PODREDUMBRE MORAL



SERIE DE SERMONES SOBRE MIQUEAS “OÍD! 

TEXTO BÍBLICO: MIQUEAS 7:1-7 

INTRODUCCIÓN 

       Que haya funcionarios públicos que abusen de su posición en la administración para lucrarse personalmente o para facilitar enchufes para beneficiar a individuos queridos para estos, es una realidad que supera el cambio de regímenes, gobiernos y modelos de gestión de lo que es de todos. Que existan políticos que se instalan en la poltrona del poder para aprovecharse en el presente y guardarse las espaldas para el porvenir cuando se retiran, ya ha dejado de ser noticia. Que agentes del orden de rango superior aparezcan como cómplices de tramas de tráfico de estupefacientes, de escuchas ilegales o de movimientos políticos concretos, no es una novedad. Que la jefatura del Estado se vea envuelta en escándalos financieros, en maniobras de blanqueo de capitales o en comisiones ilegales, ya no nos sorprende. Que los que un día dijeron que entraban con las manos limpias en el gobierno para cambiar las cosas desde dentro, ahora las tengan más sucias que el palo de un gallinero, a nadie asusta ni asombra. Que jueces empleen su privilegiado estrado para formular sentencias absolutorias para canallas de guante blanco, y condenar a miserables a pasar en la sombra años y años por transgredir la ley desde la desesperación de su estado, tampoco nos altera el ritmo cardíaco. Las informaciones sobre corrupción en las instituciones gubernamentales, judiciales y del orden han ido salpicando cada periódico, cada telediario y cada crónica histórica desde que las sociedades y las civilizaciones existen. 

      La corrupción y la podredumbre moral que muchos exhiben desde su estatus socio-económico quitan a cualquiera las ganas de afiliarse a este o a aquel partido. Muchos votantes han quedado hastiados hasta las náuseas al ver cómo ese candidato que prometió una cosa que les parecía justa y recta, ahora cambia de tercio y de rumbo para asegurarse una porción de la tarta del poder. Los valores predicados y proclamados en etapas electorales quedan en agua de borrajas, en nada, en cuanto tocan poder, prebendas, dinero e influencias de cualquier tipo. Si es preciso renunciar a esos principios irrenunciables que se cacarearon con tanto aplomo antes de las elecciones, se hace sin pestañear, sin entonar un mea culpa, sin sentir un ápice de vergüenza torera. Los pilares morales de los que se presentan para representar al pueblo en las instituciones son tan frágiles, fluidos, líquidos diría yo, que valen para un roto y para un descosido. Pocas autoridades políticas y gubernamentales existen que se mantengan firmes en la coherencia entre sus promesas y discursos preelectorales, y sus acciones y decisiones tras las votaciones. La relatividad oral se ha instalado sin miramientos entre nosotros como sociedad, y los que dirigen nuestros destinos como nación no iban a ser menos. 

       Teniendo en cuenta que esto ya no es un asunto tan preocupante, y que, prácticamente, casi todo el mundo asume que cuando uno se posiciona por un candidato ya hay que pensar implícitamente que va a corromperse moralmente, lo que sí nos escuece y duele es tener que comprobar que esta podredumbre moral se traslada a la actitud de nuestros seres más queridos. Esto sí que nos toca la fibra sensible. Que nos traicionen aquellos que suponíamos eran nuestros amigos del alma, que nos dejen tirados nuestros hermanos y hermanas en tiempos de crisis, que padres se vean malviviendo en la miseria y la ruina a causa de la inoperancia de sus hijos, que hijos sean olvidados por el trajín vertiginoso que llevan los padres en sus respectivos empleos superabsorbentes, que los yernos y nueras irrespeten a los suegros, o que los suegros metan la “mojá” en asuntos que no les competen, sobre todo en temas que solo se deben gestionar dentro del hogar matrimonial, eso ya nos toca la moral un pelín bastante. De los que esperamos corrupción ya sabremos guardarnos en un momento dado, pero de los que no lo esperamos, nos dejan un desolador panorama que es sumamente difícil de comprender. 

