RESTAURACIÓN
SERIE DE
SERMONES EN ZACARÍAS “REDIMIDOS, REFINADOS, RESTAURADOS”
TEXTO
BÍBLICO: ZACARÍAS 2:1-13
INTRODUCCIÓN
Si alguna vez
habéis podido hablar con una persona exiliada de su patria a causa de sus ideas
y de sus creencias, seguramente podríais escuchar tras cada palabra de
amargura, el eco de un tiempo que se perdió para no regresar. Y aun cuando esa
persona al fin pudo retornar a su hogar, a su tierra, a sus raíces, ésta ya no
es igual que como fue antes de tener que partir forzosamente a otras latitudes
desconocidas e ignotas. El corazón del exiliado es un corazón oxidado por el
mar de lágrimas que ha tenido que derramar día tras día justo después de dejar
atrás el horizonte de su identidad y de su anclaje cultural. Aquel al que no le
queda más remedio que ser llevado sin misericordia fuera del área de influencia
de todo lo que conoció desde que nació, vive como en un sueño interminable,
gris y deslucido, insoportable e incierto. El exilio no es una experiencia
escogida, una opción que elegir en la vida. Es una imposición externa y
autoritaria que nos arrastra a lugares donde se vive la vida de otro modo
completamente distinto al que nos inculcaron nuestros ancestros.
Si alguna vez
habéis podido conversar, aunque solo sea un instante, con alguien que ha sido
desterrado lejos de su casa, de sus amores y de sus recuerdos, adivinaréis en
su alma una cicatriz enorme que recorre cada pensamiento, cada memoria, cada
imagen del pasado. El espíritu quebrantado del desterrado sigue amasando la
nostalgia que nunca se apartará de su lado, continúa añorando lo que fue y que
ya no es, persiste en creer que, a pesar de haber vuelto de su largo viaje por
otros lares, todo sigue siendo una fantasía, algo que no es real.
Necesitaríamos grandes dosis de misericordia y empatía para comprender lo que
se siente cuando te arrebatan el futuro, destrozan tu presente y te obligan a
renunciar a tu pasado. No es fácil colocarse en los gastados zapatos de
peregrinos que, después de tantos años de lejanía y soledad en otro país, han
aprendido a hacer las cosas de un modo distinto, a pensar de un modo diferente,
a vivir sin aquello que les hacía ser ellos mismos. El desterrado, el alienado
y el exiliado siempre cuentan historias del trágico momento en el que fueron
expulsados, y es una vivencia que no se borrará mientras respiren.
¿Has pensado
alguna vez que, espiritualmente, todos nosotros hemos sido desterrados y
exiliados en un momento dado? ¿Has sentido en lo más profundo de tu ser que
perteneces a otro lugar, un lugar mejor, hermoso, perfecto? ¿Has reflexionado
alguna vez sobre esa corazonada que te dice que tu hogar está más lejos de lo
que parece? Si hacemos un ejercicio de introspección personal, y si lo
realizamos desde una visión espiritual de todo aquello que somos y del contexto
en el que vivimos, la realidad es que tú y yo somos exiliados, tal vez no en
cuerpo, pero sí en alma. Nuestro ente corporal nos dice que vivimos en este
planeta, pero nuestro corazón palpita más fuerte y más atropelladamente cuando
escuchamos las palabras de Jesús prometiéndonos un hogar inmarcesible e
incorruptible en las mansiones celestiales.
Esto quiere
decir algo. Quiere decir que hoy por hoy, estamos desterrados de la gloria de
Dios a causa de nuestro pecado, de nuestras malas elecciones y de nuestras
malvadas acciones. Quiere decir que un día, por obra y gracia del sacrificio de
Cristo, podremos reencontrarnos con nuestra auténtica patria, con nuestro
verdadero origen y destino. Ahora mismo, aun cuando no meditemos lo suficiente
en ello, estamos recorriendo el trayecto que nos separa entre nuestro exilio
terrenal y la Nueva Jerusalén que nos espera con sus puertas bien abiertas y
con su Rey dispuesto a amarnos eternamente.
1.
PROMESA DE
LA PROTECCIÓN DE DIOS
Pensemos por un
instante en esta estampa que se hará realidad cuando así el Señor lo determine.
