CORONACIÓN
SERIE DE
SERMONES SOBRE ZACARÍAS “REDIMIDOS, REFINADOS, RESTAURADOS”
TEXTO
BÍBLICO: ZACARÍAS 6
INTRODUCCIÓN
En tiempos
pretéritos de las civilizaciones orientales, la coronación de un monarca era
considerada un evento especialmente significativo y simbólico. No era
simplemente la asunción personal e individual del poder y del gobierno de toda
una nación o de un imperio, sino que implicaba fundamentalmente una
esperanzadora etapa de estabilidad, crecimiento y prosperidad. Lógicamente, no
todos los que llegaban a ocupar el trono eran queridos por el populacho, ni
todos lograban auparse a las cotas de la realeza por medio de cauces legítimos.
Pero si
atendemos de manera particular a la coronación de un soberano del que se tenían
expectativas optimistas y positivas, ese acto adquiría un sentido
tranquilizador, prudente y progresista. Estas expectativas se convertirían en
una u otra cosa durante el reinado de ese monarca, pero en el instante de la
ceremonia de entronización, la ilusión y la alegría de todo un pueblo se
desparramaba abundantemente sobre todas las áreas económicas, sociales y
políticas. La estabilidad que brindaba un rey querido, aplaudido y con buenos
mimbres, era sin duda el corazón del desarrollo de una nación en todas las
parcelas de la convivencia popular.
Nosotros tenemos
un ejemplo muy gráfico en la persona del rey emérito Juan Carlos I. Después de
una dictadura nacional católica, retrógrada, censuradora y dura, como fue la de
Franco, se abría una posibilidad interesante para recobrar la esencia de la
democracia. La transición, como todos sabemos, no fue nada fácil. Se tuvo que
pactar hasta con el mismísimo demonio para poder salir a flote, para poder
elaborar una nueva manera de gobierno que no estallara repentinamente en un
demoledor golpe de estado, echando a perder cualquier iniciativa por vivir en
libertad y justicia en este país.
La figura de
Juan Carlos I, ya nombrado rey de España, fue imprescindible para relanzar
nuestra nación, para evitar conatos de rebelión militar y para facilitar el
proceso de reconstrucción nacional. Nadie en su sano juicio, más allá de que
sea monárquico o republicano, o ninguna de estas dos cosas, podrá arrebatar a
la monarquía el papel conciliador, firme y de estabilidad que logró en los años
más críticos de la incipiente democracia que hoy disfrutamos. El rey, hoy
emérito, metería la pata en muchas otras cuestiones, pero en lo que atañe a dar
estabilidad y legitimidad a una renovación nacional, nadie puede discutir su
altura diplomática y política.
Después de más de
cuarenta años, nuestro país vuelve a convulsionarse política y socialmente hablando.
El bipartidismo que imperó durante más de treinta años, hace un par de
legislaturas que se ha resquebrajado y atomizado hasta crear un contexto
vacilante en el que el caldo de cultivo de la inestabilidad y de la
incertidumbre puede dar a luz un futuro lleno de interrogantes. Y sin embargo,
de nuevo está ahí, presente, el rol de la monarquía, con su función de
intermediación y diálogo, a fin de que todos los partidos puedan comparecer
ante él para hacerle saber sus intenciones en relación a pactos y acuerdos de
legislatura.
El monarca
español, ya despojado de muchas prerrogativas que tuvieron sus antepasados, del
poder fáctico y absoluto que tenían sobre las masas, y del carácter legislador
y judicial, sigue siendo, al menos en España, el garante de una estabilidad
política que trate de superar las diferencias de criterio e idiosincrasia que
manifiestan representativamente los partidos políticos a través de las
elecciones generales. Si esto pasa hoy día, ¿cómo no hemos de entender que en
los tiempos de Zacarías una coronación era algo sublime y altamente necesario
para que los destinos de un pueblo exiliado fuesen lo más óptimos posible?
1.
