DISTINTO EN MI OBEDIENCIA
SERIE DE
SERMONES SOBRE EL SERMÓN DEL MONTE “DISTINTOS: VIVIENDO POR ENCIMA DE LA NORMA”
TEXTO
BÍBLICO: MATEO 7:21-23
INTRODUCCIÓN
En el día
del Juicio Final las sorpresas estarán garantizadas. Aquellas personas que
conocemos hoy por su apariencia de santidad y piadosa predicación, que realizan
espectaculares exhibiciones milagrosas y sanadoras, y que se apellidan “siervos
de Dios”, puede que cuando quieran recibir la justificación de su caída en
desgracia a la hora de entrar en el reino de los cielos, lo único que
encuentren es un “no” por respuesta. Los actos de servicio sin fe demostrarán
desafortunadamente que no todo el monte es orégano, ni que todos los que están
son, ni todos los que son están. Cuesta imaginar a personas vestidas con todas
las condecoraciones y medallas meritorias habidas y por haber, siendo
condenadas al infierno de fuego y azufre, sobre todo, porque a algunas de ellas
las habremos admirado por su donaire, su desparpajo oratorio, sus
manifestaciones sobrenaturales y sus carismáticos talentos supuestamente al
servicio del evangelio. No nos asombremos, pues, cuando la edificación que cada
uno construye en vida sea probada por el fuego, y ésta cae estrepitosamente
entre cenizas y vergüenza.
Vivimos
tiempos en los que se confunde la profesión religiosa con un verdadero
seguimiento y discipulado en pos de Cristo. Hay mucha palabra y poca fe, mucho
pellejo superficial y poca chicha espiritual. Algunos presuntos creyentes se
engañan a sí mismos pensando que con un chapuzón bautismal la salvación es
segura y que nada deben temer mientras caminan desordenadamente descuidando su
obediencia a Dios. Otros parecen tomar la decisión de entregar su corazón a
Cristo, pero tras una etapa de ilusión y efervescencia, descuidan realizar un
auto-examen que les señale el camino a la madurez espiritual perseverante.
Otros se concentran erróneamente en cumplir ritos, asistir a actividades
eclesiales, calentar el banco mientras hojean una Biblia polvorienta, y
contribuir como un activista más en una comunidad en la que se le trata bien y
con dignidad. Incluso, existen supuestos cristianos que juegan al juego del
equilibrio compensatorio, realizando obras bondadosas para compensar toda una
vida de rebeldía, desidia y desobediencia hacia Dios. Todos ellos son
individuos superficiales, por muchos conocimientos bíblicos que tengan y
demuestren al mundo. Todos tienen el mismo idioma: palabras vacías y huecas desprovistas
de la esencia de la auténtica fe en el Señor.
A. PALABRAS
VACÍAS Y HUECAS
Jesús,
después de tratar el asunto de los falsos profetas, decide que es hora de
hablar de los falsos seguidores, aquellas personas que parecen querer ser
cristianos, pero que se quedan en la superficie sin querer desentrañar y asumir
las demandas que el discipulado de Cristo requiere: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los
cielos.” (v. 21). Dirigirse a Jesús con este tratamiento tan reverente y
glorioso pudiera parecer en primera instancia un reconocimiento de la soberanía
de Cristo sobre el que lo profiere. Decir “Señor” a Jesús implica confesar
abiertamente que éste es Dios mismo, Salvador y Redentor de la humanidad,
Mesías prometido y liberador del pecado. Sin embargo, Jesús quiere poner el
acento, no tanto en las palabras o tratamientos, los cuales están bien, sino en
la fe auténtica que los respalde. De nada sirve llamar a alguien “Señor” y
luego mostrar con sus actos y estilo de vida que el verdadero soberano de su
existencia es uno mismo, o un ídolo cualquiera que podamos construirnos. Como
reza una inscripción en la catedral alemana de Lubeck, aludiendo a las palabras
de Jesús en el día del juicio: “Me
llamásteis maestro, y no me obedecísteis; me llamásteis luz y no me vísteis; me
llamásteis el camino, y no transitásteis por él; me llamásteis vida y no
vivísteis de acuerdo a mi voluntad; me llamásteis sabio y no me seguísteis; me
llamásteis justo, y no me amásteis; me llamásteis rico, y no me pedísteis; me
llamásteis eterno, y no me buscásteis. Si sois condenados, ¿de qué soy
culpable?”
B. LA
OBEDIENCIA ES LA LLAVE DEL REINO
La entrada
en el reino de los cielos no es una entrada fácil ni sencilla como vimos
hablando del camino angosto y la puerta estrecha en versículos precedentes.
Entrar en la gloria de Dios no es simplemente una cuestión de recitar una
oración mal llamada de fe después de pasar delante tras levantar la mano. Se
trata de obediencia plena y sincera: “Sino
el que hace a voluntad de mi Padre que está en los cielos.” (v. 21). La
obediencia a los mandamientos del Señor es la que marca la pauta para saber si
nuestro acceso al reino de Dios es franco. Podemos decir misa si queremos,
justificarnos en el seguimiento escrupuloso de ceremonias, sacrificios y
penitencias, podemos excusarnos ante Dios a última hora en la idea de que
creímos en Él, pero a nuestra manera, pero eso no servirá absolutamente de nada
cuando lo oculto se ponga al descubierto en el momento del juicio de las
naciones. Solo aquel que cumple con la voluntad de Dios revelada en la Biblia y
que ratifica sus palabras con hechos fruto de la obra incansable de
santificación del Espíritu Santo en nuestras vidas, será capaz de entrar en el
gozo del Señor. Cuando el ser humano comparezca ante el sagrado tribunal de
Dios, las palabras sobran y la fe y sus obras son las que hablarán de nosotros.
