MIRA HACIA TU ALREDEDOR
SERIE DE
SERMONES SOBRE ECLESIASTÉS “QOHELET: SOMOS NIEBLA”
TEXTO
BÍBLICO: ECLESIASTÉS 4
INTRODUCCIÓN
Una de las cosas
que más me gusta cada vez que nos reunimos algunos de los hombres de la iglesia
en nuestro almuerzo semanal es el tratamiento que hacemos de la actualidad que
nos rodea. Sí, a veces somos algo vehementes en justificar nuestras opiniones,
o subimos el volumen un poco por encima de lo normal, pero no hay tema
político, deportivo, judicial o moral que no se debata dentro de un ambiente
fraternal y respetuoso. Y es que el cristiano no es una especie de anacoreta
que se recluye en su ermita de la montaña o se sube a su columna solitaria como
hizo el estilita Simeón. No debe ocultarse en el vientre de la tierra para no
tener que ver u oír las peripecias, barbaridades y crímenes que cometen sus
conciudadanos. Su misión no es la de alejarse del mundo para no verse
contaminado con sus tentaciones y atractivos. Si hiciésemos esto estaríamos
incumpliendo una de las máximas encomiendas que el Señor Jesucristo nos dejó:
la misión de predicar el evangelio a todas las naciones, comenzando en nuestra familia,
nuestro vecindario y nuestra comunidad local. Lo fácil sería construir una
especie de chozo en mitad de la nada para no ser responsables delante de Dios
ni de lo bueno ni de lo malo, pero Jesús nunca quiso que un espíritu ascético y
marginador acompañase a sus discípulos, sino más bien lo contrario, nos envió
al mundo a pesar de las dentelladas de los lobos humanos lanzadas a sus
seguidores en todo lugar y tiempo.
Palpar la
actualidad siempre ha sido un buen ejercicio para examinar y analizar el estado
del corazón de nuestra sociedad. A todos aquellos que hemos estudiado
homilética siempre se nos enseñó que la mañana de un predicador comienza con un
desayuno en el que la Biblia y el periódico del día se hallan en la misma mesa,
y yo estoy completamente de acuerdo con ello. No podemos predicar un mensaje
trasnochado, extemporáneo, anclado en tiempos y culturas que ya han dejado de
ser. Necesitamos actualizar, no nuestros sermones o nuestros discursos, ya que
estos deben estar fundamentados en la inmutable Palabra de Dios, sino nuestra
visión de los movimientos ideológicos, éticos, morales y conductuales de
nuestros convecinos. Las cosas han cambiado a nuestro alrededor, y es algo que
seguramente percibirán mejor que yo generaciones con más años de experiencia en
la vida. Por eso, es necesario adecuar nuestra manera de transmitir el mensaje
de las buenas nuevas de salvación, contextualizándolo con nuevas maneras de
comunicarlo, con nuevos foros donde compartirlo, y con nuevos retos para
alcanzar nuevas mentalidades y perspectivas sociales.
Salomón sabía algo
de esto. Si leemos en profundidad el capítulo cuatro de Eclesiastés nos daremos
cuenta de que su hilo conductor nos lleva a cuatro lugares distintos para
confirmar cuatro realidades diferentes que atañen a las relaciones humanas. El
Predicador quiere que lo acompañemos en sus vivencias y en sus observaciones
sobre todo cuanto acontece en cuatro espacios sociales, lo cual no es
precisamente positivo en ocasiones. En un recorrido especialmente revelador,
Salomón desea que podamos percibir lo mismo que él ha percibido, que sintamos
como nuestras sus emociones y valoraciones, que seamos capaces de comprobar que
no hay nada nuevo bajo el sol, y que en nuestros tiempos, instituciones e
interrelaciones no existen inventos de nuevo cuño. Sigamos de cerca sus pasos
por estos sitios, los cuales representan la cotidianidad, la costumbre y la
normalidad social.
A.