CORONACIÓN
EN TIEMPOS DE PAZ
Zacarías, en su
experiencia visionaria, vuelve a tener una visión equina, como aquella que tuvo
de unos jinetes entre los mirtos. El simbolismo de esta visión precede al
oráculo que después comunicará Dios a su siervo. Esto es lo que Zacarías
contempla: “De nuevo alcé mis ojos y
miré, y he aquí cuatro carros que salían de entre dos montes; y aquellos montes
eran de bronce. En el primer carro había caballos alazanes, en el segundo carro
caballos negros, en el tercer carro caballos blancos, y en el cuarto carro
caballos overos rucios rodados. Respondí entonces y dije al ángel que hablaba
conmigo: Señor mío, ¿qué es esto? Y el ángel me respondió y me dijo: Estos son
los cuatro vientos de los cielos, que salen después de presentarse delante del
Señor de toda la tierra. El carro con los caballos negros salía hacia la tierra
del norte, y los blancos salieron tras ellos, y los overos salieron hacia la
tierra del sur. Y los alazanes salieron y se afanaron por ir a recorrer la
tierra. Y dijo: Id, recorred la tierra. Y recorrieron la tierra. Luego me
llamó, y me habló diciendo: Mira, los que salieron hacia la tierra del norte
hicieron reposar mi Espíritu en la tierra del norte.” (vv. 1-8)
Estos cuatro
carros tirados por caballos de diferentes tonos de pelaje, y manejados por
ángeles de Dios son los vientos que recorren la tierra en sus cuatro puntos
cardinales. Son estos carros los responsables de circundar todo el planeta
observando las sazones, los tiempos, las circunstancias que ocurren a todos los
seres humanos, el desarrollo de las edades en distintas civilizaciones humanas,
y cuando han hecho su trayecto, tienen la misión de informar cumplidamente a
Dios de todo cuanto ven y perciben. Algunos podrían pensar que si Dios es
omnisciente, no necesitaría de estos servidores celestiales. Sin embargo,
debemos leer estos pasajes con la cautela propia de hermeneutas sinceros e
inteligentes. La imaginería y los simbolismos de los que la profecía se nutre,
y que son otorgados por Dios de forma enigmática e ilustrativa al profeta, son
conceptos que deben ser asimilados por personas que provenían del cautiverio
babilónico, que no habían pisado Israel nunca, y que se habían educado dentro
del contexto pagano, mitológico y politeísta de latitudes ajenas a la de sus
antepasados.
Estos vientos
angélicos habían encontrado la tierra en paz. Las naciones se hallaban exentas
de conflictos bélicos y era el momento ideal para la reconstrucción de
Jerusalén y para la restauración del espíritu patriótico y religioso de Israel.
Unos carros, tal como notamos en la revelación profética de Zacarías, se dirigen
al norte, a tierras babilónicas de las que proceden los desterrados de Israel.
Y otros tantos, vuelan ágilmente hacia el sur, hacia los territorios de otro de
los enemigos permanentes de Israel, Egipto. Sin embargo, Dios determina en su
soberana voluntad que su pueblo en la cautividad debe ser liberado al fin para
comenzar a edificar Jerusalén. Por eso, concede a los carros que se dirigen al
norte que éstos sean los portadores de las buenas noticias de la liberación,
del advenimiento del Espíritu Santo sobre las vidas de una nación sometida y
aprisionada en Babilonia. La presencia del Espíritu de Dios da el pistoletazo
de salida para marchar hacia las raíces y las esencias que sus progenitores
habían dejado atrás a causa de sus pecados y desobediencias a Dios.
La verdad es que
saberse liberado de unas ataduras que no te han permitido saborear la
autenticidad de tu identidad cultural y religiosa es algo realmente increíble.
Todos aquellos que, profesándose cristianos evangélicos o protestantes, vislumbraron
y gustaron de la luz de la democracia y de una cierta tolerancia religiosa,
saben exactamente a qué me refiero. Pero no siempre la felicidad es completa
hasta que de verdad pasan los años y la estabilidad política, expresiva y
social no se asienta de forma definitiva. Así debieron pensar muchos de los que
emprendieron su salida de Babilonia para acompañar a Zorobabel y al sumo
sacerdote Josué. Necesitaban un acto ceremonial que respaldara sus sueños, que
apoyara sus anhelos de libertad, y que confirmara la realidad de un nuevo
amanecer nacional. Era menester realizar un acto de coronación simbólico
mediante el cual reconocerse todo el pueblo como una auténtica nación que es
dueña de su futuro y de su reconstrucción nacional.
