CAPACITACIÓN





SERIE DE SERMONES SOBRE ZACARÍAS “REDIMIDOS, REFINADOS, RESTAURADOS”

TEXTO BÍBLICO: ZACARÍAS 4

INTRODUCCIÓN

        La historia está plagada de hombres y mujeres que, partiendo de su insignificancia social, llegaron a alcanzar logros realmente impresionantes y asombrosos. Una mezcla de pericia, fe y constancia hizo que, desde la poca importancia que se les otorgaba, cumpliesen sueños prácticamente inalcanzables, casi imposibles de conseguir. La mayoría de estas personas partían desde circunstancias adversas de vida, desde la humildad de sus condiciones y desde una presión social que impedía, en la mayoría de los casos, tratar de auparse a las cotas del éxito y de la relevancia. Pero nunca renunciaron a perseguir sus anhelos, nunca cejaron en su empeño apasionado por rebasar las expectativas prejuiciosas de sus semejantes, nunca se rindieron a pesar de las críticas aceradas y de las continuas puyas dialécticas. Siempre miraron con esperanza al futuro, determinaron en su fuero interno que podían llegar a cambiar las cosas, que tenían la capacidad de transformar lo impensable en algo posible y accesible.

      Estos hombres y mujeres llenaron su corazón y su mente de un tesón formidable, rompiendo moldes, haciendo cambiar de parecer a aquellos que se dedicaban a desanimarlos, luchando sin miedo ni descanso por demostrar que también ellos estaban cualificados para hacer grandes y maravillosas hazañas. A menudo, los más encumbrados héroes de la historia han sido precisamente esos individuos que no se conformaron con lo que había, que no se resignaron tristemente a vivir sin pena ni gloria en este mundo. Y la mayoría de ellos eran personas sencillas, humildes y, desde el punto de vista del éxito humano, destinadas a fracasar desde el principio. Sin embargo, tuvieron el cuajo y el nervio de dejar a un lado las críticas, los impedimentos sociales y políticos, el establishment y todo cuanto pudiese entorpecer su avance, hasta lograr, al fin, dejar epatados y asombrados a sus detractores y críticos. Algunos llegaron a la cima de sus sueños a golpe de sudor, sangre y lágrimas, y otros fiaron su destino al poder de Dios, el cual allanó el camino tortuoso que se presentaba amenazante delante de ellos.

     La Palabra de Dios también está repleta de ejemplos de este tipo. Hombres y mujeres que, en principio y a simple vista, no serían capaces de lograr grandiosas proezas, y sin embargo, al depositar toda su fe en Dios, pasaron a los anales de la historia como salvadores, caudillos, reyes y héroes de renombre mundial. Vencieron gigantes prácticamente indestructibles, abrieron las aguas de un rugiente mar en dos, vencieron a cientos de enemigos con armas primitivas e improvisadas, y conquistaron ciudades y naciones en batallas memorables. En el libro de Hebreos encontramos precisamente esa lista de adalides de la fe, los cuales cambiaron el curso de la realidad contando con la inestimable ayuda del poder de Dios. La iglesia de Cristo también se ha nutrido de esta clase de personas. Pescadores, cobradores de impuestos y rebeldes sin causa, hicieron milagros espectaculares, guiaron a multitudes a conocer a Cristo y derrocharon valor y coraje aun cuando fueron perseguidos y acosados. En definitiva, Dios suele trabajar con personas insospechadas para hacer grandes cosas.

1.      EL ESPÍRITU SANTO NOS CAPACITA CON PODER

     En el texto que vamos a tratar a continuación, entenderemos cuál es nuestra posición en el orden de cosas que Dios ha establecido para la salvación del mundo. Apreciaremos en esta nueva visión de Zacarías que el protagonismo de gestas, hazañas y épicos portentos siempre lo tendrá Él, y no nosotros. Nosotros solamente somos herramientas voluntarias que Él emplea para comenzar una obra que no cesará de desarrollarse hasta que se complete perfectamente. Zacarías se siente zarandeado en medio de su descanso nocturno por la mano del mismo ángel que le está enseñando cuál ha de ser la voluntad de Dios para Israel tras su regreso del exilio babilónico: “Volvió el ángel que hablaba conmigo, y me despertó, como un hombre que es despertado de su sueño. Y me dijo: ¿Qué ves? Y respondí: He mirado, y he aquí un candelabro todo de oro, con un depósito encima, y sus siete lámparas encima del candelabro, y siete tubos para las lámparas que están encima de él; y junto a él dos olivos, el uno a la derecha del depósito, y el otro a su izquierda. Proseguí y hablé, diciendo a aquel ángel que hablaba conmigo: ¿Qué es esto, señor mío? Y el ángel que hablaba conmigo respondió y me dijo: ¿No sabes qué es esto? Y dije: No, señor mío. Entonces respondió y me habló diciendo: Esta es palabra de Jehová a Zorobabel, que dice: No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos.” (vv. 1-6)

