LA CABEZA DEL CUERPO
SERIE DE
SERMONES “UN SOLO CUERPO” SOBRE TRES ASPECTOS VITALES DEL CUERPO DE CRISTO
TEXTO
BÍBLICO: COLOSENSES 1:15-19
INTRODUCCIÓN
¿Qué es
para ti la iglesia? ¿Cómo concibes su propósito y fines? ¿Estás familiarizado
con el concepto de iglesia que se desprende de la Palabra de Dios? ¿Quién la
compone? ¿Sabes qué papel cumple cada miembro dentro del orden existente en la
comunidad de fe? No sé si alguna vez te has hecho estas preguntas alguna vez
para clarificar tu idea de iglesia. Lo cierto es que muchos todavía siguen
pensando que la iglesia es un lugar de culto, un credo en el que creer a pies
juntillas o una denominación cristiana a la que seguir sin rechistar. Otros aún
siguen anclados en la idea que de la iglesia tiene el mundo católico, un
concepto sacramental de la misma, en la que la iglesia es esa madre que acoge a
todos los que creen en Dios, dando a entender que fuera de ella no existe
salvación. Sin embargo, dentro de las iglesias evangélicas también existen mil
matices distintos sobre lo que es la iglesia. Para unos es un club social en el
que no es preciso comprometerse, para otros es una especie de espectáculo que entretiene
los sentidos, para muchos es un lugar en el que poder encontrar una manera de
pasar el tiempo con gente agradable, y para otros es simplemente una ONG más en
la que presentarse como voluntario para ayudar en términos sociales a los más
desfavorecidos.
Cuando era
apenas un adolescente recién llegado a la realidad de una iglesia bautista en
La Vall d´Uixó, mi profesora de Escuela Dominical siempre se preocupó por
enseñarme los rudimentos de lo que era la iglesia. Todavía conservo en mi
memoria una cancioncilla que aprendíamos sus alumnos después de clase para
después cantarla ante el resto de hermanos de la congregación: “La iglesia está formada por personas que
glorifican a su Salvador, hacen oraciones, le cantan canciones y leen la
Palabra de Dios. La iglesia está formada por personas que glorifican a su
Salvador. Allí es donde reina amor entre hermanos que nace del amor del Señor.”
Con el paso del tiempo, y con la adquisición de nuevas experiencias y
vivencias eclesiales, he podido constatar que esa canción solo era la base del
amplísimo abanico de iglesias que existe en el mundo: iglesias inclusivas y
exclusivas, iglesias étnicas y multiculturales, iglesias tradicionales y
liberales, iglesias congregacionalistas y jerarquizadas, iglesias denominacionales
e independientes, iglesias para negros y para blancos, iglesias para hombres y
mujeres de negocios y para los marginados de la sociedad, iglesias involucradas
en la política y separadas del Estado, iglesias sencillas y de rituales
intrincados y rocambolescos, iglesias sencillas y proclives al espectáculo de
luces y sonido, y así durante un largo etcétera. La abrumadora realidad
eclesial sugiere de nuestra parte una profunda y meticulosa reflexión sobre qué
es verdaderamente la iglesia y cuáles son las partes fundamentales que la
componen desde una perspectiva bíblica lo más cercana a los ideales propuestos
por Jesús.
Si
realmente deseamos conocer mejor el significado de iglesia, las implicaciones
que ésta tiene sobre cada uno de sus miembros y el propósito de ésta en el
orden de cosas, no podemos empezar la casa por el tejado. Es preciso,
absolutamente preciso, comenzar por posar nuestra mirada en el director de
orquesta, en el que gobierna la iglesia, en aquel que la instituyó y creó. Para
asimilar qué es una comunidad de fe necesitamos conocer mejor al objeto de esa
fe: Jesucristo. En el uso de la metáfora del cuerpo humano, el apóstol Pablo
pretende dejar patente una enseñanza nuclear para el creyente que convive
fraternalmente con otros creyentes: sin Cristo no existe iglesia. Del mismo
modo que el cuerpo humano no es capaz de dar señales de vida sin la cabeza o el
cerebro, así mismo la iglesia no tiene razón de ser si Cristo no la dirige,
sustenta y guía. En este himno que probablemente ya los primeros cristianos
entonaban para aprender y entender la doctrina cristológica de la iglesia y la
creación del mundo, y que encuentra paralelismos muy interesantes con Efesios
1:19-23, Pablo quiere retratar a la cabeza de la iglesia como insustituible,
imprescindible y supereminente. La iglesia como cuerpo debe reaccionar de
acuerdo a la voluntad de Cristo para que éste sea un organismo saludable, vivo
y con propósito.
