MADRECITA DEL ALMA QUERIDA
SERMÓN DEL
DÍA DE LA MADRE 2018
TEXTO
BÍBLICO: PROVERBIOS 1:8-9; 10:1; 23:22; 29:15, 17; 30:11
INTRODUCCIÓN
¿Quién no ha
escuchado alguna vez la pieza de bolero cubano más tierna jamás compuesta por
José José y cantada magistralmente por Machín en la que homenajeaban a sus
madres? Escuchemos su letra, una letra no mancillada por el reggaetón o el pop,
y que sigue conservando la esencia de lo que debe sentir un hijo o una hija por
la mujer que los trajo a la vida: “Madrecita
del alma querida, en mi pecho yo llevo una flor, no te importe el color que
ella tenga, porque al fin tú eres madre una flor. Tu cariño es mi bien,
madrecita, en mi vida tú has sido y serás el refugio de todas mi penas y la
cuna de amor y verdad. Y aunque amores yo tenga en la vida, que me llenen de
felicidad, como el tuyo jamás, madre mía, como el tuyo no habré de encontrar.” Sé
que para los oídos contaminados más por los ritmos dance o por la electrónica
de canciones pegadizas sin rastro de letra y contenido poético, esta pieza
sonará a viejas glorias, a empalagosas muestras de un amor marchito o a sosas
expresiones de una actitud que ha dejado de formar parte de las relaciones
materno-filiales de nuestros días. Pero yo, espécimen melómano de los
nostálgicos cánticos de otras épocas más románticas y de mejor gusto musical,
no puedo dejar de entregarme al abandono emotivo de estas breves y legendarias
estrofas del maraquero inmortal.
Los artistas
siempre han hallado inspiración en sus madres, algunas veces ensalzándolas por
su entrega y sacrificio, y otras, denigrándolas como las responsables de sus
vidas en vías de autodestrucción. De lo que no cabe duda es que las madres
suelen tener un papel fundamental para la crianza social y biológica, para el
desarrollo emocional y espiritual y para el establecimiento de pautas de
carácter y personalidad de sus hijos. El amor entrañable de una madre, su
desvelo constante, su preocupación por el bienestar de sus criaturas, y sobre
todo, el ejemplo de vida que demuestran para con seres infantiles que tarde o
temprano marcharán del nido hogareño, son proverbiales. En un intento por
homenajear a una madre, muchos optan por resolver la papeleta un día al año, en
el que agasajan, regalan y parecen adorar a sus progenitoras, y con eso parecen
acallar su conciencia y trescientos sesenta y cuatro días de tormento, olvido y
desprecio.
La miseria en la
que se encuentra enclavada nuestra sociedad ha ido arrinconando la figura de la
madre, cambiando el seno materno por la individualidad y el egoísmo, hasta que
las cosas vienen mal dadas, el desastre acontece y entonces, y solo entonces,
parece que el interés por la madre resucita repentinamente. La hipocresía de la
necesidad ha llevado a marginar a las madres del mundo, el empeño furibundo de
un feminismo mal entendido y radicalizado propone desterrar para siempre el
propósito privilegiado que posee cada mujer al ser madre, y el materialismo ha
llevado a más de un hijo pródigo a arrancar hasta los dientes de oro de una
anciana madre para pagar sus desvaríos y sus caprichosos sueños. Menos mal que
la Palabra de Dios corre a nuestro encuentro para socorrernos en un intento
real y sincero de considerar a nuestras madres como una flor preciosa, el
refugio de nuestras penas y la cuna de nuestro amor y verdad. El libro de
Proverbios se abre ante nosotros para ofrecernos directrices prácticas que cada
hijo e hija que se precie de serlo deben seguir para homenajear como es debido
a sus madres.
1.
