VINDICACIÓN




SERIE DE SERMONES SOBRE ZACARÍAS “REDIMIDOS, REFINADOS, RESTAURADOS”

TEXTO BÍBLICO: ZACARÍAS 1:18-21

INTRODUCCIÓN

       Creo que todos sabemos que la vida no es justa. Es una realidad que podemos palpar en cada noticia que nos sobresalta por la clase de crueldad que es capaz de perpetrar el ser humano. Es una cucharada de vinagre que, desgraciadamente, hemos catado en más ocasiones de las que quisiéramos recordar. Es una dinámica cíclica y constante que reduce los márgenes de felicidad de cualquier persona. Desde que el ser humano equivocó la dirección de sus decisiones en el Edén, los problemas crecen y la existencia se ha convertido en una suma interminable de injusticias a cual más aborrecible e insoportable. 

       Admitámoslo: la injusticia es parte de nuestra experiencia vital, y cuando ésta se alimenta como un vampiro de la yugular de nuestro bienestar general, lo único que esperamos es que alguien se haga cargo de nuestra situación, juzgando al que nos ha robado la paz y dictaminando una sentencia ejemplar que deje claro que todo acto tiene consecuencias punitivas. La pregunta que nos desazona e intranquiliza, sin embargo, es: ¿Quién nos vindicará cuando caemos en manos de nuestros injustos e impíos enemigos? ¿Serán la justicia ordinaria y los tribunales humanos aquellos que juzgarán y resolverán mi caso? ¿O, a la luz de las actuaciones judiciales actuales, no nos quedará más remedio que asumir que nunca recobraremos la dignidad que nos han despojado?

      No seré yo quien despotrique contra las instancias de la judicatura. Debemos hacer un esfuerzo por confiar hasta cierto punto en el buen hacer y la profesionalidad de jueces y tribunales. No haríamos bien en generalizar la idea recurrente de que la justicia solamente trabaja bien cuando sus engranajes son bien aceitados con dinero e influencias. Es posible ser vindicados, aunque sea parcialmente, desde el acceso al poder judicial. No obstante, sabemos que existen situaciones tan nebulosas y que rozan el límite de lo ilegal y de lo legal, que nos afectan, y que se quedan en el limbo de la justicia terrenal. 

       Además, no cabe duda de que, en muchas oportunidades, todos hemos sido vilipendiados, amenazados, insultados o vejados por causa de nuestra adhesión a la causa de Cristo, y pocas pruebas podemos recabar para demostrar que estamos siendo objeto de la furia y acoso de instituciones, personas y organismos sociales. ¿Qué hacer en aquellas circunstancias en las que nuestro nombre es arrastrado por el fango, nuestra dignidad puesta en duda y nuestros derechos vetados? Si no podemos lograr absolutamente nada acudiendo a los juzgados, dado que es nuestra palabra contra la de otros individuos de catadura moral deplorable, ¿quién nos vindicará en nuestra hora más triste y oscura?

       La palabra “vindicación” significa “defender o exculpar a una persona injustamente atacada, vengar, reivindicar.” ¿Es posible que alguien pueda defendernos de las falsas acusaciones que otros vierten contra nuestra reputación y testimonio? ¿Habrá alguna instancia a la que recurrir para ser exculpados de aquellas difamaciones y de aquellos vituperios que nuestros enemigos nos lanzan como si fuesen cuchillos afilados? ¿Quién nos vengará y reivindicará cuando se cierna sobre nosotros la sombra de una duda o de una sospecha? 

       Hoy más que nunca corren bulos sobre nuestras iglesias, nuestros pastores y nuestros objetivos misioneros. Se nos echa en el mismo saco que a pederastas, que a ladrones de guante blanco y que a homófobos y machistas irredentos. Se nos adjudica una serie de lindezas que no tienen consonancia con nuestra identidad y realidad, pero que permean la opinión popular y nos dejan a la altura del betún. ¿Quién podrá poner nuestro nombre como creyentes y como iglesia de Cristo en el lugar de la verdad y la justicia? Solamente hay una contestación a esta cuestión: nuestro Dios.