A. CRISTO
ES DIOS VIVIENDO EN MEDIO DE SU IGLESIA
“Él es la
imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la creación.” (v. 15)
La razón
de ser de la iglesia solo puede hallarse en Dios. La iglesia ha sido prevista
por la voluntad soberana de Dios desde antes de la fundación del mundo. La
comunidad de fe no es un plan B de Dios como consecuencia de los errores que el
ser humano comete a lo largo de su historia. De hecho, desde la institución de
la familia, la iglesia va cobrando forma de nación santa, de remanente recto y
fiel, hasta verse definitivamente concretado en la visión neotestamentaria de
la ekklesía, de la asamblea de creyentes en Cristo. Dios siempre ha querido que
el ser humano que desea adorarle y obedecerle se uniese en una dimensión
socializadora y de unión fraternal. Y aunque es cierto que Dios también se
comunica con el ser humano individual, también lo es entender nuestra comunión
con Dios desde la comunidad y la reunión de los fieles. Desde el principio Dios
se ha revelado al mundo a través de la creación, y se ha hecho manifiesto a
aquellos que le buscan y aman su presencia. Sin embargo, esta revelación se
torna en imperfecta a causa de la inclinación mortal por servirse de esta
revelación natural para construir ídolos y dioses a los que adorar.
Para
acabar con esta dinámica idólatra, Cristo aparece en la historia para completar
y hacer plena la revelación de Dios a los hombres. Es a través de Cristo que
podemos ver al Padre, y aunque sabemos que nadie ha visto a Dios, cuando
miramos a Jesús podemos contemplar el reflejo perfecto del carácter y vida de
nuestro Padre celestial: “A Dios nadie
le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a
conocer.” (Juan 1:18). Solo en Cristo como cabeza de la iglesia comprendemos
y entendemos lo que significa realmente lo que somos como seres humanos hechos
a su semejanza y lo que es Dios como nuestro Hacedor. Al ser imagen del Dios
invisible, en carne y hueso, en palabra y hecho, la iglesia asume que Cristo
debe ser el que impregne con sus características personales comunicables a la
comunidad de fe. Su bondad, su justicia, su amor, su santidad y su vida entre
otras características de Dios mismo, se despliegan a través de su Hijo en el
marco incomparable de la congregación de los santos. Él es Dios encarnado por
nosotros: “En el principio era el Verbo,
y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.” (Juan 1:1)
No debemos
nuestra obediencia y sumisión a seres humanos imperfectos, ávidos de poder e
influencia, sujetos a debilidades y tropiezos, a caprichos y tentaciones. El
ser humano ha maltrecho la imagen y semejanza de Dios en ellos, y por lo tanto,
considerar a un ser humano falible como vicario de Cristo, representante de
Dios en la tierra o como alguien al que hay que fiar ciegamente los destinos de
la iglesia, es una peligrosa manera de entender la iglesia. Cristo es nuestra
cabeza y su presencia garantiza el hecho de que la voluntad de Dios sea algo
que se encuentra a nuestro alcance si apelamos a la dirección y guía del Espíritu
Santo. No necesitamos una cabeza humana que decida qué hacer o cómo hacer la
misión de Dios, puesto que Cristo habla a la iglesia de parte de Dios por medio
de su Espíritu. Él es uno con Dios y con su dirección y sabio asesoramiento
espiritual, el cuerpo adquiere vida, madurez y sentido pleno de su existencia.
B. CRISTO ES
EL CREADOR Y SUSTENTADOR DE LA IGLESIA
“Porque en
él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en
la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados,
sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de
todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten.” (vv. 16-17)
Pablo
continúa cantando las excelencias de Cristo apelando a su capacidad creativa y
creadora. Toda la creación, el universo, el cosmos, ha sido idea suya desde el
principio del tiempo. Las estructuras de poder del universo se someten bajo su
mandato y gobierno, puesto que, aunque algunas de estas estructuras hoy estén
en contra de su plan de salvación, un día volverán a sujetarse bajo su
autoridad y poder. Toda la creación tiene un fin primordial: glorificar y
adorar a su creador. Y si tal como vimos en el punto anterior, Cristo es la
imagen fiel de Dios, también éste es glorificado y exaltado por todo lo que ha
sido creado, visible e invisible. Si también entendemos que la iglesia es
creación de Cristo en virtud de su poder de dar existencia a lo que no la
tenía, entonces nos daremos cuenta de que la meta principal de la iglesia es la
de glorificar a su soberano y cabeza. No somos iglesia para intercambiar
opiniones o creencias comunes, ni para servir a los necesitados, ni para
reunirnos sobre la base de un pensamiento espiritual único. Somos iglesia para
ensalzar y dar gloria a Cristo, nuestra fuente y nuestro creador supremo.
