DISTINTO EN MI CIMIENTO





SERIE DE SERMONES SOBRE EL SERMÓN DEL MONTE “DISTINTOS: VIVIENDO POR ENCIMA DE LA NORMA”

TEXTO BÍBLICO: MATEO 7:24-29

INTRODUCCIÓN

       Construir toda una vida no es sencillo. La experiencia nos dice que ésta va edificándose entre vivencias positivas y negativas, recuerdos del ayer que pueden influir en el mañana, actos buenos y malos, decisiones acertadas y desacertadas, relaciones provechosas y otras tóxicas, planificaciones de futuro exitosas y otras fracasadas, accidentes, incidentes, y un largo etcétera. Los elementos con los que vamos levantando nuestra existencia suelen ser similares como concepto, aunque la calidad de los mismos puede variar en propósito y calidad. Sin embargo, todas estas cosas carecen de valor y sentido cuando el cimiento sobre el que se colocan es inestable, y en contraposición, cuando estos ladrillos, pilares y forjados vivenciales se asientan sobre una losa de cimentación firme e inamovible, la vida adquiere una plenitud feliz que supera cualquier obstáculo o crisis.

     El cimiento o fundamento de una casa o construcción es el que determina si lo que se sobreedifica será duradero o caerá de un soplo como un castillo de naipes. Del mismo modo, dependiendo de la calidad de nuestros principios, valores y creencias, así nos irá en la vida. En la recta final del Sermón del Monte, el cual pretende asentar y afirmar la base nuclear del carácter del discípulo de Jesús sobre un fundamento coherente y consecuente con el maestro al que seguimos, Jesús desea recoger todo lo dicho anteriormente, sin hacer excepciones de ningún tipo, y ponerlo ante nuestra consideración individual. No está hablando a la persona que tienes a tu lado en este mismo instante. Está esperando que seas responsable de tu llamamiento como creyente en Dios y tomes una decisión. Tras haber escuchado todo lo que Jesús quiso que supieramos en cuanto a las características distintivas de sus seguidores, ahora es nuestro turno de escoger: o hacemos lo que hemos escuchado, o pasamos olímpicamente de todo este discurso del reino de los cielos.

      Para ilustrar este momento decisivo en el que hemos de tomar partido, sí o sí, por evitar ser creyentes superficiales, que escuchan pero no practican lo que supuestamente dicen que creen, o por abrazar definitivamente la senda del discipulado en pos de Cristo para toda la vida, cumpliendo sus mandamientos, elige emplear una de sus herramientas narrativas favoritas: la parábola.

A.     SENSATEZ DE ROCA

      Jesús nos ofrece una historia simple, sencilla y totalmente cargada de simbolismos espirituales profundamente arraigados en la experiencia material de la construcción. En primer lugar, decide hablar de una persona que decide construir una casa donde vivir y que con gran conocimiento de causa, y previendo lo que el porvenir pudiese traer entre sus dientes, construye su hogar sobre la roca: “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca.” (v. 24) ¿Qué palabras son estas a las que se refiere Jesús? Precisamente todas aquellas que forman parte de todo su discurso en la montaña ante sus discípulos, desde el capítulo 5 al capítulo 7. Es como si quisiera decir a su auditorio: “¿Habéis escuchado bien lo que os he dicho? ¿Recordáis todas las facetas que he descrito sobre cómo debe conducirse un ciudadano del Reino?” Jesús no solo quiere que todos beban atentamente de su enseñanza e instrucción, puesto que sabe que si fuese así, en nada se diferenciaría de cualquier maestro de la ley o escriba de su tiempo. Saber es importante, escuchar también es relevante, y reflexinar sobre cada una de sus lecciones magistrales es sumamente necesario. Pero sin una debida puesta en práctica de todas y cada una de sus palabras dentro del contexto de su espíritu y alcance, el conocimiento no es suficiente.

      Si preguntásemos a cualquier arquitecto, aparejador, albañil o encofrador, sobre el lugar en el que es mejor construir un edificio, seguramente te responderán que en un terreno rocoso, de piedra dura. El constructor responsable y sensato no dejará de contratar a un laboratorio de control de la calidad del suelo que haga prospecciones con el propósito de averiguar si el terreno posee las condiciones para edificar sin miedo a movimientos sísmicos, avenidas de agua, o cualquier otra catástrofe natural que pudiese sobrevenir. Porque de lo que no podemos olvidarnos es que el constructor responsable debe ser previsor y no sujetarse a edificar como churros sin calcular los riesgos que puedan levantarse en el futuro contra sus construcciones. Las crisis, los problemas, las desdichas, los varapalos, los fracasos y las tribulaciones son nuestro pan de cada día: “Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca.” (v. 25). Cuando se abalanzan sobre nosotros todas estas manifestaciones catastróficas sobre nuestras vidas, ahí es donde necesitamos algo que nos permita seguir aferrándonos a la vida. Y lo que no cabe duda alguna, es que el cimiento expresado en el Sermón del Monte, que no es ni más ni menos que el reflejo de la personalidad de Dios y de su Hijo Jesucristo, es el único que nos mantendrá enganchados a la vida cuando todo parezca un desastre a nuestro alrededor. Cuando el caos se desata en nuestro contexto, no existe nada mejor y más fuerte que el cimiento de Cristo, la Roca de nuestra salvación. Su provisión, su protección, su gracia inabarcable, su perdón y su justicia serán nuestros asideros cuando las cosas vengan mal dadas.

