PURIFICACIÓN
SERIE DE
SERMONES EN ZACARÍAS “REDIMIDOS, REFINADOS, RESTAURADOS”
TEXTO
BÍBLICO: ZACARÍAS 3
INTRODUCCIÓN
Vamos a comenzar
este sermón estimulando nuestra imaginación. Imagínate que eres el novio en una
ceremonia nupcial. Has enviado las invitaciones a aquellas personas que quieres
que compartan contigo uno de los días más felices de tu vida. Has planificado
al milímetro dónde vas a celebrar la boda, quién la va a oficiar, cómo vas a ir
vestido, los anillos que vas a intercambiar con tu pareja, el menú del
banquete… Todo está detalladamente programado con gran antelación para que todo
aquel que asista a tu enlace matrimonial sepa de qué clase de ceremonia se
trata. Los invitados van llegando con sonrisas relucientes, ataviados con sus mejores
galas, con las corbatas bien anudadas, las camisas planchadas, los vestidos de
noche impecables. Todo marcha según lo previsto, y todos tienen ganas e ilusión
por disfrutar de estos momentos tan entrañables y especiales. Nada podría
emborronar el ambiente festivo que se respira, las charlas amigables de
personas que hace tiempo que no se han visto y que se encuentran de nuevo, las
risas que acompañan a las anécdotas…
Sin embargo,
empiezas a mirar a todos, a ver si no falta nadie para que todo pueda comenzar,
y justamente, tu padrino no aparece en tu campo de visión. Tu mejor amigo de la
infancia, con el que has compartido el pan y la sal durante tantos años, con el
que has ido a la universidad y con el que trabajas en la misma empresa desde
hace tantos años, parece que se hace de rogar. Esto ya empieza a ponerte
nervioso. “Martín y su impuntualidad.”
Era una costumbre encantadora, siempre y cuando no tuviese que ver directamente
con uno de los instantes más importantes de tu vida. “Este Martín,” piensas, “No
me hagas esto justamente hoy…” Cuando ya solo faltan unas milésimas de
segundo, una silueta con el sol a sus espaldas entra en el templo. Conforme vas
acostumbrando tus ojos al resplandor solar, percibes levemente que es Martín. “¡Por fin!” suspiras con alivio.
Conforme Martín se
va a acercando a ti, con la frente perlada de un sudor frío, te quedas
boquiabierto, ojiplático, alucinado. Ante ti viene Martín, sí, pero con el pelo
revuelto al estilo Talco, con barba de una semana, con una camisa por fuera
llena de lamparones y arrugas, una corbata a medio anudar colgando entre un
chaleco desastrado, con unos pantalones que da miedo verlos de lo sucios que
están en las rodillas, y con unos zapatos que parecen decir hola con la boca
bien abierta. Martín sonríe y con los brazos de par en par te abraza como si no
pasara nada. Notas un efluvio alcohólico en su aliento que tira para atrás, y
un aroma propio de aquellas personas que no se han duchado en años. Intentas
apartarlo de ti medio confundido y medio defraudado. Recriminas a Martín su
dejadez y su apariencia adánica, y él solo acierta a decir entre ebrias
carcajadas, que “lo importante es que
estoy aquí, ¿no es cierto? He venido a celebrar que te casas. No importa cómo
venga, sino que esté justo donde quieres que esté.”
¿Qué harías en un
caso así? ¿Cómo interpretarías que alguien que dice amarte y apreciarte
acudiese a un evento tan especial para ti de esta guisa? ¿Dejarías que todo
transcurriese como si nada te afectase? ¿Permitirías que Martín se colocase a
tu lado entre eructos y malas formas para que la ceremonia no se viese
perjudicada? ¿Qué pensaría el resto de invitados al ver a este desharrapado y
puerco padrino desentonar entre tanta gala y elegancia? Dejaré que respondas en
tu mente mientras nos sumergimos en la exposición de una nueva visión profética
que recibe Zacarías de parte de Dios. Hoy hablaremos de la necesidad imperiosa
de ser purificados por Dios si realmente queremos servirle allí donde Él nos ha
colocado dentro del organigrama eclesial.
