LIMPIEZA NACIONAL
SERIE DE
SERMONES SOBRE ZACARÍAS “REDIMIDOS, REFINADOS, RESTAURADOS”
TEXTO
BÍBLICO: ZACARÍAS 5
INTRODUCCIÓN
Nos acercamos
peligrosamente a las fechas electorales. Y digo peligrosamente, porque es
precisamente en estos últimos días de mítines, campañas y discursos, en los que
los diferentes partidos políticos van a intentar dar el todo por el todo,
ofreciendo lo que no pueden dar, y prometiendo lo que no pueden cumplir. La
crispación está en escalada creciente, los programas electorales se adaptan
misteriosamente a los resultados de las encuestas, y los políticos son más
cariñosos y cercanos que nunca. Donde ayer dijeron “digo,” ahora dicen “Diego,”
olvidándose de la hemeroteca para trazar una nueva ruta de éxito que les
permita arañar esos votos que tanto les hace falta para culminar sus
estratégicas campañas de información y de desinformación. Todo está en juego, y
para dar mayor vértigo a esta vorágine electoral, la mayoría se enfrasca en
dimes y diretes, en reproches y escarnios, en el “tú más” y en el “yo menos.”
A menudo, en este
panorama electoral que nos va a marear a más de uno, los políticos apelan a que
serán más puros, más honestos y más justos que los que ocuparon la poltrona
anteriormente. Se autoproclaman adalides de la honradez, de la humildad, del
deber y de la transparencia, culpando a los que ya gobernaron de corruptos,
mentirosos y prevaricadores. De repente, todos quieren erigirse en luminares de
nuestra nación en cuanto a la correcta dispensación de la justicia, a la ideal
administración de los fondos públicos y a la mejoría de las condiciones de vida
de la ciudadanía.
Y cuando el
partido que más votos ha recogido, o el que mejor ha pactado tras el
encontronazo electoral, llega al poder, suele coger escoba y recogedor para
limpiar cuantas huellas y evidencias de gobiernos pasados quedaran. Se aplican
aquella canción de Los Sirex que tanto furor causó entre los jóvenes españoles
de los setenta: “Si yo tuviera una
escoba, cuántas cosas barrería…” Pero cuando ya pasa un determinado tiempo,
la limpieza nacional se espacia, se dilata, hasta que al final, en lugar de
barrer la suciedad de otros tiempos, se pasa a barrer para casa y a barrer
debajo de la alfombra los pecados propios en el nuevo gobierno.
Realizar una
limpieza general, un zafarrancho higiénico que deje entrar el aire nuevo y
hacer que el enrarecido ambiente se refresque y purifique, se antoja harto
difícil cuando se trata de una nación. No es nada sencillo tener que sacudir
las alfombras polvorientas de la insolidaridad, poner a tender las sábanas
manchadas de sangre y lágrimas, pegar un mochazo a un suelo repleto de
vestigios de corruptelas e influencias varias, o quitar las pelusas que existen
debajo de las camas del poder. Hay que tener un cuajo y una firmeza formidable,
una constancia a prueba de bombas y un deseo de marcar los límites que existen
entre lo que es correcto y lo que no lo es.
Mientras los
pueblos sean forjados desde la humanidad para la humanidad, lo más probable es
que la limpieza nacional nunca sea definitiva, duradera y persistente. Sin
embargo, a pesar de la realidad que se imponga, lo cierto es que hay que
arremangarse, ponerse manos a la obra y comenzar a dejar como una patena el
orden social, político, económico y religioso. Esta era la ingente tarea que
tenía entre manos Zorobabel, como gobernador, y Josué, como sumo sacerdote. Y
aunque pudiesen tener buenas intenciones y un corazón inclinado a velar por el
bienestar de sus conciudadanos, la verdad es que necesitarían algo más que esto
para triunfar; necesitarían a Dios.
1.
