CHISMOSOS


 

SERIE DE SERMONES SOBRE PROVERBIOS “SAPIENTIA IV” 

TEXTO BÍBLICO: PROVERBIOS 18:1-15 

INTRODUCCIÓN 

     La boca nos pierde. Ya podemos haber escuchado en mil películas y series que todo que digamos puede ser utilizado en nuestra contra, que, en cuanto surge la más mínima ocasión, damos rienda suelta a la sinhueso, lanzando mandobles verbales a diestro y siniestro sin ton ni son. Ya podemos haber leído en más de una oportunidad todo cuanto dice Santiago sobre el poder de la lengua desatada y descontrolada, que, a veces, sin venir a cuento, desplegamos el látigo de nuestra lengua para asestar azote tras azote la ira, la envidia o la amargura que someten nuestro corazón. Ya podemos haber visto el terrible efecto que causan las palabras mal dichas y peor engarzadas en la vida de muchas personas inocentes, llegando a acabar con la dignidad y la honra de estas, y, sin embargo, seguimos empeñándonos en abatir con el filo de nuestro músculo bucal más versátil cualquier autoestima que alguien pueda tener. Ya podemos comprender que cuando no nos dan vela en un entierro hay que ser discretos y escuchar más que hablar, que, en cuanto el prurito y la picazón se adueñan de nuestras hipersensibles emociones, allá que vamos, como un elefante en una cacharrería, verbalizando nuestras verdades para aplastar al que disiente de nosotros, aunque no nos haya pedido nuestra opinión particular. 

     El chisme, la intromisión, la blasfemia, la difamación, el desprecio, la murmuración, el insulto, el bulo, la mentira, la comparación odiosa, la indiscreción y la sinceridad mal entendida, son solo unos cuantos hijos del abuso que, en innumerables ocasiones, cometemos contra nuestros congéneres utilizando nuestras cuerdas vocales. Cuánto mal se ha hecho con las palabras pronunciadas con un tono de menosprecio, con un retintín prejuicioso, con un acento burlesco o con un matiz condescendiente. Cuántas vidas se han visto afectadas negativamente a causa de expresiones soeces, malsonantes, de doble sentido, eufemísticas y sarcásticas. Cuántas almas no se han sentido profundamente heridas al comprobar como alguien se metía donde no le llamaban, como alguien menoscababa su nobleza y sencillez, como alguien empleaba el vocabulario para dejar caer alguna que otra indirecta falaz y perversa, o como alguien utilizaba el lenguaje para diseminar públicamente datos falsos e interesados a fin de poner en la picota a alguien que no es de su agrado.  

     Vivimos en un mundo en el que los medios de comunicación, por más numerosos que sean, por más medios que tengan a su disposición para decir la verdad de las cosas, aún siguen facilitando el trabajo a Satanás en la obra depravada de mentir, manipular e influenciar nocivamente con opiniones e informaciones de dudosa veracidad, con sesgadas visiones de la realidad y con el respaldo de la ideología de los accionistas de estos medios. La tan cacareada libertad de expresión e información se ha transformado en una excusa más para vendernos el producto prefabricado de unas ideas que nos son ajenas, para inocularnos la sensación de que estamos bien informados, y para transmitirnos una versión particular de los hechos que no siempre se corresponde con la verdad y la sinceridad. Rodeados, pues, de mentirosos de pago, de opinadores gratuitos, de mercachifles de datos sospechosos y de charlatanes vendidos al mejor postor, los creyentes, hoy más que nunca debemos ser capaces de filtrar todo cuanto se nos dice y comunica a través del cedazo de las Escrituras y de la figura de Cristo. 