Muchas iglesias
locales pasan por situaciones similares a esta. Sufren periodos de su
existencia en los que no existe un liderazgo claro o en los que el liderazgo
toma derroteros contrarios a lo que Dios quiere para su iglesia. Cuando una
atmósfera asfixiante se apodera de la convivencia fraternal y comunitaria,
muchos huyen despavoridos por temor a ser heridos o dañados a causa del
desorden y la inestabilidad espiritual que imprime un liderazgo turbio o falto
de sabiduría. La iglesia, en esos momentos, comienza una andadura ardua en la
que a trancas y barrancas pugna por volver a ser lo que fue, por retornar a los
caminos de Dios, por desbancar a personas que hacen más mal que bien a la
congregación. Y cuando, tras años de dura lid y un proceso difícil en el que la
situación es precaria y crítica, la iglesia levanta de nuevo la cabeza, sabe
que Dios ha estado trabajando en ella, purgando tal vez a personas tóxicas,
reformando y fortaleciendo mentes débiles y frágiles, y dando una nueva
oportunidad para retomar el pulso a una dinámica estable, saneada y cada vez
más armónica.
2.
CORONACIÓN
RESPONSABLE
Con la
experiencia de Israel tras su deportación en mente, es posible entender lo que
sucede a continuación. Zacarías recibe un oráculo de parte de Dios que no
solamente se circunscribe a la figura presente de su sumo sacerdote Josué, sino
que llega a tener un alcance mesiánico esperanzador para el porvenir: “Vino a mí palabra de Jehová, diciendo:
Toma de los del cautiverio a Heldai, a Tobías y a Jedaías, los cuales volvieron
de Babilonia; e irás tú en aquel día, y entrarás en casa de Josías hijo de
Sofonías. Tomarás, pues, plata y oro, y harás coronas, y las pondrás en la
cabeza del sumo sacerdote Josué, hijo de Josadac. Y le hablarás, diciendo: Así
ha hablado Jehová de los ejércitos, diciendo: He aquí el varón cuyo nombre es
el Renuevo, el cual brotará de sus raíces, y edificará el templo de Jehová. El
edificará el templo de Jehová, y él llevará gloria, y se sentará y dominará en
su trono, y habrá sacerdote a su lado; y consejo de paz habrá entre ambos.”
(vv. 9-13)
Cuatro personas
son escogidas por Dios para elaborar un evento de coronación muy especial:
Heldai o Helem, cuyo nombre significa “paciente” o “que soporta,” Tobías, “el
Señor es bueno,” Jedaías, “el Señor conoce,” y Josías o Hen, “favor.” Como bien
sabemos, los nombres de personas tienen un simbolismo muy característico, y si
Dios mismo es el que los escoge para que traigan oro y plata para confeccionar
las coronas que serían puestas en la cabeza de Josué, sumo sacerdote, se
esperaría que el coronado adquiriese las virtudes que se declaran en cada uno
de los nombres de los deportados en Babilonia. La paciencia, la bondad, la
sabiduría o el favor y la gracia de Dios serían buenos elementos que Josué
debía fomentar en su vida con el propósito de ejercer su labor sacerdotal y
religiosa según la voluntad de Dios.
Pero ser coronado
no iba a ser una cuestión puntual en la que alegrarse y regocijarse. Josué
debía atender con prudencia y atención a las palabras que Dios da a Zacarías
para serle transmitidas fielmente. El Señor, después de haber purificado su
alma y sus vestiduras sacerdotales en aquella visión de la que hablamos en otro
sermón anterior, puede llamar a Josué como el Renuevo, como aquel que recogerá
el testigo de la ley de Dios que se había extraviado más de setenta años atrás.
Será el responsable de comunicar lealmente cada una de las ordenanzas de Dios,
de representar dignamente a Dios en términos religiosos delante del pueblo, y
de reedificar el templo que fue destruido a causa del adulterio espiritual de
sus padres.