1.
JOSUÉ EL
ZARRAPASTROSO Y SU ESCOLTA SATANÁS
Uno de los
protagonistas principales de esta visión es el sumo sacerdote Josué, y a través
del simbolismo que lo va a acompañar a lo largo de esta revelación divina,
seremos capaces de aplicar a nuestras vidas qué quiere Dios de nosotros cuando
deseamos acercarnos a Él: “Me mostró al
sumo sacerdote Josué, el cual estaba delante del ángel de Jehová, y Satanás
estaba a su mano derecha para acusarle. Y dijo Jehová a Satanás: Jehová te
reprenda, oh Satanás; Jehová que ha escogido a Jerusalén te reprenda. ¿No es
éste un tizón arrebatado del incendio?” (vv. 1-2)
Empecemos por
el principio. ¿Quién es este sumo sacerdote Josué? No cabe duda que, apelando
al contexto histórico en el que se mueve el momento profético que estamos
tratando, Josué era uno de los 49697 exiliados que vuelven de Babilonia a
Jerusalén. Se trata del sumo sacerdote elegido para dirigir la reconstrucción
religiosa y espiritual de Israel tras setenta años de destierro. Es el garante
de que la ley de Dios será cumplida, de que las estipulaciones rituales serán
llevadas a cabo con rigor y reverencia, y de que la instrucción religiosa será
ejercida por los maestros y sacerdotes oportunos.
Otro de los
actores de esta visión es el ángel del Señor. Aunque no se nos dice su nombre,
sí sabemos por otros textos de similar factura que nos estamos refiriendo a
Cristo, la segunda persona de la Trinidad, la cual ya actúa en momentos
concretos de la historia veterotestamentaria. Josué comparece delante de Dios y
delante de Cristo, presuntamente para ponerse a disposición de ellos para
ocupar su puesto en el momento preciso en el que el Segundo Templo sea
construido y constituido como centro de la adoración comunitaria israelita. A
pesar de que Josué se muestra proclive a demostrar su buena voluntad delante de
Dios en cuanto a su deseo de servirle, un tercer elemento personal se añade a
la narrativa profética: Satanás. Satanás, conocido como el enemigo o adversario
de la humanidad y de Dios, está justo a la diestra de Josué. Su papel es el de
acusar a Josué delante de Dios de su indignidad, de su culpabilidad, de su
pecaminosidad y de su ineptitud a la hora de ser considerado como sumo
sacerdote del Señor.
Satanás se muestra
en este pasaje visionario como alguien real. No es una figuración personificada
del mal abstracto, ni es un cuento chino que contar a los ignorantes para
asustarles y manipularles. Es un ángel caído al que no le queda más remedio que
presentarse periódicamente delante del trono de Dios para dar informe de
aquello que ve y hace. Y aunque aquí lo reconocemos como inferior con respecto
al Señor, aprovecha sus encuentros y reuniones con Dios para acusar a todo ser
humano que quiera acercarse a Él. Saca a relucir lo que el ser mortal ha hecho,
no ha hecho, lo que dijo y lo que dejó de decir, lo que pensó y lo que tramó
desde un espíritu lleno de veneno. Presenta ante Dios la inmundicia de nuestras
almas, las agiganta y magnifica, tratando de que Dios nos aborrezca, nos deje
de amar, nos dé por perdidos.
Su trabajo de
zapa no cesa ni de día ni de noche, e intenta, infructuosamente, eso sí,
ponernos en contra de Dios, con el objetivo último de que nos destruya y nos
aniquile. Así es Satanás, siempre a nuestro lado derecho, listo para hacernos
sentir mal y culpables delante de Dios
aun cuando sepa que el amor de Dios cubre multitud de pecados. La idea es que
alberguemos tantos remordimientos en nuestro corazón, que pensemos que no
podemos servir a Dios, que no podemos ser perdonados, que nunca lograremos ser
dignos de ser amados por el Señor.
