ESCLAVITUD


 

SERIE DE ESTUDIOS SOBRE ÉXODO “MOISÉS EL LIBERTADOR” 

TEXTO BÍBLICO: ÉXODO 1 

INTRODUCCIÓN 

       Investigando sobre el tema de la esclavitud contemporánea, leí un artículo muy interesante en el periódico Público que, la verdad, encoge el corazón y desfigura el rostro. Según el informe de Walk Free Foundation, publicado en julio de 2018, unos 40,3 millones de personas en el mundo son víctimas de la llamada esclavitud moderna, un término que incluye las situaciones en las que, a una persona, mediante amenazas, violencia, coacción, abuso de poder o engaño, se le priva de su libertad para controlar su cuerpo, elegir o rechazar un empleo o dejar de trabajar. La Organización Internacional del Trabajo considera dos formas actuales de sometimiento: el trabajo forzoso y los matrimonios forzados. Casi 25 millones de seres humanos son víctimas del trabajo impuesto por personas o entidades públicas y privadas. Entre ellas, en torno a cinco millones sufren explotación sexual, y más de 15 millones se ven obligadas a casarse contra su voluntad. Por lo general, la vulnerabilidad económica es la principal causa de la esclavitud moderna. Es realmente lamentable tener que hablar sobre este asunto en un mundo en el que se han afirmado los derechos humanos, en el que las legislaciones de la gran mayoría de países tratan de erradicar esta lacra de sus sociedades, y en el que las injusticias y la desigualdad económica lleva a personas de todas las edades a verse involucradas en mafias donde el ser humano es comprado, vendido y abusado como si fuese un objeto de usar y tirar. 

      Supongo que, mientras el pecado abunde en las almas cenicientas y podridas de personas que solamente procuran enriquecerse manipulando a los necesitados, a los débiles y a los marginados, y mientras la insensibilidad y la permisividad de los gobiernos corruptos se dejen untar por sobornos procedentes de estas mafias de trata de personas, la esclavitud seguirá siendo una realidad terrible y demoledora. La esclavitud ha deparado desde tiempos inmemoriales un destino ignominioso e indigno a seres humanos que han caído presas de la carestía material por reveses de la vida, que han descendido a los infiernos de adicciones o que han sido tachados por la religión o por ideologías políticas como de tercera o cuarta categoría. La explotación sistemática de todo aquel del que se pudiera extraer un rédito, por muy ínfimo que este fuera, continuará tiñendo de negro el futuro de millones de congéneres humanos. Incluso con la excusa de fundamentar la esclavitud de determinadas razas o pueblos bajo los auspicios de la Palabra de Dios, el ser humano depravado ha soliviantado al Señor hasta límites que sobrepasan su paciencia.  

      El libro de Éxodo que vamos a comenzar con esta nueva serie de estudios, comienza con un panorama ciertamente desolador y descorazonador. Jacob y sus hijos han migrado hasta Egipto, concretamente hasta la tierra de Gosén, para encontrar un lugar en el que poder mitigar su hambre y prosperar bajo los auspicios de José y de su memoria futura. La palabra “éxodo” es una palabra griega que significa “salida” o “partida,” y aparece en el primer versículo de este libro escrito por Moisés y que pertenece al conjunto de cinco libros conocido como Pentateuco. A lo largo de las vicisitudes de los hebreos en tierras egipcias, y por medio de la figura central de Moisés, comprobaremos que Dios nunca deja abandonado a su pueblo a su suerte. Dios escucha el clamor de sus hijos y toma medidas que palíen y solventen la situación dantesca por la que están pasando. El Señor manifestará su poder de formas espectaculares y milagrosas, a fin de demostrar a los endurecidos de corazón y a los que pugnan por querer copiar burdamente las obras maravillosas de Dios, que Él es el que es, El Yo Soy, el Eterno. La batalla será dura y complicada, pero al final, Dios vencerá dramáticamente cualquier resistencia a su señorío y soberanía. Éxodo es un libro que nos transportará a lugares inhóspitos, a montes humeantes, a grandes metrópolis, a oasis refrescantes y a mares abiertos por la mitad. Y nos ayudará a seguir confiando en las poderosas y sabias acciones del Todopoderoso de Israel, Yahveh. 