      La descripción que Zacarías realiza de aquello que puede percibir de la visión que Dios le envía es muy propia del mobiliario del Templo que fue destruido décadas atrás. Contempla la imagen de la menorah, de una lámpara o candelabro con siete brazos y siete mechas, que debía ser alimentada con aceite por los sacerdotes, a fin de que su llama no se extinguiese ni de día ni de noche. Era el símbolo de la luz divina habitando en medio de su pueblo, y si por un casual, esa llama se apagaba, se solía considerar como un mal augurio para Israel, de ahí que nunca faltase su carga de aceite procedente de un depósito ad hoc. Sin embargo, algo distinto a lo que se conocía de esta menorah aparece. Nos dice el texto que cada lámpara era alimentada de aceite por siete tubos, por lo que en total habría 49 tubos suministrando de combustible vegetal a esta menorah. Junto a la menorah, dos olivos, fuente y origen del aceite de oliva más puro, escoltaban este símbolo tan apreciado de los israelitas, y que debía ser restaurado en cuanto se construyese al fin del Segundo Templo en Jerusalén.

     La idea que el ángel quiere transmitir a Zacarías, y a todo el pueblo por su intermedio profético, es que esa menorah que recibe tan abundante suministro de aceite, es el pueblo de Dios, mientras que el aceite que recorre cada tubo desde el depósito, es el Espíritu Santo obrando y trabajando en medio de este pueblo recién llegado. Como bien sabemos, el aceite siempre ha sido considerado en la Palabra de Dios como la infusión del Espíritu Santo sobre personas individuales tales como reyes o profetas, a través de la ceremonia del derramamiento de un aceite contenido en un cuerno. La cuestión de esta visión es reflejar que el Espíritu Santo de Dios está transformando, dirigiendo y guiando los pasos de Israel, con el fin de volver a alcanzar el esplendor y la prosperidad perdidos. El Espíritu Santo está disponible para el pueblo de Dios con el objetivo de que éste vuelva a ser luz para las naciones. Solamente hay que dejar que fluya en abundancia a través de los canales que éste estime conveniente, y el Espíritu Santo dotará a sus escogidos de los recursos, el ánimo y las capacidades para levantar de nuevo el rostro tras la humillación del destierro.

     Una profecía divina se dedica exclusivamente a Zorobabel, actual gobernador de Israel tras el exilio, con el propósito firme de insuflar de ánimo y aliento a su labor de reconstrucción de Jerusalén y el Templo. Dios quiere que entienda que no debe mirar el alcance y poderío de sus habilidades, que no ha de fiarlo todo a su sabiduría y conocimiento, que no ha de desanimarse al constatar que la reconstrucción se alarga en el tiempo. No debe posar sus ojos en la incapacidad de los seres humanos, en las críticas mordaces de sus adversarios, o en la falta de materiales, sino que toda su fe debe depositarla en el poder del Espíritu Santo y en las promesas que Dios le ha dado a través de los profetas. El Espíritu de Dios es todopoderoso y solo él puede hacer lo que nadie puede hacer, ni siquiera un ejército de reconocida potencia y fortaleza. El mérito de la restauración de lo que fue destruido hace setenta años no será adjudicado a los hombres, sino que será Dios mediante el poder de su Espíritu, el que completará lo que ya se había comenzado. Zorobabel solamente debía descansar en Dios y depender de la obra formidable del Espíritu Santo, el cual trabajaría en todas y cada una de las almas de los habitantes de Israel.