EL MEJOR
HOMENAJE DE UN HIJO HACIA SU MADRE ES APRECIAR LA GUÍA MATERNA
“Oye, hijo
mío, la instrucción de tu padre, y no desprecies la dirección de tu madre;
porque adorno de gracia serán a tu cabeza, y collares a tu cuello.” (Proverbios
1:8-9)
¿Por qué hay
tantos hijos e hijas que se empecinan en llevar la contraria a sus madres
cuando quieren ofrecerles consejo y sabiduría experiencial? Personalmente, me
molestan aquellas personas que con un manotazo al aire quieren acallar la voz
clara y protectora de una madre. Me incomoda comprobar cómo un hijo o una hija
gritan a sus madres para que guarden silencio. Me perturba escuchar improperios
en la boca de individuos e individuas tachando a las madres de pesadas, de
cansinas, de latosas, de anticuadas y de obsoletas. Me preocupa mucho tener que
ser testigo de lágrimas silenciosas en los rostros ajados de madres que sufren
al contemplar cómo sus hijos desprecian su dirección y guía, cómo desperdician
sus vidas al obviar sus intenciones de guardarlos del mal. Me subleva observar
el puño de un hijo o la bofetada de una hija en la mejilla de la madre que les
ha dado todo, lo posible y lo imposible, para que pudiesen caminar por las veredas
de la rectitud y la justicia.
El desprecio es
una acción terrible para aquella persona que lo sufre. Pero lo más curioso de
todo es que aquel que desprecia a su madre, no puede esperar que su
descendencia, en el futuro, lo aprecie y valore como padre o como madre. A
veces nos preguntamos por qué nuestros hijos e hijas pasan olímpicamente de
nosotros, y no nos damos cuenta de que el respeto y la honra que queremos para
nosotros, tal vez no nos correspondan al haber maltratado, despreciado o escarnecido
a nuestras madres, y que nuestros retoños han observado como esponjas
comportamientos que reproducirán más tarde, cuando nosotros queramos
aconsejarles y redireccionarlos en un momento dado. Si agradecemos el consejo
amable de nuestras madres, sobre todo de aquellas que tienen temor de Dios, y
que buscan la verdad, la justicia y el bien, nuestras vidas cambiarán, y el
trato que tengamos que recibir de nuestros descendientes será también
consecuente con el trato que demos a nuestras madres. ¿Las madres pueden ser un
poco pesadas? Quizá nos parezca así, pero es precisamente porque no estamos
transitando por los caminos que conducen a Dios, porque tomamos atajos
convenientes en determinadas circunstancias de nuestras vidas que atentan
contra el Señor y nuestros prójimos, y eso es algo que solamente una madre
puede ver.
2.
EL MEJOR
HOMENAJE QUE UN HIJO PUEDE HACER A UNA MADRE ES DEJAR DE SER UN NECIO
“El hijo
sabio alegra al padre, pero el hijo necio es tristeza de la madre.” (Proverbios
10:1)
¿Qué significa
ser necio? La necedad es demostrar muy poca inteligencia en la vida. El necio
es una persona ignorante que pudiendo saber, decide no querer saber. Ser necio
supone, además, ser terco y porfiado en lo que hace o dice. ¿Podríamos decir
que en nuestras familias, en nuestro vecindario o en nuestra sociedad no
existen personas de esta calaña? El mundo sería un lugar mejor si no cundiese
la necedad en nuestro medio. Pero lamentablemente, tenemos que convivir con
personas necias, las cuales a pesar de saber que pueden recibir de sus madres
el consejo, el auxilio y la experiencia de los años para encarar una situación
o problema, deciden lanzarse a la aventura de la ignorancia, llevándose por
delante a todo aquel que se interponga en su camino. La alegría de una madre, y
de un padre, es que su hijo o su hija sea una persona cabal, sensata y
prudente, no un bala perdida, un granuja o un golferas de tomo y lomo. ¿Verdad
que una madre, una verdadera madre, no da a luz a un hijo o a una hija pensando
en convertirlo día a día de su existencia en un elemento, en un animal de
acequia o en un sin sustancia? La madre que ama a Dios y que es sabia, lo que
desea por encima de todas las cosas es que su retoño se desarrolle dentro de
los parámetros de la honradez, de la sensatez y de la coherencia. ¿O acaso
existe hoy aquí alguna madre que disfrute y se complazca al ver a su hijo o a
su hija sumergidos en problemas causados por la inconsciencia, esclavizados por
sus malas cabezas, o atados de pies y manos por circunstancias que ellos mismos
se han buscado al no pensar las cosas dos veces antes de hacerlas?