Las buenas
noticias son que cuando Satanás procura laminarnos y deprimirnos con sus
constantes ataques, con sus largas listas de pecados, y con sus actas
condenatorias que nos acusan como personas impías, Cristo es nuestro abogado y
reprende contundente y rotundamente a Satanás hasta hacerlo enmudecer. Satanás
puede hacernos dudar de si somos salvos o de si estamos perdonados, pero nunca
podrá arrebatarnos la salvación y el perdón que Cristo logró en la cruz del
Calvario. Por eso, ante el reproche del ángel del Señor, Satanás debe retirarse
para lamerse las heridas, pero siempre sabiendo que volverá a la carga en
cuanto tenga la oportunidad.
Cristo, aun
intercediendo en nuestro favor y ahuyentando las tretas acusatorias del
maligno, no procede directamente a dar el visto bueno a Josué. Hay algo en él
que debe ser cambiado, y ese proceso de transformación y purificación debe
iniciarse con la verdad del estado de este sumo sacerdote: es un tizón que ha
podido escapar del ardiente juicio de Dios que causó la deportación babilónica
de los israelitas. Todavía no está preparado para servir a Dios, aún está sucio
y puede impregnar con su negra ceniza al resto de sus compatriotas en
Jerusalén.
2.
EL ANTES Y
EL DESPUÉS: DE DESASTRADO A GALÁN
¿De qué manera
Dios puede bendecir nuestros anhelos y nuestra pasión por servirle dentro de su
iglesia? Reconociendo nuestro paupérrimo y pésimo estado espiritual y
dejándonos purificar y limpiar con su perdón y gracia: “Y Josué estaba vestido de vestiduras viles, y estaba delante del
ángel. Y habló el ángel, y mandó a los que estaban delante de él, diciendo:
Quitadle esas vestiduras viles. Y a él le dijo: Mira que he quitado de ti tu
pecado, y te he hecho vestir de ropas de gala. Después dijo: Pongan mitra
limpia sobre su cabeza. Y pusieron una mitra limpia sobre su cabeza, y le
vistieron las ropas. Y el ángel de Jehová estaba en pie.” (vv. 3-5)
¿Recordáis la
historia de la introducción? ¿La de Martín el desastrado? Valoramos si
solamente la presencia de alguien querido y con ganas de celebrar la boda era
suficiente para darle cancha en la ceremonia nupcial, aunque estuviese más
sucio que el palo de un gallinero. Según lo que vemos en esta visión de
Zacarías, no es suficiente. No es posible tener interés en trabajar para el
Señor, en servir en el área que sea o en comprometerse con una tarea dentro de
la obra de Dios, si estamos vestidos de inmundicia y porquería. Josué, ya
desembarazado de la amenaza satánica gracias a la intermediación del ángel del
Señor, debe entender que, espiritualmente hablando, no está lo limpio que
debería estar para desempeñar su función sacerdotal. Podríamos interpretarlo en
clave de dejadez, negligencia, poco interés, laxitud ritual, etc… Las
vestiduras con las que está ataviado Josué son consideradas poco menos que
excrementos humanos, algo a lo que nadie estaría dispuesto a aceptar cuando se
trata de nuestro gran día, y mucho menos Dios querría en la reverencia y
solemnidad que debe caracterizar nuestra adoración hacia Él.
Tal vez Josué
pueda creer que su situación es aceptable, tal y como hacemos muchas veces cada
uno de nosotros, justificando que no estamos tan sucios de pecado como este o
aquel, y que podemos detentar un ministerio en la iglesia a pesar de todo. No
importa lo que puedas creer o pensar al respecto. Lo que de verdad interesa es
aquello que Dios ve en nosotros por mucho que lo tapemos con muchas capas de
buenas obras y apariencias de piedad. Y lo que Dios ve es algo repugnante y
asqueroso. No podemos servir a Dios con las manos llenas de suciedad, de
pecados no confesados, de secretos que guardamos en el alma por miedo al juicio
divino. Necesitamos ser purificados y santificados, preparados convenientemente
para comenzar a trabajar correctamente delante de Dios, del mismo modo que
nuestro gran amigo Martín necesita de una buena ducha, de un afeitado apurado,
de grandes dosis de gel y champú, de detergente y lavadora, y de una planchada
a su ropa. ¿Qué papel podríamos hacer en el seno de nuestra comunidad de fe, si
nuestras vidas dejan bastante que desear? Seguramente, fallaríamos en nuestro
empeño y contaminaríamos a otros en el proceso.
