos hipócritas, será el pastor. No es fácil para un obrero fiel y sencillo de Dios tener que lidiar con esta clase de personas que intentan por todos los medios a su alcance, ir erosionando la ascendencia y autoridad pastoral sobre sus ovejas, hasta crear un cisma de dimensiones catastróficas para la congregación. Alguien me dijo que es lamentable comprobar que en muchos casos las iglesias crecen en número, no a causa del evangelismo o de la plantación de iglesias, sino a causa de la escisión de comunidades de fe ya establecidas en un lugar concreto. No es fácil luchar contra la división que uno o varios mercaderes de la fe pueden llegar a conseguir en una iglesia.
  1. OBRERO APROBADO
Al parecer, una de las causas que llevan a Timoteo a la depresión, al desánimo y al desaliento, es la realidad de individuos de dudosa calidad moral y espiritual trayendo al cuerpo de Cristo una serie de enseñanzas y doctrinas que chocaban frontalmente con lo enseñado por el apóstol Pablo: “Recuérdales esto, exhortándolos delante del Señor a que no discutan sobre palabras, lo cual para nada aprovecha, sino que es para perdición de los oyentes. Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad. Pero evita profanas y vanas palabrerías, porque conducirán más y más a la impiedad y su palabra carcomerá como gangrena. Así aconteció con Himeneo y Fileto, que se desviaron de la verdad diciendo que la resurrección ya se efectuó, y trastornan la fe de algunos. Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: «Conoce el Señor a los que son suyos» y «Apártese de maldad todo aquel que invoca el nombre de Cristo.»” (vv. 14-19)
El apóstol recoge el himno de alta carga doctrinal y teológica de los versículos anteriores para que éste sirva al objetivo de que los maestros y pedagogos de su confianza, en los cuales delega todas las lecciones aprendidas de su padre espiritual Pablo, se centren en su tarea fundamental: la enseñanza bíblica. Como bien sabemos de documentos de la iglesia primitiva, la enseñanza era salpicada de debates, comentarios de los alumnos y sugerencias varias. El problema surgía cuando, en lugar de concentrarse en lo básico y elemental de la revelación divina, se pasaba a la controversia y a la polémica. Pablo aconseja que ni Timoteo ni los maestros que ha capacitado y preparado entren al trapo de estas manifestaciones de la discordia y del disentimiento malicioso.
El momento de la didáctica cristiana no debe verse empañado por dimes y diretes, por ataques y sospechas de unos y de otros, por largas y enconadas peroratas que elevan el calor del ambiente. Si se trata de discutir sobre matices verbales, sobre valoraciones personales y sobre interpretaciones subjetivas y poco certeras, el lío está formado y la rebambaramba está servida, provocando una atmósfera repleta de negatividad, de poca edificación y de ánimos inflamados. La lucha encarnizada entre un maestro de la congregación con una persona que intenta buscarle los seis pies al gato, que trata de confundir a todos, y que aspira a auto ensalzarse como mejor conocedor de la doctrina que los que han sido confirmados pastoralmente, solo lleva a que algunos creyentes, presentes en el momento de la enseñanza eclesial, comiencen a vacilar sobre lo que creen realmente.
Pablo quiere que quede meridianamente claro que Timoteo ni puede ni debe enzarzarse en disputas doctrinales mientras educa a la iglesia sobre los rudimentos del evangelio. Más bien debe concentrar todos sus esfuerzos y recursos espirituales en buscar la aprobación de Dios, y no en procurar la de los hombres. No va a dar una clase magistral sobre tal o cual doctrina con la presión de que en cualquier instante alguien le va a querer quitar la razón de sus planteamientos, sino que va a dejarse llevar por la guía inestimable del Espíritu Santo para ofrecer a sus parroquianos la sabiduría que brota directamente de la Palabra de Dios. Simplemente debe interpretar las Escrituras, en este caso el Antiguo Testamento, y las enseñanzas apostólicas, desde una hermenéutica equilibrada y ceñida a verdad que está y emana de las palabras divinas.
Existe una tentación en muchos maestros o pastores de olvidarse de lo nuclear para explorar lo accesorio, lo reconozco. Y a veces, a simple vista, parece que lo que rodea el centro de la fe cristiana es mucho más atractivo dado que invita a las especulaciones, a las interpretaciones teóricas y a fomentar el orgullo espiritual del estudioso. Y también, en ocasiones, cuando aparece un tema polémico en alguna de las clases bíblicas, nos gusta enfangarnos en el barro de los tira y afloja del debate teológico. Pablo anima principalmente a Timoteo a que nunca desista de cumplir con los estándares ministeriales que Dios establece para sus obreros y siervos en el campo de la enseñanza doctrinal. Si está perfectamente en sintonía con Cristo, sus discursos y lecciones tendrán un contenido suntuoso y suculento del que no tendrá que avergonzarse ni delante de Dios ni delante de sus correligionarios.
