CONSOLACIÓN
SERIE DE
SERMONES SOBRE ZACARÍAS “REDIMIDOS, REFINADOS, RESTAURADOS”
TEXTO
BÍBLICO: ZACARÍAS 1:7-17
INTRODUCCIÓN
El arte de
consolar a quienes lo han perdido todo es un arte poco común y muy
incorrectamente entendido. Consolar, según el DRAE, es “aliviar la pena o disgusto de una persona” y “ayudar a otra persona, mediante caricias, buenas palabras, etc., a que
disminuya su pena o disgusto.” Yo creo que todos hemos pasado por instantes
y épocas en nuestras vidas en las que la pena y el disgusto se han cebado
inmisericordemente con nosotros. Todos hemos saboreado de primera mano la
amargura de una pérdida, la bilis de un mal trago, y el bicarbonato de una
pésima experiencia personal. Nadie puede decir que no ha tenido que lidiar con
situaciones sombrías y traumáticas, unas veces sobrevenidas a causa de nuestras
erráticas decisiones, y otras como resultado de las elecciones nefastas de
otros. De un modo u otro, todo hijo de vecino ha tenido que sobrellevar a
trancas y barrancas una vivencia particularmente terrible y descorazonadora. Y
justo cuando la noche de la desgracia está a punto de cubrirnos con su trágico manto,
entonces es cuando necesitamos a alguien que sepa consolarnos.
Saber consolar a
otros no consiste únicamente en acariciar el hombro del desdichado, o en
musitar unas cuantas palabras de misericordia, o en unir las lágrimas propias a
las de la persona abrumada por el dolor. Saber consolar supone actuar desde la
sabiduría, la verdad y el amor con el fin de insuflar nuevas energías,
renovados bríos y toneladas de aliento en el alma marchita del sufriente.
Normalmente, con una notable falta de tacto, cuando alguien que ha metido la
pata hasta el fondo acude a nosotros para llorar en nuestro hombro y para
desahogarse en confianza, muchos escogen el camino del “ya te lo dije” o del “ya se
veía venir.” Cuando alguien está padeciendo las repercusiones de sus
actuaciones en su espíritu, expresiones como estas sobran. Lo que necesitan
estas personas es una confortable conversación, sin juicios de valor, un abrazo
que les diga que no están solos en la tragedia, y unas palabras de ánimo que no
suenen a algo convencional, mecánico y vacío, sino que acompañen a acciones que
mitiguen, en la medida de lo posible, la pesada carga de su coyuntura presente.
Si hablamos de
consolación o de consuelo, y si hablamos sobre quién debe ser nuestro ejemplo
en cuanto a saber consolar a cualquiera que acuda a nosotros para recibir el
abrigo espiritual y emocional que les ayude a soportar el invierno de sus
circunstancias, estaremos hablando de Dios. Como ya dijimos en el sermón
anterior, Israel había pagado con el destierro babilónico todo un conjunto de
comportamientos que atentaban flagrantemente contra la voluntad de Dios.
Durante setenta años habían estado penando a causa de sus pecados,
desobediencias e idolatrías. Dios por fin, tras este periodo casi insoportable
de tiempo en el exilio, vuelve a liberar a su pueblo para que aprenda de los
errores del pasado que cometieron sus ancestros, para que vuelva a reconstruir
la nación en todas sus áreas, y para que vuelvan su mirada a su auténtico
soberano, a Dios, cumpliendo obedientemente sus mandamientos y leyes. Muchos de
los que retornan a Jerusalén volverían todavía con el corazón encogido y con el
ánimo acongojado, con temor a que todo fuese un sueño que pudiese desvanecerse
en cualquier instante. Sin embargo, el Señor, el Consolador por excelencia,
quiere aupar sus espíritus con un mensaje repleto de consuelo y de juicio para
con las naciones que se pasaron de la raya como instrumentos de Dios a la hora
de disciplinar a su pueblo escogido.
1.