Su trabajo
consistirá en recuperar la vida espiritual de toda una nación, sedienta de Dios
y del conocimiento de sus mandamientos. Sin su acción dispuesta y diligente, la
inestabilidad sería una carcoma que iría destruyendo las esperanzas de una
sociedad que necesitaba una constitución, unas leyes y un Dios que les guiase.
Devolver la gloria al templo, antaño desvaída y disipada por razón del pecado,
dirigir la estabilidad de la espiritualidad de Israel y coordinar sus
actividades con las del gobernador de Jerusalén, Zorobabel, serían un desafío y
un reto tremendo, que con la ayuda de Dios, sería posible completar más pronto
que tarde.
Dirigir y
pastorear una congregación no es simplemente exhibir una capacitación o lograr
una encomendación desde la cual dejar que todo funcione sin pegar un palo al
agua. El liderazgo espiritual de una iglesia debe responsabilizarse y
comprometerse sin fisuras al proyecto eclesial y misionero. Debe demostrar
paciencia en multitud de ocasiones y situaciones, ha de ser pastoralmente
misericordioso, tiene que perseguir el discernimiento y la sabiduría para
abordar diferentes planteamientos y circunstancias que se puedan presentar en
la dinámica de iglesia, y ha de propiciar un ambiente acogedor, positivo y
armonioso en el que todos podamos trabajar fielmente delante de Dios.
Las coronas o
las medallas brillantes que muchos buscan al ser nombrados pastores o diáconos
para lograr cuotas de poder e influencia sobre las personas sin pensar en su
auténtica necesidad espiritual y pastoral, se las comerá el orín y el óxido.
Pero una vida de entrega y sacrificio por cada una de las ovejas del rebaño del
Señor, tendrá su merecido galardón de las propias manos de Cristo cuando comparezcamos
ante su tribunal para rendirle cuentas de nuestro llamamiento y servicio.
3.
CORONACIÓN CONFIRMATORIA
Tras la
coronación, estas coronas serían confiadas a los mismos hombres que aportaron
la plata y el oro para hacerlas. Sería un recordatorio simbólico de que al fin
la estabilidad y el favor de Dios estaban echando raíces entre el pueblo, a
nivel gubernativo y a nivel espiritual. Estas coronas señalarían a cuantos
todavía dudaban de si volver de nuevo a Israel desde Babilonia, que se estaban
echando los cimientos de una reconstrucción sólida y progresiva, que los
pilares sobre los que se iba a edificar la identidad de Israel se estaban
asentando con garantías, que no había nada que temer porque Dios había enviado
a su profeta Zacarías para confirmarles la realidad de un renovado horizonte de
prosperidad y fecundidad: “Las coronas
servirán a Helem, a Tobías, a Jedaías y a Hen hijo de Sofonías, como memoria en
el templo de Jehová. Y los que están lejos vendrán y ayudarán a edificar el
templo de Jehová, y conoceréis que Jehová de los ejércitos me ha enviado a
vosotros. Y esto sucederá si oyereis obedientes la voz de Jehová vuestro Dios.”
(vv. 14-15)
La coletilla
final de este oráculo divino dado a Zacarías es bastante sugerente, ya que nada
de lo que vaya a suceder tendrá lugar si primeramente la obediencia y la
atención a la voz profética de Dios no son un hecho. Todo lo hermoso de la
reconstrucción, de la restauración y de la liberación, es el resultado del
arrepentimiento por los caminos pasados, de la confesión de la necesidad de
depender de Dios para emprender una nueva vida, y la determinación de vivir de
acuerdo a los designios sabios y perfectos del Señor.
CONCLUSIÓN
Lo mismo sucede
con la iglesia de Cristo. Si deseamos crecer, madurar, recuperar a personas que
pasaron por nuestra comunidad de fe y que marcharon porque hubo tiempos
realmente traumáticos y críticos en lo que al liderazgo se refiere, y recibir
de Dios un avivamiento que nos permita alcanzar a más personas con el evangelio
de Cristo, la obediencia debe ser primordial. La fidelidad a la Palabra de Dios
y al ejemplo de Jesús debe presidir siempre nuestros deseos de ser una
comunidad de fe en expansión y en fructificación.
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