1. ENTREMETIDOS DEL MUNDO 

     En nuestras sociedades siempre hay alguien que se dedica a meter sus narices donde no le importa para dárselas de entendido y sabio: Su propio deseo busca el que se aparta y se entremete en todo negocio. No se complace el necio en la inteligencia, sino en manifestar su propia opinión. Con el malvado viene también el menosprecio, y con el que deshonra, la afrenta. Aguas profundas son las palabras de la boca del hombre; y arroyo que rebosa es la fuente de la sabiduría.” (vv. 1-4) 

     Una de las especies más curiosas y molestas del panorama social es la del entrometido. El entrometido o entremetido, es aquel que busca, invariablemente, “participar en un asunto ajeno, dando opiniones, consejos o indicaciones, o actuando como intermediario, sin que le corresponda o sin tener derecho a ello por no habérselo pedido nadie.” ¿Conocéis a alguien así? Estás tranquilamente departiendo con otra u otras personas sobre un tema concreto, y, de repente, aparece una persona de no se sabe dónde, para meter baza en la conversación. Pero no solo mete la mojá, como dicen en mi pueblo, sino que, encima se erige en la autoridad número uno sobre el tema que se estaba tocando en la plática ajena. Pensemos que estas personas siempre están al acecho para hacerse las importantes, y, sobre todo, como dice el rey sabio, para hallar satisfacción de sus propios deseos de reconocimiento y aplauso. Así, los que dialogaban se encuentran con un cuerpo extraño que los incomoda, que trastoca la armonía de la dialéctica y se miran mutuamente pensando cada uno para sí qué es lo que realmente busca el entremetido, hasta que, educadamente, todos van desfilando, uno tras otro, hasta dejar al entremetido con sus opiniones no solicitadas.  

      Pero lo peor no es que se entrometa; es que al entrometerse solo diga sandeces sin cuento. Ya lo dicen los refranes: “Pasar de largo conviene, en lo que no te va ni te viene”; “En lo que no te toca, no pongas mano ni boca”; “Meter tu hoz en mies ajena, maldita faena.” Si por lo menos el entrometido dijese algo con sentido, que aclarase alguna duda suscitada en la conversación ajena, o que se hiciese elegantemente sin atisbos de orgullo y presunción, aún se le perdonaría el hecho de infiltrarse sin ser invitado en la charla; pero si, en lugar de aportar, rebuznas y manifiestas tu opinión no requerida, que se atenga a las consecuencias después y no tenga que gritar como en el dicho: “Fui donde no debí, ¡y cómo salí!”  

      El que se entromete, por lo general, no posee freno en lo que desea manifestar, y no sería extraño que en su discurso no pedido suelan aparecer menosprecios y afrentas. Sin medir con sensatez sus palabras, el entrometido ofende a quienes piensan diferente a él, burlándose con sorna del resto de comentarios, alzándose como la más preclara mente que el mundo haya conocido nunca, conociendo acerca de todos los temas mientras se arroga con la infalibilidad de su pensamiento. Y después de minar la moral de los conversadores, para rematar la faena, opta por insultar la honorabilidad de los presentes, apelando a su amplio conocimiento de la realidad, y dejando por los suelos la capacidad crítica de sus boquiabiertos contertulios forzosos. Así es natural que muchas veces despidamos con cajas destempladas a estos lenguaraces y atrevidos entrometidos que siempre procuran la discordia y el pleito, y digamos a una voz: “Zapatazo que le duela, a quien sin llamar se cuela.” 

     Lo sorprendente de la capacidad comunicativa del ser humano es su paradójica naturaleza. Por un lado, cuando hablamos con alguien o de alguien podemos llegar a convertirnos en auténticos abismos en los que enterramos, juzgamos y condenamos a nuestros semejantes sin miramientos ni misericordia. Somos profundas hondonadas oceánicas en las que la luz de la verdad casi no penetra, sumergiendo en las fosas abisales de la mentira y el escarnio a nuestros congéneres. Por otro lado, si empleamos con tino y sabiduría nuestra habilidad para transmitir conocimientos y aprecios, nuestra boca se convierte automáticamente en un manantial fresco y vivificante que bendice a quien nos escucha, que anima a otros a querer oírnos, que facilita la convivencia entre seres humanos. Si dejamos que sea Dios el que llene nuestro corazón de gracia y compasión, de verdad y de justicia, ni nos entrometeremos en asuntos ajenos sin ser convidados, ni nos dedicaremos a despotricar contra los que opinan o creen distinto de nosotros, ni sepultaremos el honor de quienes nos rodean. 