VISIÓN DEL
MUNDO ESPIRITUAL
En esta ocasión, Dios habla con Zacarías,
su profeta, desde una visión. No sabemos si fue exactamente un sueño nocturno,
o fue una experiencia que sucedió a la luz del día, pero lo que sí sabemos es
que, en su significado, su simbolismo y su propósito, iba destinado a consolar
y a calmar a sus escogidos: “A los
veinticuatro días del mes undécimo, que es el mes de Sebat, en el año segundo
de Darío, vino palabra de Jehová al profeta Zacarías hijo de Berequías, hijo de
Iddo, diciendo: Vi de noche, y he aquí un varón que cabalgaba sobre un caballo
alazán, el cual estaba entre los mirtos que había en la hondura; y detrás de él
había caballos alazanes, overos y blancos.” (vv. 7-8) Zacarías aparece en
esta visión en medio de la noche, momento que Dios suele escoger para
manifestarse en los tiempos del Antiguo Testamento a sus profetas.
El lugar en el
que se halla es un valle repleto de mirtos, arbustos de hoja perenne, que puede
llegar a medir hasta tres metros de altura, cuyas bayas son comestibles, y cuyo
aroma impregna el aire que existe en la hondonada en la que ocurre toda la
escena de este episodio visionario. ¿Por qué elige Dios un lugar donde abundan
los mirtos? El mirto, como otras muchas plantas y especies de árboles, tiene su
simbolismo. Al mirto se le adjudica la idea de fidelidad, de fecundidad y de
pureza, sobre todo por parte de los primeros cristianos. Por lo tanto, Dios
está comunicando con este sutil elemento vegetal, cuáles son las intenciones
que tiene con respecto a Israel, si el pueblo decide volverse a Él.
Entre los mirtos,
una figura angélica cabalga sobre un caballo alazán, de color marrón claro con
tonos rojizos y acanelados, y lo hace en compañía de muchos otros caballos del
mismo color del que monta, del color del melocotón y otros absolutamente
blancos. Este ángel será el que entable una conversación reveladora con
Zacarías, la cual revelará el contenido del oráculo de Dios a su pueblo: “Entonces dije: ¿Qué son éstos, señor mío?
Y me dijo el ángel que hablaba conmigo: Yo te enseñaré lo que son éstos. Y
aquel varón que estaba entre los mirtos respondió y dijo: Estos son los que
Jehová ha enviado a recorrer la tierra. Y ellos hablaron a aquel ángel de
Jehová que estaba entre los mirtos, y dijeron: Hemos recorrido la tierra, y he
aquí toda la tierra está reposada y quieta.” (vv. 9-11) Zacarías intuye que
todo lo que está viendo tiene su significado y sentido. Pero como es normal,
cuando se trata de cuestiones espirituales que pertenecen a la dimensión de lo
celestial y lo divino, solo puede alcanzarse el conocimiento pleno de las
figuras y de los símbolos a través de los mensajeros angélicos de Dios.
El ángel
instruye y explica qué hay tras todo lo que sus ojos abarcan. Los caballos son
el símbolo de la actividad constante y observadora que llevan a cabo los
ángeles de Dios. Circundan toda la tierra, visitando los reinos y los pueblos,
examinando las sazones y los tiempos, registrando la historia y los hechos de
la humanidad, para traer informe delante de Dios, tal como podemos ver en Job.
Tras su recorrido terrestre, la conclusión a la que llegan todos estos
informadores de Dios es que los tiempos en los que Jerusalén vuelve a ser
reedificada, son tiempos de paz y de ausencia de refriegas y guerras. Es una
buena época para comenzar desde cero y para recuperar la gloria que se perdió
antaño. Es una nueva era sin amenazas de ninguna clase desde la cual construir
un futuro esperanzador para Israel.
2.
