JUEZ



SERIE DE SERMONES SOBRE NAHÚM “NÍNIVE HA CAÍDO” 

TEXTO BÍBLICO: NAHÚM 3 

INTRODUCCIÓN 

      La humillación de los vencidos siempre ha formado parte de la dinámica triunfal de los vencedores. Demostrar a todo el mundo que tienen el poder suficiente como para abatir a enemigos de renombre, exhibir el botín arrebatado a fuego y sangre de los tesoros reales de otras naciones, y pasear por las grandes avenidas y arterias de la capital a los principales gobernantes o dirigentes de los países que fueron conquistados, suponía hacer partícipes a todos los ciudadanos de un imperio de las victorias militares y de la euforia de ser dominadores de peso en el contexto geopolítico. Ahí tenemos los desfiles interminables de las triunfantes legiones romanas, arrastrando tras de sí a millares de cautivos en condiciones lamentables, haciendo bajar la cerviz de los antaño orgullosos soberanos sometidos, y burlándose sin conmiseración de la suerte de aquellos que creían no ser derrotados nunca. Fanfarrias y aplausos, el vocerío fervoroso que aclamaba a sus generales, centuriones y héroes, el lanzamiento de guirnaldas, adornaban el paso lento de las huestes romanas. Lo mismo ha sucedido en todos los pueblos de la antigüedad, de la etapa medieval, en la época moderna, e incluso en tiempos de las dos guerras mundiales.  

     El hecho de exponer ante la mirada de todos a un rey o príncipe cabizbajo, encadenado y torturado, no solamente hablaba de celebrar festivamente el esfuerzo premiado de un ejército. También se hacía con el propósito de que otras naciones y pueblos pudieran constatar que el poderío militar que ostentaba el imperio vencedor estaba en disposición de subyugar a quienes osasen enfrentarse a ellos. Era una manera de expresar a los cuatro vientos que la suerte de sus opositores sería la misma que la de aquellos monarcas que intentaron resistirse y enfrentarse a ellos. En ocasiones, incluso se cercenaba la cabeza del gobernante supremo apresado, y todo ello era expuesto para lección y escarmiento de cualquier atisbo de resistencia futura. La violencia y la humillación se convertían de este modo en una enseñanza sangrienta y un aviso para navegantes. Muchos recordarían el esplendor y gloria de los reyes sometidos por la fuerza, y sabrían que ningún imperio puede permanecer para siempre, ya que siempre existe alguien más fuerte y poderoso, capaz de arrancarte la soberbia a golpe de espada y látigo. 

1. METIENDO EL DEDO EN LA LLAGA 

     Como ya vimos en el sermón anterior, Nínive había caído estrepitosamente. La destrucción, el caos y la desdicha han acampado en una ciudad prácticamente desolada. La altanera sociedad ninivita ha mordido el polvo, ha sido diezmada y muchos deben correr con lo puesto para salvar el pellejo. Dios ha juzgado con mano de hierro la trayectoria de Asiria, y ahora solo queda humo, cenizas y escombros donde el sol pareció brillar para siempre. Nahúm no se conforma con señalar el dantesco final de un fulgurante imperio, enfatizando que todo formaba parte de la victoria de la justicia eterna de Dios sobre aquellos que aborrecen al prójimo, que abusan de los débiles y que se extralimitan en sus acciones militares. El profeta sigue metiendo el dedo en la llaga abierta y supurante de un moribundo que en tiempos pretéritos fue el azote y la muerte de miles de personas, civiles y soldadesca: ¡Ay de ti, ciudad sanguinaria, toda llena de mentira y de pillaje! ¡Tu rapiña no tiene fin! Chasquido de látigo, estrépito de ruedas, caballos al galope, carros que saltan, cargas de caballería, resplandor de espada y resplandor de lanza. ¡Multitud de heridos, multitud de cadáveres! ¡Cadáveres sin fin! La gente tropieza con ellos. Y todo por culpa de las fornicaciones de la ramera de hermosa gracia, maestra en hechizos, que seduce a las naciones con sus fornicaciones y a los pueblos con sus hechizos.” (vv. 1-4) 

