SACADO DE LAS AGUAS


 

SERIE DE ESTUDIOS SOBRE ÉXODO “MOISÉS EL LIBERTADOR” 

TEXTO BÍBLICO: ÉXODO 2:1-10 

INTRODUCCIÓN 

       Las madres, esas sufridas criaturas de Dios que no descansan hasta ver que sus hijos crecen en un entorno seguro con sólidos valores morales, éticos y espirituales, nunca se dan por vencidas en circunstancias ciertamente terribles y agónicas. Son capaces de hacer lo que sea necesario con tal de proteger a sus retoños, tirando incluso de fuerzas que jamás supieron que tenían en algún lugar de su cuerpo, de una decisión férrea que nunca habían imaginado que podrían albergar en su corazón y en su mente. Cuando una injusticia se ceba inmisericordemente sobre su prole, no cejan en su empeño por poner orden en el desorden, por poner los puntos sobre las íes a quien haga falta ponérselos, por enfrascarse en situaciones que demandan mucho temperamento y grandes dosis de carácter. En el preciso instante en el que observan un mar de lágrimas arrasar la mirada de sus hijos, es como si algo dentro de sus entrañas se transmutara y se removiera. Harán y desharán para resolver el dolor de sus vástagos, para calmar y consolar la pena de estos, para solventar el problema a como dé lugar. No se quedan quietas contemplando la tristeza que embarga a sus hijos, sino que se arremangan y se lanzan a la batalla como guerreras dispuestas a todo. 

     No sé si has tenido a una madre de este tipo. Yo sí puedo decir, orgulloso y emocionado a la vez, que mi madre fue, es y seguirá siendo una leona que está más que dispuesta para defender a sus cachorros de cualquier peligro o amenaza. Incluso ahora, ya siendo mayores, con nuestra vida y familia asentadas, nuestra madre nunca deja de orar por nosotros, de tratar, en la medida de sus posibilidades, ayudarnos y echarnos una mano, y de pelear con uñas y dientes si fuera menester por nuestra seguridad, honra y nombre. En mi infancia, etapa en la que fui víctima de bullying en el colegio, mi madre siempre tuvo los redaños suficientes como para enfrentarse a los padres de los que me acosaban, a los profesores que restaban importancia a peleas y maltratos, y a los propios abusones, echándoles en cara la falta de vergüenza que les caracterizaba. No daba puntada sin hilo, y más de una vez tuvo que marcar territorio con vehemencia y fiereza con individuos de mala ralea. Nunca se arredró ante nada para rescatarme de las zarpas de los gamberros de turno, nunca se dio por vencida a pesar de que algunas personas a las que se tuvo que enfrentar le sacaban más de dos palmos. Una madre sonríe al miedo, es creativa en medio de la tribulación y es la que con mayor frecuencia se pone en los zapatos de sus hijos malheridos y afligidos. 

     En la historia bíblica que nos ocupa en este momento, también vamos a hablar de una madre coraje que desplegará todo su ingenio y su amor para salvar la vida de uno de sus hijos en circunstancias tremendamente adversas. Recordemos por un instante que nos hallamos en medio de la sociedad egipcia, y dentro de esta, en el reducto comunitario de los hebreos, en Gosén. El faraón reinante ha decidido que el pueblo hebreo sufra lo indecible. Ha percibido a los israelitas como una auténtica amenaza a su gobierno, ha inoculado el veneno de la sospecha y de la conspiración en el corazón de todos los egipcios, y ha tomado cartas en el asunto esclavizando, martirizando y eliminando sistemáticamente a todos los varones nacidos en el seno del ghetto hebreo, con el fin de controlar étnicamente su creciente número y poderío. Dado que no ha logrado nada involucrando a dos de las parteras más reconocidas del reino en la masacre de recién nacidos, ha promulgado un decreto que permite que todo aquel egipcio que sepa del nacimiento de un varón hebreo, pueda arrojarlo a las aguas del río Nilo para acabar con su incipiente existencia. 

