LA ESPERANZA EN PERSONA
SERIE DE
ESTUDIOS SOBRE LA ESPERANZA “DEJANDO ENTRAR A LA ESPERANZA”
TEXTO
BÍBLICO: LUCAS 15:11-32
INTRODUCCIÓN
Normalmente, cuando metemos la pata hasta el corvejón, o cuando tomamos
decisiones en base a nuestra errónea percepción de lo que creemos que es mejor
para nosotros, nos cuesta creer que las personas a las que herimos, dañamos o
mentimos puedan perdonarnos. Por eso, en muchas ocasiones, partiendo de esa
premisa de que nadie va a perdonarnos por lo malo que hicimos, muchas veces
perdemos de vista lo que el perdón puede reportarnos en términos de paz
interior y restauración de relaciones. Nos encerramos en nuestro caparazón, nos
armamos de paciencia y de orgullo personal, y al final, una posibilidad de que
nuestras culpas sean olvidadas y nuestras deudas sean condonadas, se pierde
entre las pesadillas y remordimientos que nos asediarán durante toda nuestra
vida. De algún modo, cerramos la puerta
a la esperanza. Atrancamos el pestillo del portón de nuestro corazón y
cualquier probabilidad de ser perdonados por aquellos a los que deshonramos y
maldijimos, desaparece. La esperanza adquiere su auténtico sentido al creer que
lo improbable o imposible pueda convertirse en lo probable y posible, ya que de
otro modo no sería esperanza.
En el
relato bíblico que hoy nos ocupa, Jesús cuenta a sus oyentes y discípulos una
parábola que habla de manera hermosa y emocionante de lo que la esperanza puede
lograr en el ser humano que confía en que todo puede arreglarse, incluyendo las
relaciones rotas y las confianzas maltrechas. También asistiremos a las
esperanzas vanas y vacías que el ser humano deposita en las cosas, y en la
equivocada perspectiva que el ser humano tiene de lo que es satisfactorio y
conveniente. Tres son los actores que aparecen en el elenco de este drama
familiar: dos hijos y un padre. Todos esperan algo de cada uno de ellos, y
algunos ven como sus expectativas son defraudadas, dado que éstas están muy
lejos de estar en sintonía con la lógica y la justicia humana de la ley del
talión. Analizando qué es lo que espera el hijo menor de la vida y lo que
espera el padre de su hijo menor, podremos construir un cuadro vívido de
esperanzas depositadas y de tendencias humanas que aún trascienden en el
tiempo.
A lo largo
de la narración, vamos a ir descubriendo una evolución muy clara de la
mentalidad del hijo menor en lo que se refiere a las esperanzas. La primera
etapa que podemos discernir es la que se refiere a la esperanza en los
beneficios de la independencia y del materialismo. El hermano menor decide un
buen día desvincularse de la unidad familiar, y concretamente de su padre, la
autoridad por excelencia en el seno del clan. Su esperanza está puesta en hacer
lo que mejor le plazca sin tener que dar cuentas a nadie, sin pedir permiso
para cumplir con sus deseos y sueños, sin recurrir a la sumisión para conseguir
lo que su corazón ansía. Esa libertad en la que confía y espera, piensa él, le
reportará justo la vida que necesita vivir. No le importa deshonrar a su padre
ni entristecerlo. Solo quiere vivir la vida a su manera, sin importar que su
padre estuviese todavía vivo y que la herencia por tradición solo se entregaba
cuando el patriarca familiar moría. Además piensa que con dinero y posesiones podría
disfrutar de la vida a su antojo, dando rienda suelta a sus apetitos y a sus
más locos proyectos. Y para alejarse de cualquier resquicio de influencia familiar
se marcha a una provincia apartada en la que nadie lo conoce, donde puede
comenzar desde cero y donde las noticias de su familia no llegasen. Estaba
dispuesto a olvidarse de todos, incluyendo a su padre y hermano mayor.
Sin
embargo, esta esperanza en las riquezas y en la búsqueda del libertinaje como
sustitutivo de la sujeción que como hijo tuvo con su padre, pronto comienza a
defraudarle. Su seguridad, fraguada en la posesión de un buen capital, se
desvanece entre despilfarro y despilfarro. Antes su padre podía darle lo
estrictamente necesario, pero ahora podía gastar a manos llenas sin límite y
sin que nadie le aconsejase qué hacer en todo momento. Esta esperanza en lo
material se esfuma en el preciso instante en el que los problemas de suministro
de alimentos comienzan a tomar forma, en el que el precio de los víveres suben
y suben hasta cotas escandalosas, y en el que sus fondos, ya menguados por su
estulticia y su insensatez, se terminan por completo. ¿Dónde estaba su
esperanza ahora? ¿Su futuro de quién dependía desde ese momento? No le queda
más remedio que recurrir a arrastrar por el polvo su nombre y fama para poder
comer siquiera las algarrobas de las que se alimentaban los cerdos que él
cuidaba en las pocilgas de un pagano. Su esperanza le traiciona hasta el punto
de revolcarse penosamente en la inmundicia que su religión y cultura condenaba
rotundamente.