       De lo que no cabe duda es que la podredumbre moral es el resultado directo de vivir de espaldas a Dios, de edificar la vida sobre la arena de nuestros pecados y ambiciones, de construir nuestro futuro sobre el egoísmo, la impasibilidad y la insolidaridad. De la misma manera en la que en un canasto tenemos unas cuantas manzanas, y una de ellas se pica, afectando con su incipiente degeneración al resto hasta hacer que todo el canasto se pudra completamente, así ocurre con el pecado desbocado, con la connivencia impía y con el consentimiento interesado. Poco a poco, al ver que algunos se lo llevan crudo sin que nadie les pare los pies, al comprobar que hay instancias judiciales susceptibles de ser compradas o sobornadas, y al constatar que el latrocinio de lo público no lleva aparejado un gran castigo, el resto de la sociedad comienza a pensar que, porqué ellos van a ser menos que los que se lucran a costa de los contribuyentes, de los humildes de este mundo y de los pobres de esta tierra. Y así, con la justificación de que “yo robo poco en comparación con Fulanito de tal,” la podredumbre moral se extiende como el coronavirus en un local sin ventilación y sin medidas de higiene. De ahí, a la corrupción institucionalizada, solo hay un pequeño paso. 

1. UNA SOCIEDAD AMPLIAMENTE PODRIDA 

       Miqueas, como vocero de Dios, también es observador de la realidad política, gubernamental, judicial y social de Israel. El Señor, a través de su proclama de juicio y condena por los innumerables pecados que comete su pueblo, se siente como se sentirían todos aquellos que conforman su remanente: totalmente decepcionado y desilusionado. Tal es su tristeza al ver el grado tan alto de podredumbre moral que existe en Israel que decide que es momento de denunciar tanta injusticia, tanto atropello y tanta degeneración moral: ¡Ay de mí! porque estoy como cuando han recogido los frutos del verano, como cuando han rebuscado después de la vendimia y no queda racimo para comer, ni uno de esos frutos que tanto desea mi alma. Faltó el misericordioso de la tierra; no queda entre los hombres ningún justo. Todos acechan en busca de sangre; cada cual tiende una red a su hermano. Para completar la maldad con sus manos, el príncipe demanda y el juez juzga por recompensa; el poderoso habla según el capricho de su alma, y ellos lo confirman. El mejor de ellos es como el espino, el más recto, como zarzal. El día de tu castigo viene, el que anunciaron tus atalayas; ahora será su confusión.” (vv. 1-4) 

      Con una voz de lamento, el Señor aplica su misericordia al ponerse en el pellejo de aquellos que sobreviven paupérrimamente en una sociedad que se ha olvidado por completo de los necesitados y menesterosos. La imagen que Dios presenta es verdaderamente triste y dramática. Es la de personas que no tienen medios suficientes con los que subsistir dedicados a la rebusca en los campos que ya han sido cosechados, pero que, esperando al menos que la compasión todavía tenga cabida en los terratenientes, dejándoles fruta y uva suficiente en los árboles y vides como para ir tirando, solo hallan ramas vacías y sarmientos desnudos.  

       Sabemos que existía una ley que procuraba a los pobres un cierto sostén agrícola después de la recolección: “Cuando seguéis la mies de vuestra tierra, no segaréis hasta el último rincón de ella, ni espigarás tu siega; para el pobre y para el extranjero la dejarás. Yo, Jehová, vuestro Dios.” (Levítico 23:22) Dios proveía así a aquellas personas más desfavorecidas, pero los dueños de los campos y viñedos obvian esta regla de solidaridad con un espíritu codicioso y egoísta. ¿Os imagináis el rostro demacrado y acongojado de alguien que tiene la expectativa de llevarse algo a la boca, confiando en la buena voluntad y fe del ser humano, y que se encuentra de repente con la indignante realidad de la avaricia humana? ¿Hasta qué punto se había corrompido el alma de los latifundistas? 