1. OPRESIÓN FISCAL 

      Todo comienza donde lo dejamos en Génesis. El autor nos pone en conexión con los últimos acontecimientos narrados en el libro anterior y nos prepara para un cambio de rumbo abrumadoramente radical: “Éstos son los nombres de los hijos de Israel que entraron en Egipto con Jacob, cada uno con su familia: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Isacar, Zabulón, Benjamín, Dan, Neftalí, Gad y Aser. Todas las personas de la descendencia de Jacob fueron setenta. José ya estaba en Egipto.” (vv. 1-5) 

       Bajo la protección de José, virrey de Egipto, su familia gozó de una privilegiada tierra de pastoreo, disfrutó de un holgado estilo de vida en lo que al sustento se refiere, sobre todo en los años de vacas flacas, y celebraron la providencia y gracia de Dios al haberlos guardado de la crisis humanitaria más grande que jamás hubieran conocido. A resguardo de la necesidad, los setenta miembros que salieron de Canaán rumbo a Egipto fueron instalándose y acomodándose a una nueva etapa en tierra extraña. Mientras José estuvo al frente de la administración económica y agrícola de Egipto, nada faltó a los hebreos. 

       Sin embargo, una circunstancia difícil de catalogar comienza a resquebrajar la prosperidad y felicidad de los hebreos en tierras egipcias: “Murieron José, todos sus hermanos y toda aquella generación. Pero los hijos de Israel fructificaron y se multiplicaron, llegaron a ser numerosos y fuertes en extremo, y se llenó de ellos la tierra. Entretanto, se levantó sobre Egipto un nuevo rey que no conocía a José, y dijo a su pueblo: «Mirad, el pueblo de los hijos de Israel es más numeroso y fuerte que nosotros. Ahora, pues, seamos sabios para con él, para que no se multiplique y acontezca que, en caso de guerra, él también se una a nuestros enemigos para pelear contra nosotros, y se vaya de esta tierra.» Entonces pusieron sobre ellos comisarios de tributos para que los oprimieran con sus cargas. Así edificaron para el faraón las ciudades de almacenaje, Pitón y Ramesés. Pero cuanto más los oprimían, tanto más se multiplicaban y crecían, de manera que los egipcios temían a los hijos de Israel.” (vv. 6-12) 

       El tiempo pasa, y poco a poco, desde Judá hasta José, del cual se piensa que falleció alrededor del 1805 a. C., todos los que pusieron la planta de sus pies por primera vez en Egipto, van falleciendo. Sus descendientes recogen la memoria de los hechos asombrosos de José mientras van aumentando el número de los miembros de sus respectivas familias. Los israelitas fueron creciendo en número y en fuerza, algo que, en lugar de ser visto como una oportunidad para elaborar pactos y alianzas en previsión de guerras con los vecinos, y así aunar esfuerzos, sin embargo, comienza a ser contemplado como una amenaza a los nacionales. No se nos habla de ningún rumor o noticia que pudiese sugerir que los israelitas estuvieran descontentos por su estancia en Gosén, o que tuviesen en mente rebelarse contra aquellos que tan hospitalariamente los acogieron, pero recordemos que, ya en tiempos de José había cierta animadversión hacia los hebreos, sobre todo en aquello que tenía que ver con el pastoreo o con comer en la misma mesa que ellos. Pronto estos prejuicios se fueron exacerbando hasta lograr el caldo de cultivo ideal para crear un ambiente enrarecido que propiciaba la xenofobia. 

      Este runrún que iba calando socialmente en medio de los egipcios de pro, llega a culminar en una persona de carne y hueso: un nuevo faraón asciende al trono para ocupar el poder sobre toda la tierra de Egipto. Este soberano tenía una particularidad que el autor de Éxodo no tarda en reseñar, y es que no conocía a José. No sabemos si es que no le interesaba tener conciencia de la historia, o si simplemente era ignorante de todo cuanto José había aportado al bienestar y al tesoro de la corona por un mero descuido a la hora de investigar las raíces de su pueblo. Para un rey, olvidar o no querer conocer la trayectoria histórica de su nación es imperdonable, aunque sirvió para que los ánimos cada vez más caldeados y más temerosos de la sociedad egipcia encontrasen en el nuevo faraón un punto de apoyo significativo.  