MIRA EN LOS
TRIBUNALES DE JUSTICIA
“Me volví y
vi todas las violencias que se hacen debajo del sol; y he aquí las lágrimas de
los oprimidos, sin tener quien los consuele; y la fuerza estaba en la mano de
sus opresores, y para ellos no había consolador. Y alabé yo a los finados, los
que ya murieron, más que a los vivientes, los que viven todavía. Y tuve por más
feliz que unos y otros al que no ha sido aún, que no ha visto las malas obras
que debajo del sol se hacen.” (vv. 1-3)
Echando la mirada
hacia atrás y a su alrededor, Salomón señala una verdad estremecedoramente
cruda: el ser humano es un ser violento. Como ya sabemos, la violencia nace de
los malos pensamientos contra el prójimo, y si no, que se lo digan a Caín y a
Abel. La envidia, el rencor, el odio, la ambición o la necesidad de ocultar
malas artes, llevan a la persona a cometer delitos violentos y agresivos contra
sus semejantes. La violencia, venga de donde venga, y la perpetre quien la
perpetre, nunca está justificada, ya que ésta engendra mayor violencia hacia
una escalada sangrienta imparable. Dar rienda suelta al instinto agresivo que
todos llevamos dentro solo aporta más dolor, más venganza, más represalias y
más sufrimiento. Sabemos que existen múltiples formas de violencia, y todas
ellas son reprobables: violencia verbal, violencia de género, violencia
psicológica, violencia sexual, violencia racista, violencia homicida… Salomón
mismo habría tenido que lidiar con situaciones y casos relativos a esta
característica oscura del corazón humano que nunca ha dejado de dejar víctimas
a lo largo de la historia, y a pesar de considerar cientos de pleitos
relacionados con este asunto de la violencia, seguía escandalizándose de a qué
límites insospechados podía llegar dentro de las relaciones sociales.
La violencia
consiste en ejecutores y en víctimas. Por un lado, los oprimidos por esa violencia
incontenible no dejan de lamentar su suerte y estado sin que las instancias de
justicia los atiendan correctamente. Sabiendo que en muchos de los casos, los
tribunales estaban comprados por los opresores, los oprimidos por la injusticia
y la agresión a su dignidad personal se hallaban en un callejón sin salida.
¡Qué terrible es tener que resignarse en esta vida a ser carne de cañón de los
poderosos opresores y a no recibir de la justicia la vindicación oportuna!
Violentados por los prósperos malvados y sin consuelo de parte de los jueces
sobornados, la vida llegaría a ser para las víctimas un auténtico calvario. Por
otro lado, los opresores tenían la fortaleza del dinero, del poder y de la
influencia, amparándose en la negligencia judicial para seguir explotando y
amenazando al resto de sus congéneres. Tampoco para ellos había consuelo, ya
que entre ellos mismos se devoraban por ver quién podía lograr el pedazo más
grande de la tarta social. Violencia a la enésima potencia, e injusticia
infinita era lo único que podía ver el rey Salomón en su propia tierra y
nación. Por eso, de manera hiperbólica se refiere tanto a la felicidad de los
que ya han muerto, porque ya no tendrán que contemplar tanto mal desatado en el
mundo, como a los afortunados que son los nonatos, ya que sus ojos no fueron
contaminados con las imágenes de la crueldad y la perversión humanas. Se
compadece de los que quedamos en este mundo en el ahora, siendo testigos de los
desmanes descontrolados que perpetran los mortales sobre la faz de esta
agonizante tierra.
B.