       El Señor sigue entristecido, porque evaluando la situación de Israel en términos morales y espirituales, no hay nadie que alcance el estándar requerido para ser considerado misericordioso o justo. ¡Qué penoso resulta tener que concluir que no existe nadie en todo Israel que se ponga en los zapatos de su prójimo en sus horas más críticas! ¡Qué descorazonador es comprobar fehacientemente que nadie es capaz de ser justo con su semejante, de ayudarlo en sus momentos difíciles! Una sociedad en la que la justicia y la compasión han desaparecido del corazón humano está abocada al caos, a la anarquía, al desastre. Si nadie se preocupa por nadie, si el alma está endurecida como el mármol, y si se cierran los ojos ante la catástrofe humanitaria que tiene justo al lado de su puerta, todo está perdido. Dios busca el fruto de la bondad humana, las obras piadosas y las actuaciones filantrópicas, y solo encuentra la nada.  

       Aunque generalizar pueda parecer algo demasiado radical, el Señor conoce perfectamente el ánimo y la intención del ser humano, y no es precisamente los de auxiliar al marginado social. Más bien, ha cundido una actitud violenta, agresiva, sanguinaria para con el vecino. Es la ley de la selva, es un sálvese quien pueda sin escrúpulos ni miramientos. Se ha abierto la veda para matar, saquear, violar y arrebatar sin que haya una respuesta por parte de la justicia. El criminal queda impune, el delincuente se ceba en los débiles, en las mujeres, las viudas y los huérfanos, y el poderoso tiene carta blanca para hacer lo que le venga en gana con la vida de los desfavorecidos. Nadie está seguro en las calles, nadie puede asegurar que mañana no morirá a causa de la traición de los que, en principio, podía confiar. El vecino aguarda su momento para acusar falsamente a quien vive a su lado, el amigo deja de serlo para sacar tajada de la lealtad, y el compatriota solo percibe en su prójimo un beneficio que ha de lograr al coste que sea, sin remordimientos ni culpa.  

      Si lo pensamos, es como esa serie de películas llamadas de “La purga,” en las que un día al año todo está permitido, desde el atraco, las agresiones sexuales y las palizas, hasta el homicidio más escabroso y morboso, y todos aquellos que quieran sobrevivir a esta jornada deben esconderse para no salir de sus hogares so pena de ser raído de la faz de la tierra. ¡No hay escena más truculenta y amenazadora que la de una sociedad que ha perdido el sentido de la justicia, de la verdad y del amor por Dios y por el prójimo! 

       Por si esto fuera poco, todo lo malvado y depravado que se realiza a pie de calle, a ras de suelo, es algo que es consentido por las instituciones del Estado. Al príncipe o gobernante no le importa si el pobre muere de inanición, si el fuerte asesina cruelmente al débil o si el depredador sexual fuerza a la mujer. Lo único que le importa es seguir recaudando impuestos para su goce y lujo, esquilmando a los menos pudientes para costear su excesivo tren de vida, acumulando capital para saciar sus instintos más bajos y perversos. Los jueces, en lugar de ser el bastión de la justicia, han pervertido sus oficios para ejercer su labor en beneficio de los ricos y poderosos, y en detrimento del clamor del pueblo bajo. Si no hay un sobre repleto de dinero bajo manga, no van a mover un solo músculo por condenar al criminal, por muchas evidencias que se tengan sobre su culpabilidad. Si no hay recompensa o motivación material, la viuda o el menesteroso ya saben por dónde pueden marcharse. Si no hay parné, el mecanismo judicial no puede ser engrasado para que el delito sea castigado.  

       Si el poder y la justicia no funcionan para los humildes, solo queda morir como animales, solo resta resignarse ante la fatídica suerte que se les avecina. Los poderosos, los acaudalados y los que se han enriquecido a costillas de los miserables se ven respaldados tanto por el ambicioso príncipe como por los jueces untados, y todo cuanto piden por su boca les es concedido, aunque sea algo contrario a la ley y a la moral, y abominable ante los ojos del Señor.  