A una madre se le
encoge el corazón en el pecho cuando su hijo o su hija son atrapados por las
garras de la drogadicción y el delito. A una madre se le viene el mundo encima
cuando la Guardia Civil llama a su puerta a altas horas de la madrugada para
darle la mala noticia de que la carne de su carne y la sangre de su sangre se
ha metido en un problemón de prepárate y no te menees. A una madre se le
avinagra la comida en el estómago cuando sus hijos son el hazmerreír de la
localidad por sus borracheras y meteduras de pata. A una madre le puede dar un
ataque de apoplejía cuando se entera de que sus hijos están en boca de todos
los vecinos porque han armado una tan gorda que el ridículo no se va a borrar
en meses o años. A una madre, eso no se le hace, porque hacer entristecer a una
madre, es un pecado de los más deleznables, horribles y condenables que hay en
el libro de la ley de Dios, y porque acortan la vida del hijo cerril y
desintegran la calidad de vida del hijo o de la hija desobedientes y necios. No
harás mayor regalo a tu madre, si la quieres de verdad, que dejar de ser necio
y seguir las pisadas de Jesús, las cuales te permitirán ser un hijo como Dios
manda, un hijo sabio que plantará rosas fragantes en el alma de su madre.
3.
EL MEJOR
HOMENAJE QUE UN HIJO PUEDE HACER A UNA MADRE ES CUIDARLA Y AMARLA EN SU VEJEZ
“Oye a tu
padre, a aquel que te engendró; y cuando tu madre envejeciere, no la
menosprecies.” (Proverbios 23:22)
Otra manía que
noto entre los seres humanos en general, y entre los hijos en particular, es la
de que en cuanto los padres envejecen, están fuera de onda, desfasados en todo
y desactualizados por completo. Si ya es feo que un hijo te llame vieja o
viejo, si ya es preocupante que te traten de tú como si hubieses hecho la mili
con ellos, como se dice vulgarmente, y si ya me pone de los nervios observar
que los jóvenes miran de soslayo y por encima del hombro a las personas de edad
provecta, lo que ya me enerva hasta la indignación, es pretender que la madre,
en su tercera edad, sea menospreciada, arrinconada y considerada como un
estorbo. Las típicas expresiones, tan crueles como odiosas, que escucho a veces
como que si tiene Alzheimer porque se le ha olvidado algo, que si está gagá
porque se confunde a veces, que si está lenta porque ya no se mueve con la
soltura de una doncella de diecisiete años, que si está senil porque se repite
sin darse cuenta, o que si es una persona anclada en el pasado, porque le gusta
recordar sus tiempos mozos y sus aventuras y desventuras a lo largo de decenas
y decenas de años, solo tienen como motivación única la de menospreciar a una
madre que vale un potosí, que es más preciosa que un tesoro perdido en una isla
del Caribe, y que tiene un cofre repleto de enseñanzas, vivencias y oraciones
al Señor, que necesitamos como hijos.
Nos hemos vuelto
locos con el tiempo, y con el consumismo exacerbado que padecemos, lo viejo ya
no tiene cabida en nuestra manera de entender la realidad. Lo mismo sucede con
nuestras madres. Cuando ya se hacen mayores, aparecen los achaques propios de
la edad, y ya nos cuesta tiempo y recursos cuidarlas, empezamos, casi
imperceptiblemente, a quitarle valor a lo que todavía pueden ofrecernos desde
su estado más mermado en lo físico y tal vez en lo mental. La madre que sirve
al Señor en su vejez, seguro que no deja de orar por sus hijos, de presentarlos
ante Él cada día, y de compartir el testimonio todavía lúcido y hermoso de su
comunión y relación con Dios. La madre no debe ser apreciada únicamente por lo
que pueda darnos, sino por lo que ha sido para nosotros, por lo que es ahora en
sus circunstancias últimas, y por lo que aún puede ofrecernos hasta el postrer
aliento de su vida, el cual siempre estará preñado del recuerdo de sus hijos y
de la ternura de su maternidad en Cristo.
4.