       Con esta amnesia selectiva o muy oportuna, según queramos verla, el faraón observa que los israelitas pueden convertirse en un momento dado en un problema, en una amenaza a su poltrona. Con la excusa de una teoría que coloca a los israelitas como aliados de sus adversarios, y que podría sumir a todo Egipto en una crisis económica sin precedentes si los israelitas optan por marcharse del territorio de Gosén, el faraón trata de manipular los hechos con el objetivo de dominar con mano de hierro a los israelitas. Un gobernante no necesita mucha inteligencia o mucha persuasión para despertar presuntos odios patrióticos contra los inmigrantes que viven en medio de la sociedad. Con un par de fake news y otros tantos bulos conspiranoicos, la cosa da sus frutos. 

      Con la connivencia del pueblo egipcio, el faraón pretende atar en corto a los israelitas. Y una de las formas que piensa que puede asfixiarlos y someterlos, es aumentando los impuestos y gravámenes a este colectivo sin dar mayores explicaciones. Expoliándolos de sus propiedades, de su dinero y de su capacidad adquisitiva, el faraón no solo aumentaría su erario, sino que además acentuaría con saña su señorío sobre ellos. Con los beneficios que se extrajeron de los bolsillos israelitas, el faraón de turno, del que no se nos da el nombre, aun cuando pudiera ser o Seti I (1308-1290 a. C.) o Ramsés II (1290-1224 a. C.), construiría dos ciudades de almacenamiento y abastecimiento de grano llamadas Pitón (“casa de Atum”), ubicada en la actualidad en Tell er Ratabah o en Tell er Maskhutah; y Manasés (“ciudad de Tanis”), también conocida como Qantir, donde se establecería la residencia real del faraón. Fijaos cuánto dinero sacaría el faraón de los israelitas para construir estas dos grandes capitales. Pensando que, si las familias hebreas tenían menos posibles, estas controlarían la natalidad para adaptarse a estas magras condiciones de vida, lo cierto es que faraón no da en el blanco. A pesar de las cargas impositivas tan gravosas, los israelitas crecen con mayor progresión aún. El Señor proveía a los israelitas del sustento necesario como para seguir incrementando su presencia y fuerza, algo que los egipcios observan con una cada vez mayor preocupación y pavor. 

2. OPRESIÓN ESCLAVA 

       Como si exprimirlos económicamente no fuese suficiente para el faraón, y en vista de que sus métodos no estaban siendo lo eficaces que esperaba, el faraón toma otra medida que procurase apretar sin misericordia el pescuezo de los israelitas: “Los egipcios hicieron servir a los hijos de Israel con dureza, y amargaron su vida con dura servidumbre en la fabricación de barro y ladrillo, en toda labor del campo y en todo su servicio, al cual los obligaban con rigor.” (vv. 13-14) 

       A los impuestos, ahora se les une el trabajo forzado obligatorio. Es otra manera de hablar de esclavitud, por supuesto. La sociedad egipcia expresa su miedo hacia los israelitas a través del odio y del desprecio. A la labor ganadera a la que se dedicaban desde que llegaron sus ancestros a Egipto, ahora se les añadía dos clases más de trabajo: fabricar barro y ladrillo y ejercer de agricultores, algo que solían hacer los propios naturales del país. Las palabras “dureza,” “amargura,” y “rigor” ya nos describen la clase de maltrato que recibían los israelitas. Eran menos que seres humanos. La fabricación de ladrillos y barro era una tarea de las más arduas y extenuantes. Los ladrillos se hacían de adobe, el material de construcción más empleado en la edificación de palacios de reyes, de partes de templos y de murallas protectoras. El adobe se elaboraba con el limo aluvial del Nilo mezclado con paja o arena.  

