LA PLAGA DE GRANIZO

SERIE DE ESTUDIOS SOBRE ÉXODO “DIEZ PLAGAS Y UN CORDERO” 

TEXTO BÍBLICO: ÉXODO 9:13-35 

INTRODUCCIÓN 

       Creo que no hay que abundar demasiado en los efectos que una imprevista granizada puede causar en una región como la nuestra, donde los cítricos y los kakis pueden sufrir daños irreparables, y donde la economía agraria puede verse seriamente resentida. En algún momento de nuestras vidas hemos sido testigos de una de estas devastadoras manifestaciones meteorológicas, contemplando como un millón de bolas de hielo impactan contra cualquier superficie, abollándola y haciendo agujeros. Algunas bolas de granizo pueden llegar a alcanzar dimensiones letales. Según los registros de los que disponemos, el granizo más grande de la historia es el que cayó en Vivian, Dakota del Sur, en los EEUU, el 23 de julio de 2010, con el diámetro más enorme medido oficialmente: 20 cm de diámetro y 47,3 cm de circunferencia. El episodio de granizo más mortífero de la historia se produjo en el norte de la India, el 20 de abril de 1888, y causó la muerte de 246 personas, a pesar de que la caída de granizo apenas duró dos minutos. Según el diario The Times, más que granizo fue una lluvia de trozos de hielo bastante grandes. Junto a la oficina de telégrafos de Moradabad, por ejemplo, se hallaron trozos del tamaño de un melón y de casi 1 kg. Casi nada. 

      El granizo, en términos técnicos, “se origina con la presencia de una partícula sólida. Esta es arrastrada por fuertes vientos ascendentes dentro de la nube, a la que se le van adosando partículas de agua. Al ascender, se produce el enfriamiento de estas partículas, congelándose. Al llegar a la zona superior de la nube, el granizo cae hacia la tierra por su propio peso. En su caída, muchas de las capas de hielo que se formaron durante su ascenso, pueden descongelarse, volviendo a su estado líquido original. Sin embargo, no se desprenden y aun estando dentro del cumulonimbo, puede ser capturada nuevamente por otra corriente de aire ascendente y ser trasladada hacia las regiones altas de la nube. Esto provoca el agregado de una nueva capa de partículas de agua y su congelamiento. Este ciclo puede ocurrir varias veces, hasta que el granizo tome una dimensión y peso, que las corrientes ascendentes de aire dentro de la nube, no tienen la fuerza suficiente para transportarlo, precipitándose así a tierra.” Al granizo también se le suele llamar pedrisco, sobre todo cuando cae con gran violencia y adquiere un tamaño bastante temible. 

1. AMENAZA DE GRANIZO 

      Este elemento meteorológico será, en el texto que hoy nos ocupa, el modo en el que el Señor seguirá transmitiendo al empecinado faraón que, si no deja salir a su pueblo para adorarlo, tendrá que asumir las consecuencias: “El Señor dijo a Moisés: — Mañana, bien temprano, preséntate ante el faraón y dile: “Esto dice el Señor, Dios de los hebreos: Deja que mi pueblo salga a rendirme culto, porque si no, voy a desencadenar esta vez sobre ti, sobre tus cortesanos y sobre todo tu pueblo, todas mis plagas. De este modo aprenderás que no hay nadie que se me parezca en toda la tierra. Yo podría haber usado mi poder para herirte a ti y a los tuyos con la peste, y habríais desaparecido de la tierra; pero te he preservado la vida para mostrarte mi poder y para que todo el mundo me conozca ¿Y todavía te resistes a dejar salir a mi pueblo? ¡Pues mira! Mañana a esta hora haré caer una granizada tan recia, como no se vio nunca en Egipto, desde su fundación hasta hoy. Así que pon a resguardo tu ganado y cuanto tienes en el campo, porque la persona o animal que quede fuera sin ponerse a resguardo, será víctima de la granizada que le caerá encima”. Los cortesanos del faraón que tomaron en serio la amenaza del Señor, resguardaron bajo techo a sus siervos y al ganado; pero hubo otros que no dieron crédito a la amenaza y dejaron a sus siervos y ganados en el campo.” (vv. 13-21) 

