PANES Y PECES

 

SERIE DE SERMONES SOBRE MATEO 14-15 “ROMPIENDO ESQUEMAS” 

TEXTO BÍBLICO: MATEO 14:13-21; 15:32-39 

INTRODUCCIÓN 

     Mi padre siempre me enseñó que no es lo mismo predicar que dar trigo. Podemos expresar con vehemencia y gran retórica lo hermoso de una idea o de una filosofía de vida, pero si todo se queda en palabras que se lleva el viento tarde o temprano, y no existe algo material o práctico que se devengue de los discursos humanos, a nadie le vale. Podemos proclamar a los cuatro vientos las bondades de un programa político, las promesas de un mundo mejor, y la esperanza de un bienestar social futuro, sin embargo, la gente solo quiere soluciones reales, votos cumplidos lo antes posible y un vocabulario llano e inteligible sobre el que apoyar toda su fe en el candidato de turno.  

     Podemos transmitir la teoría de esquemas vitales filosóficos, empleando majestuosas descripciones de las potencialidades del humanismo, pero si todo esto no se concreta en hechos fehacientes, en respuestas que contestan a la perfección cada interrogante inmediato, o en resultados cuantificables, las personas no las toman en serio, ni se involucran en que los pensamientos formen parte de su dinámica vital. Lo mismo sucede en el panorama religioso. Si predicamos el evangelio a personas desesperadas, necesitadas y hundidas en la miseria, con toda su carga de salvación, perdón y redención, pero no ponemos en sus mesas algo qué comer, o ropa qué vestir, o un techo bajo el que cobijarse, los oídos se cierran en banda y la crisis personal de estos individuos se acentúa terriblemente. 

     Todos aquellos que hemos estado involucrados en la obra social dentro de nuestras congregaciones, sabemos que la realidad social de muchas personas que acuden a recibir nuestra humilde ayuda es terrible, y que, si primero no llenan la andorga, no te van a escuchar por mucho que insistamos en remachar el mensaje del Reino de Dios. Todos tenemos también claro que esto puede desembocar en una gratitud puramente humana, y que sea muy complicado que los menesterosos asistan a nuestras reuniones y cultos simplemente porque han hallado un camino espiritual que les acerca a Dios y a su redención. Otros, como bien hemos constatado en el día a día de acción social, son unos malagradecidos que exigen en lugar de reconocer nuestra labor, o unos interesados que, aprovechando resquicios legales logran burlar los filtros de estabilidad socioeconómica para no tener que gastarse el dinero que emplearán para sufragar sus adicciones, vicios y caprichos.  

     De todo hay en esta parcela de la obra cristiana de la iglesia local. No obstante, y considerando todas estas circunstancias, no hay mejor manera de hablar a alguien de Cristo que aportando el socorro necesario y concreto al alma descorazonada. Cuando el sonido terrible de las tripas hambrientas cesa en su interferencia a la hora de comunicar las buenas nuevas de salvación, se propicia un óptimo contexto para hablar largo y tendido sobre nuestro testimonio personal, sobre la persona de nuestro Señor, y sobre la necesidad espiritual que todo ser humano tiene desde su naturaleza pecaminosa. 

1. UN RETIRO IMPOSIBLE 

     En los textos de hoy, el primero tras reflexionar sobre la muerte de Juan el Bautista y la asignación herodiana de la identidad del finado a Jesús, y el segundo después de sanar a centenares de personas junto al mar de Galilea, Jesús decide tomarse un buen descanso junto a sus doce discípulos. Sus discípulos habían caminado durante una buena temporada pregonando las buenas nuevas de Cristo, habían contemplado asombrados el poder que se les había otorgado desde los cielos, y un retiro les iba a venir como anillo al dedo: Al oírlo Jesús, se apartó de allí, él solo, en una barca a un lugar desierto. Cuando la gente lo supo, lo siguió a pie desde las ciudades. Al salir Jesús, vio una gran multitud, tuvo compasión de ellos y sanó a los que de ellos estaban enfermos.” (vv. 13-14) 

