AYUNO




SERIE DE SERMONES SOBRE MATEO 8-9 “MILAGRO”

TEXTO BÍBLICO: MATEO 9:14-17

INTRODUCCIÓN

      Creo que podréis estar de acuerdo conmigo en que poder encontrar a personas de mente abierta y corazón comprensivo es un verdadero milagro. Normalmente cada individuo se posiciona obstinadamente en sus planteamientos, de cualquier clase y formato, y de ahí es prácticamente hacerle ver que su perspectiva puede ser errónea, o que necesita matizarse, o incluso que es preciso ser perfeccionada por la riqueza de otras ideas que no tienen porque chocar frontalmente. Somos, por antonomasia, seres aferrados a una visión cerrada de las cosas, de las situaciones, de determinados temas, y se nos da de maravilla generalizar en cuanto la ocasión se presenta. Nos enrocamos en nuestra postura, legalista y literalista hasta más no poder, para hacer ver a nuestro prójimo que si quiere ser de los buenos, debe comulgar con nuestra cosmovisión particular. Si el vecino no se ajusta a nuestros parámetros ideológicos, religiosos o filosóficos, entonces debe cambiar para adaptarse a nuestro criterio, que es el perfecto y el definitivo.

    Lo dicho: es un auténtico milagro poder comprobar delante de nuestros ojos como una persona es capaz de reconocer su equivocación, su cortedad de miras y su necesidad de seguir conociendo otras maneras de considerar la espiritualidad cristiana, escuchando respetuosamente, y aprendiendo en consecuencia tanto de yerros como de aciertos. Cuando una sociedad o una cultura se ha acogido con uñas y dientes a una creencia popular, es harto difícil hacer cambiar de opinión a cualquiera de sus componentes. Da igual que se aporten argumentos de peso bíblicos, experiencias reales que dan testimonio de un encuentro con Dios, y datos contrastados a mansalva que corroboren que la verdad se encuentra por otros derroteros, que el ser humano siempre optará por seguir en sus trece, asido de lo que le dijeron que era auténtico, de aquello que siempre se hizo y de aquello que sus ancestros le enseñaron a amar y a considerar como algo obvio y lógico. Es un milagro del Espíritu Santo poder convencer de pecado a quienes se creen buena gente, a quienes asisten a ceremonias religiosas, y a quienes dicen que sus buenas obras le han reportado un tiquet de entrada al cielo. 

EL ASUNTO DEL AYUNO

      El ayuno era uno de estos temas tan comunes y tan cotidianos que se solían practicar a la luz de la dinámica del judaísmo. Un buen judío debía ayunar en determinados días o fechas del año con el fin de demostrar algo a sus compañeros de sinagoga, con el objetivo de resaltar su alto nivel de piedad y santidad, y con la meta de incluirse dentro del grupo de los escogidos por Dios. El ayuno, aparte de considerarse un acto en el que el creyente realizaba un voto de concentración en la comunión con Dios, y en el que manifestaba ante el Señor su sacrificio personal en orden a conseguir las peticiones presentadas ante Él, era también un signo luctuoso por medio del cual se recordaban instantes de la historia pasada en la que Israel había tenido que atravesar por crisis terribles. De una actividad personal y voluntaria, se pasó a un rito comunitario y obligatorio si querías que nadie te mirase mal en las fiestas de guardar. Al final, el ayuno se había convertido en una expresión de dudosa sinceridad y eficacia para unos, y en un elemento más de maquillaje publicitario para los hipócritas religiosos.

     No es de extrañar que algunas personas, vinculadas de algún modo con Jesús y con Juan el Bautista, ese Elías enviado por Dios para preparar el camino del Mesías, se preguntasen acerca de la presunta continuidad que debería haber, según su parecer, entre Jesús y su primo Juan. Los seguidores de Juan el Bautista todavía seguían anclados en el pasado, en las conmemoraciones religiosas, y en un ascetismo bastante riguroso, a tenor del estilo de vida del propio Juan en el desierto. Necesitan conocer y constatar si Jesús iba a seguir esta disciplina espiritual junto con sus discípulos: “Entonces vinieron a él los discípulos de Juan, diciendo: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos muchas veces, y tus discípulos no ayunan?” (v. 14) Sabemos que algunos alumnos de Juan el Bautista habían tomado la decisión de seguir a Jesús: “El siguiente día otra vez estaba Juan, y dos de sus discípulos. Y mirando a Jesús que andaba por allí, dijo: He aquí el Cordero de Dios. Le oyeron hablar los dos discípulos, y siguieron a Jesús… Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan, y habían seguido a Jesús.” (Juan 1:35-37, 40)