C.
SORPRESAS TE DA EL JUICIO FINAL
Es curioso
que Jesús nos ilumine sobre la hora postrera del juicio final, haciéndonos saber
que incluso en esos momentos en los que el ser humano estará desnudo,
espiritualmente hablando, ante todos, será capaz de seguir alegando que el
fallo definitivo del Juez Justo, Jesucristo mismo, es erróneo. Contemplando la
condenación que se cierne amenazadora sobre su persona, no dudará en tirar de
ingenio y méritos para tratar de convencer al Juez Supremo de la historia
humana, que no merece sufrir los tormentos del averno: “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu
nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos
milagros?” (v. 22). Es aterrador comprobar que Jesús emplea la palabra
“muchos” para describir una tendencia generalizada entre los que han confiado
más en su autojusticia que en la justicia de Dios por medio de Cristo. Es
preocupante constatar el hecho de que, como dijimos al principio, las sorpresas
serán mayúsculas e ingentes en cantidad. Con el pavor atenazando sus gargantas,
y aludiendo a un tratamiento señorial a su presunta adhesión a la causa de
Cristo, exponen su caso y sus hechos, todos ellos ciertamente encomiables y
espectaculares. Predicación poderosa de la Palabra de Dios, exorcismos
liberadores y toda clase de hazañas milagrosas en el nombre de Cristo, no
parecen ser precisamente evidencias de vidas poco cristianas. Todo lo
contrario. Pareciera que el poder de Dios fluyese increíblemente a través de
estos pobres condenados a la segunda muerte, y pudiese parecernos que estos
actos increíbles y fabulosos son garantía de la vida eterna, o al menos señales
de que Dios está de su lado. Sin embargo, no es así. ¿Por qué? Tal vez es
porque Dios permite que personas superficiales en lo espiritual lleven a cabo
actividades que bendicen a otras personas, o quizás son obras que Satanás da
pie a que, como falsos profetas y maestros, las logren para engañar al mundo, o
puede que solo sean méritos falsos que se arrogan como propios.
D. LA
TRISTEZA DEL NO DE JESÚS A LOS MALVADOS
No
sabemos a ciencia cierta, la fuente de estas acciones sobrenaturales, pero lo
que sí sabemos es que no son aval suficiente para que Jesús las considere
atenuantes a su pena o razones de peso para ser eximidos de su fatal destino
perpetuo: “Y entonces les declararé:
Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.” (v. 23). He aquí el
motivo que lleva a Jesús desdeñar su empeño por que sus actividades milagrosas
sean tenidas en cuenta antes de ser lanzados a la oscura mazmorra de la
perdición: sus motivaciones desdicen por completo sus actos. El desconocimiento
de Jesús hacia estos supuestos siervos de Dios y estos presuntos creyentes,
radica en la desobediencia, en practicar la maldad empleando estas
manifestaciones extraordinarias, bien para su beneficio personal, bien para
lograr ciertas cuotas de poder e influencia sobre las masas, o bien para ser
piedras de tropiezo a los que buscan genuinamente a Dios. Aunque sus buenas
palabras, sus discursos formidables y encandiladores, y sus liberaciones
espirituales en apariencia son señales claras de piedad y devoción a Dios, no
obstante, éstas solo son hechos que Jesús aborrece profundamente. Es el fondo
del corazón obediente el que alimenta el fuego de la fe, y no las obras
fantásticas y asombrosas que ocultan la tiniebla de un alma rebelde y
desobediente hacia Dios.
CONCLUSIÓN
Nuestra
búsqueda de autenticidad en nuestra fe debe comenzar por la obediencia a Dios.
Esta es la llave que nos abre de par en par los cielos. No son las obras, por
muy atractivas y llamativas que sean, las que nos allanan el camino a Dios. No
son las palabras, por muy elaboradas y hermosas que nos parezcan en su
construcción, las que nos franquean la entrada libre al reino de Dios. No es el
bautismo, ni una plegaria de fe, ni un levantamiento de brazo, ni un curso de
discipulado dado por el pastor, ni la asistencia al templo los domingos, ni dar
ofrendas para la extensión del reino. Solo la obediencia y sumisión bajo la
soberanía de Cristo nos da entrada segura a la gloria celestial eterna.
Mi
sugerencia es que examines tu vida en profundidad. Considera si al querer
llamarte cristiano, no has olvidado lo que supone serlo de verdad. Reconsidera
tu llamamiento, tu decisión de seguir a Jesús y tu elección a la hora de ser su
discípulo con todo lo que esto conlleva. No vivas rebelde ni en desobediencia
delante de Dios y de Cristo, porque cuando suenen las trompetas del Juicio
Final, ya no tendrás más oportunidades para justificar la sentencia que se te
dicte. No te confíes sabiendo que ser cristiano nominal solo lleva a la
perdición. No te escudes en las cosas que haces en el nombre de Jesús para
creer que la salvación es cosa hecha sin responder en obediencia al Señor. Cree
en Cristo y acata la voluntad del Padre con la ayuda inestimable del Espíritu
Santo, y podrás entrar con alegría y felicidad por la puerta grande de los
cielos al encuentro del Señor.
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