1. EL PLAN DESESPERADO DE UNA MADRE 

      Con este contexto en mente, una familia tendrá que vérselas directamente con esta amenaza. Los hebreos no se han acobardado a causa del decreto del faraón, y siguen teniendo hijos a pesar de los pesares, algo que sucede en la vida de una pareja perteneciente a la tribu de Leví: Un hombre de la familia de Leví fue y tomó por mujer a una hija de Leví, la que concibió y dio a luz un hijo. Al ver que era hermoso, lo tuvo escondido durante tres meses. Pero no pudiendo ocultarlo más tiempo, tomó una canasta, la calafateó con asfalto y brea, colocó en ella al niño y la puso entre los juncos a la orilla del río. Y una hermana suya se puso a lo lejos para ver lo que le acontecería.” (vv. 1-4) 

       A la alegría lógica de un par de esposos que ven confirmado su amor en el futuro nacimiento de un hijo, se une aquí la zozobra y la preocupación más siniestras. Seguramente ocultando su estado de gravidez a lo largo del proceso de embarazo, a fin de que cualquier vecino egipcio pudiera estar al acecho para malograr el fruto del vientre de esta descendiente de Leví, los nueve meses pasarían lentos e inmersos en una tensión constante, vigilando cada detalle para esconder una vida. Los casamientos endogámicos, esto es, los matrimonios entre familiares de la misma tribu era algo común entre los hebreos, fundamentalmente para mantener dentro de la tribu cualquier propiedad en caso de herencia.  

      Así pues, llega el término de la preñez, y el día del alumbramiento ha de ser cuidadosamente preparado para eludir cualquier signo que condujese a malvados egipcios cumplir con la voluntad letal de su faraón. Como vimos en el estudio anterior, las parteras aducen ante el faraón que las hebreas son robustas y que dan a luz con bastante facilidad, por lo que esta madre de la que habla la historia, tiene a su retoño con rapidez, evitando que su llantina salga del aposento en el que la vida se ha abierto paso a la realidad terrenal. 

      Pasan tres meses de intensa precaución en los que el niño, hermoso como un sol, es amamantado y criado mientras crece y sus lloros aumentan en volumen. La madre y el padre, hablando entre sí no parecen ver muchas más salidas a su situación, ya prácticamente insostenible, que trazar un plan que procure la supervivencia del niño, aunque sea lejos de sus cuidados y cariño. Apelando a la providencia divina, la madre confecciona una canasta hecha de juncos del río, a medida de su hijo, y la recubre de asfalto y brea, sustancias que harán de esta canasta un lugar impermeabilizado y estanco. Con toda la pena del mundo, una congoja que solamente conocen los padres que han de desprenderse de sus hijos por circunstancias terriblemente desesperadas, la madre deposita a su hermoso hijo en la canasta.  

      Acarreándola como si de un recipiente para verduras o pan se tratase, cruza la ciudad para alcanzar la ribera del río Nilo, adornada por flexibles juncos que se mecen con la brisa. Con cautela y mimo, coloca la canasta en la corriente de las aguas, y embargada por la tristeza, ve marchar a su querido hijo, esperando de Dios un milagro que procure el bienestar y la vida que ella no puede darle en esos momentos. Sin embargo, alecciona a una de sus hijas, Miriam, para que vigile la ruta de esta canasta hasta el lugar de su incierto destino. Agazapada, corre a lo largo de la orilla del río siguiendo con la vista el devenir de la canasta y de su hermano menor. 

2. LA COMPASIÓN DE UNA PRINCESA 

       Sabiendo que el río Nilo estaba plagado de peligros de toda clase: percas de casi dos metros de longitud y doscientos kilos de peso, cocodrilos de seis metros de largo, y enormes hipopótamos cuyas bocas atrapaban todo cuanto pudiera servirles para comer. Y así, con el corazón en un puño, la hermana del niño se desplaza rauda sin perder de vista su deriva. De repente, la canasta queda enredada entre unos juncos, junto a una hondonada en la que varias mujeres están bañándose al sol del día: “La hija del faraón descendió a lavarse al río y, mientras sus doncellas se paseaban por la ribera del río, vio ella la canasta entre los juncos y envió una criada suya para que la tomara. Cuando la abrió, vio al niño, que estaba llorando. Llena de compasión por él, exclamó: —Éste es un niño de los hebreos.” (vv. 5-6) 

