EL CORAZÓN DEL CUERPO





SERIE DE SERMONES “UN SOLO CUERPO”

TEXTO BÍBLICO: 1 CORINTIOS 12:14-25

INTRODUCCIÓN

     En mi experiencia personal, hablando con hermanos y hermanas de multitud de iglesias bautistas de España, he podido recoger el sentir triste y lamentable de determinadas situaciones provocadas en su mayor parte por una serie de corrientes de pensamiento doctrinal e interpretativo de las Escrituras que lo han fiado todo al experiencialismo. He sido testigo de iglesias en las que personas se han sentido ninguneadas a causa de no haber adquirido ciertos dones espectaculares a los que se ha dado una preeminencia exagerada y poco acomodada a lo que la Palabra del Señor dice en cuanto a la sensata gestión de los dones espirituales dados por el Espíritu Santo. La marginación y la frustración en algunos de estos casos es algo que podía palparse y sentirse a la perfección. Hermanos valiosos, sensatos y sabios siendo arrinconados en el servicio a la iglesia por el simple y arbitrario hecho de que no hablaban en lenguas, es uno más de los crímenes espirituales que se perpetran en algunas iglesias, o mejor dicho, congregaciones del arribismo y la presunción. Ver lágrimas en los rostros de personas que en un primer momento tenían clarísima su vocación, su conversión y su llamamiento, pero que algún desalmado vestido de pseudomístico espiritualoide y receptáculo de la revelación directa de Dios, les ha inoculado su ponzoñosa duda y vacilación hasta provocarles crisis espirituales muy graves, me sacude el alma.

     El incorrecto y distorsionado entendimiento del papel de los dones espirituales en la iglesia y la errónea y trastocada comprensión del rol que cada miembro de la iglesia debe desempeñar en el equilibrio, armonía y orden de la comunidad de fe, ha llevado a más divisiones, deserciones y cismas de las esperadas cuando se antepone el favoritismo, el experiencialismo exacerbado y el ansia de poder a los verdaderos propósitos y fines de la iglesia de Cristo. Ser capaces de valorar adecuadamente la variedad y la diversificación dentro de la unidad y la fraternidad debe ser nuestro objetivo a la hora de asimilar que cada miembro de la iglesia tiene su lugar de servicio y que ninguno es indispensable, aunque todos seamos necesarios. Pablo, al recibir los informes de algunas familias de Corinto preocupadas por el ambiente cargado de tensiones y enfrentamientos, decide cortar de raíz un conjunto de prácticas y enseñanzas completamente delirantes que solo provocaban el caos, el desorden y dolor a manos llenas. Para ello emplea la imagen del cuerpo humano con el fin de dejar más que clara su instrucción acerca de los dones espirituales y del verdadero espíritu fraternal que debe primar en el sensato desarrollo de las actividades de la iglesia en Corinto.

A. EL CORAZÓN DE LA IGLESIA LUCHA CONTRA EL FAVORITISMO Y LA DIVISIÓN

“Además, el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos. Si dijere el pie: Porque no soy mano, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Y si dijere la oreja: Porque no soy ojo, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Si todo el cuerpo fuese ojo, ¿dónde estaría el oído? Si todo fuese oído, ¿dónde estaría el olfato?” (vv. 14-17)

     Si la iglesia sabe gestionar equilibradamente y según la voluntad de Dios todas las tareas que son necesario realizar para su eficaz funcionamiento, la iglesia es un cuerpo completo, consciente de cada uno de sus miembros y de su necesidad, y dispuesto a apoyarse mutuamente con tal de conseguir que la misión de extender el Reino de Dios sea un éxito. La misión evangelizadora de la iglesia no puede entenderse sin reconocer la utilidad y buen trabajo de cada miembro. Lo que no puede ni debe ocurrir en el seno del cuerpo de Cristo, es que cada miembro haga lo que mejor le parezca, aunque tenga las mejores intenciones del mundo. Lo que no puede ni debe pasar en medio de la comunidad de fe es que las divisiones se sucedan por causa de enarbolar estandartes de liderazgos presuntamente opuestos o enfrentados como los que tuvieron en la iglesia en Corinto: “Cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo, y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo. ¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?” (1 Corintios 1:12-13). Si Cristo es la cabeza de la iglesia, ¿por qué depositar el peso de toda la iglesia en un puñado de seres humanos falibles y susceptibles de aferrarse al poder? 

    Pero esto solo es parte del problema de Corinto. Otra problemática surge de considerar algunos dones espirituales como superiores a los demás, con la consiguiente batalla por quién es el más superespiritual de todos al querer ondear la bandera del don de lenguas, de sanidades o de profecía vaticinadora en pro de alcanzar cotas de poder significativas en la iglesia. Determinados dones espirituales que debían cumplir con su función dentro del orden y concierto de la iglesia sin producir aspaventosos conflictos espirituales, se convierten en las credenciales de los más cercanos a Dios y a su voluntad para toda la congregación. Y ahí precisamente es donde la envidia cochina y el egoísmo encuentran el caldo de cultivo necesario para generar el desconcierto, las luchas de poder y la destrucción de la comunión fraternal cristiana. Pablo tiene que amonestarles severamente a lo largo y ancho de esta primera carta a los corintios, para hacerles ver que si el desempeño de cualquier don amenaza, corroe o intenta aniquilar el amor que debe presidir la iglesia, éste debe ser puesto en cuarentena para verificar si éste proviene del Espíritu Santo o solo es un efectista e hipócrita acto de persecución de poder. Lo peor es que esto no se circunscribe a los primeros tiempos de la iglesia primitiva, sino que es un fenómeno terrible que sigue atomizando congregaciones y que sigue esparciendo su error fatal.