     Recordemos que esta profecía está transmitiendo información divina previa a la inminente destrucción de Nínive. Si estas palabras no solamente eran escuchadas por los atormentados y sometidos habitantes de Judá y Jerusalén, sino que también llegaban a oídos de los gobernantes y habitantes de Asiria y Nínive, podrían devengarse dos reacciones completamente diferenciadas: la esperanza judaíta y el descreimiento asirio. ¿Quién podía pensar que un imperio, aun con los indicios claros de un deterioro intestino preocupante, pudiese colapsar de la manera en la que Nahúm lo comunica? Sin embargo, el típico lamento profético da a entender otra cosa. Nínive va a ser asolada por completo, dado que el tiempo de gracia ha expirado, las maldades cometidas por los moradores de esta metrópolis han llegado más allá de lo aguantable, y no hay que esperar al juicio final para que la sentencia de Dios golpee duramente a la vanagloriosa, depravada e injusta Nínive. Nahúm abarca a toda la población, sugiriendo que todos han participado, de un modo u otro, activamente o consintiendo sin denunciar, de los asesinatos gratuitos, de las mentiras y falsedades en el comercio, y de las ansias por arrebatar al vasallo y al sometido cualquier clase de dignidad o medio de subsistencia que pudiesen tener. 

     ¿No conocemos países y naciones que hacen tales cosas a sus ciudadanos, o a aquellos que vienen de otras latitudes para colaborar en la riqueza del estado con su fuerza de trabajo y espíritu emprendedor? ¿No sabemos de sociedades que asumen que la miseria es parte irrenunciable de su identidad nacional? Es triste, pero la historia se sigue repitiendo, una y otra vez. Pues estos dictadores, gobernantes y dirigentes han de saber que el lamento profético de la Palabra de Dios también se dirige a ellos. Pueden ocupar la poltrona durante unos años, intentando acumular fortunas indecentes para sí mismos, dejando que sus súbditos o ciudadanos mueran de inanición, a causa de enfermedades que se suponían ya erradicadas, o en lóbregas cárceles donde son purgados al pensar de forma distinta al régimen, y al denunciar la injusticia social y la corrupción política. Sin embargo, el juicio de Dios, el Juez Supremo, llegará para saldar cuentas y castigar perpetuamente a aquellos que se aprovecharon de la pobreza y la ignorancia de sus pueblos. Dada la responsabilidad suprema que su cargo les ofrece, Dios demandará mayor juicio y pena para ellos, tropezaderos para miles y miles de personas que malviven y mueren poco a poco. 

     La muerte agita su guadaña, ahíta de dolor y sangre. El ejército invasor no tomará prisioneros. No importará el denuedo y el coraje de los que defienden la ciudad, todos perecerán a espada, siendo triturados por los cascos de los caballos y las ruedas de los carros. El alarido agonizante de cientos de heridos surcará el cielo gris y ahumado, aunque nadie en su sano juicio prestará atención a las demandas de auxilio en esta funesta hora. Las calles de Nínive estarán sembradas de cadáveres, de tal modo que las calles que ayer estaban llenas de vida estarán impracticables, resbaladizas y malolientes. Tantas vidas segadas, tanta violencia desatada, tanta muerte, todo a causa de la insensatez de sus habitantes, de haberse entregado al frenesí del hedonismo más deplorable, de venderse al mejor postor, de consentir con las prácticas más inmorales habidas y por haber, de participar de las falsas promesas de gloria y riquezas que Asiria realizaba a otros pueblos colindantes. La depauperación de las estructuras religiosas, políticas y económicas olía a podrido, a descomposición, al perfume barato de un adiós definitivo. Viviendo a espaldas de Dios, no se dieron cuenta de que su juicio estaba cercano y que su aniquilación ya llamaba a su puerta. 