Enfrascarse en debates interminables sobre qué fue primero, el huevo o la gallina, o en disquisiciones bizantinas como cuántos ángeles caben en la cabeza de un alfiler, no sirve absolutamente de nada. Es una pérdida de tiempo y de energía. Reconozco que puede llegar a ser un divertimento, un ejercicio para afilar nuestras capacidades apologéticas, un marco en el que verificar e inquirir en aquello que creemos, pero nunca será motivo de edificación para la iglesia. Podemos tomarnos un café con una persona que no comparte nuestra visión de la vida, de Dios o de la fe cristiana, y llegar a disfrutar de un tiempo competitivo siempre en el contexto del respeto mutuo. Sin embargo, cuando este tipo de debates acalorados se dan en el seno de una asamblea eclesial, estaremos dando pie a que penetren determinadas ideas y pensamientos sumamente alejados de la ortodoxia doctrinal. Cuando las vanas y profanas palabrerías se inmiscuyen en la enseñanza de la iglesia, aparece siempre el monstruo vociferante de la herejía y del caos.
Pretender insertar subrepticiamente determinadas ideologías ajenas al evangelio en un presunto diálogo con la Palabra de Dios solamente puede llevar a que muchas personas escojan un camino distinto y pernicioso a lo que representa el evangelio. Y como bien señala el apóstol Pablo a Timoteo, esta clase de comentarios de apariencia inocente y sincera, que vulneran la seriedad y el respeto de las enseñanzas bíblicas, se convierten en una gangrena que poco a poco va pudriendo a miembros del cuerpo de Cristo hasta el punto de tener que ser amputados desde la disciplina severa y contundente, so pena de que el resto de la congregación sea contaminada e infectada con estos predicamentos a todas luces falsos e inquietantes.
El ejemplo que indica el apóstol Pablo es el de dos personajes que formaron parte de la iglesia cristiana, pero que tuvieron la osadía de entrar a formar parte de ella para diseminar las semillas de la herejía y la heterodoxia. Sus nombres, Himeneo y Fileto, nos ayudan a saber que no se trata de individuos ficticios, sino que son dos elementos con los que tuvo que bregar Pablo. Estos dos falsos maestros quisieron exponer ante la iglesia sus conclusiones sobre la resurrección de la que Pablo mismo había predicado en todas las iglesias que fundó. Su postura era que la resurrección que acompañaba al creyente una vez se entregaba a seguir a Cristo como su Señor y Salvador, ya se había producido, tal vez espiritualmente, o incluso aportando de su cosecha que ellos habían muerto y resucitado físicamente, y que, por tanto, ya eran seres celestiales con línea directa con Dios.
No se nos aclara en demasía el tema de forma más detallada, pero sí que Pablo nos da a entender que sus salidas de tono distaban con mucho de acercarse a la realidad y a la verdad que éste predicaba. Y como siempre hay un roto para un descosido, algunos presuntos creyentes o neófitos en la fe, habían creído a estos dos pájaros de cuenta, y se habían unido a su partido “resurreccionista.” Pablo apela a la contundencia de la creencia de que Dios conoce a sus hijos y a que los actos de cada cual determinan sus verdaderos afectos espirituales y carnales. El que es de Cristo sabrá discernir claramente cuando un charlatán como estos dos promotores de la discordia y la herejía, se dedica a desplegar sus artimañas retóricas y sus palabras preñadas de mentiras y eufemismos.
  1. ORO Y BARRO
A continuación, el apóstol de los gentiles, desea ofrecer una enseñanza eclesial a Timoteo que éste debe guardar en lo más profundo de su corazón: “En una casa grande, no solamente hay utensilios de oro y de plata, sino también de madera y de barro; unos son para usos honrosos, y otros para usos comunes. Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor y dispuesto para toda buena obra.” (vv. 20-21) La casa grande, como entenderemos a la primera, es la iglesia de Cristo local. Y cuando habla de instrumentos o utensilios, está hablando de los miembros que la componen. La iglesia, tal y como se nos enseña desde la experiencia paulina, no es el reducto de los hombres y mujeres más espirituales, más piadosos y más devotos del mundo. Claro que existen hermanos y hermanas de una madurez y altura espiritual inequívoca y que cumplen con el llamamiento que Cristo les ha dado edificando al resto de la congregación. Son creyentes que han sido probados por Dios y han resultado ser aprobados por Él. Son hermanos de oro y consiervos de plata, preciosos y de un valor incalculable para el correcto y óptimo funcionamiento de la comunidad de fe. Sin ellos, la iglesia se vendría abajo en muy poco tiempo, puesto que son los pilares ejemplares sobre los que el peso de la misión de Dios se sostiene.