       El proceso de fabricación de estos ladrillos era el siguiente: se recogía arcilla del valle, se humedecía adecuadamente, se mezclaba con la paja o la arena y se amasaba abundantemente. La mezcla solía dejarse mezclada y sumergida en agua durante varios días, con el objetivo de que parte de la paja se descompusiese y soltara un légamo que actuaba sobre la arcilla haciéndola más viscosa y consistente al secarse al sol tras hacer una fuerte presión sobre el ladrillo. Según un documento egipcio llamado la Instrucción de Kheti, la tarea de fabricar ladrillos no era una bicoca precisamente: “Debo hablarte de los alfareros. Sus riñones sufren porque trabajan al sol, poniendo ladrillos, sin ninguna ropa. En lugar de falda o kilt, llevan solo un trozo de taparrabos. Sus manos están hechas tiras a causa del cruel trabajo, tienen que amasar todo tipo de inmundicias. Comen pan con sus manos, a pesar de que solo se las pueden lavar una vez al día.” Imaginémonos lo que esto suponía para los israelitas: un cansancio debilitador, un hastío increíble y una falta de fuerzas enorme, día tras día, de sol a sol. 

     En cuanto a las tareas agrícolas, más de lo mismo. Observemos la dinámica habitual de un agricultor egipcio, y apliquémosla a un siervo israelita sometido: En julio el caudal del Nilo crecía y los campesinos no podían trabajar más al anegarse los campos. En octubre, las aguas se retiraban, era la época de la siembra y los campesinos roturaban la tierra y reparaban los canales. En marzo llegaba la estación seca, era el momento de la cosecha. Tras la crecida, el lodo que cubría los campos era fácil de trabajar. Mientras un sembrador arrojaba las semillas, el labrador surcaba la tierra con el arado tirado por vacas o bueyes. Las semillas enterradas en el suelo germinaban más rápido y no se las comían los pájaros. En los campos cubiertos por la crecida durante más tiempo, los campesinos no trabajaban, dejaban que sus rebaños de ovejas, cabras o cerdos, enterrasen los granos pisoteando la tierra.” 

       “En Egipto casi no llovía, para evitar que las plantas se secaran, cavaban pequeños canales que llenaban con agua del Nilo. Hasta el Imperio Nuevo, usaban cántaros, más tarde inventaron el chaduf, instrumento aún usado hoy en día, formado por una palanca con un recipiente a un lado y un contrapeso al otro. Pero año tras año, las crecidas destruían todos los canales y había que volver a construirlos. Desde marzo, arrancaban los tallos de lino en flor, ya que eran las fibras tiernas las que daban los mejores tejidos. Después llegaba la cosecha de trigo y cebada. Los tallos se cortaban por debajo de la espiga con una hoz fabricada con un trozo de mandíbula de hipopótamo con fragmentos de sílex pulido incrustados. Las espigas se amontonaban en el terreno de trillar y eran pisoteadas por bueyes para separar el grano de la paja, para separar el salvado del trigo, se lanzaban los granos al aire, una vez limpios se almacenaban en los graneros del pueblo. La abundancia de las cosechas dependía de la crecida del Nilo. Si ésta era escasa, se inundaban pocos campos y eran pocos los cultivados. También había que hacer frente a los animales que devastaban los campos, como aves, hipopótamos, langostas, ratones, ganado errante... Para ahuyentar a las aves, inventaron los espantapájaros.” Vamos, que los israelitas estaban llevando el peso de la economía de Egipto, y encima gratuitamente y siendo tratados peor que a bestias.  

3. GENOCIDIO Y LIMPIEZA ÉTNICA 

      Por lo visto, ni siquiera esta estrategia pudo evitar que los israelitas siguiesen reproduciéndose sin control ante la mirada estupefacta del faraón, por lo que tuvo una nueva idea brillante para erradicar por completo este problema de proliferación hebrea: el genocidio y la limpieza étnica: También habló el rey de Egipto a las parteras de las hebreas, una de las cuales se llamaba Sifra y la otra Fúa, y les dijo: —Cuando asistáis a las hebreas en sus partos, observad el sexo: si es hijo, matadlo; si es hija, dejadla vivir. Pero las parteras temieron a Dios y no hicieron como les mandó el rey de Egipto, sino que preservaron la vida a los niños. Entonces el rey de Egipto hizo llamar a las parteras, y les dijo: —¿Por qué habéis hecho esto? ¿Por qué habéis preservado la vida a los niños? Las parteras respondieron al faraón: —Porque las mujeres hebreas no son como las egipcias; son robustas y dan a luz antes que llegue la partera. Dios favoreció a las parteras; el pueblo se multiplicó y se fortaleció mucho. Y por haber las parteras temido a Dios, él prosperó sus familias.” (vv. 15-21) 