1.      INJUSTICIA HUMANA

     En el pasaje bíblico que hoy nos corresponde exponer, Zacarías vuelve a tener una nueva visión de parte de Dios. Tras haber sido testigo onírico del amor y del celo del Señor por Israel y Jerusalén, así como de la justicia que será derramada sobre aquellos pueblos que se aprovecharon de la coyuntura dantesca de Sion, el profeta se ve trasladado a otra escena en la que contempla algo que para nosotros es misterioso y curioso a partes iguales: “Después alcé mis ojos y miré, y he aquí cuatro cuernos. Y dije al ángel que hablaba conmigo: ¿Qué son éstos? Y me respondió: Estos son los cuernos que dispersaron a Judá, a Israel y a Jerusalén.” (vv. 18-19)
 
       Ante sus ojos abiertos y pasmados, Zacarías ve cuatro cuernos. Como ya sabemos, el Señor utiliza imágenes propias de lo cotidiano para expresar con simbolismos una verdad real y profética. En este caso, el cuerno es el protagonista. ¿Qué significado tiene esta protuberancia córnea que adorna la testa de muchos animales rumiantes? El cuerno, en términos animales, era la medida del poder del espécimen; y en términos metafóricos, el cuerno era la figuración de la fuerza política y militar de un reino o nación. Cuanto más grande era el cuerno, mayor era el poderío de un pueblo. Además, como podemos colegir de la forma puntiaguda que caracteriza a un cuerno, también se interpretaba en clave de agresividad, violencia y capacidad bélica.

     Zacarías nos habla de cuatro cuernos. Algunos comentaristas piensan que se trata de cuatro naciones que hostigaron y asolaron Israel en distintas etapas de su trayectoria nacional. Otros creen que se trata de un número redondo que implica que Jerusalén y Judá fueron atacados y acosados desde los cuatro puntos cardinales de la tierra. Sea como fuere, de lo que no cabe la menor duda es, de que, Dios juzgó a Israel a causa de su pecado, pero estos feroces cuernos o reinos, se extralimitaron en el papel disciplinador que Dios había previsto para ellos. Y Dios no iba a dejar pasar esto de largo. 

       A nosotros, dada la advertencia de Jesús de que en este mundo íbamos a padecer y sufrir aflicciones simplemente por el mero hecho de ser sus discípulos, no nos puede, ni debe, sorprender que los enemigos de la fe nos arrojen al lodo de las disputas vanas, de los reproches sin fundamento y de las fake news. Como peregrinos que avanzamos poco a poco hasta alcanzar las puertas de la Nueva Jerusalén celestial, no podemos pensar que nuestras vidas estarán exentas de comentarios vejatorios, de insensibles tratamientos y de palabras llenas de veneno. Los cuernos de este mundo siguen embistiéndonos, continúan colocándonos en los cuernos del toro, pasando por situaciones difíciles y peligrosas. Y aun cuando muchas cosas que provienen de personas que nos aborrecen nos huelan a cuerno quemado, el Señor nos llama a coger el toro por los cuernos y a enviar al cuerno cualquier malintencionada acción de nuestros adversarios.

2.      VINDICACIÓN DIVINA

      Cuando una circunstancia extremadamente desagradable se abate sobre nuestro prestigio y reputación, nuestro primer deseo es que Dios se apiade de nosotros y que nos ayude a desmontar las acusaciones de los que nos quieren mal. No obstante, el Señor sabe emplear su justicia de forma certera y oportuna dentro de su soberana voluntad, y a veces sus tiempos de sentencia no son los nuestros. Zacarías, en su asombro visionario, observa como a continuación de la imagen de los cuatro cuernos, aparecen cuatro carpinteros empuñando sus martillos: “Me mostró luego Jehová cuatro carpinteros. Y yo dije: ¿Qué vienen éstos a hacer? Y me respondió, diciendo: Aquéllos son los cuernos que dispersaron a Judá, tanto que ninguno alzó su cabeza; mas éstos han venido para hacerlos temblar, para derribar los cuernos de las naciones que alzaron el cuerno sobre la tierra de Judá para dispersarla.” (vv. 20-21)

      Los carpinteros que ve Zacarías son algo más que unos meros artesanos. La palabra hebrea original “charash” es empleada en el Antiguo Testamento para describir tanto a herreros, a ebanistas, como a labradores de piedra. Lo que les une es la clase de herramienta fundamental que usan para llevar a cabo su tarea minuciosa, pausada y excelente. No son guerreros que se lanzan a la batalla como un Thor redivivo blandiendo su Mjolnir, ni son soldados que van a desmenuzar todo cuanto se les ponga por delante. Son artesanos capaces que van a llevar a cabo su tarea con cuidado, despacio y sin dejar un detalle por trabajar. Estos carpinteros que Zacarías ve, no vienen precisamente a martillear el metal en la fragua, ni a pulir y desbastar la madera para construir un mueble, ni a crear una escultura hermosa y primorosa. Su misión es la de vindicar a Israel, es la de ejecutar la justicia de Dios sobre aquellos pueblos que se pasaron de la raya contra Jerusalén y sus habitantes. Los cuernos, erguidos y tranquilos, confiados en su poder y en su paz temporal, van a recibir la visita vindicadora de estos cuatro servidores de Dios.