B. EL CORAZÓN DE LA IGLESIA RECONOCE LA SOBERANÍA DE DIOS AL DAR LOS DONES

“Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso. Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo?” (vv. 18-19)

     Otra situación problemática que puede aparecer en la dinámica cotidiana de la iglesia es que existan miembros que se encuentren descontentos con los dones que el Espíritu Santo les ha concedido. ¿Qué supone esto? ¿Acaso Dios se ha equivocado en el reparto de dones espirituales? ¿Puede ser que el Espíritu Santo no nos conozca tan bien como para entregarnos dones que no se adecúan a nuestra idiosincrasia personal? Por supuesto que no. Es de no tener dos dedos de frente pensar que Dios no es lo suficientemente sabio como para encomendarnos una tarea que nosotros no seamos capaces de hacer. ¿Cuántas veces no nos excusamos ante los hermanos y ante Dios usando la justificación de “esto no es lo mío”? ¿Cuántos hermanos, después de años y años como miembros de la iglesia, todavía no saben cuál es su don y su lugar de servicio en la congregación? Y lo que es más preocupante: hay personas que directamente ni se esfuerzan en averiguar cuál es su papel dentro del organigrama de la iglesia. O miembros que se sintieron menospreciados o criticados por algún irresponsable diciéndoles que tal o cual tarea en la iglesia, no estaba hecha para ellos. ¡Cuánto mal ha hecho una incorrecta apreciación del objetivo y significado de trabajar en la iglesia con nuestros dones y talentos! 

    Poner en duda la sabiduría de Dios al entregarnos un don espiritual solo es la primera parte de nuestro desplante ante Dios. Y es que no solo discutimos si Dios es listo o inteligente, sino que además ponemos en tela de juicio su soberanía. ¿Pero quiénes nos hemos creído que somos? Pablo resuelve esta infausta manera de considerar a Dios con contundencia: “Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: Por qué me has hecho así?” (Romanos 9:20). Un cristiano que no se conforma con el don que Dios le da, que pone pegas a la sabiduría divina y que discute la soberanía de Dios es una contradicción andante. Un cristiano que desobedece a Dios al enterrar su talento en la tierra y que no lo invierte ni lo emplea para edificar a sus demás hermanos es un miembro improductivo que solo es un lastre para el crecimiento de la iglesia de Cristo. Tal vez nosotros no seamos perfectos, o tengamos dudas sobre nuestras habilidades y aptitudes, pero lo que sí sabemos a ciencia cierta es que los dones espirituales que Dios dispensa sí son perfectos y son dados a conciencia según nuestro potencial.

C. EL CORAZÓN DE LA IGLESIA ES CODEPENDIENTE E INTERDEPENDIENTE

“Pero ahora son muchos los miembros, pero el cuerpo es uno solo. Ni el ojo puede decir a la mano: No te necesito, ni tampoco la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros. Antes bien los miembros del cuerpo que parecen más débiles, son los más necesarios; y a aquellos del cuerpo que nos parecen menos dignos, a éstos vestimos más dignamente; y los que en nosotros son menos decorosos, se tratan con más decoro. Porque los que en nosotros son más decorosos, no tienen necesidad; pero Dios ordenó el cuerpo, dando más abundante honor al que le faltaba, para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros.” (1 Corintios 12:20-25)

     En la unidad que es el cuerpo humano para que el ser esté completo en todo radica el quid de la cuestión sobre el papel que todos cumplimos en la iglesia local. Todos somos de un padre y de una madre, con nuestras filias y fobias, con nuestros fallos y virtudes, con nuestro carácter y temperamento, con nuestro pasado y nuestro presente. Sin embargo, a pesar de ser muchos, el hecho de que Cristo sea la cabeza de la iglesia  nos une como hermanos y como colaboradores en la obra de Dios. Actitudes de autosuficiencia, de sobreestimación de la importancia personal y de desprecio por la labor que otros creyentes realizan en la comunidad de fe, sobran. No podemos decir, ni “no me necesitan”, ni “no los necesito”. No podemos afincarnos en nuestra independencia y en nuestro individualismo, y pensar que “cada uno en su casa, y Dios en la de todos.” No somos un club al uso, o un lugar en el que tenemos aficiones comunes pero del que nos marchamos para hacer nuestra vida al margen de la de los demás. Aunque cada uno de nosotros tengamos una narrativa vital concreta, todos nos unimos en Cristo para cuidarnos mutuamente, para ayudarnos en los momentos difíciles y para compartir todo lo que el Señor hace diariamente en nosotros. No somos miembros desperdigados que se muestran indiferentes al dolor de los demás hermanos. Todo lo contrario. Somos una comunidad en la que apreciamos a todos los miembros de igual manera y en la que nos preocupamos los unos de los otros.

CONCLUSIÓN

     Los orgullos personales, la exaltación de determinados miembros en detrimento de otros, los partidismos estúpidos, las manifestaciones de indiferencia o los asuntos de disciplina interna sin resolver son algunas de las consecuencias que trae pensar que no necesitamos a nadie o que nadie nos necesita. Déjate querer y ama a tus hermanos. Busca un lugar de la iglesia en el que puedas ser útil a los demás y puedas glorificar a Dios con tu esfuerzo, talento y disponibilidad. Sé parte del corazón de la iglesia amando y sirviendo con todas tus fuerzas. Jesús tuvo que lidiar con la primera iglesia que él fundó, la iglesia apostólica, en cuanto al reparto de privilegios, poder y autoridad, y afirmó con rotundidad que “el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo.” (Mateo 20:27).

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