      El martillo pilón de Dios sigue golpeando la moral del faraón. Tras la experiencia de la muerte de una gran parte del ganado de Egipto y la aparición de úlceras infecciosas en el cuerpo de todos los súbditos egipcios, a excepción de los hebreos que habitaban en la tierra de Gosén, el rey de Egipto sigue dando largas a Moisés. Moisés, ya acostumbrado a los continuos desplantes del faraón y a sus mentiras y faltas de respeto, vuelve a la carga para presentarse al alba delante del soberano del Nilo, y cuando este lo ve traspasar el umbral del salón del trono, comienza a barruntar un nuevo reto de parte del Dios de los hebreos. Otra vez más, Moisés reitera las órdenes de su Señor ante el faraón, y añade que, si opta por mantenerse enrocado en su postura de no dejar marchar a los israelitas al desierto, la cosa se va a poner muy, pero que muy fea. Dentro de la escalada de acontecimientos prodigiosos y terribles que Dios derrama sobre Egipto, la intensidad aumenta. La amenaza de Dios no es en balde. Su propósito será el de demostrar a todos cuantos todavía dudan de que el Señor está detrás de todas las plagas anteriores, que ningún dios egipcio, ni siquiera el divinizado faraón, puede llegarle a la suela de sus sandalias.  

      Es interesante observar que el Señor hace notar que, si hubiese querido asolar todo Egipto, lo hubiera hecho con un chasquido de dedos. A su palabra, cualquier vestigio de vida en el territorio del Nilo hubiese perecido inmediatamente. Sin embargo, en su misericordia y gracia, en su paciencia y magnanimidad, Dios refrena su poderosa y fulminante mano para dar una lección a toda la nación. El Señor quiere que todos puedan contemplar el alcance de su omnipotencia, hebreos y egipcios, a fin de que las naciones tiemblen al saber de su potencia y multiforme juicio. El apóstol Pablo expresó este propósito divino de esta forma: “No es, pues, cuestión de querer o de afanarse, sino de que Dios se muestre compasivo. A este respecto dice la Escritura al faraón: Te hice surgir para demostrar en ti mi poder y para hacer famoso mi nombre en toda la tierra.” (Romanos 9:16-17) Esto servirá a las generaciones posteriores como recordatorios del modo en el que Dios es capaz de liberar a su pueblo a pesar de la tozudez humana y de los obstáculos que se interpongan en el camino de sus designios eternos. El faraón ha podido experimentar de primera mano la superioridad aplastante de Dios, y, no obstante, persiste en su orgullo y soberbia inexplicables. Ha llegado la hora de que una granizada descomunal arrase con todo en la tierra de los faraones: sembradíos, ganado y seres humanos. Bloques de pedrisco serán lanzados desde los cielos de forma incesante hasta sepultar animales y campos enteros de cultivo. 

      El Señor muestra su benevolencia para con los egipcios en avisar de este tremebundo cataclismo. Les advierte de que guarden al poco ganado que todavía les queda y que llamen al resguardo de sus hogares a los agricultores que siguen trabajando la tierra. Algunos cortesanos del faraón, habiendo visto todo lo que había sucedido con las anteriores plagas, no dudan un segundo en tomarse en serio las advertencias de Dios y corren a tomar las medidas necesarias para no sufrir un nuevo revés económico que los acabe por dejar en la bancarrota. Hay poco tiempo, porque el momento de la catástrofe se aproxima velozmente, pero logran poner a salvo sus pertenencias y servidumbre. Pero como siempre pasa, otros, más de la cuerda del obstinado faraón, se muestran incrédulos ante el mensaje de juicio de Moisés, y se ríen a mandíbula batiente a costa del siervo del Señor. No pueden creer que el Dios de los hebreos tenga poder sobre los elementos climáticos, y, por tanto, despreocupados, dejan que sus menguados rebaños sigan paciendo a campo abierto y que sus siervos continúen realizando sus tareas agrícolas como si no fuese a pasar nada.  