      Como vemos, al menos dos de los seguidores más íntimos de Jesús, conocían bastante bien los entresijos del discipulado de Juan el Bautista. Sin embargo, éstos se hallaban ahora algo ajenos a algunas de las prácticas de este grupo, puesto que los que interpelan a Jesús generalizan esta actitud para todos los discípulos de éste. Parece que estos seguidores de Juan aún no se habían reciclado ni actualizado a la nueva versión 2.0 del evangelio de la gracia de Jesús de Nazaret. Además, incorporan la mención de otra secta judía, la del fariseísmo, los cuales también eran conocidos por sus coloridas maneras de llamar la atención sobre su autojusticia, entre las que se hallaba el ayuno. No era precisamente un buen ejemplo sobre el que argumentar el ayuno del que ellos participaban. Para los que preguntan a Jesús, los discípulos estaban contraviniendo, lo que la tradición judía preservada por los puros fariseos establecía, y lo que la nueva ola de acólitos de Juan el Bautista habían hecho suyo desde el modelo austero y espartano de su líder.

A.     DISFRUTANDO DEL BANQUETE DE BODAS

    La contestación de Jesús no se hace esperar, y emplea una serie de ilustrativas imágenes metafóricas para marcar las prioridades y el sentido de determinados rituales religiosos a la luz de su presencia, obra y mensaje. Su auditorio debía entender que la transformación del entendimiento y la largura de miras era un milagro necesario para que la religiosidad no siguiera apoderándose de las personas. La primera ilustración alude a una ceremonia nupcial: “Jesús les dijo: ¿Acaso pueden los que están de bodas tener luto entre tanto que el esposo está con ellos? Pero vendrán días cuando el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.” (v. 15) Jesús podría haberles dicho mil cosas y haber ido al grano sobre este tema, pero prefiere que las mentes que poblaban su auditorio pudiesen aprehender la plasticidad y el significado profundo de esta escena matrimonial hasta hacerlo inolvidable. Jesús se identifica con el personaje del novio, aquel que celebra la fiesta, que la prepara con esmero y que desea que todos disfruten. Uno de los momentos más clásicos de nuestros banquetes de boda es el de los novios yendo de mesa en mesa preguntando si todo está bien, si todos disfrutan o si alguien necesita algo. Jesús es ese novio que cuida todos los detalles de la celebración y el que procura con todos sus recursos disponibles hacer que las risas, la diversión y la fraternidad llenen el recinto. 

     ¿No sería algo fuera de tono y no estaría fuera de lugar que un grupo de convidados al banquete se pasasen todo el tiempo llorando a lágrima viva y a moco tendido? ¿No sería una desfachatez encontrar a un conjunto de personas lamentando y endechando en medio del convite? Todos pensaríamos que es algo ridículo, vergonzoso y sonrojante. Lo lógico de una fiesta de bodas es pasarlo bien, con mesura y control, eso sí, y unirse a la felicidad de los novios. Lo mismo sucedía con Jesús. Dios había descendido desde la gloria celestial, se había encarnado en el Mesías esperado por todos, había traído una invitación especial de gracia y salvación a todos los mortales, y había escogido a algunos de ellos para que fuesen sus discípulos… ¿cómo iban a seguir de velatorio en la tierra, la cual está llena de motivos más que suficientes para llorar a mares, cuando Jesús, el Hijo de Dios, la alegría personificada, y la redención en su máxima expresión, estaba entre ellos? Por cuanto Emmanuel, Dios con nosotros, estaba presente diariamente con ellos, ¿de qué serviría ayunar y privarse de alimento? Como bien dice Jesús, ya habría tiempo de llorar una vez ascendiese a los cielos tras su muerte y resurrección, y aún así, les sería enviado un Consolador, el Espíritu Santo.