No obstante, también en la iglesia de Cristo hay otra clase de creyentes, muy verdes en la fe, incapaces de caminar por sí mismos en la senda cristiana, que son susceptibles de dejarse llevar por doquiera viento de doctrina novedoso, y que son presa fácil de los facinerosos de lo religioso. Son cántaros de madera o de barro, incapaces de pasar y superar la prueba que Dios coloca ante ellos para valorar la medida de su fe en Él. Materiales bastos y que el fuego consume sin mayores problemas. Personas que son presas de sus propias concupiscencias y que no se comprometen con el llamamiento del evangelio. Vagan de iglesia en iglesia tratando de hallar nuevas sensaciones místicas y sobrenaturales, sin tener una base doctrinal firme y arraigada en la persona de Cristo. No edifican a nadie con sus continuos bandazos, altibajos y preguntas capciosas, sino que más bien llegan a inocular en otros hermanos y hermanas el veneno de la desidia, la irresponsabilidad y la molicie devocional. Si no aparecen durante una buena temporada de la iglesia, casi nadie los echa de menos, porque trabajan menos que la chaqueta de un guarda. Son utensilios de la mediocridad espiritual que nunca aspirarán a ser cada vez más como el Señor Jesucristo. Están cómodos en su inoperancia y se marcharán de la comunidad de fe en cuanto alguien les regale los oídos con promesas vacías y falsas y parlamentos elaborados y apetitosos.
Pablo quiere que el creyente en general, y el pastor en particular, se quiten de encima la suciedad de ser utensilios comunes y que solo sirven para propósitos deshonrosos. La manera de crecer en santidad y en sometimiento a Dios radica en ser ambiciosos, positivamente hablando, y perseguir ser vasijas de oro y de plata que sean llenadas del Espíritu Santo. Es preciso anhelar cada día ser santificado, apartado para labores y trabajos cada vez más honorables y dignos, de mayor responsabilidad y calado, dentro de la iglesia de Cristo, porque si no somos útiles al Señor, mucho menos lo seremos para nuestros hermanos en la fe. Si consentimos en ser siervos inútiles que simplemente cubren el expediente por razones reputacionales, Dios tarde o temprano nos reemplazará por otra persona que de verdad se entrega y consagra a Él de forma ascendente y creciente. Hemos de procurar vivir vidas modélicas, a imagen y semejanza de Cristo, con la mirada siempre puesta en hacer buenas obras, producto inseparable de la fe que hemos depositado en Dios. De todas estas maneras, podremos brillar y ser de influencia benéfica en nuestra comunidad de fe cristiana, y así, invitar a los que no poseen ese fulgor del oro y la plata a que se pongan las pilas, y se dediquen en cuerpo y alma a fortalecer y afirmar su fe para refulgir en medio de las pruebas.
  1. SIERVO DEL SEÑOR APTO PARA ENSEÑAR
Como bien sabemos por las indicaciones y evidencias que Pablo vierte en su primera epístola a Timoteo, éste era un hombre que decide, desde su juventud, aceptar el reto de pastorear una iglesia como la de Éfeso. Pablo quiere que Timoteo se deje ya de zarandajas, de tonterías propias de la juventud, y de timoratas manifestaciones de la edad, para que ponga sus cinco sentidos en madurar y en demostrar a todos los que pastorea que su vocación es auténtica, y que no va a entrar en problemáticas polémicas con todo aquel que ansía arrebatarle su autoridad pastoral. Y es que el pastor no solamente debe serlo, sino que también debe parecerlo: “Huye también de las pasiones juveniles y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor. Pero desecha las cuestiones necias e insensatas, sabiendo que engendran contiendas, porque el siervo del Señor no debe ser amigo de contiendas, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido. Debe corregir con mansedumbre a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad y escapen del lazo del diablo, en que están cautivos a voluntad de él.” (vv. 22-26)
La palabra “huye” es ciertamente muy descriptiva de cuál debe ser la actitud de Timoteo ante la bisoñez de la que está haciendo gala y ante la cobardía que está exhibiendo en este instante crítico de su ministerio pastoral. Es una manera hiperbólica de invitar a Timoteo a que se imponga sobre cualquier desánimo y miedo que pueda turbar su corazón noble y joven. Debe hacerse valer ante toda la iglesia, o, por el contrario, todos esos lobos que están intentando asolar la iglesia de Éfeso, triunfarán y la demolerán piedra a piedra hasta desaparecer. Podríamos decir que Timoteo era ese bastión que tenía que dejar atrás cualquier temor para actuar con valentía y con sensatez a la hora de marcar territorio con los herejes infiltrados en su congregación. En vez de posar sus ojos en los peligros, amenazas, debilidades y defectos, lo que debía hacer era luchar por la justicia eclesial, por la fe y la doctrina apostólica, por el amor fraternal y por la paz congregacional. Con coraje y denuedo, Timoteo debía actuar con sabiduría y discernimiento, seleccionando aquellas doctrinas extrañas al evangelio para erradicarlas del entorno de la comunidad de fe. Debía apoyarse en aquellas personas que de verdad eran creyentes fieles y piadosos, los cuales respaldarían sin fisuras cualquier medida disuasoria contra los Himeneos y Filetos de su iglesia.