LA ESCOBA
DE LA LIMPIEZA NACIONAL
Zacarías vuelve a
tener un par de visiones de parte de Dios que tienen que ver con la necesidad
perentoria de limpiar nacionalmente el nuevo escenario que se desplegaba
delante de sus ojos. No era posible emprender un nuevo comienzo de paz,
prosperidad y purificación, sin dejar atrás muchas cosas negativas que podrían
afectar nocivamente a la reconstrucción nacional. Dios sabe que Israel ha de
confiar en Él para arreglar lo que se ha destruido y para desarraigar aquello
que pudiese condicionar el futuro de todo un pueblo. La primera de estas
visiones es realmente clarificadora al respecto: “De nuevo alcé mis ojos y miré, y he aquí un rollo que volaba. Y me
dijo: ¿Qué ves? Y respondí: Veo un rollo que vuela, de veinte codos de largo, y
diez codos de ancho. Entonces me dijo: Esta es la maldición que sale sobre la
faz de toda la tierra; porque todo aquel que hurta (como está de un lado del
rollo) será destruido; y todo aquel que jura falsamente (como está del otro
lado del rollo) será destruido. Yo la he hecho salir, dice Jehová de los
ejércitos, y vendrá a la casa del ladrón, y a la casa del que jura falsamente
en mi nombre; y permanecerá en medio de su casa y la consumirá, con sus maderas
y sus piedras.” (vv. 1-4)
La visión del
rollo volador es una visión ciertamente curiosa, pero que encierra una
enseñanza profética de gran calado. El rollo era el soporte sobre el que los
escribas copiaban la ley de Moisés, la revelación profética, los episodios
sapienciales y doxológicos, y las crónicas históricas de Israel. Podríamos
decir que el rollo simbolizaba toda la voluntad de Dios expresada a través de
sus siervos escogidos y plasmada por escrito para poder acceder a ella en
cualquier momento. El hecho de que este rollo vuele es una imagen vívida de que
los estatutos divinos sobrevuelan a su pueblo elegido, y su tamaño, 9 metros de
largo, por 4,5 metros de ancho, nos ayuda a entender que la ley divina abarca
toda la extensión de los territorios de Israel. La pregunta que puede suscitar
esto es, ¿por qué el ángel de la visión denomina a este rollo “maldición que sale sobre la faz de la
tierra”? ¿No es este rollo la Palabra de Dios? Precisamente. La Palabra de
Dios que ha sido comunicada al mundo condena el pecado y galardona la
obediencia, por lo que la revelación de Dios se convierte en maldición sobre
aquellos que la menosprecian, que la retuercen y que la obvian.
La explicación la
encontramos a continuación: el rollo de la ley de Dios condena y maldice a
aquellas personas o instituciones humanas que roban, hurtan y sustraen de aquello
que no es suyo, que derrochan sin considerar al menesteroso, que ofrendan
migajas a Dios, que dejan en la calle y sin techo a aquellas personas que viven
al borde de la pobreza más absoluta, que administran ilegítimamente los fondos
del erario público, que se aprovechan de personas simples e ignorantes para
rapiñar lo poco que han ahorrado, que practican la usura con intereses
desorbitados, y que aman al dinero por encima de todas las cosas.
La ley de Dios
también maldice y señala a aquellas personas e instituciones humanas que
retuercen la verdad, que emplean eufemismos ininteligibles para lograr sus
abyectos fines, que mienten más que hablan, que prometen y no cumplen, que
engañan sin miramientos al prójimo y adulteran la justicia con el perjurio y el
falso testimonio. Por eso, cuando la Palabra de Dios planee sobre Jerusalén y
todo Israel, el latrocinio y la mentira deberán ser erradicados por completo de
sus territorios. Desde la generosidad y la solidaridad es posible reconstruir
un pueblo, y desde la verdad y el amor por la justicia es más probable que una
nación pueda asentarse sobre un fundamento sólido y bueno que le permita
progresar y prosperar. La Palabra de Dios dejará al descubierto cualquier
delito que atente contra su pueblo, y sus obras serán completamente destruidas
para testimonio del resto de naciones.