2.      EL ESPÍRITU SANTO NOS CAPACITA PARA VENCER CUALQUIER OBSTÁCULO

      Sabemos que cuando un proyecto es de Dios, los inconvenientes, las barreras y las zancadillas serán el pan de cada día. Tenemos, como cristianos, la experiencia de metas respaldadas por Dios que recibieron críticas sarcásticas, ataques inmisericordes, y oposiciones recalcitrantes. Cuando Dios trabaja en medio de su pueblo, y les hace partícipes de una operación, las enemistades brotan alrededor de nosotros como setas en otoño. La coyuntura a la que se enfrentaba Zorobabel iba a demandar de él, como representante político de Israel, de una confianza plena en la voluntad de Dios: “¿Quién eres tú, oh gran monte? Delante de Zorobabel serás reducido a llanura; él sacará la primera piedra con aclamaciones de: Gracia, gracia a ella. Vino palabra de Jehová a mí, diciendo: Las manos de Zorobabel echarán el cimiento de esta casa, y sus manos la acabarán; y conocerás que Jehová de los ejércitos me envió a vosotros. Porque los que menospreciaron el día de las pequeñeces se alegrarán, y verán la plomada en la mano de Zorobabel. Estos siete son los ojos de Jehová, que recorren toda la tierra.” (vv. 7-10)

      El gran monte del que habla Dios por medio de la visión dada a Zacarías, es el típico gran monte que suele aparecer en nuestras vidas y en la vida de nuestra comunidad de fe, en el preciso instante en el que un avivamiento quiere irrumpir en medio nuestro. Este gran monte es un conjunto de obstáculos, peros, cuestionamientos, comentarios despectivos y destructivos, y otro gran número de críticas malintencionadas, que no quieren ni desean que los propósitos de Dios para su pueblo progresen y alcancen su poderoso cumplimiento. Pueden ser ataques externos como difamaciones, sospechas y murmuraciones del vecindario, como la negación política de actuaciones evangelísticas, como trabas a la labor de comunicación del evangelio por parte de lobbies que valoran nuestra doctrina como contraria a sus ideologías y visión del mundo. Lamentablemente, también existe oposición interna que discute todo aquello que se prevé realizar para la gloria de Dios, que pone en tela de juicio cualquier actuación o programa que busque revitalizar la iglesia, que critica sin miramientos y sin sopesar el origen del proyecto eclesial. Grandes montes que impiden, siquiera momentáneamente, siquiera completamente, el avance del Reino de los cielos y la extensión del evangelio.

      Zorobabel, cuando Zacarías recibe esta profecía, lleva al mando de las operaciones de restauración de Jerusalén diecisiete años, y la cosa parece no avanzar. Pasan los años y todavía están lidiando con la cimentación y los fundamentos de aquello que simbolizará el asentamiento definitivo de Dios en medio de Israel. Es fácil desanimarse y descorazonarse cuando las obras se eternizan y no es posible vislumbrar el final y la consumación de tanto trabajo duro y de tanto empeño esforzado. Si Zorobabel se entregaba, rendido, en brazos de la visión humana y material, lo más posible era que nada llegase a terminarse, y se dejara para mejores tiempos y circunstancias acabar con la reconstrucción de Jerusalén y del Templo. No obstante, Dios quiere avivar el fuego de la ilusión y de la pasión en el corazón desalentado de Zorobabel. Lo que Dios comienza, Dios lo va a terminar. Por eso, Dios hace esta pregunta a aquellos que intentan dilatar y entorpecer la reedificación: “Gran monte, ¿quién eres tú al lado del poderoso de Israel? ¿Qué puedes hacer contra el poder del Espíritu de Dios?” La oposición así se convierte en un acicate para seguir luchando y trabajando, puesto que Dios puede derribar un gran monte para transformarlo en una llanura que permita llevar a término lo que Dios había respaldado e iniciado.

      A nosotros nos vendría también de maravilla considerar aquellos grandes montes de nuestra vida, que no son pocos, como llanuras en virtud del poder del Espíritu Santo, y poder decir a esos elevados y gigantescos montes: “¿Quién eres tú, oh gran monte?” Zorobabel sacaría de esta misma llanura la piedra angular con la que construir la casa de Dios, y completaría la tarea que Dios le había encomendado hasta el final, señalando y confirmando la palabra profética dada a Zacarías, y dejando claro a todo el mundo que Dios aprovecha hasta lo que fue desechado, aquello que fue considerado minúsculo e insignificante, para edificar su voluntad. Y al contemplar por fin, todo un nuevo Templo, toda una nueva Jerusalén, no podrá Zorobabel más que admirar la mano de Dios en todo ello, cantando: “Gracia, gracia a Jerusalén.”

      Aquellos que menospreciaron aquellas opiniones, críticas y comentarios venenosos en torno a unos inicios lentos y costosos de la reconstrucción, gritarán de alegría y gozo al comprobar la bondad, la fuerza y el poder de Dios en la confección del Templo. Sabrán que Dios siempre estuvo ayudando y auxiliando a Zorobabel en la construcción de una renovada Jerusalén. Dios capacitaría a Zorobabel y esforzaría sus desvelos y su sacrificio para entregarle la recompensa más hermosa y más recordada de un nuevo amanecer glorioso para Jerusalén. El Señor no deja nada a medias, y por ello haríamos bien en recordar las palabras de Pablo en Filipenses 1:6: “Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo.”