2. EL EJEMPLO DE TEBAS 

     A continuación, Nahúm, en un alarde de poesía cruda y escatológica, desnuda ante el mundo el destino terrible de Nínive, de tal manera que todo el orbe pueda contemplar de qué modo tan rotundo y directo se abate el juicio de Dios sobre los presuntuosos y los que simplemente confían en el poder material de lo que tienen hoy y les será arrebatado mañana: “¡Aquí estoy contra ti!, dice Jehová de los ejércitos. Te levantaré las faldas hasta el rostro y mostraré a las naciones tu desnudez, a los reinos tu vergüenza. Echaré sobre ti inmundicias, te avergonzaré y te pondré como estiércol. Todos los que te vean se apartarán de ti y dirán: “¡Nínive ha quedado desolada! ¿Quién se compadecerá de ella? ¿Dónde te buscaré consoladores?” ¿Eres tú mejor que Tebas, que estaba asentada junto al Nilo, rodeada de aguas, cuyo baluarte era el mar y tenía aguas por muro? Etiopía y Egipto eran su fortaleza, y eso sin límite; Fut y Libia fueron sus aliados. Sin embargo, ella fue llevada en cautiverio; también sus pequeños fueron estrellados en las encrucijadas de todas las calles; sobre sus nobles echaron suertes, y todos sus grandes fueron aprisionados con grillos. Tú también serás embriagada y serás encerrada; tú también buscarás refugio a causa del enemigo. Todas tus fortalezas serán cual higueras cargadas de brevas, que, si las sacuden, caen en la boca del que las ha de comer. Tus tropas, dentro de ti, son como mujeres. Las puertas de tu tierra se abrirán de par en par a tus enemigos y el fuego consumirá tus cerrojos. Provéete de agua para el asedio, refuerza tus fortalezas, entra en el lodo y pisa el barro, y refuerza el horno. Allí te consumirá el fuego, te talará la espada, te devorará como el pulgón. ¡Multiplícate como la langosta! ¡Multiplícate como el saltamontes! Multiplicaste tus mercaderes más que las estrellas del cielo; la langosta hace presa y vuela. Tus príncipes serán como langostas y tus grandes como nubes de langostas que se posan sobre las cercas en los días de frío; al salir el sol se van, sin que nadie sepa a dónde.” (vv. 5-17) 

      De nuevo, tal y como vimos casi al final del capítulo anterior, Dios comunica a la pretenciosa Nínive que Él es el Juez que va a diseñar el juicio sumario contra ella. El Dios que vence en cualquier batalla y que depone y hace surgir imperios está diciendo a los ninivitas que deben prepararse para asumir el precio y la responsabilidad por sus ponzoñosos actos. En el tribunal en el que será juzgada la nación asiria, Nínive será desnudada y expuesta sin que nada pueda hacer por evitarlo. Empleando un símil antropomórfico, Nahúm identifica a Nínive como a una ramera, una mujer de moral distraída que se entrega en brazos del mejor postor. Toda su procacidad y su desvergüenza serán exhibidas del mismo modo que alguien levanta las faldas de una prostituta de la época, y deja ver a todos los pueblos del mundo conocido la corrupción y la podredumbre de su alma. Dios castigará a Nínive ensuciando su prestigio con excrementos y estiércol, dando a entender que su lugar no es la gloria o la majestad entre las naciones, sino que su sitio es rebozarse en la inmundicia y en la porquería. Ha ensuciado sus labios, su cuerpo y su alma, y nadie querrá alianzas ni contubernios con las pestilentes mentiras y falsos votos dados a sus antiguos aliados. Todos aquellos que la apoyaron, que tuvieron tratos con ella, que participaron de sus lujuriosas conductas y sus inmorales patrañas, se echarán a un lado mientras no les queda más remedio que lamentar su suerte sin echarle un cable que la rescate de su crisis y decadencia definitivas. Todos los que un día la adularon y cortejaron pronto se alejarán de ella como si tuviera la peste. 