EL MEJOR
HOMENAJE QUE UN HIJO PUEDE HACER A SU MADRE ES DEJARSE CORREGIR CUANDO ES
DEBIDO
“La vara y
la corrección dan sabiduría; mas el muchacho consentido avergonzará a su madre…
Corrige a tu hijo, y te dará descanso, y dará alegría a tu alma.” (Proverbios
29:15, 17)
Sé que cuando, en
estos tiempos tan especiales que nos toca vivir, se toca el tema de la vara,
algunos se estremecen y dan un respingo. En la actualidad, la corrección o la
disciplina física no están de moda, sobre todo porque una plétora de psicólogos
y psiquiatras se han encargado de publicar a bombo y platillo que los métodos
salvajes del pasado que usaban nuestros antecesores solo logran heridas
emocionales traumáticas que desembocan en perversos seres sedientos de
violencia, odio y vicio. Lo que antes era el pan de cada día, esto es, que una
madre le diese dos cachetes bien dados a sus rebeldes hijos, los cuales
berreaban como gorrinos rumbo al matadero, ahora puede ser utilizado en contra
de aquella madre que simplemente alce el brazo en un ángulo suficientemente
evidente como para considerarlo maltrato infantil. Yo he visto volar zapatillas
por encima de mi cabeza, he recibido azotes bien merecidos por haber hecho
trastadas sin nombre, y estirajones de oreja por comportarme como un
energúmeno, y de traumas y estigmas del pasado, nada de nada. Se confunde el
hecho de corregir al niño para que comprenda que los actos que rompen el
respeto y la convivencia familiar tienen consecuencias dolorosas, con dar
palizas sin misericordia, solo para descargar frustraciones maternas que no
pueden desfogarse con los que provocan estas frustraciones.
La disciplina
justa y sabia encauza al hijo o a la hija. De eso no tengo la menor duda, por
experiencia propia y ajena. ¿Por qué digo esto? Lo digo y afirmo porque la
corrección es producto del amor por el hijo o la hija. ¿O es más amoroso
consentir al retoño? ¿Es más sabio dejar que hagan lo que les dé la gana, como
vacas sin cencerro, que se expresen a sí mismos, que metan la pata hasta el
corvejón y no reciban noticia alguna de las repercusiones que conllevan sus
actos? Lo dudo. Desde el amor centrado de Dios en el corazón de una madre, ésta
sabe que la corrección equilibrada de sus hijos es fundamental para que no se
descarríen por ahí cometiendo fechorías a diestro y siniestro. ¿Es que acaso
con la aplicación de las nuevas tácticas psicológicas existe menos peligro de
que los hijos salgan delincuentes, criminales y malas personas? No parece ser
el caso. Un hijo consentido, al que se le ríen todas las gracias, al que no se
le disciplina convenientemente, y al que se le permite convertirse en un emperador
tiránico sobre la madre y el resto de la familia, solo trae vergüenza y oprobio
a la madre. Por eso, si quieres enternecer el corazón de tu madre, déjate
someterte a la corrección sabia, a veces contundente y severa, de aquella a
quien le duele más tu castigo que a ti mismo.
CONCLUSIÓN
El escritor de
Proverbios quiso hacerle un hueco a la figura materna, siempre acompañada, como
ya hemos visto, de su esposo en el entorno ideal y hermoso del matrimonio y la
familia. Y fijaos era tan grande lo perspicaz de su agudeza y de su capacidad
de observación de la realidad y del ser humano, que reconoce nuestros tiempos
en sus tiempos al dejar registrada una verdad como un templo: “Hay generación que maldice a su padre, y a
su madre no bendice.” (Proverbios 30:11) Igual que en su época había hijos
desnaturalizados y desagradecidos con sus madres, hoy también se multiplican
los individuos que golpean, violentan e insultan a aquellas sin las cuales no
estarían hoy respirando. No seas como esta generación ingrata y malvada. Da
gracias a Dios por tu madre, sea que esté viva o que ya haya pasado a la
presencia del Señor, porque en esa oración de agradecimiento y en tu estilo de
vida dirigido por Cristo, estarás homenajeándola inmortalmente y estarás
recordándola con amor y cariño para volver a verla de nuevo en la gloria de los
cielos.
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