       Además de que cumplirá con sus promesas, Dios conocerá a aquellos que, en lugar de arremangarse y ponerse manos a la obra, pasaron la mayor parte de su tiempo, desalentando los esfuerzos de los albañiles e ingenieros, poniendo pegas a todo cuanto se hacía, y dando pie a las habladurías con su espíritu negativo y carente de fe en Dios. Los siete ojos de la omnisciencia de Dios que recorren toda la tierra, recogerían fielmente cada actitud y cada respuesta al reto que Él había puesto en manos de Israel. 

3.      EL ESPÍRITU SANTO NOS CAPACITA A PESAR DE NUESTRA INCAPACIDAD

       En la primera parte de la visión, recordaréis que había un par de olivos flanqueando la menorah. A continuación, y para terminar, el ángel que muestra la visión a Zacarías, le ofrece la explicación de su simbolismo y función: “Hablé más, y le dije: ¿Qué significan estos dos olivos a la derecha del candelabro y a su izquierda? Hablé aún de nuevo, y le dije: ¿Qué significan las dos ramas de olivo que por medio de dos tubos de oro vierten de sí aceite como oro? Y me respondió diciendo: ¿No sabes qué es esto? Y dije: Señor mío, no. Y él dijo: Estos son los dos ungidos que están delante del Señor de toda la tierra.” (vv. 11-14) 

       De estos dos olivos brota como un manantial dorado el aceite que alimenta al candelabro de siete lámparas. ¿Quiénes son estos dos olivos que deben ser los transmisores de la necesidad de que el Espíritu Santo opere en el pueblo de Israel? La interpretación más plausible es que sean el sumo sacerdote Josué y el gobernador Zorobabel, como caras visibles de la autoridad religiosa y política que Dios ha instaurado en Israel. Ambos deben ser canales oportunos y obedientes a través de los cuales la ley de Dios llegue a colmar los corazones de cada habitante de Jerusalén y Judá. 

     Lo curioso de esta elección está en quiénes eran estos dos hombres desde el punto de vista puramente humano. En cuanto a Josué, ya vimos que su vida dejaba mucho que desear cuando se presenta delante de Dios acompañado a su diestra por Satanás. ¿Recordáis su vestidura completamente sucia y su aspecto absolutamente desaliñado? Josué debía cambiar por completo de vida, de mentalidad y de espíritu mediante la purificación. Solo a través de este lavamiento podría llegar a ser capacitado por el Espíritu Santo para ser el sumo sacerdote que detentase la autoridad de enseñar y guiar al pueblo en la adoración personal y comunitaria. En cuanto a Zorobabel, cuyo nombre significaba “hijo de Babel,” lo cual seguía recordando el exilio y la marca del castigo de Dios en tierra ajena, su carácter debía ser fortalecido por el Espíritu Santo si no quería caer en las redes de las mentiras, del desánimo y de la desesperanza. Necesitaba una dosis extra de resolución y determinación de parte de Dios para poder completar la titánica tarea de reconstruir toda una nación desde cero. 

        Ambos carecían del poder o de la aptitud para dirigir y gobernar al pueblo si solamente atendemos a sus habilidades y condición espiritual personales. Pero si Dios los capacitaba mediante la unción del Espíritu Santo, estarían en disposición plena para ser aquellos siervos de Dios que levantasen la moral de todo un pueblo, que emprendiesen grandes cosas para el Señor y que marcasen una diferencia histórica con sus acciones y decisiones.

CONCLUSIÓN

       Nuestra fuerza, ahínco o denuedo nunca serán suficientes a la hora de comenzar un proyecto o de llevar a buen puerto un objetivo. Si no contamos con el poder del Espíritu Santo para que nos capacite, nos empodere y nos asista, nuestra misión será imposible. Pero si dejamos que el Espíritu de Dios sea derramado en nuestras vidas, si le permitimos hacer en nuestras almas los retoques y transformaciones de carácter necesarios, y si confiamos más en el poder del Espíritu que en nosotros mismos, no cabe duda de que, por muchos montes enormes y aparentemente infranqueables que se nos crucen en nuestro camino, triunfaremos para la gloria de Dios en aquello que Él nos ordene que hagamos.

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