     El profeta del Señor trae a la memoria ninivita lo que había acontecido a otra presuntuosa y perversa ciudad: Tebas. Tebas fue capital del Alto Egipto, y tal como Nahúm reseña, tenía todas las papeletas para no ser derrotada nunca. Su ubicación geográfica estratégica la hacía inexpugnable, dado que estaba rodeada por el Nilo y el Mediterráneo, y era prácticamente imposible ser asediada y rendida por cualquier enemigo. Además, contaba con su propio ejército y la alianza de naciones vecinas como Cush, o Etiopía, Fut, una nación que hoy día es parte de Libia, y Libia misma. Con estos aliados, se hacía mucho más increíble que algún pueblo quisiera atacar esta magnífica ciudad. No obstante, en el 663 a. C., Asurbanipal, rey de Asiria, la tomó, la saqueó y se llevó cautivos a toda la realeza, la nobleza y líderes de la nación egipcia, asesinando de paso a los hijos todavía infantes de cada uno de estos grupos cortesanos, y manifestando con esta bárbara y truculenta acción hasta dónde estaban dispuestos a llegar para demostrar su poder y su violencia. Esclavizaron a la creme de la creme de la sociedad tebana, vendiendo y comprando a las personas como si fuesen objetos o animales. Los mismos ninivitas tenían crónicas sobre cómo se desarrolló el sitio y la rapiña de Tebas. Nahúm invita a los habitantes de Nínive a que consulten su historia y los testimonios de aquellos días, porque ellos mismos tendrán que pasar por este trance en poco tiempo. 

     La debilidad e impotencia de Nínive es descrita por el profeta de forma patética. Sus habitantes, tal vez dueños de varios esclavos comprados o adquiridos en las campañas bélicas, ahora serán encerrados en infectas mazmorras. Buscarán comprar una seguridad incierta, y no lo lograrán; no tendrán donde escapar ni donde guarecerse ante la avalancha de soldados que arrasarán con todo. Las murallas temblarán como hojas, inútiles ya ante el avance furioso de los medos, los escitas y los babilonios, y los centinelas huirán de sus garitas para ponerse a salvo en cualquier escondite. Tal era la fragilidad de sus defensas. Los soldados, atemorizados y presintiendo un auténtico baño de sangre, quedan paralizados al contemplar la fiereza de sus adversarios. No hay nada qué hacer, solo queda huir o rezar a los dioses esperando una muerte rápida e indolora. El ejército invasor entrará por las puertas como un cuchillo en la mantequilla, la resistencia será mínima y los portones serán consumidos completamente por el fuego hasta derretir el metal de sus cerrojos. Dará igual que todos se aprovisionen de agua para resistir el asedio, que cuezan vasijas donde meter la mayor cantidad de precioso líquido a la espera de un largo tiempo de racionamiento, que traten de reforzar las zonas de las murallas que están más deterioradas a causa de la negligencia de los conservadores de las defensas ninivitas. Los incendios y los tajos a espada destruirán casas y vidas humanas, a diestro y siniestro, en una suerte de infierno en la tierra. Del mismo modo que el pulgón devora campos enteros de sembrados, así ocurrirá con Nínive y sus moradores. 

    Si existe un animal que represente una de las mayores calamidades que puede sufrir un pueblo en los tiempos de Nahúm, ese es la langosta o el saltamontes. Estos insectos, los cuales constituyen una de las peores plagas migratorias de nuestro planeta, pueden llegar a hundir la economía de países que viven prácticamente en exclusiva de la agricultura. Una nube promedio de langostas de un kilómetro cuadrado, es decir de 40 a 80 millones de langostas, puede consumir en un solo día alimentos suficientes para alimentar a 35.000 personas al día. Es absolutamente perturbador. En dos ocasiones Nahúm exhorta a los ninivitas a que se multipliquen como las langostas, que sigan alzándose nuevos efectivos, que los mercaderes y comerciantes sigan aumentando su número para seguir realizando sus negocios y transacciones, que sus funcionarios abarroten la estructura de gobierno de la nación asiria. Por mucho que se sature Nínive de seres humanos que hacen caso omiso a las indicaciones proféticas de Nahúm, el día del juicio de Dios está a la vuelta de la esquina. Tal vez los judaítas que escuchaban el oráculo del profeta pensaran que era realmente impensable que el Imperio Asirio cayese estrepitosamente a corto plazo en vista de la abundancia demográfica que seguía a lo suyo en la capital de sus opresores, pero al final, en el curso de la historia podrían constatar que cuando Dios juzga a las naciones, cumple fielmente con su palabra. Como las langostas, las personas que se huelen el último estertor de un imperio, hoy están y mañana vuelan a otro lugar donde hallar alimento, provecho y cobijo. Los especuladores no se casan con nadie, e incluso aquellos que formaron parte de la corte imperial, huirán como las ratas cuando un bajío está a punto de hundirse. 