       En su amor incalculable por Jerusalén, Dios quiere demostrar a su pueblo que la justicia siempre llega a tiempo. No será una justicia drástica como la que se abatió sobre Sodoma y Gomorra cuando desde el cielo llovió destrucción y castigo. Pero será una justicia que conmoverá los cimientos de aquellas civilizaciones que abusaron de Israel. Poco a poco, los carpinteros, con mano firme y diestra, irán menoscabando y golpeando rítmicamente sobre aquellas cosas en las que los pueblos enemigos de Israel habían puesto su confianza. Y no pasaría mucho tiempo hasta que el Imperio Babilónico, Edom, Moab, y otras naciones que se regodearon de la desgracia ajena de Judá, cayeran en desgracia y fuesen erradicadas de la faz de la tierra, tan solo dejando memoria de su existencia en las ruinas y los vestigios arqueológicos. La historia nos demuestra que a su debido tiempo, todos cuantos se han sobrepasado contra el pueblo escogido de Dios, han sufrido las consecuencias de sus deleznables y malvados hechos. El Señor siempre ha vindicado a Israel, y nunca dejará de hacerlo por amor de su promesa y de su celo eterno.

      En nuestro caso, como Israel espiritual que somos, como iglesia de Cristo, también seremos vindicados. Tal vez no sea justo cuando queremos. Quizá no vivamos lo suficiente para poder ver de primera mano cómo Dios pone a cada cual en su lugar. Pero de lo que no podemos sospechar es, de que Dios nos abandone y nos deje a nuestra suerte. Dios tiene en su omnisciente memoria cada uno de los insultos, de las murmuraciones, de las violencias y de las malas artes de nuestros detractores, no lo olvides. La justicia de Dios es inexorable. Nadie que elabore mentiras, patrañas o maledicencias en contra de sus hijos, se verá sin castigo ni represalia por parte suya. 

      Su protección en este aspecto, es algo que no podemos soslayar, sobre todo en tiempos en los que cualquiera puede decir lo que se le pase por la mente sin ton ni son, contra los cristianos, sean de la denominación que sean. Podrán asaetearnos con burlas, escarnios y chismes de toda calaña e infame procedencia, pero Dios nos vindicará. Ante los absurdos ataques despectivos y menospreciativos de nuestros enemigos, nuestra actitud debe ser de defensa de nuestros derechos, de denuncia de la falta de respeto a la libertad de fe y confesión, y de espera en Dios, el cual, Justo Juez, no permitirá que su pueblo sea zarandeado y maltratado por más tiempo del necesario.

CONCLUSIÓN

      Si por motivo de ser cristianos, todos hemos de soportar las imprecaciones y las amenazas de otros seres humanos e instituciones de dudosa catadura moral, pongamos nuestro caso en manos del Señor, porque solo Él podrá vindicarnos. Si tus vecinos no paran de darle a la sinhueso para ponerte a caer de un burro a causa de tu fe en Cristo, no te preocupes, porque el Señor cerrará sus bocas cuando les llegue el turno en el día del Juicio Final, a menos que se arrepientan en un momento dado. Si la iglesia, por el hecho de predicar la Palabra de Dios sin tapujos ni medias tintas, es llevada ante los tribunales acusada de mil y un cargos a todas luces inmorales, no temamos, porque el Espíritu Santo nos dará qué decir en esa hora, y Dios juzgará a aquellos que atentaron contra nuestro buen nombre con la misma medida en que nuestros adversarios nos juzgaron.

      Sea cual fuere el ataque al que te enfrentes solo por reconocerte y confesar que Cristo es tu Señor y Salvador, confía en que Dios te vindicará y vengará la injusticia de la que has sido objeto. Mientras tanto, atiende a las palabras del apóstol Pablo cuando él mismo se hallaba en entredicho y en medio de las pruebas: “Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo… Acuérdate de Jesucristo, del linaje de David, resucitado de los muertos conforme a mi evangelio, en el cual sufro penalidades, hasta prisiones a modo de malhechor; mas la palabra de Dios no está presa. Por tanto, todo lo soporto por amor de los escogidos, para que ellos también obtengan la salvación que es en Cristo Jesús con gloria eterna.” (2 Timoteo 2:3, 8-10)

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