¡Qué necesidad de
esta clase de limpieza nacional tenemos hoy como habitantes de un país en el
que durante tanto tiempo se ha instalado la mentira y la corrupción! ¡Cuánto
bien haría a España y a cada una de sus localidades y ciudades que los
dirigentes alzasen su voz a los cielos para rogar de Dios que les encamine y
les guíe a ser buenos mayordomos de la voluntad popular! ¡Qué gran beneficio
sería para muchos políticos, que en lugar de contemplarse con deleite su
ombligo, apelaran a la Palabra de Dios para elaborar sus programas, sus medidas
de desarrollo social, y sus leyes! Nuestra misión como creyentes es la de orar
por ellos, por que puedan abrir sus mentes y sus corazones a la auténtica
limpieza moral y ética que nos es tan urgente hoy día, y así iniciar una
andadura nacional exenta de egoísmos y sandeces.
2.
EL
RECOGEDOR DE LA LIMPIEZA NACIONAL
La segunda visión
de la que Zacarías da cuenta también es sumamente interesante. Esta visión nos
ayuda a pensar en términos de renovación y de restauración. No podemos edificar
una nación dejando que las costumbres y tradiciones que aborrecía Dios cuando
éramos unos exiliados a causa del pecado, impregnen y contaminen una nueva
realidad en construcción: “Y salió aquel
ángel que hablaba conmigo, y me dijo: Alza ahora tus ojos, y mira qué es esto
que sale. Y dije: ¿Qué es? Y él dijo: Este es un efa que sale. Además dijo:
Esta es la iniquidad de ellos en toda la tierra. Y he aquí, levantaron la tapa
de plomo, y una mujer estaba sentada en medio de aquel efa. Y él dijo: Esta es
la Maldad; y la echó dentro del efa, y echó la masa de plomo en la boca del
efa. Alcé luego mis ojos, y miré, y he aquí dos mujeres que salían, y traían viento
en sus alas, y tenían alas como de cigüeña, y alzaron el efa entre la tierra y
los cielos. Dije al ángel que hablaba conmigo: ¿A dónde llevan el efa? Y él me
respondió: Para que le sea edificada casa en tierra de Sinar; y cuando esté
preparada lo pondrán sobre su base.” (vv. 5-11)
En esta
revelación profética aparece un efa. ¿Qué es un efa? Era un gran barril o
canasto que era empleado para medir grano por los comerciantes de la época. Era
la medida oficial que se usaba para calcular los precios de las cosechas,
aunque como siempre, hay algún que otro “listo” que adulteraba estas medidas
para beneficio propio, del mismo modo que otros hacían con las pesas de los
sólidos. El simbolismo es bastante claro: el efa era la señal del comercio y de
la justicia y equidad económica. Esta efa en concreto, era bastante grande, ya
que sus dimensiones así lo atestiguan: la medida oscilaba entre 19 y 40 litros
de capacidad.
Cuando el ángel
dice que este efa es la iniquidad mundial, se refiere a que, cuando se trata de
mercados, el ser humano tiene la fastidiosa ocupación de engañar al prójimo, de
marcar unas magnitudes poco propensas a la justicia, y de aprovecharse de los
demás sin valorar la necesidad que las personas puedan tener en un momento
dado. No hace falta irse a los tiempos de Zacarías para comprender esto, ya que
precisamente, en la actualidad, son los mercados los que dictan políticas,
leyes e idiosincrasias culturales, dejando en la estacada a los pobres y
beneficiando a los acaparadores y especuladores.
Resulta que
dentro de este nefando efa, alguien introduce a una mujer. Qué cosa más rara,
¿verdad? ¿Quién haría algo así? Al levantar la tapa metálica del efa, en lugar
de grano había una mujer sentada cuyo nombre nos es desvelado, y que nos ayuda
a entender el porqué de su situación. Esta mujer se llama Maldad. Es el símbolo
de todas aquellas iniquidades, impiedades y transgresiones que atentan
directamente contra la ley de Dios, y que tienen que ver con la condición
humana y su inclinación tendente al pecado y a la desobediencia. Se halla
confinada en esta efa para que no contagie a la nueva nación de Israel con su
infecciosa presencia, para que los habitantes de Jerusalén vuelvan a las
andadas de mentir en sus negocios, para que los retornados no sientan la
tentación de recaer en las mismas prácticas injustas de sus ancestros.