2. CHISMOSOS DEL MUNDO 

     Otra especie característica de nuestros tiempos y de nuestra cultura española es la del chismoso. Hemos de reconocer que la industria del chisme está en su máximo auge, a tenor de programas y cadenas televisivas que dan preponderancia a esta clase de periodismo amarillista, de investigación de los trapos sucios de los famosos y famosetes, y de exposición sistemática de las miserias de terceras personas. Salomón también tiene unas palabras para esta clase de individuos: “Tener respeto a la persona del malvado para pervertir el derecho del justo, no es bueno. Los labios del necio provocan contienda; su boca, a los azotes llama. La boca del necio le acarrea quebranto; sus labios son trampas para su propia vida. Las palabras del chismoso son como bocados suaves que penetran hasta las entrañas.” (vv. 5-8) 

     Hay un fenómeno que cada vez más me tiene absorbido, a saber, que se presta mayor atención y respeto a la declaración de una persona contra otra sin que se demuestre que esta es cierta y veraz. No importa si la persona que hace esta declaración es más mala que un dolor de muelas. Existen manifestaciones verbales que, según quienes las digan, y el tema que toquen, ya dictaminan públicamente la culpabilidad del acusado. La presunción de inocencia poco a poco va pasando a la historia, porque, a causa de la posverdad, del dominio que las emociones cada vez más magnificadas tienen sobre la opinión pública, ahora el que es acusado es el que tiene que demostrar su inocencia. Se vulnera el derecho al honor con tanta facilidad, con tanta gratuidad, que espanta. Seguro que conoces casos de personas que dijeron algo de alguien en el barrio, y cuando se probó que era una mentira como una catedral, aún quedaba ese resquicio de duda y sospecha sobre el acusado. Como diría alguien, “difama, que algo siempre queda.” Hoy pasan por los platós de televisión personajes de muy dudosa catadura moral para aprovecharse del tirón mediático y de la pasta que le ofrecen por las exclusivas, atribuyendo acciones o palabras a otras personas a las que, al parecer, no les tienen mucho aprecio, y cuando el castillo de naipes de la mentira se derrumba, el difamador se queda tan ancho y el difamado ya no puede quitarse el sambenito de encima. Si esto no es pervertir el derecho del justo... 

      El chismoso no va por ahí contando esto o aquello de Menganito o Zutanito porque tiene un corazón de oro. En realidad, su propósito es otro diametralmente opuesto. Su objetivo, no es ni más ni menos que provocar confrontaciones, disputas, peleas y polémicas salvajes. Se deleita en la contemplación del caos, de la discordia y de la ruptura de relaciones familiares y de amistad. Pero Salomón advierte a los chismosos que sus devaneos con la mentira y la murmuración tendrán su pago tarde o temprano. El que va por ahí de chismorreo en chismorreo, que no se sorprenda cuando un día alguien le arree un buen estacazo en los ijares, que no se admire de que le pongan un pleito por delitos contra el honor y el buen nombre de las personas, que no se quede perplejo cuando se quede sin oídos en los que verter sus envidiosos comentarios y sus insidiosas acusaciones, que no piense que no recibirá su merecido de maneras que pueden amenazar incluso su propia vida, sobre todo hoy, cuando todo lo que decimos públicamente queda reflejado para la posteridad y ya no podemos escapar de ello. Los chismosos apelan al morbo que complace a los corazones ociosos y ávidos de comidillas infames, por eso entran en los oídos de cuantos los escuchan como bocados suaves. Sin embargo, el chismoso que hoy te cuenta al oído el último capítulo de rumorología del vecino, tal vez un día esté compartiendo en el pabellón auricular de tu vecino, de qué pie calzas tú, y, entonces, ya no te hará tanta gracia el chisme. 

3. NEGLIGENTES DEL MUNDO 

      Un nuevo espécimen llama a la puerta de la sabiduría que Salomón extrae desde los cielos, esto es, el negligente con ínfulas: “El que es negligente en su trabajo es hermano del hombre destructor. Fuerte torre es el nombre de Jehová; a ella corre el justo y se siente seguro. Las riquezas del rico son su ciudad fortificada; como un muro defensivo se las imagina. Antes del quebranto se engríe el corazón del hombre, pero antes de los honores está la humildad.” (vv. 9-12) 