Una nueva
etapa en su esperanza surge de en medio de su desesperación y miseria. Y es que
normalmente, cuando esta clase de circunstancias dramáticas aparecen en la vida
de un ser humano, lo hacen para dar un toque severo de atención en el que
recomponer las prioridades vitales. En ese tiempo de convivencia con los
puercos, embadurnado de barro y suciedad, es que recapacita, reflexiona y asume
la consecuencia de sus actos y de sus esperanzas erradas. Ahí es donde surge
con fuerza una nueva esperanza. Es una esperanza moderada que brota de la
humillación y de la indignidad. Es vislumbrar por instante la posibilidad de
que su padre pueda perdonarle por sus grandes pecados, por su egocentrismo y
por su ceguera espiritual. Esta esperanza no aspira a recibir de manos de su
padre todo aquello que ha dilapidado en juergas y francachelas. Si solo pudiese
contarse entre los siervos y jornaleros de su padre, si solo pudiese trabajar
honrada y dignamente para sobrevivir, si solo pudiese dejar de comer de las
algarrobas que tan apetecibles le parecían en ese momento… Esta pequeña llama
de esperanza hace que por fin se levante de su estado lamentable para buscar el
perdón de su padre y de su hermano mayor.
Pero como
siempre, la esperanza siempre supera nuestras expectativas, del mismo modo que
vimos con Mefiboset y el leproso de las lecciones anteriores. La sorpresa que
le depara esta renovada esperanza en el perdón de su padre es máxima y
extraordinariamente entrañable. Desde lejos, ya a punto de llegar a la casa de
su padre, ve como alguien corre a su encuentro. No da crédito a sus ojos cuando
se da cuenta de quién es el que resoplando y resollando se abraza a él con la
fuerza que solo sabe dar el amor y la misericordia. Es su padre, aquel al que
deshonró en vida, aquel al que despreció, aquel ante el que se rebeló para
seguir su camino de pecado e iniquidad. Ante la efusividad del recibimiento de su
padre solo acierta a musitar una disculpa, ensayada una y otra vez en el
camino: “Padre, he pecado contra el
cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo.” (v. 21).
Esperando una reprimenda, una amonestación, una riña o un conjunto de represalias,
lo único que recibe es amor a raudales y ternura sin límites. Y aquí es donde
la esperanza supera lo esperable, en las palabras que el padre dedica sin
reproches ni reconvenciones: “Sacad el
mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies.
Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi
hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado.” (vv. 22-24).
La
esperanza del hijo menor se vio sobrepasada por el perdón y el amor de su
padre. No solamente volvía al hogar, sino que todo aquello que un día derrochó
le fue devuelto con creces. Había estado muerto y perdido, y ahora había
recobrado la vida ocupando el lugar que nunca debió abandonar por su mala
cabeza. Esta es la esperanza que tenemos: “Si
confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados,
y limpiarnos de toda maldad.” (1 Juan 1:9). Y esta es la esperanza que
nuestro Padre tiene, que volvamos en sí de nuestros delitos y pecados para
volver a recibir de Él su compasión y su amor ilimitado. Por eso, pacientemente
nos espera a la entrada de su tienda y así poder correr a nuestro encuentro: “Es paciente para con nosotros, no
queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.” (2
Pedro 3:9).
CONCLUSIÓN
¿Cómo no leer esta historia con el corazón
lleno de emoción? ¿Cómo no derramar lágrimas de felicidad al sabernos esos
hijos pródigos que pensamos que estaríamos mejor fuera de la influencia de
Dios, que cometimos errores descomunales al despreciar su protección y ayuda, y
que cuando las consecuencias de nuestra insensatez nos alcanzaron tuvimos que
reconocer nuestra equivocación arrepintiéndonos de nuestros pecados contra Dios
y los demás? Hemos descubierto, y seguimos descubriendo que la esperanza y el
futuro no están en vivir separados de nuestro Padre, que las riquezas y las
cosas no son garantía de prosperidad y felicidad, y que, a pesar de nuestras
meteduras de pata, nuestro Padre que está en los cielos nos espera para
abrazarnos y colmarnos de su misericordia y gracia eternas.
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