      Algunos podrían hablar de casualidad, pero, como creyentes en Dios, sabemos que estas no existen, sino que el Señor en su decreto eterno ya había preparado de antemano este feliz encuentro en medio de una situación realmente terrible. La hija del faraón tenía por costumbre diaria descender desde sus dependencias reales al Nilo para realizar sus abluciones matinales. Heródoto, historiador y geógrafo griego, dijo en una ocasión que los egipcios situaban la limpieza por encima del decoro. Para los egipcios, la higiene era fundamental, incluso llegando a ser una auténtica obsesión. Solían depilarse el cuerpo entero, embadurnarse con natrón a modo de jabón, se untaban aceites para hidratar la piel y tenían una higiene dental realmente envidiable. No es sorprendente, pues, que la princesa de Egipto se bañara en alguna clase de dehesa artificial donde las aguas contaminadas y sucias del Nilo no lo eran tanto. Rodeada de cortesanas, amigas y siervas, la hija del faraón nada cerca de la orilla cuando divisa la canasta que preservaba la vida del niño levita. Con una orden, hace que una de sus doncellas vaya a buscarla para comprobar su contenido. 

      Saliendo del río, recibe de manos de la criada la canasta, y entusiasmada por el descubrimiento, desata las cuerdas que cerraban la tapa de junco. Y, oh sorpresa, lo que aparece ante sus ojos bien abiertos, no es ni más ni menos que un niño, inquieto y lloroso a causa de la travesía tan accidentada que acaba de realizar. Algo se abre paso en el corazoncito de la princesa egipcia al ver esta bella criatura. La compasión se adueña de su ser, y un estremecimiento de lástima inunda su cuerpo. Es tan hermoso, y está tan lleno de vida... Sin embargo, existe algo que llama poderosamente su atención sobre este bebé sacado de las aguas.  

     No sabemos si fue su tono de piel, o su ensortijado cabello, o que todavía podía verse el resultado de la circuncisión en su miembro viril, pero la hija del faraón acierta al identificar a este niño como a un descendiente de los hebreos. Parece que va atando cabos, y conociendo las medidas bárbaras que su padre había implementado para el control de natalidad de los hebreos, entiende que una madre hebrea no ha tenido más remedio que abandonarlo a su pesar a merced del río y sus riesgos. ¿Será esto un impedimento a la hora de seguir mostrando compasión por esta tierna criatura? ¿No estaría contraviniendo las instrucciones de su padre si lo acogía en su casa? 

3. LA PROVIDENCIA DE UN DIOS SABIO 

      Con estas preguntas estaba lidiando la hija del faraón, cuando una chiquilla hebrea se aproxima temerariamente hacia su ubicación: “Entonces la hermana del niño dijo a la hija del faraón: —¿Quieres que te llame a una nodriza de las hebreas para que te críe a este niño? —Ve —respondió la hija del faraón. La joven fue y llamó a la madre del niño, a la cual dijo la hija del faraón: —Llévate a este niño y críamelo; yo te lo pagaré. La mujer tomó al niño y lo crio.” (vv. 7-9) 

       Haciendo un gesto con la mano a los guardias que velaban por la seguridad de la princesa egipcia, deja que esta muchacha se acerque a ella. La chica hebrea contempla la canasta con su hermanito dentro y observa que la princesa no estaba por la labor de volverlo a echar al agua de nuevo. Comprende que esta es la oportunidad que Dios ha preparado para que su hermano menor viva. Por ello, propone a la sorprendida e intrigada princesa un trato ventajoso para ambas partes. Le sugiere que, no siendo ella madre de forma biológica en ese momento, recurra a una nodriza que se ocupe de alimentar al bebé hasta que sea destetado y criado convenientemente. Pensándolo por un instante, la princesa acaba asintiendo. Nadie mejor que una hebrea para cuidar de un niño hebreo. Su idea era quedárselo, pero en ese momento era algo complicado, tanto por lo que pudiera decir su padre al respecto, como por su incapacidad de poder alimentarlo y nutrirlo oportunamente. Pide a la muchacha que corra a buscar a esa nodriza que le ha recomendado para hablar sobre los planes que ya está diseñando en su mente para este niño que agarra con fuerza uno de sus dedos.  