La solución a
nuestra suciedad e impiedad solamente puede proveerla el ángel del Señor, esto
es, Cristo. Solo él tiene el poder y la autoridad logradas en su sacrificio en
la cruz para decir al resto de ángeles que nos despojen de nuestros harapientos
y mugrientos ropajes, que nos laven con jabón de lavanda, que nos froten bien
por todas partes, y que su sangre redentora nos purifique y perdone nuestras
deudas. Después nos viste de gala, en concordancia con la clase de hijos que
somos en virtud de su obra salvífica, ya preparados para tener comunión eterna
con él, para sentarnos a la mesa de su banquete, para no desentonar con la
gloria y la majestad de su persona. Y
como colofón a esta purificación que brota del corazón amante de Dios, nos
coloca una mitra o turbante limpio en nuestra cabeza. Si buscamos en Éxodo 28:36-38, hallaremos que esta
mitra está adornada por un medallón de oro fino cuya inscripción grabada reza
del siguiente modo: “Santidad al Señor.”
Con este simbólico sello en nuestras frentes el proceso de purificación y
lavamiento será una realidad continua y perenne en nuestra dinámica espiritual
delante de Cristo.
3.
EL ELEGANTE
JOSUÉ Y LA PERSEVERANCIA EN LA ESTÉTICA
No termina aquí
este acto conmovedor y precioso de purificación, sino que si este procedimiento
no adquiere la consistencia de una vida cambiada, transformada y santificada,
solo será un instante puntual que no garantizará su efecto en nuestras vidas: “Y el ángel de Jehová amonestó a Josué,
diciendo: Así dice Jehová de los ejércitos: Si anduvieres por mis caminos, y si
guardares mi ordenanza, también tú gobernarás mi casa, también guardarás mis
atrios, y entre éstos que aquí están te daré lugar.” (vv. 6-7)
La amonestación
de Cristo es un mensaje de advertencia que ni Josué ni nosotros hemos de
olvidar nunca: la obediencia y la fidelidad a Dios deben ser el modus vivendi
de aquellos que se consagran en su servicio. La purificación adquiere su
verdadero sentido y dimensión cuando se plasma y concreta en vidas obedientes a
la ley de Dios y en vidas fieles que confían plenamente en su voluntad
soberana. Si estos parámetros son encarnados por Josué, las promesas y
recompensas que Dios le ofrece son increíblemente generosas: gobierno del
Templo, instrucción y enseñanza de los adoradores que acuden a él, y acceso
ilimitado y completo a la presencia de Dios. Si la lealtad y la sumisión a Dios
es un hecho, Josué será respaldado al cien por cien por el Señor. Lo mismo
sucederá con aquellos de nosotros que seamos sensatos, cabales y perseverantes
en la fe que hemos recibido de Cristo: se nos dará el espaldarazo definitivo y
el visto bueno para desarrollar nuestros dones en el servicio del pueblo de
Dios.
4.