      No cabe duda de que la excelencia en el trabajo es el origen de la prosperidad personal. Realizar la tarea que se nos encomienda de forma entregada, ajustada a los parámetros que nos marcan las metas y objetivos a lograr, y con pasión, más allá de que nuestros empleadores sean más o menos justos con el trato o con el salario, es algo que nos realiza y que nos satisface a todos los niveles. Ser puntuales, desarrollar la labor con minuciosidad y sensatez, aprender en el proceso de adquisición de experiencia, y entregar en plazo lo que se nos propone laboralmente, dice mucho de una persona hacendosa, industriosa y eficiente. El justo, aquel que honradamente sabe que de su trabajo depende el beneficio de muchas otras personas, siempre obrará teniendo en consideración la estrategia de hacer todas las cosas como si Dios nos estuviese supervisando, y no nuestros jefes. Haciendo las cosas como para el Señor nos ayuda a invertir tiempo, esfuerzo y capacidad, y nos impulsa a sentirnos seguros en la provisión y cuidado continuo de Dios.  

      Pero el que decide hacer las cosas desmañadamente, sin poner de su parte porque todo funcione armoniosamente en su negocio o en su lugar de trabajo, solo puede esperar un destino funesto y miserable. Este, siendo descuidado en su labor cotidiana, puede perder su oficio, su credibilidad, su sustento y una experiencia que es vital para hallar otro lugar en el que desempeñar su profesión. Por eso Salomón dice que el negligente es hermano del destructor, porque ambos acaban mal, muy mal, en esta vida, arruinados y en la bancarrota. 

     El problema que existe con el negligente es que, por lo general, suele ser demasiado orgulloso como para aceptar la realidad de su dejadez profesional. Se enroca en la idea de que no merece ser despedido, amonestado o degradado, que él sí está haciendo todo lo posible por cumplir lo que se le demanda, que es el jefe el que está cometiendo un craso error al echarle las culpas por no cumplir con las expectativas. Así es el corazón del negligente con ínfulas, dado que su engreimiento es tan grande que no es capaz de ver que es alguien que se ha abandonado a la desidia y a la incuria, perjudicando en el proceso a muchas otras personas.  

     Sin embargo, si eres humilde y trabajador, es mucho más probable que seas gratificado, reconocido y ascendido, aun cuando sabemos que esto no es matemáticamente así en determinados lugares de trabajo donde el enchufismo y el nepotismo es lo que prima. Además, el sabio nos indica que la riqueza es engañosa, y que, aunque para muchos puede suponer un símbolo de seguridad y confianza, tal como lo eran las murallas de piedra de las ciudades de aquella época para sus habitantes, no hay fortaleza humana que se construya únicamente sobre el dinero que quede incólume para siempre. Nuestra torre fuerte, inconmovible e indestructible es Dios y solo Dios. 

4. BOCACHANCLAS DEL MUNDO 

      Por último, Salomón nos alecciona en contra de otra especie humana que prolifera en nuestro contexto social: el bocachancla. Bueno, esta es la manera coloquial de llamarlo, aunque en términos más técnicos estemos hablando de los narcisistas intolerantes: “Al que responde sin haber escuchado, la palabra le es fatuidad y vergüenza. El ánimo del hombre le sostendrá en su enfermedad, pero ¿quién sostendrá a un ánimo angustiado? El corazón del inteligente adquiere sabiduría, y el oído de los sabios busca la ciencia.” (vv. 13-15) 

      Aunque los bocachanclas suelen hablar más de lo debido y que son bastante indiscretos, también son tenido por tales aquellos individuos que hablan sin haber escuchado a quien les estaba interpelando. Los narcisistas intolerantes son aquellas personas que están presentes en un foro en el que se está debatiendo o conversando sobre un tema, pero que están intelectual y mentalmente ausentes cuando alguien da su opinión personal y esta es distinta de la suya. Solo intervienen para dar su versión del asunto, sin considerar otras perspectivas alternativas, y si se le pregunta o confronta, simplemente hace como que oye llover, haciendo caso omiso de lo que el resto de contertulios comparten. Claro, si uno no escucha previamente, lo más probable es que de la garganta del bocachancla solo salgan tonterías, comentarios que no vienen al caso, expresiones ridículas que son el resultado de una mente pobre y cerrada, y manifestaciones verbales reprobables y absurdas. Inmediatamente queda retratado porque no contesta a lo planteado por el resto de comparecientes, porque se va por los cerros de Úbeda con peregrinas explicaciones absolutamente extemporáneas y porque da una vergüenza ajena que tira para atrás.  