La iglesia no es un ring de boxeo, ni un cuadrilátero en el que dirimir diferentes posturas exegéticas o teológicas a puñetazo limpio. La comunidad de fe no es un espacio en el que escuchar broncas espasmódicas, a hooligans enfervorecidos de un partido u otro. El cuerpo de Cristo es un escenario en el que la amabilidad, la sana enseñanza bíblica y la paciencia deben ser los protagonistas a la hora de exponer pareceres. La polémica y la controversia dentro del seno de la congregación de los santos, no son más que factores altamente negativos que lo único que pueden conseguir es confundir y asustar a los creyentes. El pastor, el siervo o esclavo del Señor, doulos en griego, no debe dar pie a este tipo de episodios, sino que más bien tiene la obligación de detener las lenguas desatadas, de enfriar los ánimos demasiado apasionados, y de apaciguar desde su autoridad pastoral cualquier conato de conflicto o desmadre doctrinal y teológico. Timoteo debe recuperar todo su coraje perdido para convertirse en el referente principal de la predicación y enseñanza del evangelio de Cristo.
Es curioso comprobar cómo Pablo siempre alberga la esperanza de que algunos de los que piensan y creen en determinadas ideas ajenas a la sana doctrina recapaciten y recuperen el sentido común y el deseo de conocer la verdad. Timoteo tiene un papel realmente importante en este tipo de situaciones. Como pastor debe hablar con ellos, siempre desde la mansedumbre y la humildad, con amor fraternal y respeto, y así llevarlos a la verdad. No es una tarea fácil, os lo aseguro. No es sencillo conversar y dialogar largo y tendido, con paciencia y escucha activa, con alguien que te la está liando parda en tu congregación. A veces, el cuerpo te pide excomulgarlo, expulsarlo y “muerto el perro, se acabó la rabia.” Sin embargo, Pablo cree que existen personas que han llegado a asimilar determinadas doctrinas falsas desde la buena fe y no con el ánimo de seguir enredando la madeja en el interior de la iglesia. Hay que darles la oportunidad de despertarse de su estupor espiritual, de su borrachera de falsedades, y acompañarlos al reencuentro con la verdad de la Palabra de Dios.
Pablo habla de ellos en términos de oponentes, de personas que se enfrentan frontalmente con las enseñanzas que el pastor predica y transmite a la membresía eclesial. Pero también, desde la misericordia, reconoce que, en realidad, estas personas están esclavizadas y encadenadas al mismísimo Satanás. Han sido atrapados por la mentira que les ha contado, y los ha manejado a su antojo dentro de las entrañas de la iglesia para socavar todo lo bueno y lo verdadero que existe en el evangelio de Cristo. Mientras hay vida, hay esperanza, y mientras Timoteo pueda ofrecerles la mano en señal de restauración y reconsideración, existen personas recuperables para la causa de Dios.
CONCLUSIÓN
No es fácil tenérselas que ver con personas que intimidan al resto de la membresía con su presunta elocuencia y sapiencia bíblica. El pastor, primera barrera existente en la iglesia para filtrar según qué enseñanzas antibíblicas que proceden del exterior, tiene una inmensa responsabilidad al respecto. En ocasiones, las menos, tristemente, es posible hablar con el charlatán y mostrarle el camino hacia la verdad. En la mayoría de situaciones, es preciso expulsar, y no sin temor y temblor, a aquellos supuestos cristianos y cristianas que intentan meter baza de forma lamentable y maliciosa en lo referente a la enseñanza eclesial.
Tanto para maestros como para pastores, nuestra función y meta es la de predicar y enseñar la Palabra de Dios con reverencia, conocimiento de causa, coherencia testimonial y con un tacto especial ante las posiciones controvertidas que pueden surgir en el debate teológico. Obrando desde la mansedumbre, el amor, la fe y la justicia, aquellos que ministran pedagógicamente a la iglesia de Cristo, lograrán mantener incólume el baluarte de una enseñanza ajustada siempre a lo que la Biblia expresa.

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