Y pensemos en aquellas personas que tras setenta años alejados
involuntariamente de su tierra, penando a causa de su idolatría y adulterio
espiritual, tienen la oportunidad de volver a la patria de sus antepasados,
muchos ya fallecidos en tierra extraña. Miremos sus rostros, observemos su
ánimo, acompañémosles en su trayecto a la libertad y al encuentro con sus
raíces. Como decía John Rodrigo Dos Passos, “podemos arrancar al ser humano de su país, pero no podemos arrancar el
país del corazón del ser humano.” Esperanzados en comenzar desde cero la
reconstrucción de su nación y de su identidad, todavía siguen frotándose los
ojos cada vez que vuelven a contemplar una Jerusalén derruida y destruida. Sin
embargo, Dios quiere que al fin se den cuenta de que su promesa de liberación
es un hecho, y para ello, envía a Zacarías, su profeta, para dar a sus sueños
la consistencia de aquello que es real y fehaciente.
Del mismo modo en
que en los dos últimos sermones, Zacarías vuelve a tener una visión: “Alcé después mis ojos y miré, y he aquí un
varón que tenía en su mano un cordel de medir. Y le dije: ¿A dónde vas? Y él me
respondió: A medir a Jerusalén, para ver cuánta es su anchura, y cuánta su
longitud. Y he aquí, salía aquel ángel que hablaba conmigo, y otro ángel le
salió al encuentro, y le dijo: Corre, habla a este joven, diciendo: Sin muros
será habitada Jerusalén, a causa de la multitud de hombres y de ganado en medio
de ella. Yo seré para ella, dice Jehová, muro de fuego en derredor, y para
gloria estaré en medio de ella.” (vv. 1-5)
Después de
considerar la vindicación de Israel por medio de la justicia divina contra
aquellas naciones que se extralimitaron en su maltrato, el Señor envía una
serie de imágenes que traen un nuevo mensaje, esta vez de restauración, de
aliento y de respaldo. Un hombre, llevando un cordel de medir de aquellos que
usaban los albañiles y los ingenieros de la construcción de aquellos días, se
dispone a apuntar las medidas del perímetro de Jerusalén. Este varón representa
a los retornados del exilio que intentan recuperar el antaño fulgurante
esplendor de Jerusalén y de Sion. Todos arriman el hombro para restablecer la
gloria de un reino reducido a cenizas y escombros. Todos se unen como un solo
hombre para restaurar todo aquello que se había hecho añicos.
Dios considera
que es necesario que todo el pueblo, tanto los que se quedaron, como aquellos
que regresan, unan sus esfuerzos en pro de construir una nueva Jerusalén, de
levantar los muros que fueron derribados, de erigir un nuevo Templo que recoja
los anhelos religiosos de la nación. Sin embargo, un ángel del Señor urge a
Zacarías a que informe a este albañil de que el amor de Dios perfeccionará todo
cuanto se está llevando a cabo por reinventar Israel. Los muros dejan de tener
sentido cuando Dios dice que Jerusalén no necesitará de ellos para protegerse
de sus enemigos. Las murallas y toda clase de precauciones defensivas no serán necesarias
mientras Dios sea el centro de su adoración y sus leyes sean obedecidas. La
prosperidad y la bendición que Dios ofrece a los desterrados y exiliados serán
tan grandes que se extenderán más allá de lo imaginable, fuera incluso de los
límites establecidos por la ciudad santa, abarcando a gentiles y habitantes de
otros pueblos y naciones.
Su protección
será el reflejo y la evidencia de su misericordia y de su pasión por su pueblo.
Nadie en su sano juicio querrá enfrentarse a un muro hecho de llamas espantosas
y ardientes, del mismo modo que ningún adversario podrá penetrar sin ser
achicharrado por la potencia del fuego de Dios. Dios protege a su pueblo de día
y de noche, demostrando así que su presencia y gloria santa mora en medio de
éste. Todas las naciones podrán contemplar claramente que Dios ha vuelto a
restaurar su pacto con Israel, que ha decidido darles una nueva oportunidad
para que puedan confiar en Él y en su Palabra.