     Si en lugar de lanzar exabruptos sin control y sin conocimiento del contexto temático, procurara ser sabio, queriendo saber qué tienen todos que decir, analizando las posturas de los demás con mesura y espíritu crítico, y examinando los puntos fuertes y débiles de los argumentos del resto, sería mucho más fácil adquirir inteligencia y cordura. Si en lugar de hablar por hablar, sin tener en consideración el asunto a tratar, solo para soltar burradas e inconexas afirmaciones triviales, escuchase por un instante el discurso de aquellos con los que está charlando, al menos tendría base suficiente para rebatir y refutar pacífica y equilibradamente aquellas ideas que no entran dentro de su punto de vista sobre el tema. Yo lo veo continuamente en las tertulias sobre política. Da igual que tu argumento sea válido, cierro mis oídos a lo que tengas que decir, y luego digo lo que me da la gana sin respetar un ápice lo que los hechos señalan y lo que las evidencias constatan.  

     Por último, Salomón habla del ánimo del ser humano. Cuando nuestro ser interior rebosa alegría y gozo porque todo va a las mil maravillas, perfecto. Pero, ¿y cuando la amargura se adueña de nuestro estado de ánimo? Podemos estar enfermos y soportar el dolor y el sufrimiento hasta que este sea solucionado por el tratamiento médico. Hoy día tenemos más recursos que nunca para ver mitigado nuestro dolor, para suavizar el sufrimiento y para salir del trance de una enfermedad en un breve plazo de tiempo, en comparación con los tiempos del escritor de Proverbios. El cuerpo puede llegar a sanar, y esta sanidad repercute en nuestro estado de ánimo.  

      Pero, ¿qué pasa cuando la enfermedad no está en el cuerpo, sino que la dolencia se ceba en nuestro espíritu, en nuestra mente, en nuestra alma? ¿Cómo podemos atenuar la aflicción de nuestro espíritu cuando sufrimos una pérdida? ¿De qué manera gestionamos una enfermedad mental como puede ser la depresión, el estrés o la ansiedad crónica? ¿A quién iremos para que nuestra alma halle paz y restauración completas? La respuesta, no por muy repetida y clara, deja de ser Dios. En Dios podemos encontrar el alivio necesario para nuestro maltrecho interior, el sosiego de nuestro corazón acelerado y la alegría de vivir. Sin restar méritos a los psicólogos y psiquiatras, solo Dios puede sanar el dolor interno que nos acucia y amarga el día a día. Solo el Señor, el que diseñó nuestra psique, es capaz de renovarla, de insuflarle nuevas energías y fuerzas, de dar esperanzas de recuperación mental, emocional, afectiva y espiritual. 

CONCLUSIÓN 

      Espero que no tengas que encontrarte con esta fauna humana, la cual emplea la lengua de forma perversa y retorcida para lograr la disensión y la anarquía en las relaciones sociales. La sabiduría de Dios siempre ha de presidir nuestras decisiones, nuestros pensamientos y nuestras palabras. De ahí que sea muy útil pensar bien lo que vamos a dejar salir de nuestro corazón en forma de vocales y consonantes. De ahí que lo mejor es que ejercitemos el dominio propio, que respetemos a los demás y que mostremos nuestro amor, incluso por aquellos que atacan verbalmente nuestros argumentos basados en la Palabra de Dios.  

      Cristo es un ejemplo claro de lo que hemos de saber hacer en esas ocasiones en las que los entremetidos, los negligentes, los chismosos y los bocachanclas nos abordan con ganas de lío. Sin nerviosismos, sin apresuramientos, sin respuestas ofensivas, siempre desarmó a quienes quisieron acusarle falsamente, a quienes deseaban pillarlo en un renuncio, o a quienes lo insultaron directamente a la cara. Vigilemos nuestras lenguas, y recordemos que un chisme siempre muere en tu propio oído.

Comentarios

Entradas populares