Si esta mujer
campase a sus anchas por Israel, no pasaría mucho tiempo hasta que, de nuevo,
Dios tuviese que emplear la vara de avellano para disciplinar terriblemente a
su pueblo. Por eso, la Maldad debe ser aprisionada y enjaulada, para que no
vuelva a influir con su pestilente aliento en las mentes y los corazones de una
nación que desea empezar con el paso correcto en la reedificación de su
identidad y testimonio.
El acto de echar
masa de plomo en la boca del efa supone encerrar de por vida, para siempre, a
doña Maldad. No sería prudente dejar la puerta sin soldar, ni un resquicio por
el que poder extender sus tentáculos corruptos. Nadie debe poder abrir de nuevo
la caja de Pandora, y así dejar en libertad a la personificación de toda la
mala baba que el ser humano puede llegar a acumular en su alma. Además, como
precaución extra, Dios ordena a dos mujeres aladas a semejanza de cigüeñas,
aves consideradas inmundas, que la lleven lejos de Jerusalén. Solo estos dos
seres inmundos pueden tocar y trasladar a doña Maldad, como si se tratase de un
exorcismo nacional que Dios ejecuta en favor de una reconstrucción pacífica y
que se ciñe a los designios divinos.
El destino de
doña Maldad es Sinar, otro nombre para Babilonia. Su lugar definitivo de reposo
y confinamiento será el cimiento de una vivienda en la tierra conquistadora que
durante setenta años había sido lugar de destierro de los exiliados de Israel.
Babilonia siempre ha sido considerada la patria de la maldad, del desenfreno,
del pecado y de la rebelión contra Dios, por lo que doña Maldad estará
justamente donde debe estar, y no complicando las cosas a Zorobabel y Josué.
Nosotros también
hemos de aprender de esta visión profética en el sentido de que, cuando
deseamos vivir vidas santas, agradecidas a Dios por habernos sacado de nuestro
cautiverio del pecado, y obedientes a su voluntad, hemos de desterrar bien
lejos todas aquellas intenciones, tentaciones y debilidades que plagaban
nuestro estilo de vida antes de conocer a Cristo como nuestro Señor y Salvador.
Doña Maldad debe ser erradicada por completo de nuestro corazón, dejando que
sea el Espíritu Santo el que cierre a cal y canto cualquier atisbo de control
por parte de nuestra concupiscencia y de nuestra naturaleza pecaminosa. En Cristo
somos nuevas criaturas, hijos de luz y del Espíritu, y ya no podemos permitir
que la inmundicia y la locura con que nos quiere inocular doña Maldad, acabe
con nuestro deseo de ser como Cristo y de vivir de acuerdo a la Palabra de
Dios. Pidamos al Señor que se encargue de encerrar para siempre nuestros deseos
más oscuros, nuestras tendencias más homicidas y nuestras rebeldías.
CONCLUSIÓN
La limpieza de
nuestra nación comienza en nosotros mismos. Comienza dejando que Dios nos
purifique, nos lave y nos quite cualquier suciedad que desluzca nuestro
testimonio personal. Comienza en la unidad de la iglesia en favor de la
justicia, del bienestar social y de la atención al menesteroso, en la denuncia
de las injusticias y las corrupciones, en la oración por nuestros futuros
gobernantes, y en la intercesión por aquellos de nuestros hermanos que se
dedican a la política y al servicio público.
Comienza
rogando a Dios que limpie a profundidad los corazones de aquellos que tienen
responsabilidades nacionales e internacionales. Comienza ejerciendo el derecho
al voto para depositar tu confianza en aquellos políticos con los que crees que
puedes identificarte en términos éticos y espirituales. Y comienza reclamando a
este mundo que se ajuste a la ley de Dios para que el Reino de los cielos sea
consumado lo antes posible, y seamos un glorioso día, esa nación santa y
apartada para Dios, que todos anhelamos y ansiamos.
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