CONSUELO
DIVINO
Todos podríamos
aplaudir esto. Paz en el mundo. ¿No es este el sueño de todas las
civilizaciones a lo largo de la historia? Ausencia de conflictos, de batallas y
de genocidios. Sin embargo, a pesar de que esta es una gran noticia, el ángel
que acompaña a Zacarías tiene triste el corazón. Existe algo dentro de sí que
le hace clamar emotivamente delante del Señor: “Respondió el ángel de Jehová y dijo: Oh Jehová de los ejércitos,
¿hasta cuándo no tendrás piedad de Jerusalén, y de las ciudades de Judá, con
las cuales has estado airado por espacio de setenta años?” (v. 12) El mundo
se halla tranquilo y sosegado; ¿no es ya la hora de que la gracia de Dios se
manifieste excelente para con su pueblo? ¿No ha pasado ya suficiente tiempo,
setenta años, como para que regresen a sus raíces, a su identidad nacional, y a
regenerar todo cuanto había sido destruido y arrebatado por otras naciones?
Estas preguntas
tienen que ver con esta clase de preguntas que nosotros también nos hacemos
cuando observamos cómo nuestras crisis se prolongan en el tiempo. Clamamos a
Dios preguntándole por cuánto tiempo tendremos que seguir abatidos y
cariacontecidos. Nos lamentamos de nuestra suerte rogando al Señor que quite de
nuestros lomos la abrumadora carga de un castigo o de unas consecuencias que no
nos dejan respirar ni dormir.
Cuando el clamor
es sincero, y brota del manantial de nuestro corazón apesadumbrado, Dios
siempre responde. Y no responde como lo haríamos tú o yo cuando alguien ha
cometido un error dantesco, señalando al pasado con el dedo del “ya te avisé.” Dios contesta con
consuelo: “Y Jehová respondió buenas
palabras, palabras consoladoras, al ángel que hablaba conmigo.” (v. 13)
Dios podría en justicia decir al ángel que debían asumir su merecido, que sus
actos y prácticas les había llevado a esa situación de cautiverio, que habían
de pagar efectivamente por sus pecados y desvaríos. No obstante, Dios consuela
a su mensajero angélico, del mismo modo que hace con nosotros tras un acto de
contrición, de arrepentimiento, de confesión y de sumisión a su voluntad
perfecta.
Las palabras que
le dirige son capaces de aquietar la zozobra en el ánimo de su siervo, son
palabras que surgen de un amor grandioso y misericordioso. Abraza a su criatura
con su voz de gracia y le insta a que contemple cómo su compasión y su amor
incombustible brindan un nuevo comienzo a su pueblo, y cómo su justicia y celo
por Israel son aplicadas sobre las naciones que abusaron del beneplácito de
Dios para dar una lección a Israel: “Y
me dijo el ángel que hablaba conmigo: Clama diciendo: Así ha dicho Jehová de
los ejércitos: Celé con gran celo a Jerusalén y a Sion. Y estoy muy airado
contra las naciones que están reposadas; porque cuando yo estaba enojado un
poco, ellos agravaron el mal.” (vv. 14-15)
3.
JUICIO Y
CONSOLACIÓN
Tras escuchar
las palabras buenas y consoladoras de Dios, el ángel se vuelve a Zacarías, para
que pueda dar un mensaje consolador e inspirador a sus semejantes. El ser
angélico le encomienda a Zacarías una doble misión: transmitir a Israel y Judá
el amor inconfundible que siente Dios por ellos, y pregonar el juicio contra
aquellos países que se pasaron tres mil pueblos a la hora de convertirse en
herramientas de castigo en manos de Dios contra su adúltero pueblo. Dios deja
en primer término una cosa meridianamente clara e inequívoca: Él nunca ha
dejado de amar a su pueblo. Es más, la disciplina que ha ejercido sobre los
israelitas durante setenta años, no es ni más ni menos que la expresión de ese
amor, un amor que disciplina y amonesta a quienes están su corazón. Sion y
Jerusalén nunca dejaron de ser la niña de sus ojos. Pero, como Padre amoroso,
Dios no duda en corregir y encauzar a sus hijos con medidas drásticas, buscando
provocar una respuesta de arrepentimiento y confesión de pecados que les haga
recapacitar de sus caminos, y así, volver a Dios.