MIRA EN EL
MERCADO LABORAL
“He visto
asimismo que todo trabajo y toda excelencia de obras despierta la envidia del
hombre contra su prójimo. También esto es vanidad y aflicción de espíritu. El
necio cruza sus manos y come su misma carne. Más vale un puño lleno con
descanso, que ambos puños llenos con trabajo y aflicción de espíritu. Yo me
volví otra vez, y vi vanidad debajo del sol. Está un hombre solo y sin sucesor,
que no tiene hijo ni hermano; pero nunca cesa de trabajar, ni sus ojos se
sacian de sus riquezas, ni se pregunta: ¿Para quién trabajo yo, y defraudo mi
alma del bien? También esto es vanidad, y duro trabajo.” (vv. 4-8)
Yo creo que en
todas las empresas o negocios en los que hay bastantes personas en la
plantilla, existe una especie muy particular de empleado: el empleado
envidioso. En vez de procurar él mismo ser hacendoso, excelente y eficaz en su
puesto, se dedica a observar con inquina las acciones laborales de los demás
para encontrar la pega a la que aferrarse para erosionar la fama de los más
industriosos. Siempre está al acecho cual cernícalo lagartijero para encontrar
el fallo o el error de sus supervisados, siempre trama maneras de hacer
tropezar a los que parece que van a arrebatarle su poltrona, y siempre critica
todo lo que hacen los demás sin razón ni justificación. Ya puedes ser el
empleado del mes, que este espécimen se tirará a tu yugular con una envidia
tiñosa mientras cuchichea falsas acusaciones en los oídos del director de la
empresa. Esta aviesa intención parece que fue tendencia en tiempos de Salomón,
y en los nuestros sigue perpetuándose tal conducta envidiosa. Da igual cuánto
te esfuerces en tu trabajo o cuánto tiempo dediques a mejorar cada día tu
productividad: el envidioso tirará abajo todo cuanto pudiste lograr en términos
de fama y éxito.
Salomón también
nos habla de otra clase de persona: el holgazán. Hay personas más vagas que la
chaqueta del guarda. No tienen planes en la vida, no estudian, no trabajan,
viven recostados sobre los hombros de sus padres o de sus amigos, y no dan un
palo al agua, viviendo de lo que el día les ofrece. Son personas a las que no
les ves ni fuste ni cuajo, o como dirían en Cuba, son unos “pónmelo aquí” de
cuidado. Son parásitos sociales que se alimentan del trabajo de los demás, que
dormitan y vaguean sin rumbo concreto ni futuro al que mirar. En Proverbios,
libro también compuesto por Salomón, podemos darnos cuenta de que esta clase
individuos perezosos era algo con lo que él no podía, era más fuerte que él
mismo. Por eso, insta a los sabios y prudentes a que se aparten de tales
personajes, para que espabilen y se busquen la vida sin tener que chupar del
bote. Si dejas solo a un vago, no le quedará más alternativa que comer su
propia carne, porque sin oficio ni beneficio, sin dinero ganado con el sudor de
la frente, ése será el único alimento que tendrán y solo podrán recurrir al
auto-canibalismo, hablando figuradamente.
La experiencia
vital de Salomón le hace capaz de valorar enormemente el descanso sobre el
trabajo y la ansiedad espiritual que éste provoca cuando solo se vive para
trabajar. Conocemos de casos de personas que han muerto literalmente de
agotamiento tras haber estado varios días sin dormir, ni comer, ni reposar por
un instante su cabeza en una almohada. Un poco de descanso es mejor que toda
una jornada realizando tareas a toda máquina. A veces es mejor renunciar a
determinados empleos, ya que en perspectiva largoplacista uno se da cuenta de
que aunque puedas ganar un montón de pasta, y vayas a poder adquirir una mayor
accesibilidad a productos de lujo, lo cierto es que no vas a tener vacaciones
en una buena temporada intentando impresionar en la empresa a tus superiores.
Por no hablar de que hoy día, casi es imposible desconectar del trabajo, y que
los jefes ya te llaman hasta en festivos o domingos con el fin de involucrarte
en nuevas tareas que reducen tu margen de descanso. En ocasiones es mejor vivir
con menos, pero con un estilo saludable de vida en el que el descanso tenga
cabida, tanto a nivel físico y mental, como espiritual.