      No sabemos si fue la noticia de la muerte de su primo Juan, o la información de que Herodes Antipas lo estaba confundiendo con éste, pero lo cierto es que Jesús opta por salir lo antes posible de la región que este tetrarca gobernaba. Su ministerio todavía tenía un recorrido largo, y no era cosa de precipitar acontecimientos o de enemistarse con un gobernante realmente peligroso, cuya esposa aborrecía a quienes se interpusieran en su camino. Jesús se traslada, por tanto, a una comarca regida por el hermano de Herodes Antipas, Herodes Felipe, en la cual existe un paraje ideal para descansar, orar y preparar las siguientes etapas de su ministerio terrenal. Aprovechando un momento de despiste de las masas populares que le seguían, embarca junto con sus seguidores más íntimos, y boga hacia otras orillas más tranquilas y serenas. En el ejemplo de un Jesús exhausto, implicado al ciento por el ciento en mitigar el dolor de todos aquellos que acudían a él para recibir sanidad y enseñanza sustanciosa, remando hacia playas donde poder hallar un espacio de intimidad, paz y relax, debe ayudarnos a entender la necesidad que muchos obreros del Señor tienen de delimitar lugares y tiempos en los que retirarse les habrá de beneficiar física, mental y espiritualmente. En el segundo episodio de características similares, Jesús parece haber trazado su próximo movimiento y se apresta a dejar satisfechos a sus seguidores. 

     Aunque los planes de descanso de Jesús son unos, la muchedumbre que lo persigue, recibe la información de que ha cruzado el lago, y se lanza a la carrera, de tal modo, que llegan incluso antes que Jesús y sus discípulos. Como galgos enloquecidos, millares de personas corren una auténtica mini maratón, y todavía con la lengua fuera, pueden ver la barca de Jesús acercándose a la orilla del lago. Uno podría decir desde el bote que no podía ser. Jesús podría haber dicho a Pedro y compañía que dieran marcha atrás, que necesitaban como el aire poder reposar de sus trabajos misioneros, que las fuerzas estaban en niveles mínimos. Sin embargo, Jesús no da media vuelta, sino que, arribando a la costa, observa a la multitud anhelante y sufriente, y la misericordia y la compasión inundan su corazón.  

     Otros mesías falsos hubieran dicho a la multitud que se dispersase, que les dejase en paz, que respetasen ese intervalo de tiempo oportuno para restablecer energías y recuperarse de tantos esfuerzos. Jesús no es mesías fraudulento más. Y por ello, aun siendo sabedor de su debilidad física, atiende a todos cuantos se abalanzan sobre él para recibir la sanidad que limpiará sus vidas del dolor y de la congoja. Jesús es nuestro modelo a la hora de mostrar una empatía auténtica y práctica, es nuestro patrón a seguir incluso en los instantes en los que nuestro cansancio nos tienta a despreciar, espantar y desatender a nuestro prójimo. 

2. LA NOCHE DEL HAMBRE 

      Las horas del día van pasando, los enfermos van siendo curados milagrosamente por el poder de Dios manifestado a través de su Hijo Jesucristo, las enseñanzas se suceden entre sanidad y sanidad, y el sol comienza a ponerse en el horizonte. La oscuridad va apoderándose del paisaje, y la muchedumbre no ceja en su empeño por aprovechar cada gramo de amor y poder de Jesús: “Cuando anochecía, se acercaron a él sus discípulos, diciendo: —El lugar es desierto y la hora ya avanzada. Despide a la multitud para que vayan por las aldeas y compren algo de comer. Jesús les dijo: —No tienen necesidad de irse; dadles vosotros de comer. Ellos dijeron: —No tenemos aquí sino cinco panes y dos peces... Jesús, llamando a sus discípulos, dijo: —Tengo compasión de la gente, porque ya hace tres días que están conmigo y no tienen qué comer; y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que se desmayen en el camino. Entonces sus discípulos le dijeron: —¿De dónde sacaremos nosotros tantos panes en el desierto para saciar a una multitud tan grande? Jesús les preguntó: —¿Cuántos panes tenéis? Y ellos dijeron: —Siete y unos pocos peces. (14:15-17; 15:32-34) 