2. GRANIZO DE FUEGO 

      Puntual como un reloj suizo, Dios cumple con su palabra: “Y el Señor dijo a Moisés: — Alza tu mano hacia el cielo, para que caiga granizo por todo el país de Egipto, sobre personas, animales y sobre los campos sembrados. Moisés alzó su vara hacia el cielo, y el Señor desató una tormenta con truenos y granizo. Cayeron rayos sobre la tierra, y el Señor hizo que granizara en todo Egipto. Caían los granizos y rayos mezclados con el granizo. Desde la fundación de Egipto no se vio jamás una granizada tan violenta. Aquel granizo destrozó en todo el país de Egipto cuanto se encontraba en el campo —personas y animales—, machacó toda la vegetación y tronchó los árboles. Únicamente el territorio de Gosén, donde vivían los israelitas, se libró del granizo.” (vv. 22-26) 

      Moisés levantando su mano a los cielos grisáceos y llenos de arracimados cumulonimbos, invoca el poder de Dios sobre todo el territorio egipcio, a excepción de Gosén. Los nubarrones se tornan más y más oscuros, el viento comienza a soplar con violencia, los relámpagos y los rayos iluminan las tinieblas en las que se había convertido todo Egipto, y los truenos vocean con un sonido ensordecedor la inminencia de un formidable acontecimiento climatológico. La primera piedra de granizo, de un tamaño jamás visto en la historia del país, se estrella contra el suelo con el sonido de la muerte. Pronto a esta primera muestra del poder de Dios se le unen cientos y miles de bolas de pedrisco que impactan contra todo lo que se pone por delante. Los campos son barridos y enterrados por la persistente lluvia de hielo, los animales caen fulminados y atravesados, y muchos hombres y mujeres son derribados como muñecos de trapo en cuanto son alcanzados irremediablemente por la potencia de este brutal granizo. Aquí y allá los cadáveres de aquellos que no se refugiaron en sus casas o en sus establos llenan los campos de Egipto. Y al que no lo mataba un golpe de granizo, lo pulverizaba un rayo. Ni los árboles pudieron detener el asedio del granizo, resquebrajándose y cayendo con sus frutos al suelo. El espectáculo, como podréis imaginar, era dantesco. 

     Los hechiceros de faraón ya ni siquiera aparecen en escena para intentar reproducir la granizada que asola Egipto. Los dioses a los que adoraban los egipcios que se relacionaban con los fenómenos meteorológicos no parecen poder hacer nada por evitar que toda la tierra padezca un demoledor y estremecedor desastre sobrenatural. Ni Shu, dios del aire atmosférico, ni Nut, diosa que personifica los cielos, ni Tefnut, diosa de la humedad, ni Set, dios que cabalgaba sobre el viento y las tormentas, hacen nada en absoluto para detener el poderío total de Dios. Era Jehová, y no Set, el que cabalgaba sobre la tormenta: “Montó en un querubín, emprendió el vuelo y se elevó sobre las alas del viento. De las tinieblas hizo su refugio, de aguaceros y densas nubes una tienda que lo cubría. Ante su resplandor las nubes se deshicieron en granizo y chispas de fuego.” (Salmo 18:11-13) De nuevo, las deidades egipcias quedan en entredicho y se sigue demostrando que no son más que un invento religioso carente de realidad espiritual y práctica. Más tarde, las crónicas recogerán el milagro de esta plaga sobre Egipto: “Destruyó con el granizo sus viñedos, con la helada sus higueras; abandonó su ganado al pedrisco, a los rayos sus rebaños.” (Salmo 78:47-48)  

3. UNA FALSA CONFESIÓN 

       Como en anteriores plagas, el faraón recurre a dar pena. Llama a Moisés para intentar que la matanza y la ruina se detenga antes de que sea demasiado tarde: “Entonces el faraón mandó llamar a Moisés y Aarón para decirles: — Reconozco que esta vez he pecado. La culpa es mía y de mi pueblo, no del Señor que es justo. Suplicad al Señor que cesen los truenos y el granizo y no os retendré más. Esta vez os dejaré salir. Moisés le respondió: — En cuanto salga de la ciudad, alzaré mis manos al Señor; los truenos y el granizo cesarán; así reconocerás que la tierra es del Señor. Pero bien sé que ni tú ni tus cortesanos teméis todavía a Dios, el Señor. La cosecha de lino y cebada se perdió, pues la cebada estaba ya espigada y el lino en flor. En cambio, al trigo y al centeno no les afectó porque brotan más tarde. Salió Moisés de la presencia del faraón y, una vez fuera de la ciudad, alzó sus manos al Señor. El granizo y los truenos cesaron, y escampó. En cuanto el faraón vio que habían cesado la lluvia, el granizo y los truenos, volvió a pecar. No sólo él, sino también sus cortesanos se volvieron intransigentes. El faraón se obstinó en no dejar salir a los israelitas, como el Señor ya había predicho por medio de Moisés.” (vv. 27-35) 