Nosotros, como
exiliados que desean plantarse delante de las puertas doradas y perladas de los
cielos, como pecadores que pasamos una buena temporada siendo víctimas del
pecado y de la esclavitud de Satanás, tenemos la promesa de parte de Dios, de
que si nos arrepentimos de nuestras iniquidades y aceptamos de buen grado la
libertad que Él nos ofrece en Cristo, podremos ser testigos de la realidad
espiritual más maravillosa y formidable que nuestros ojos podrán ver jamás:
nuestra redención y nuestra salvación. Al igual que los que regresan a su
tierra, nosotros volveremos a una ciudad santa donde todas las naciones se
unirán en una convivencia eterna y preciosa presidida por la santidad de Dios,
el amor de Cristo y el consuelo del Espíritu Santo. Dios será nuestra gloria y
nuestra fortaleza tras toda una vida padeciendo a causa de nuestro pecado y de
las asechanzas del maligno. La iglesia, como agencia del Reino de los cielos,
como lugar de tránsito hacia nuestro auténtico hogar en los cielos, debe ser
nuestro lugar de entrenamiento y de aprendizaje para lo que nos espera junto a
Cristo.
2.
ESCAPA DE
LA PRISIÓN DE TU EXILIO
A continuación de
esta visión esperanzadora y alentadora, Zacarías recoge las palabras que lanza
al viento el Señor hacia aquellos que todavía dudan de que Dios les ha
concedido la merced de regresar a su patria: “Eh, eh, huid de la tierra del norte, dice Jehová, pues por los cuatro
vientos de los cielos os esparcí, dice Jehová. Oh Sion, la que moras con la
hija de Babilonia, escápate. Porque así ha dicho Jehová de los ejércitos: Tras
la gloria me enviará él a las naciones que os despojaron; porque el que os
toca, toca a la niña de su ojo. Porque he aquí yo alzo mi mano sobre ellos, y
serán despojo a sus siervos, y sabréis que Jehová de los ejércitos me envió.”
(vv. 6-9)
A veces
nosotros mismos nos hemos encontrado en la tesitura de dudar de lo que Dios nos
promete por medio de su Palabra en cuanto a nuestra liberación y en cuanto a la
vida eterna que nos ha dispensado por medio de nuestra fe en Cristo. Hallamos a
personas que han escuchado del evangelio de amor de Jesús, pero que todavía se
muestran remisas a tomar una decisión en favor de aceptar la gracia y el perdón
de Dios exhibidos en la cruz del Calvario. Por eso, nos llama la atención con
ese “eh, eh.” “No os detengáis a poner en tela de juicio lo que he hecho yo por
vosotros al devolveros el gozo de disfrutar de nuevo de vuestra tierra,” dice
el Señor. “No te dejes confundir por la
comodidad de tu situación de exilio. Vuelve a mí. Vuelve a casa.”
El peligro que
corre un exiliado y un desterrado es que decida no volver a ver más el paisaje
que la nostalgia se encargó de mostrarle siempre. Algunos desterrados acaban
renunciando a sus sueños de regresar a sus raíces, a sus orígenes, y se establecen
y acomodan en el país en el que no les queda más remedio que habitar. Dios no
desea que el alma de la persona expulsada de su patria se resigne y decline
retornar algún día a su añorada patria. El problema es que Dios establece que,
como esta nación que los acoge fue la responsable de su estado y situación
actual, la nación que los desarraigó de la fuente de su identidad será juzgada
sumariamente por Dios. Y si uno está todavía en medio de este pueblo juzgado y
opta por no volver a la tierra de sus amores, corre el riesgo de ser contado
como víctima de este juicio vindicador.
A nosotros nos
sucede o nos sucedió exactamente lo mismo. Uno no quiere dejar el confort de
una vida mediocre, triste y mundanal para desplazarse hacia un lugar que
requiere salir de esta área de comodidad, pero que es, de lejos, el sitio al
que perteneces de verdad. Por eso, Dios nos invita a huir de la comodidad de
una vida miserable y dirigida por el pecado. Por eso, Dios nos llama a
escaparnos de la prisión y de la dictadura de Satanás, con el fin de ser
restaurados y recibidos en los atrios del templo de Dios. Por eso, Dios nos
urge a que olvidemos la vida pasada de negligencias, vanas decisiones y egoísmos,
y a que caminemos con firmeza y fervor hacia nuestro verdadero hogar en su
presencia. Si no hacemos caso del llamamiento apasionado de Dios, probablemente
pereceremos en nuestras iniquidades y transgresiones junto a aquellos que
aborrecen el nombre del Señor y que no dudan en castigar y hostigar a aquellos
que creemos en Cristo como nuestro Soberano y Salvador. El día de la salvación
es hoy, porque mañana tal vez el juicio de Dios llegue inexorable, y ya no
tendremos oportunidad de elegir seguirle, obedecerle y servirle. Escapa de los
calabozos del pecado y abraza la libertad que Cristo conquistó para ti en el
Gólgota.