      ¡Con cuánto gozo y alegría no acogería la madre del niño la noticia extraordinaria de que su retoño ha sido providencialmente recogido por alguien que no desea arrebatarle la vida! Con urgencia en sus gestos, se pone en camino junto a su amada hija y postrándose ante la princesa, y se muestra en disposición para ser la ama de cría del niño. No cree necesario identificarse como su verdadera madre, puesto que, de hecho, lo seguirá siendo al menos durante el tiempo que tarde en acabar de criarlo. Lo importante es que Dios ha escuchado sus plegarias y que su hijo en un futuro será educado en la corte y que su bienestar estará garantizado de por vida. El miedo huye de su corazón, y da gracias al Señor por proveerla de una respuesta a su inquieto y desesperado espíritu. Pacta con la princesa los términos de la cría del niño, e incluso la hija de faraón le asegura que ella se hará cargo de cualquier gasto que de la crianza del niño pueda derivarse. Todo sale a pedir de boca, justo del modo en el que actúa Dios al llevar a cabo sus planes, de forma perfecta y milimétrica. Así, la madre y su hija vuelven a coger la canasta con el niño, y más felices que unas perdices, se dirigen a su hogar para compartir las buenas nuevas con el resto de la familia. ¡Qué grande es el Señor! 

4. MOISÉS, EL NOBLE HEBREO 

      El tiempo no pasa en balde, y la madre-nodriza ha de dejar partir a su querido hijo, pero lo hace con la satisfacción, el regalo y la esperanza de que Dios ha escogido especialmente a su vástago para grandes cosas: “Y cuando el niño creció, se lo entregó a la hija del faraón, la cual lo crio como hijo suyo y le puso por nombre Moisés, diciendo: «Porque de las aguas lo saqué.»” (v. 10) 

      La princesa adopta a este niño como hijo suyo con todo lo que esto representa en términos de privilegios, de esmerada educación en las ciencias y las artes, de aculturación egipcia y de preparación para el gobierno y la gestión administrativa del reino. No sabemos si la princesa tenía hijos, o si ella era una más entre la pléyade de hijos e hijas que el faraón tenía con sus esposas y su harén. Lo cierto es que nada faltó a este niño mientras estuvo bajo la cobertura providencial de la hija de faraón y de Dios mismo. Mientras estuvo en el hogar de su madre biológica, también aprendería de la cultura hebrea, de sus usos, de su historia y de su devoción a Dios.  

      No tenemos certeza del nombre que le fue asignado por su madre original al nacer, pero sí se nos indica el nombre que su madre adoptiva le otorga: Moisés, que significa “engendrado o sacado de las aguas,” un recordatorio constante de la providencia divina. A modo de dato curioso, el historiador judío Flavio Josefo identifica a la princesa que adopta a Moisés como Termutis. 

CONCLUSIÓN 

      La madre de Moisés fue afortunada. A pesar de que la coyuntura era bastante contraria a sus intereses por conservar la vida de su hijo, Dios propició que todas las circunstancias desembocaran en un final feliz para todos. El tesón de la madre de Moisés y su fe en que el Señor no la desprotegería en estos instantes tan dramáticos, nos muestran una vez más que el azar nada tiene que ver con el modo en el que el Señor diseña la historia y los acontecimientos para ver cumplidos sus propósitos. Desde el nacimiento, el Señor tenía puestos sus ojos sobre Moisés, y moviendo los hilos de la realidad y de la historia, trazó un plan que pondría las bases para la construcción de un libertador. El pueblo estaba padeciendo muchísimo, y del dolor Dios hace que brote la esperanza sacada de las aguas. Del dios Nilo, adorado por los egipcios, saldría aquel que, con el beneplácito de Dios, quebrantaría las cadenas de la opresión del pueblo hebreo. 

      Moisés ya forma parte de la vida cortesana de Egipto. ¿Sus pasos lo llevarán a ser uno más de entre la nobleza egipcia? ¿Se olvidará de su pueblo con el paso del tiempo mientras se adapta a una nueva dinámica cultural absolutamente distinta a la hebrea? ¿Será puesto en entredicho su ascenso como hijo adoptivo de la princesa? La respuesta a estas preguntas y a muchas más, en el próximo estudio sobre la vida de Moisés en el Éxodo.

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