       ¿Cómo no va a estallar el Señor ante tamaña degeneración moral? ¿Cómo va a permanecer el Juez de jueces, el Rey de reyes y el Señor de señores, el Todopoderoso, de brazos cruzados mientras su pueblo sigue en su dinámica inmoral y adúltera? ¿Cómo va a permitir que la sangre siga tiñendo de grana las calles de las ciudades de Israel? Es preciso tomar cartas en el asunto, y, por tanto, Dios comunica a Israel, mediante el oráculo entregado al profeta Miqueas, que se acabó la fiesta para los malvados. Comparando a unos y a otros a espinos y zarzales, arbustos que conocemos por sus espinas y por el dolor que causan al tocarlos sin cuidado y que derraman la sangre de quienes intentan coger sus frutos, Dios los condena sin paliativos al infierno, al lugar en el que sus actos y palabras recibirán su merecido, donde la sed no podrá ser aplacada y donde sus intrigantes conductas serán condenadas por toda la eternidad. Han sido avisados por los vigías y atalayas de Dios, por medio de las denuncias proféticas de sus siervos, y no han atendido a razones, ni su corazón se inclinó al arrepentimiento y la contrición. Su destino final será por siempre el lloro y el crujir de dientes, junto con la confusión de los que se hicieron tesoros en la tierra con la sangre ajena será perenne. 

2. UN SISTEMA FAMILIAR AMPLIAMENTE PODRIDO 

       Grande es la desdicha de una nación que tiene esta clase de dirigentes y funcionarios públicos, todos ellos caracterizados por una podredumbre moral de aúpa, pero mayor es la tribulación cuando también, dentro de la institución familiar, la espada enfrenta amigo contra amigo, hermano contra hermano, hijos contra padres y parientes con parientes: “No creáis en amigo ni confiéis en príncipe; de la que duerme a tu lado cuídate, no abras tu boca. Porque el hijo deshonra al padre, la hija se levanta contra la madre, la nuera contra su suegra, y los enemigos del hombre son los de su casa.” (vv. 5-6) 

      ¡Qué terribles son estas palabras del Señor! ¿Acaso tendrá uno que vivir constantemente en alerta mirando de reojo a sus familiares? ¿Habrá cosa más dramática y escalofriante? ¿Habrá circunstancia más dolorosa que tener que ir con mil ojos y con mucho tiento en lo que a las relaciones de confianza se refiere? ¿No poder fiarte de tus amigos? Pase que uno no se fíe de las autoridades en vista de las componendas y de los crímenes que estos cometen contra sus súbditos... pero, ¿no confiar en tu cónyuge, aquella persona que, en un principio, decidió compartir la existencia a tu lado con un proyecto de familia en mente? Son palabras muy duras, no cabe duda. No fiarse ni de su propia sombra es vivir en una zozobra continua, en una duda cotidiana, en una sospecha inacabable. ¿Quién puede vivir así y mantenerse cuerdo?  

      Dudar de la lealtad de las personas a las que más aprecias y que crees que también te tienen en alta estima es ya lo último. El consejo de Dios es que lo mejor es mantener silencio. No te quejes del gobierno, porque puedes ser delatado por tus seres queridos, y todo ello por un puñado de monedas. No acuses a las autoridades, porque todo lo que digas podrá ser utilizado en tu contra ante un tribunal en el que la justicia brilla por su ausencia. No denuncies, no despotriques, no des tu opinión, no expreses tus filias y fobias, no manifiestes tu diferencia de criterio o ideología. Porque si lo haces, posiblemente desaparezcas del mapa. 

      ¿Y qué decir de la oposición intrafamiliar? Que un amigo te traicione, es algo que puede ocurrir, pero que los hermanos se odien mutuamente, que los hijos falten al respeto a los padres y las hijas se rebelen contra sus madres, que las nueras o yernos insulten a sus suegros por cualquier asunto del que se pueda disentir, o que los de tu casa se pongan del lado de los que van extendiendo la podredumbre moral y espiritual por toda la sociedad, ya es el acabose. ¿Conocéis historias en las que hijos o padres han entregado a sus familiares a la justicia de un régimen dictatorial y corrupto y hayan muerto o hayan sido encarcelados en prisiones infectas, y que los acusadores no hayan tenido ni siquiera un asomo de remordimiento? Haberlas, haylas. Con la excusa de que oponerse al Estado era egoísta y reaccionario, pues el Estado era una virtud más importante que el amor a la familia, muchos hijos entregaron a sus padres a las autoridades, y viceversa. Como podemos constatar, hasta la raíz de la sociedad, la familia, estaba infectada hasta la médula con el virus de la depravación moral. Cuando esto sucede, solo el Señor puede solucionarlo por las bravas, extirpando el tumor maligno que ha metastatizado la mayor parte de una nación.  