3. EL GOLPE DE GRACIA 

     El Señor da su merecido a todos en cuanto comienza su justo juicio. Nadie escapa a la temible mano de Dios y todos son pesados en su balanza sin excepción: “¡Se han dormido tus pastores, rey de Asiria! Reposan tus valientes, tu ejército se dispersó por los montes y no hay quien lo junte. ¡No hay medicina para tu quebradura, tu herida es incurable! Todos los que oyen acerca de ti aplauden tu ruina, porque ¿sobre quién no ha pasado sin tregua tu maldad?” (vv. 18-19) 

      Cuando el fallo final del juicio divino contra un individuo o una nación es firme, no habrá nada ni nadie que pueda revocarlo. No habrá tiempo para arrepentirse, ni para justificarse, ni para argumentar los motivos que pueden llevar al condenado a alcanzar gracia de parte del juez. La sentencia de Dios sobre Nínive es definitiva e irrevocable. Los asirios han escogido seguir rebelándose contra Dios, han elegido continuar con sus perversidades y desatinos, y a pesar de los avisos y advertencias proféticas, han pasado olímpicamente de las consecuencias de sus actos. Los pastores o dirigentes que debieron asesorar oportunamente al rey se han dormido en los laureles, dando por sentado que su estabilidad, seguridad y fortuna estarían a salvo si aconsejaban al monarca desde la lisonja y la aquiescencia. La negligencia en prepararse para lo peor y la laxitud en la disciplina castrense han propiciado que la pereza y el pasotismo hayan cundido entre las filas de las tropas. Sin motivaciones, sin acicates de ningún tipo, los soldados se acobardan y amilanan, abandonan su puesto en el momento de la batalla, y desertan a la primera de cambio. El golpe de gracia que ha asestado la coalición enemiga es mortal de necesidad. No hay vuelta atrás. Todo ha terminado para los ninivitas y los asirios. Solo queda sentir en sus propias carnes la vergüenza y el oprobio que causaron ellos mismos al resto de naciones vecinas, las cuales ven como las cadenas de la tributación se desvanecen y encuentran una relativa libertad. Nínive no tuvo misericordia de estos pueblos, entre ellos Judá, y nadie tendrá compasión de aquellos que los martirizaron, esquilmaron y torturaron sin escrúpulos. 

CONCLUSIÓN 

     El Señor es el Juez de toda la humanidad: “Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio.” (Hebreos 9:27) A veces, como en el caso de Nínive y otros imperios terrenales, la sentencia se hace realidad en la historia, y los pueblos que se cebaron abusivamente de otras naciones, son condenados hasta desaparecer de la faz de la tierra. Nada ideado y creado por el ser humano es eterno, y a todo cerdo le llega su San Martín. Dios sigue juzgando a las naciones, que no nos quepa la menor duda. Aquellos regímenes opresivos, corruptos y abominables que someten a millones de personas a las situaciones más deleznables e inhumanas, están en la mira de Dios, el cual recoge desde su omnisciencia todos los maltratos, odios y crímenes que se cometen contra sus hijos y contra los marginados de la sociedad.  

    Pero también es el Juez que reunirá a vivos y a muertos en el último día de la realidad terrenal para justificar en Cristo a aquellos que se comprometieron a ser sus hijos en palabra y obra, que denunciaron la injusticia de los delincuentes, y que procuraron seguir el ejemplo de Jesús; y para condenar al infierno a aquellos que se hicieron el sueco cuando la oferta de salvación en Cristo fue rechazada y decidieron vivir a su aire, sin que Dios fuese el centro de sus propósitos de vida. Con esto en mente, aprendamos, pues, de Nínive y su deriva catastrófica. Aprendamos que Dios habrá de juzgarnos a su debido tiempo, y que, si no nos sometemos a su soberana voluntad, acabaremos destruidos y en la miseria, bien sea en esta dimensión terrenal, o bien en el día del Juicio Final, y nuestros pecados serán expuestos ante la mirada de todos para humillación y vergüenza nuestra. Aprendamos a recibir el consuelo que Dios brinda a nuestras almas, sobre todo al saber que, por mucho que abusen de nosotros, tenemos la certeza de que el Señor pondrá a cada cual en el sitio que les corresponde según sus acciones, pensamientos y palabras.

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