      La gran masa de personas que se hallaban en las herbosas llanuras junto a Jesús, no hacía ademán alguno de marcharse a sus hogares, o de buscar acomodo para pernoctar en las aldeas aledañas. Allí estaban todos: hombres, mujeres, niños, ancianos, jóvenes... atrapados por la persona de Jesús. Los discípulos de Jesús, exhaustos también ellos, miraban a los cielos, y previendo que muchas personas de las que los rodeaban no tenían ninguna clase de alimento, se acercan a Jesús para que éste sea el que mande a sus seguidores a sus casas, o al menos a procurarse una cantidad suficiente de comida que echarse a la boca. Antes de que el sol haya bajado completamente, la multitud debería moverse para resolver este gran problema. No obstante, la respuesta que reciben de Jesús no es la que ellos esperan. Es más, se quedan boquiabiertos y ojipláticos ante su contestación. No, Jesús no va a decir a la muchedumbre que recorra la región en busca de sustento. Jesús quiere que sean sus discípulos los que den de comer a más de cinco mil personas, todas ellas sentadas en el césped de la llanura.  

      Los discípulos se miran unos a otros. “¿Hemos oído bien?,” se preguntan entre sí. “Pero Jesús, eso es imposible. Nosotros no tenemos tanto pan ni tanto pescado como para dar de comer a miles de personas. Es impensable poder atenderlos con lo poco que tenemos en nuestras manos.” No sabemos si habían perdido la memoria a corto plazo. No hace mucho tiempo, sanaban a enfermos, expulsaban demonios y hablaban con denuedo y coraje sobre el advenimiento del Reino de los cielos. En sus informes de su misión, habían relatado cómo habían visto milagros increíbles y portentos inauditos. Y ahora, en un momento crítico puntual, solo miran con desaliento lo poco que tenían para dar de comer a miles de personas: cinco panes y dos peces, apenas lo suficiente para alimentar a un matrimonio con hijos. ¿Qué sería de ellos ahora? ¿Qué sería de miles de personas hambrientas y sedientas? 

      No ven más allá de sus narices, no conciben que Jesús está de su lado, y que lo imposible se convierte en posible cuando él está presente. El Creador y Dador de todas las cosas está justo a su vera, y su fe se desploma ante la descomunal cantidad de bocas que alimentar. ¿Cuántas veces no nos sucede a nosotros lo mismo? Solamente miramos lo que poseemos, lo que logramos y lo que atesoramos, y lógicamente, somos más pobres que ratas. Sin embargo, cuando ponemos nuestra mirada de fe en Cristo, nada es imposible para él, y los más impresionantes y estremecedores milagros se suceden delante de nosotros para hacernos entender que no estamos solos en la lucha por la justicia social y por el abastecimiento y bienestar integral del ser humano necesitado. Cinco panes y dos peces es más que suficiente como para que la potencia, la misericordia y el amor de Jesús se manifieste de forma inolvidable y perfecta. 

3. UNA COMIDA IMPOSIBLE 

     Ante el desconcierto de sus confundidos discípulos, Jesús toma las riendas de la situación. Jesús no se mantiene al margen de la necesidad de sus seguidores, y toma de lo poco para transformarlo en un himno a la provisión y bondad de Dios: “Él les dijo: —Traédmelos acá. Entonces mandó a la gente recostarse sobre la hierba; y tomando los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, bendijo, y partió y dio los panes a los discípulos, y los discípulos a la multitud. Comieron todos y se saciaron; y recogieron lo que sobró de los pedazos, doce cestas llenas. Los que comieron fueron como cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños... Entonces mandó a la multitud que se recostara en tierra. Tomó los siete panes y los peces, dio gracias, los partió y dio a sus discípulos, y los discípulos a la multitud. Comieron todos y se saciaron; y de los pedazos que sobraron recogieron siete canastas llenas. Los que comieron eran como cuatro mil hombres, sin contar las mujeres y los niños. Entonces, después de despedir a la gente, entró en la barca y fue a la región de Magdala.” (14:18-21; 15:35-39) 

     Jesús, despertando a sus discípulos de su sorpresa inmovilizante, toma los panes y los peces para bendecirlos, no sin antes, rogar a los presentes que se recostasen en el césped para comenzar a comer en breve. Ya bien organizados, Jesús levanta al cielo estos pocos alimentos con el objetivo de que el Señor, Creador y Provisor de la humanidad y de todo ser viviente, bendiga la comida de la que participará toda la congregación. Con las estrellas y la luna como testigos mudos, los discípulos toman la canasta y la van pasando de grupo en grupo. Todos van tomando, no solo lo que necesitan, sino todo lo posible, a fin de quedar saciados hasta el día siguiente. Y sin saber cómo, antes de la medianoche, todos han comido y han quedado plenamente satisfechos.  