A continuación,
Zacarías no solamente se convierte en vocero profético para su pueblo, sino que
además se erige como emisario de la justicia que Dios obrará en aquellos
pueblos vecinos de Israel, que aprovechándose de la desdicha ajena, se
nutrieron como aves de rapiña de lo que los babilonios habían dejado tras de sí
después de haberse llevado a la élite israelita a sus dominios. Las naciones
aledañas no dudaron en burlarse de los cautivos, en atacar a los que se
quedaron en Judá a causa de su debilidad, enfermedad e invalidez, y en
convertir en esclavos a todos cuantos permanecieron custodiando los restos de un
reino completamente devastado. Dios, como Dios santo que es, llegó a indignarse
con sus hijos, pero los pueblos de alrededor, que se la tenían jurada a Israel,
abusaron del espacio y la oportunidad que Dios les daba y quebrantaron
despiadadamente a los supervivientes. Dios quiere que todos en Israel sepan,
que estas naciones no se van a ir de rositas, que van a tener que pagar el
precio de su cobardía, de su odio y de su rapacidad. Ahora que creen estar
tranquilos y en paz, serán abatidos a causa de su orgullo y de su maldad. Nadie
escapa a la escrutadora mirada de Dios y su juicio sumario y total siempre
llega. Esta idea también cooperará a añadir mayor alcance y calidad al consuelo
de Dios a su pueblo.
Con esto en
mente, Zacarías debe pregonar que Dios se ha apiadado de Jerusalén, y que de
ahora en adelante, con la intención de curar heridas y restaurar una comunión
sincera con ellos, el Señor pondrá todo de su parte para consolarlos y
alentarlos: “Por tanto, así ha dicho
Jehová: Yo me he vuelto a Jerusalén con misericordia; en ella será edificada mi
casa, dice Jehová de los ejércitos, y la plomada será tendida sobre Jerusalén.
Clama aún, diciendo: Así dice Jehová de los ejércitos: Aún rebosarán mis
ciudades con la abundancia del bien, y aún consolará Jehová a Sion, y escogerá
todavía a Jerusalén.” (vv. 16-17)
Dios desea que su pueblo se
reconcilie con Él, que reciba con sumo gusto su misericordiosa gracia, y que su
presencia vuelva a ser real y permanente en medio de ellos. Con este objetivo,
los habitantes de Jerusalén inician el proceso de reedificación del Templo,
símbolo único y hermoso de que Dios mora en medio de su pueblo. La presencia de
la shekiná, de su gloria, habitando en el centro de la adoración comunitaria,
protegerá de nuevo la vida, la prosperidad y la paz entre los muros, también en
construcción, de la ciudad de Jerusalén. Y cuando los ojos de los peregrinos
que vienen a adorar a Dios y a ofrecer sus sacrificios, contemplen el fulgor y
la belleza del Segundo Templo, serán consolados y sus pies afirmados.
Con Dios guiando
los destinos de su pueblo, el bien, el shalom y el consuelo, serán el emblema
de una nación que persigue vivir de acuerdo a los designios celestiales. La
abundancia de provisión y el crecimiento progresivo de Israel a todos los
niveles, indicarán sin lugar a dudas de que el dolor ha pasado a ser superado
por la consolación de Dios y por la promesa de que Sion y Jerusalén volverán a
ser lo que debieron ser: la señal al mundo de que Dios vela con amor insuperable
por las necesidades de sus hijos y por la salvación de todas las naciones. El
Señor hace lo mismo con nosotros y recorre junto a nosotros este mismo proceso.
Cuando dejamos de resistirnos a su voluntad y a su amor, y nos dejamos consolar
y acariciar por su evangelio de redención, estaremos en disposición de ver un
nuevo amanecer tras toda una noche llena de tribulaciones y aflicciones.
CONCLUSIÓN
Dios nos ama y
no ha dejado de hacerlo. Dios nos disciplina y nos enseña por medio del
sufrimiento lo que supone apartarnos de sus mandamientos. Y Dios nos consuela
de la única manera en que solo lo puede hacer alguien que nos conoce incluso
mejor que nosotros a nosotros mismos. Déjate consolar con sus palabras de
bondad, y podrás comprobar cómo Dios puede cambiar nuestro lamento en baile
siempre y cuando nos ajustemos a sus propósitos y a sus metas para con
nosotros.
Comentarios
Publicar un comentario