3.
GOZO Y
LIBERTAD
Si has sido cabal
y sensato al aceptar que Cristo sea tu todo en todo, podrás sentir lo mismo que
sintieron aquellos que asumieron la realidad y la alegría de regresar a sus
hogares en Sion: “Canta y alégrate, hija
de Sion; porque he aquí vengo, y moraré en medio de ti, ha dicho Jehová. Y se
unirán muchas naciones a Jehová en aquel día, y me serán por pueblo, y moraré
en medio de ti; y entonces conocerás que Jehová de los ejércitos me ha enviado
a ti. Y Jehová poseerá a Judá su heredad en la tierra santa, y escogerá aún a
Jerusalén.” (vv. 10-12)
¡Qué increíble y
espléndida promesa profética recibimos de Dios por mediación de Zacarías! ¡Qué
sensación más privilegiada y placentera podemos sentir cuando habitemos todos
juntos en presencia de nuestro Padre celestial! Canciones y júbilo, himnos de
alabanza y gozo inenarrable, inspiración y regocijo insuperables, son el
resultado imperecedero de pertenecer al pueblo de Dios. El Señor Jesucristo ha
de venir a nosotros en el día que solamente él conoce para morar en medio
nuestro y ver así cumplido nuestro gozo de forma sublime.
No cabe duda de
que las palabras de Zacarías se refieren a aquel día en el que todos aquellos
que hemos creído por fe en la redención que Cristo logró por su sacrificio
vicario, nos uniremos en un encuentro familiar tan entrañable, emotivo y
precioso, que todo el tiempo de nuestro exilio solo será una sombra que se
desvanecerá bajo la luminosa y gloriosa presencia de Dios. Dios no solamente se
refiere a Israel como únicos objetos de su gracia y salvación, sino que expresa
su deseo de que todas las naciones lleguen a conocerle y a tributarle adoración
y honra. En Pentecostés, el Espíritu Santo completó esta promesa de bendición y
restauración para un mundo caído y caótico.
A pesar de que a
los judíos de la época de Jesús y de sus apóstoles les costó asumir y aceptar
que Dios amaba a toda la humanidad sin hacer acepción de personas, lo cierto es
que la iglesia, tal y como la conocemos, se convierte en virtud de esta promesa
en Zacarías, en la realización del plan redentor de Dios. La iglesia se
convierte de este modo en la antesala de ese cielo que un día disfrutaremos a
más no poder. Todos sabrán por este testimonio de la iglesia de Cristo, cuyo
alcance es mundial e internacional, que Dios es el autor de la reunión de los
santos en cualquier lugar de este planeta.
CONCLUSIÓN
Es realmente
curioso cómo termina Zacarías con esta visión y este oráculo de Dios: “Calle toda carne delante de Jehová; porque
él se ha levantado de su santa morada.” (v. 13) Cuando Dios habla, todos
permanecen atentos y en silencio. Cuando la Palabra del Señor es predicada y
anunciada, todos deben ser lo suficientemente respetuosos como para guardarla
en su corazón, meditarla concienzudamente y extraer las verdades que se hallan
en ella. Cuando Dios se levanta de su trono, es para llevar a cabo su promesa,
para actuar conforme a su soberana voluntad, para cumplir con su palabra dada.
Cuando Dios obra en medio de nuestras vidas y en medio de su iglesia, nosotros
solamente podemos permanecer absortos y expectantes, dispuestos a responder a
su magnanimidad, a su compasión y a su eterno amor.
Dios demostró
muchas veces que a causa del celo que sentía hacia sus criaturas humanas, se
levantó de su estrado de gloria. Y de manera fehaciente e inigualable, se
levantó de su santa morada para encarnarse en Cristo, el único que nos libera
de nuestro exilio, nos restaura espiritualmente y que nos prepara nuestra
autentica patria en los cielos.
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