     Algunos predicadores que he escuchado en alguna ocasión, disertando sobre este episodio del ministerio terrenal de Jesús, han querido restar mérito al poder sobrenatural de Jesús, alegando que la multiplicación de los panes y de los peces fue una especie de despertar solidario y desprendido de la gente allí presente, y que, a través de esta generosidad de muchos, todos pudieron comer. Sinceramente, imaginar este tipo de cosas, infiriéndolas de una perspectiva puramente humanista, es una fantasiosa manera de interpretar este texto tan cargado del poder milagroso de Jesús. En ningún lado aparece un desprendimiento generalizado que opaque uno de los instantes más sobrecogedores de la obra misionera de Cristo. 

      Cuando todos han acabado de probar bocado, las cestas de sobras de esta espectacular y portentosa comida llegan a superar lo que, en primera instancia, tenían los discípulos para compartir con más de cinco mil personas, una cantidad humana realmente desafiante en lo que a la provisión se refiere. De forma económica, lo sobrante de la comida se recoge en doce cestas llenas hasta los topes. Si alguien todavía quería repetir, había más que suficiente. Los discípulos, epatados ante la formidable acción de su maestro, y un tanto avergonzados por no aplicar la fe a un problema que, junto a Jesús, siempre tiene solución, entendieron que Dios se apiada de sus criaturas, que provee en abundancia en tiempos de carestía, y que Jesús era algo más que un Juan el Bautista redivivo, o un maestro que enseñaba desde la verdad, la justicia y el amor.  

    Cuando leemos con atención estos relatos, podemos sentir cómo Cristo se encarga de nuestras preocupaciones y cuitas, y cómo, si descansamos por fe en él, nuestras problemáticas y crisis se desvanecen como por ensalmo. Una nueva lección que tuvieron que aprender los doce discípulos de Jesús, y una enseñanza que no podemos, ni debemos, olvidar cuando el muro de nuestras desdichas nos parezca infranqueable. 

CONCLUSIÓN 

     Jesús nos muestra a través de este episodio narrativo que sigue rompiendo esquemas mentales y espirituales, tanto en el pasado, como en la actualidad. A veces, como creyentes, tendemos a mirar nuestras cuentas corrientes, nuestras inversiones, nuestras propiedades, nuestros talentos o nuestra confianza en nosotros mismos, sobre todo a la hora de intentar resolver cualquier problema que se nos cruce por delante.  

     Nos devanamos los sesos tratando de aplicar nuestros conocimientos, nuestra capacidad y nuestro ahínco cuando una crisis aparece en nuestras vidas. Y tras horas y días de insomnio, de esfuerzos ímprobos y de energías malgastadas, entonces es cuando miramos a Cristo, y le decimos que no podemos solventar la papeleta. Nos rendimos y nos obcecamos en nuestra incapacidad e inutilidad. Nos deprimimos, nos encerramos en nosotros mismos y sentimos que estamos solos. 

     Nada más lejos de la realidad. Cristo nos dice que podemos superar los malos tiempos, siempre y cuando confiemos en él y en su poder. Por nosotros mismos solamente podemos arreglar las minucias y trivialidades de nuestras existencias, pero solo en Cristo y con Cristo podemos alzarnos vencedores en los momentos más bajos de nuestras vidas. Solo aquel que convierte lo imposible en posible, aquel que sana a los enfermos, que anda sobre las aguas, que provee de alimento celestial a su pueblo en el desierto, y que calma la tempestad puede aliviar tu dolor y sacarte de cualquier atolladero. Jesús rompe moldes y esquemas mentales de autosuficiencia, de tal modo que solo dependas de él y de su bondad inigualable.

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