Ahora Salomón se
refiere a los empresarios, a los propietarios de negocios. Algunos de ellos no
tienen a quién dejar sus grandes fortunas, porque carecen de sucesores
legítimos a los que legar todo por lo que han trabajado tan arduamente. Se
afanan en amasar inmensas riquezas, las cuales no se acabarán jamás por mucho
que vivan siete vidas seguidas, y llega un momento crítico de la vida en la que
se preguntan el porqué de su obsesión empresarial y financiera. Si por lo menos
hubiese una estirpe que pudiese seguir con la tradición familiar, si por lo
menos hubiese un hijo que continuase con la herencia, o si al menos hubiese un
hermano que se hiciese cargo de su fortuna tras su fallecimiento… pero no lo
hay. Entonces, ¿para qué seguir estresándose? ¿Con qué motivación puede alguien
solitario continuar construyendo su imperio, mientras deja de gozar de hacer el
bien a los demás? Vive para trabajar y su ambición no tiene límites, mientras
defrauda su alma al no disfrutar de la vida según los parámetros de Dios, los
cuales garantizan la felicidad sin tantas posesiones, tantas acciones en bolsa
o tantas inversiones en fondos financieros. Tanto trabajo es niebla, así como
los caudales logrados sin paz espiritual en el corazón.
C.
MIRA EN EL
CAMINO
“Mejores
son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si cayeren, el
uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo! que cuando cayere, no habrá
segundo que lo levante. También si dos durmieren juntos, se calentarán
mutuamente; mas, ¿cómo se calentará uno solo? Y si alguno prevaleciere contra
uno, dos le resistirán; y cordón de tres dobleces no se rompe pronto.” (vv.
9-12)
¿No habéis
escuchado alguna vez el dicho proverbial “arrieros
somos, y en el camino nos encontraremos”? Básicamente, este refrán quiere
decir que todos caminamos en la vida en la misma dirección, y que lo lógico y
propio del amor fraternal, es ayudarnos mientras peregrinamos por esta
dimensión terrenal. Pero si no nos auxiliamos mutuamente cuando se necesita,
empleando el “hoy por ti, y mañana por
mí”, seguramente nos volvamos a encontrar en la vida con un problema y
tengamos necesidad de echar mano de aquel al que despreciamos y al que no
socorrimos, recibiendo el mismo desdén que ofrecimos en su momento. Salomón
está precisamente hablando de ello con estas expresiones en las que contrasta
la compañía de un amigo con la soledad de la individualidad. No hace falta
mirar mucho a nuestro alrededor para comprobar con tristeza que existen personas
autosuficientes e independientes como Andorra, que no quieren ni ayudar a
nadie, apelando al “que cada palo
aguante su vela.” Esta clase de individuos es egoísta hasta la médula, es
miembro de la cofradía del puño cerrado y se muestra más agarrado que un
chotis. Pero eso sí, solo hace falta que tenga una crisis, del calado que sea,
que enseguida recurre sin remordimientos ni vergüenza a que los demás le saquen
las castañas del fuego.
La fraternidad y
la amistad procuran un mejor estilo de vida, más desahogado y tranquilo. Los
amigos se levantan unos a otros cuando la crisis hace acto de aparición en la
vida de uno de ellos, y ahí, precisamente ahí, reconocemos quiénes nos quieren
de verdad. Los amigos encuentran el confort y la paz en la compañía y se
defienden mutuamente de cualquier enemigo o amenaza que aparezca en el
horizonte. La unión hace la fuerza y el calor que solo brinda un auténtico
amigo o ser querido no lo puede lograr la soledad del egocéntrico. La soledad,
escogida unilateralmente como manera de existir en esta vida, solo empobrece,
únicamente lleva al desastre y la miseria, a la frialdad del invierno
espiritual, a la derrota y el fracaso, y en última instancia, a la debilidad y
la muerte. Por eso no es casualidad que como comunidad de fe queramos reunirnos
siempre como un solo cuerpo bajo la cabeza que es Cristo, porque así somos más
solidarios, más amorosos, más comunicativos y mucho más felices. En la senda de
esta vida, siempre será urgente vivir en sociedad para sobrevivir a las
tormentas que nosotros mismos, en nuestra inconsciencia, provocamos.
D.