       Esta clase de tácticas para depurar étnicamente un país es algo que siempre ha sucedido. Al asesinar a los niños y dejar que las niñas vivan, están buscando que en un futuro los egipcios se emparenten con las mujeres israelitas y así, ir disolviendo la raza hebrea con un mestizaje oprobioso. Estas maniobras han sido empleadas en innumerables conflictos bélicos, como en el de la guerra de los Balcanes, donde las mujeres musulmanas bosnias eran violadas por los serbios. En los tiempos de la historia que nos interesa ahora, las parteras eran las encargadas de ayudar a las mujeres a dar a luz, y las que certificaban el sexo de los recién nacidos. En aquel entonces, dos parteras sobresalían sobre el resto, y que, principalmente, atendían a las mujeres hebreas. No se nos dice si eran israelitas o si eran egipcias, aunque sus nombres sí son de origen hebreo: Sifra, o la bella, y Fúa, o la espléndida. Tal vez eran egipcias con sus nombres de guerra o apodos, dados estos por los propios hebreos que recibían sus cuidados prenatales. Lo cierto es que son llamadas para que comparezcan ante el faraón, muy disgustado por cómo avanzaban los acontecimientos. 

      Las órdenes que el faraón da a las parteras son rotundas y claras. Ellas deben ser la avanzadilla de un plan de genocidio y limpieza étnica que consiste en matar a los varones israelitas recién nacidos y en preservar la vida de las niñas hebreas. Sin más ni más. Nada cabe decir al faraón, puesto que como dios que era entre los egipcios, nadie podía siquiera osar en excusarse o poner pegas a sus macabras directrices. Si las parteras eran egipcias, hacia lo que me inclino personalmente, dado que es impensable que estas mujeres asesinaran a sus compatriotas alumbrados, así como así, estas habían tenido tanta relación con los israelitas que habían adquirido incluso su propia fe y respeto hacia su Dios. No era solo que estaba ética y moralmente mal dañar a un nuevo ser sin motivos de peso, sino que Sifra y Fúa habían aprendido a venerar y obedecer las instrucciones del Dios de los israelitas. Haciendo caso omiso del decreto del faraón, siguieron haciendo su trabajo como si nunca hubiesen escuchado lo que el faraón les había encomendado. Y así, seguían naciendo niños y niñas hebreos, sin mayores problemas u obstáculos. 

      Con el transcurso de los meses, el faraón no entiende por qué las cosas, en lugar de haber mejorado para sus crueles intereses, están empeorando aún más. Los israelitas siguen creciendo en número a ojos vista, y solo encuentra una explicación: las parteras no están acatando su voluntad genocida. Las vuelve a convocar a su palacio para recabar la información necesaria que le permita conocer la razón de que sus planes no se concreten en la realidad. Ante la pregunta de por qué las parteras no hacen su trabajo, de por qué continúan salvando la vida de los nacidos varones israelitas, las parteras se escudan en una particular dinámica anatómica y médica que reúnen todas las mujeres hebreas: son tan fuertes y resistentes, con un umbral de dolor tan bajo y con unas condiciones físicas tan envidiables, a diferencia de las de las egipcias, que en cuanto son requeridas por la familia de la que va a dar a luz, siempre llegan tarde, y cuando lo hacen, invariablemente hallan o una niña o nada. Las israelitas que paren niños los ocultan en algún lugar donde las parteras no puedan descubrirlos.  

       Algunos comentaristas afirman que estas dos mujeres están mintiendo descaradamente al faraón, con la finalidad de hacer un bien mayor. Es una especie de “el fin justifica los medios.” Piensan que es una mentirijilla o una mentira piadosa que puede llegar a perdonarse a causa de la protección de niños inocentes. Nunca lo sabremos con claridad. Sin embargo, notemos que, una vez convencido el faraón de que la explicación de las parteras es legítima y veraz, aparece la idea de que Dios favoreció y prosperó a Sifra y a Fúa, así como a sus respectivas familias. Tratar de conectar un acto éticamente reprobable por Dios, como es mentir, con el beneplácito divino, es querer retorcer el sentido de la historia y del texto. Si dijeron la verdad, puesto que Dios ayudaba a las parturientas a que tuviesen sus hijos varones con mayor celeridad, no habría ninguna clase de controversia, y la explicación sería plausible. Pero si dijeron una mentira que Dios pasaría por alto, sería insinuar que Dios se complace en aquellos que defienden el utilitarismo de que el fin justifica los medios, y de que Dios aprueba la ética situacional, y esto no solo es improbable, sino que es imposible. Si Dios es santo y aborrece el pecado y la mentira, no puede ser que este respaldara la actuación aranera de estas mujeres. Dios no actúa de este modo, tal y como observamos a lo largo y ancho de las Escrituras. 