      Moisés y Aarón regresan a la corte del faraón para escuchar qué tiene que decirles el rey de Egipto. Y de nuevo, el faraón parece querer confesar que ha pecado al menospreciar el poder y la autoridad de Dios sobre los elementos. Reconoce que ha pecado en esta ocasión, olvidando toda la serie de episodios altaneros que lo han llevado hasta este momento. En principio, parece haber aprendido del correctivo tan duro al que lo ha sometido el Señor. En nombre suyo y de su pueblo, parece humillarse ante Dios, exaltando su justicia. Implora a Moisés y a Aarón que el granizo y los rayos dejen de sembrar la muerte y el caos sobre su nación. Promete, aunque con los dedos cruzados, que se avendrá a razones, y que dejará que el pueblo de Israel pueda llevar a cabo los preparativos para marchar al desierto con el objetivo de adorar a su Señor. Moisés, que ya ha escuchado esta cantinela anteriormente, demuestra su compasión y accede a rogar a Dios que cese en su poderosa manifestación de dominio sobre la naturaleza y los elementos. Pero deja claro al faraón, que no se la va a dar con queso, que sabe que, de nuevo, va a recular de su decisión de dejar salir a los hebreos, y que muchos de sus más directos servidores están en la misma obcecada sintonía que el faraón. 

      La escena de destrucción causada por el granizo es memorable. Los cultivos de lino, el cual estaba todavía en su caña, y que se empleaba para confeccionar las prendas de vestir, y los sembradíos de cebada, la cual no estaba todavía para recoger, con la cual se destilaba la cerveza, habían sido totalmente asolados. Lo curioso es que otros dos cultivos, el de trigo y el de centeno, con los que se elaboraba harina y pan, quedan indemnes. Al menos, de momento, como veremos en la siguiente plaga. Moisés y Aarón, pues, salen de la ciudad, y tal y como han prometido, piden a Dios que ponga fin al martirio con forma de granizo y fuego del cielo que ha machacado a los egipcios. No hizo falta ni un minuto después de que hubiese escampado la tormenta de pedrisco, para que el faraón se quitase la máscara de pedigüeño para traslucir la de una persona terca y soberbia. Los cortesanos se unieron a esta mascarada y respaldaron sin fisuras la actitud de faraón de no dejar escapar a los hebreos. Moisés y Aarón no se sorprenden en lo más mínimo, porque Dios ya lo había profetizado desde el principio. 

CONCLUSIÓN 

      Aunque el ser humano quiera echarle un pulso a Dios, nada puede hacer por vencer en esta pugna. El Dios de toda la creación, soberano de todas las leyes que rigen este universo, y dueño de todo lo que existe, siempre vencerá cualquier resistencia por parte de sus criaturas perversas e incrédulas. Solo resta esperar con paciencia a que el instante en el que culmine la historia llegue. Cuando regrese Cristo, nada ni nadie podrá detener los designios y propósitos de Dios. Mientras tanto, solo nos queda seguir aguardando su segura venida, contemplar los milagros de Dios hace en su mundo, y tratar de convencer a los ateos que conviven con nosotros de que es inútil seguir resistiéndose al poder y a la gracia del Señor. 

      El faraón sigue en sus trece. ¿Encontrará Dios la manera de doblegar su voluntad? ¿Qué nueva señal de juicio sobrevendrá a los egipcios por culpa de su vanagloria y cabezonería? Las respuestas a estas preguntas y a muchas otras más, en el próximo estudio sobre el libro del Éxodo. 

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