Cristo no
solo es el sujeto de nuestra adoración, sino que además, como intermediario de
la creación que es al igual que el Padre, procura que toda la creación, entre
la que se halla su iglesia, sea preservada del caos y dependa completamente de
su sustento y provisión. Pablo, en sus enseñanzas sobre el matrimonio, abunda
en esta idea cuando dice: “Porque nadie
aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como
también Cristo a la iglesia, porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y
de sus huesos.” (Efesios 5:29-30). Por tanto, en el amparo que recibimos de
Cristo cuando estamos seguros y sosegados en el seno de su iglesia, encontramos
de nuevo motivos más que suficientes para confiar en él, para agradecer sus
bendiciones y bondades, y para alabar continuamente su persona y obra. Sin
Cristo la iglesia muere irremisiblemente; con Cristo la comunidad de fe es
vivificada, fortalecida y crece en madurez. Subsistimos por la pura fuerza de
su voluntad, y nos movemos y somos porque formamos parte de sus designios y
planes misioneros.
C. CRISTO
ES NUESTRO EJEMPLO EN OBEDIENCIA
“Y él es la
cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de
entre los muertos, para que en todo tenga preeminencia; por cuanto agradó al
Padre que en él habitase toda plenitud.” (vv. 18-19)
La
canción cristológica no cesa en su melodiosa profundidad espiritual, y nos
describe metafóricamente el lugar que ocupa Cristo en relación con su iglesia.
No es un consultor al que dirigirse cuando las cosas van mal, ni es una fuerza
protectora externa que vigila el camino de la comunidad de fe, ni es un
tiránico modelo de gobierno que impone sobre su pueblo caprichosas medidas y
mandamientos. Nada más lejos de todas estas ideas. Cristo es la cabeza del
cuerpo, y por ende, nunca se separa de su iglesia. La mente de Cristo desea que
todo el cuerpo bien conjuntado y armónico cumpla con sus estipulaciones,
mandatos y ordenanzas, del mismo modo que el cerebro envía a través de las
sinapsis neuronales las órdenes que cada miembro del organismo debe cumplir
para el correcto y sano desempeño de la vida. La iglesia se relaciona orgánica
y dependientemente de Cristo y su rango preeminente, su sabiduría y su
conciencia del por qué y para qué de todas las cosas, propicia que debamos
estar en sintonía con él para lograr que como iglesia cumplamos con los
objetivos que Dios ha establecido para su iglesia. Si nos sometemos a su
dirección y dejamos que sea Cristo el que nos encamine, veremos maravillados de
qué maneras increíbles él nos usa para su gloria y honra.
Como
cabeza de la iglesia, Cristo también es nuestro modelo de obediencia. En su
muerte y posterior resurrección, la comunidad de fe es capaz de aprender a
servir a Dios responsable y comprometidamente, a imitar el talante de Jesús y a
fiar siempre todos nuestros planes y objetivos a Dios Padre del mismo modo que
hizo él en su ministerio terrenal. En su muerte podemos ver, como iglesia,
tantas cosas, tantas enseñanzas como el perdón, la fortaleza, la resolución, el
amor sin medida, la misericordia, la capacidad de sacrificio y la obediencia a
Dios. En comparación con Cristo, la plenitud en la que Dios se agradó, cualquier
ser humano que desee erigirse como líder indiscutible de una iglesia queda en
mantillas o a la altura del betún. Sin embargo, cuando interiorizamos como
comunidad de fe que nuestro capitán y cabeza es Cristo, sabremos unirnos con un
mismo espíritu en el deseo de ser como él y de desear lo que él deseó, salvar
lo que se había perdido.
CONCLUSIÓN
El himno
cristológico continúa sonando todavía desde los tiempos de la iglesia
primitiva. No sé exactamente qué clase de opinión tendrás sobre la iglesia, o
cuál es tu perspectiva de ella. No sé si te inclinas hacia una clase particular
de iglesia o si sigues viéndola del mismo modo que te inculcaron tus padres.
Pero lo que sí sé es que si esa iglesia que concibes, que visualizas y que
buscas no está bajo la dirección y soberanía de Cristo, no es iglesia. Será
otra cosa, mejor o peor, pero no será lo que Cristo sigue queriendo que sea.
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