3. UNA ESTRATEGIA PARA AGUARDAR LA SALVACIÓN DE DIOS 

       Aunque el panorama sea ciertamente sombrío y prácticamente irresoluble, el Señor quiere dar esperanzas a ese remanente que sufre en silencio y que persevera en su servicio y su obediencia a pesar de todo: “Mas yo volveré mis ojos a Jehová, esperaré al Dios de mi salvación; el Dios mío me oirá.” (v. 7) 

       Cuando uno ya poco puede hacer por remediar la situación de corrupción moral existente en la sociedad, dado que, si das un paso en falso tienes todas las papeletas para que te callen por la fuerza, solo queda confiar en el Señor, esperar su salvación y orar fervientemente para que su voluntad perfecta sea hecha. En lugar de contemplar con impotencia e indignación todo cuanto sucede a nuestro alrededor, amargando nuestra existencia y llenando de hiel nuestra percepción de la justicia terrenal, haremos mejor en poner toda nuestra fe en el Soberano del universo, aquel que todo lo puede, que no deja a un justo desamparado, que no tiene por inocente al perverso y que juzgará a vivos y a muertos.  

       En lugar de esperar que el ser humano arregle sus propios yerros y desaguisados, que una nueva era dirigida por personas justas y solidarias aparezca en el horizonte para cambiar el mundo, que las nuevas generaciones sean mejores que la nuestra en términos de valores morales y espirituales, será más útil esperar la salvación y la restauración de Dios en Cristo. En lugar de quejarnos, llorar y resignarnos, sería mucho más eficaz confiar en que el Señor nos oirá y que hará justo aquello que debe hacerse para preservar a su remanente de todo mal hasta el final. Está claro que adoptar esta actitud de confianza y espera en Dios no va a ser fácil ni va a transformar del día a la noche nuestra realidad social y moral, pero con paciencia y perseverancia todo habrá de llegar. La justicia será restaurada, el amor fraternal regresará a los corazones y la generosidad volverá a ser señal inequívoca de que Dios habita en medio de su pueblo. Todo a su tiempo.  

CONCLUSIÓN 

      Vivimos en una sociedad globalizada no muy diferente de la que se nos ha descrito a través de las palabras proféticas de Miqueas. La degeneración moral, la relatividad, la sustitución de la verdad y la razón por las emociones y la posverdad, y el materialismo exacerbado es un hecho palpable y constatable de nuestras sociedades occidentales. Las instituciones públicas, las instancias judiciales y policiales, así como el estrato más alto de la sociedad, siguen diseminando su ponzoñosa podredumbre moral entre los ciudadanos de a pie. Esto ha ido también infiltrándose en nuestro entorno familiar, envenenando las relaciones de sangre y llenando de conflictos la paz y la armonía del hogar en muchos casos. 

       Nosotros, como iglesia de Cristo, como sal y luz en medio de las tinieblas espirituales en las que vive este mundo, tenemos la misión de frenar la corrupción moral y de denunciar y sacar al conocimiento público las injusticias y los crímenes contra los derechos más básicos del ser humano. Como comunidad de fe que valora y aprecia la unidad familiar como una institución fundada por Dios, hemos de convertirnos en agentes de reconciliación y de pacificación del hogar. Como manada pequeña, tal vez no podamos afectar positivamente en las altas esferas del poder, pero sí podemos, y debemos, mirar a Dios, esperar su salvación y confiar en que nuestras oraciones que desean el advenimiento del Reino de los cielos pronto se hagan realidad para gozo y alegría de su pueblo santo.

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