A.     ESTUPIDEZ DE ARENA

      Muchos dirían a viva voz después de escuchar la parte del constructor sensato y del cimiento firme, que nadie sería tan estúpido como para hacer otra cosa más que la que hizo la prudencia y la inteligencia a la hora de edificar un hogar. Sin embargo, como decía Einstein, existen dos cosas infinitas: el universo y la idiotez humana. Basta que el ser humano sepa que no se puede construir cerca de un barranco, de una zona propensa a los seismos, de un cauce aparentemente seco de un río, a unos metros de la playa y las olas del mar, o en un terreno cenagoso y arenoso, que lo hace, y cuidado con que tratemos de quitarle la idea de la cabeza. “Que no va a pasar nada. Que hace años que no llueve, ¿cómo va a llover ahora? Que mis materiales son de primera. Que siempre se pone la gente en lo peor…” Bueno, pues estos son a los que Jesús les dice: “Quien avisa, no es traidor.” “Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena.” (v. 26). A sabiendas de que el cimiento es flojo y débil, existen personas que no cejan en su empeño de construir sobre éste. Esta cimentación frágil y efímera es aquella que se fundamenta en los logros personales, en el egoísmo, en la autosuficiencia y en la errónea mentalidad humanista que está instalada en casi todos los discursos políticos, ideológicos, filosóficos y supersticiosos, de que el ser humano es capaz de ser feliz por sus propios medios y métodos.

    Así pasa, que cuando arrecia el temporal, las crisis golpean con saña y furia las paredes bien encaladas y adornadas, las enfermedades derriban las puertas barnizadas de su hogar, y la tragedia arrolla todo cuanto se pone delante, el cimiento insensato del “yo puedo con todo” se vence, y es arrastrado junto con todo lo que con tanto mimo se construyó en un momento dado: “Y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina.” (v. 27). Si alguna vez habéis visto la imagen de una casa que se derrumba estrepitosamente con el paso de una riada espantosa, seguramente sabréis lo que ello implica de pérdida para el constructor imprudente. Todos los recuerdos, todas las posesiones ganadas a pulso, todos los planes de futuro, todo lo que se atesoró como valioso, y todo por lo que se esforzaba una persona durante toda una vida, desaparece entre barro, escombros, deshechos y sangre. Para aquel que escucha el Sermón del Monte y no lo concibe como el fundamento de su vida, sino que simplemente asiente intelectualmente sin comprometerse con imitar a Jesús en el camino de la vida, la pérdida no solo se ciñe a lo material, sino que espiritualmente será un palo gordísimo a su presunta capacidad y poder personal, sumiéndolo en la desesperación y las ganas de acabar con todo.

CONCLUSIÓN

     Con esta historia didáctica que ejemplifica la disyuntiva existente para cada persona que ha escuchado las enseñanzas preciosas y precisas del Sermón del Monte, Jesús da conclusión a uno de los discursos más profundos y con mayor carga práctica que hallamos en los evangelios. Ahora la multitud debe escoger un camino. Ahora tú debes elegir entre construir tu vida sobre el cimiento de Cristo para ser feliz junto a él en medio de las vicisitudes de nuestra realidad terrenal, o construir tu narrativa vital sobre tu propia voluntad y visión de lo que es correcto y de lo que necesitas en realidad. Los resultados no son solo parte de una parábola de Jesús. Son resultados que podemos constatar cada día con personas que conocemos, y con nuestra propia experiencia particular. Hemos visto como Cristo nos da fuerzas en medio de los fragores de la aflicción, y hemos visto, por desgracia, de qué manera dramática muchos edificaron sobre el dinero, el poder, su autocomplacencia, el sexo o el placer carnal, y todos y cada uno de ellos, se arruinaron por completo en más de un sentido.

     La diferencia que existía entre los escribas, conocedores más de los comentarios que otros realizaban sobre la interpretación del Antiguo Testamento, que del verdadero espíritu de la ley de Dios, y Jesús, era tan patente para los que lo escucharon en vivo que Mateo no deja de reseñarlo al final de este capítulo 7: “Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.” (vv. 28-29). ¿De dónde procedía esa autoridad que lo distinguía de los escribas? Procedía de su divinidad, de su ejemplo de vida, de su conocimiento excelso de las Escrituras y del carácter humano, de su experiencia terrenal, y sobre todo, de su misericordia y compasión para con sus discípulos. En esa autoridad que solo Jesús sigue teniendo, hemos de decidir qué hacer con él y con su mensaje del Reino. ¿Serás valiente y sensato para seguir a Cristo y vivir por encima de la norma? ¿O buscarás la comodidad y la estulticia de quienes saben que deben ser distintos en todo por amor de Cristo, pero que prefieren construir sus vidas en la arena de su ceguera espiritual? En tus manos está la decisión y tu destino eterno.

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