4. ANIQUILACIÓN POPULAR 

      Irritado sobremanera por la frustración acumulada que resultaba de ver cómo los israelitas perseveraban en su multiplicación y en su fortaleza a pesar de las perrerías a las que se los había sometido, el faraón, ahora sí, deja de aplicar sutilmente el genocidio a los israelitas por medio de la silenciosa labor de las parteras, para dictaminar el genocidio y la limpieza étnica de forma abierta: “Entonces el faraón dio a todo su pueblo esta orden: «Echad al río a todo hijo que nazca, y preservad la vida a toda hija.»” (v. 22) 

      Producto de su mentalidad paranoica y obsesiva, implica a todos sus súbditos egipcios en la erradicación y sometimiento de la raza hebrea. Los egipcios debían delatar a sus vecinos israelitas si tenían un asomo de sospecha sobre el nacimiento de varones, y, si era necesario, ellos mismos debían ejecutar las órdenes de su dios y rey. Esto nos recuerda la funesta y trágica historia de los judíos en la Alemania nazi, de cómo pasaron de ser ciudadanos de pleno derecho a ser considerados indignos de ser alemanes, de tener sus negocios y su vida asentados en las ciudades germanas, a ser confinados en ghettos y campos de concentración, de convivir pared con pared con personas aparentemente normales a ser acusados por quienes menos lo esperaban de ser enemigos de la patria. Del mismo modo que gran parte de la ciudadanía de Alemania participó activamente en la muerte y miseria de los judíos, así sucedía en Egipto. Aquellos fanáticos seguidores de la depuración racial convocada por el faraón no tuvieron miramientos a la hora de lanzar a las fétidas y amenazantes aguas del río Nilo a criaturas recién nacidas que ninguna culpa tenían para ser asesinadas vilmente.  

CONCLUSIÓN 

       Imaginemos por un instante las atribuladas condiciones de vida de los israelitas bajo el reinado de este malvado faraón. Imaginemos a padres, madres y hermanos escondiendo cualquier evidencia del nacimiento de un varón. La tensión, el cansancio, la explotación y la desesperación iban minando poco a poco el ánimo de los israelitas. No estaban ni siquiera en disposición de poder oponerse al régimen de terror y esclavitud reinante. Solo quedaba clamar al Dios de sus antepasados, pedirle que los rescatara en sus horas más tenebrosas. 

      Como iglesia de Cristo, hemos de denunciar cualquier actividad esclavista o genocida que se produzca en nuestro mundo, y de forma más especial, aquella que se lleve a cabo en nuestro país y sociedad. Para Dios todos los seres humanos son objeto de su amor y gracia, dado que todos han sido creados a su imagen y semejanza. No podemos traicionar el diseño humano que Dios ha ideado sometiendo, explotando y abusando de nuestros congéneres. No podemos caer en el error de anteponer determinadas ideologías políticas absolutamente reprobables por su xenofobia y racismo a nuestra fe en Cristo y en la nueva humanidad que ha sido regenerada en virtud de su sacrificio expiatorio en la cruz. No hemos de aprobar en absoluto cualquier menosprecio, menoscabo y desprecio hecho contra otro ser humano, sino que hemos de ser lo suficientemente sabios como para no contagiarnos de conceptos conspiranoicos y tergiversados sobre la inmigración o sobre la convivencia con personas de otras latitudes, culturas, ideas y etnias. 

       ¿Dónde está Dios en este comienzo de historia? ¿En qué momento el Señor intervendrá decisivamente en el lamentable estado de cosas por el que atraviesan sus hijos? ¿Escuchará Dios sus ruegos y plegarias desgarradas por el dolor y el abatimiento sistemáticos a los que se los está sometiendo? La respuesta a estas preguntas y a muchas otras más en el siguiente estudio sobre el libro del Éxodo.

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