EL MESÍAS
PURIFICADOR: SIERVO, RENUEVO Y PIEDRA CON OJOS
La parte final de
esta visión se refiere a aquel que ha de venir para consumar la purificación de
aquellas personas que quieran, en el futuro, servir a Dios. Este tramo último
de esta visión tiene un alcance tremendo en el espacio-tiempo, ya que introduce
la profecía de un Mesías que vendrá a redimir y purificar al mundo: “Escucha pues, ahora, Josué sumo sacerdote,
tú y tus amigos que se sientan delante de ti, porque son varones simbólicos. He
aquí, yo traigo a mi siervo el Renuevo. Porque he aquí aquella piedra que puse
delante de Josué; sobre esta única piedra hay siete ojos; he aquí yo grabaré su
escultura, dice Jehová de los ejércitos, y quitaré el pecado de la tierra en un
día. En aquel día, dice Jehová de los ejércitos, cada uno de vosotros convidará
a su compañero, debajo de su vid y debajo de su higuera.” (vv. 8-10)
Si hemos sabido leer entre líneas
en este texto bíblico, no podemos por más que entender, en el misterio de las
profecías y visiones que envía Dios a Zacarías, que Josué, el sumo sacerdote,
es prefiguración de todos nosotros, de toda la humanidad, una humanidad que
necesita ser perdonada y purificada de sus pecados. Josué y sus amigos son
sombras de lo que nos iba a suceder al resto del mundo en el preciso instante
en que el Mesías hiciese acto de aparición en la tierra.
El Mesías es
simbolizado de tres maneras muy sugerentes y enigmáticas en esta visión. Por un
lado, es el Siervo Sufriente que Dios envía encarnado en Jesús, el cual
desarrollará un ministerio de servicio, de amor y de misericordia jamás vistos
en la historia. Tal será el carácter de su espíritu servicial, que se dará a sí
mismo en sacrificio con el objetivo de que todos seamos salvos de la ira
divina, y aspiremos a ser justificados delante de Dios en el Juicio Final.
Por otro lado,
el Mesías será el Renuevo, el brote verde que surge del tronco de David, un
tronco por otro lado, seco, desgastado y marchito. Vendrá a dar inicio al Reino
de los cielos, a ese árbol que surge de una pequeña semilla, y en el cual todas
las aves del mundo pueden encontrar acomodo y un hogar seguro. Será el agua de
vida que calma la sed espiritual para siempre, el pan de vida que satisfará el
hambre de justicia que hay en nuestras entrañas, la vida eterna que dará
sentido y propósito a nuestra existencia.
Y por último,
el Mesías será esa piedra misteriosa que tiene siete ojos, señal de la plenitud
y la perfección de la sabiduría y la omnisciencia de Dios, en la cual se
detallará como si de un grabado artístico se tratase, el día que cambiará el
resto de la historia, el día de nuestro perdón, el día en el que Cristo morirá
vilmente en el madero de la vergüenza en favor nuestro, el día en el que
nuestra inmundicia será purificada y limpiada por obra y gracia del sacrificio
del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Justo cuando
llegue ese día, el cual para nosotros ya ha sucedido hace casi dos mil años, el
mundo será transformado por completo. Al fin el pueblo de Dios, su iglesia,
podrá tener comunión de amor entre sus componentes, podrá disfrutar de la paz
absoluta, del Shalom, de aquel estado de la existencia en el que todo será como
siempre debió de ser antes de que el pecado entrase en este mundo. La higuera y
la vid, símbolos inequívocos para los hebreos de la prosperidad y de la
alegría, de la fecundidad y de la provisión de Dios, serán nuestro techo
mientras caminemos en pos de la purificación y de la obediencia a los designios
divinos. Para Josué debió de ser una gran noticia, para Zacarías debió de ser
un privilegio, y para nosotros debe ser un cántico de gratitud a Dios al
habernos enviado a Cristo para lavarnos y purificarnos en su servicio para la
honra y la gloria de Dios Padre.
CONCLUSIÓN
En un cementerio
de una localidad de la que no tengo memoria, todavía existe una lápida muy
curiosa, pero a la vez esclarecedora. No tiene inscrito el nombre del finado,
ni la fecha de su deceso, ni el motivo de su muerte. Simplemente tiene la
siguiente palabra grabada en su frontal: “Perdonado.”
¡Qué lección de vida aun después de la muerte!
Si no has pedido
hoy al Señor que te perdone, no vaciles en rogarle ahora mismo que te
purifique. Y cuando Cristo limpie tu mente y tu corazón, entonces, y solo
entonces, podrás ser su hijo y podrás disfrutar del gran banquete de las bodas
del Cordero, las cuales todos los creyentes aguardamos como cosa buena.
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