MIRA EN EL
PALACIO
“Mejor es
el muchacho pobre y sabio, que el rey viejo y necio que no admite consejos;
porque de la cárcel salió para reinar, aunque en su reino nació pobre. Vi a todos
los que viven debajo del sol caminando con el muchacho sucesor, que estará en
lugar de aquél. No tenía fin la muchedumbre del pueblo que le seguía; sin
embargo, los que vengan después tampoco estarán contentos de él. Y esto es
también vanidad y aflicción de espíritu.” (vv. 13-16)
Al leer esta
historia de un muchacho pobre que se convierte en rey y de un rey que no quiere
ser asesorado por sus consejeros, Salomón tal vez estuviese hablando de la
misma historia de su padre David. Un pastorcillo sencillo y humilde que es
ungido como próximo rey de Israel, y que demuestra su astucia e inteligencia en
momentos clave como en el de la pelea cara a cara con Goliat, sucede a un
soberano obcecado y con la mente nublada por el odio y el rencor, atormentado
por una manía persecutoria de manual psicológico, y que no atiende a razones ni
consejos de su general y de su propio hijo Jonatán. Si nosotros leemos esta
narración, también podría venir a nuestra memoria instantes de la historia de
la humanidad en la que esto mismo sucede: personas que provienen de una
extracción humilde que logran el poder con la ayuda del pueblo para derrocar la
tiranía de un mandatario loco y descabalado.
Lo curioso de
este relato que comparte con nosotros Salomón, es que da igual quien gobierne
sobre una nación, sea un joven con grandes ideales o sea un anciano que hace y
deshace caprichosamente en términos políticos, la masa social hoy te adora y
mañana te aborrece. Al principio son todo parabienes y alabanzas para el nuevo
y joven rey, pero tarde o temprano, una nueva generación que no ha conocido las
apreturas del reinado del anciano duro de mollera y la liberación conseguida
por el muchacho capaz, mostrarán su descontento y su disconformidad. El poder
es pasajero, la opinión de las masas es voluble y manipulable, y los
gobernantes saben que están sujetos a esta realidad. Oliver Cromwell, líder
político y militar inglés, tras constituir la Commonwealth o Mancomunidad de
Inglaterra derrocando al rey Carlos I, dio el siguiente consejo a uno de sus
colaboradores: “No confíes en los
lisonjeros, porque esas mismas personas no dejarían de insultarnos si tú y yo
fuésemos directos a la horca.” Y así fue, ya que, tras su muerte, y después
de que el rey Carlos II restaurase la monarquía en Inglaterra, su cuerpo fue
exhumado y su cabeza fue exhibida en lo alto de un poste a las puertas de la
Abadía de Westminster. Salomón mismo probablemente estaba rodeado de palmeros y
aduladores, y con esta historia solo constataba la facilidad con la que cambian
los seres humanos de opinión con respecto a los demás según el viento sople y
los intereses que estén en juego.
CONCLUSIÓN
Mira a tu
alrededor. ¿Qué ves? ¿Ves lo mismo que contemplaban los ojos de Salomón? ¿Eres
capaz de percibir la injusticia, la envidia, la soledad y la hipocresía en el
latido de nuestra sociedad? Jesús también tomó el pulso a sus conciudadanos, a
sus tiempos y a sus influencias, y sintió lo mismo que Salomón. Él tomó cartas
en el asunto, y proclamó un reino en el que la justicia, el amor, la comunión
fraternal y la verdad son estandartes que adornan la vida de sus habitantes. El
Reino de los cielos que vino a anunciar nos promete que, miremos hacia donde
miremos en su advenimiento pleno cuando Cristo regrese, no tendremos que ver
niebla, dolor, marginación y odio. ¿Deseas ser ciudadano del cielo para gozar
de estos regalos de Dios conquistados por la sangre de Cristo? ¿Es tu deseo
mientras vivas en este mundo pregonar las buenas noticias de redención, de
justicia, de respeto al prójimo y de verdad que Jesús encarnó en su vida,
muerte y resurrección? Si es así, no lo dudes más y pide al Señor entrar por
las puertas de este reino eterno.
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