B. FUNDAMENTOS DE CORTE Y CONFECCIÓN

      La segunda fotografía utilizada por Jesús para enfatizar la idea de que el evangelio suponía una renovada y exacta concepción de las Escrituras, es la de una sastrería: “Nadie pone remiendo de paño nuevo en vestido viejo; porque tal remiendo tira del vestido, y se hace peor la rotura.” (v. 16) Cualquiera que sepa algo de corte y confección sabrá que esta técnica no solo es ridícula, sino que es ineficaz e ilógica. En primer lugar, poner un remiendo de algo nuevo sobre algo viejo da el cante que no veas, por lo que todo el mundo va a saber que esa persona, o es una persona sin posibles, o que es un tacaño de tomo y lomo, o que su percepción de la estética está irreversiblemente dañada. En segundo lugar, el remiendo va a tirar del vestido con la consiguiente pérdida de una tela nueva y con el resultado de ir por ahí como un pordiosero. Y en tercer lugar, el remedio es peor que la enfermedad, y te va a tocar comprar otra tela nueva, desechando la que ha sido destruida por el retal antiguo y descolorido por el sol.

     Los tópicos anticuados y las mentes que todavía piensan en clave de tradiciones humanas no van a dar cabida al evangelio de la gracia y del perdón. Existirán muchos asuntos en los que los fariseos, los saduceos, los escribas y los maestros de la ley, interpretan una cosa de acuerdo al literalismo, y en esos temas, como ya vimos en su momento en el Sermón del Monte, la esencia y el espíritu de la ley que aporta Jesús, aportarán significados profundos y comprometedores para el creyente en Dios. Existen ciertos aspectos del evangelio que demandarán el milagro de unas conciencias abiertas y de un corazón que pone en duda todo lo que siempre se ha enseñado por las autoridades religiosas. En nuestro caso, el catolicismo, como creencia más extendida durante siglos, ha impedido que el creyente pudiese poner en tela de juicio lo que desde las altas esferas de la curia romana se imponía como verdadero y absoluto. Es sumamente complicado hacer que una persona nacida en el siglo pasado se plantee reflexionar sobre los dogmas católicos, sobre las ceremonias religiosas y sobre el contenido de ciertos y determinados episodios de la historia de la iglesia en nuestro país. El milagro deslumbrante, sin embargo, a veces sucede gracias a la labor incansable del Espíritu Santo, al abrir los ojos espirituales de algunas personas, y al comprobar que muchas de las cosas en las que creían o que practicaban no tenían una base sólida en la Palabra de Dios.

C. PROCESOS ENOLÓGICOS

     En tercer lugar, para remachar esta idea de la necesidad de permanecer expectantes y sin prejuicios ante el evangelio de Jesús, el maestro de Nazaret usa una imagen enológica: “Ni echan vino nuevo en odres viejos; de otra manera los odres se rompen, y el vino se derrama, y los odres se pierden; pero echan el vino nuevo en odres nuevos, y lo uno y lo otro se conservan juntamente.” (v. 17) Recogiendo la lección anterior del modista, Jesús vuelve a plantear un comportamiento extravagante y definitivamente inútil delante de sus oyentes. Nadie en su buen juicio será capaz de introducir un vino joven, chispeante y rozagante, dentro de un odre viejo, porque la abundancia de gases y efluvios que el vino joven desprende harán que este pellejo de cabra reviente, derramando su contenido y echando a perder una añada recién recolectada. Aquellos entendidos en enología y en viticultura, saben que la mejor manera de hacer que un vino joven se añeje convenientemente en un odre, es metiéndolo en un receptáculo igual de nuevo. La conservación óptima de los vinos de Palestina era un arte que se basaba en la experiencia de cientos de años, y cualquiera que cometiese el error de mezclar odres y vinos, sería expulsado de inmediato y se convertiría en una burla andante.

     El evangelio del Reino es ese vino joven, fuerte, arrollador y sabroso, con toda la intensidad del sabor de lo innovador y del espíritu de la ley. Rompe los moldes y los esquemas de pensamiento y fe construidos desde tiempos ancestrales, revienta mentalidades obsoletas y literalistas, y desafía aquellas ideas preconcebidas sobre lo que es correcto o incorrecto desde la imperfecta óptica del ser humano. Degustar un buen trago del vino de las buenas nuevas de salvación implicaba preparar el alma y el corazón desde la renovación mental y emocional que solo procuraba el Espíritu Santo de Dios. Dejando atrás la carnalidad y el materialismo, abandonando la hipocresía y el tradicionalismo, y despojándose del hedonismo y el fundamentalismo integrista, la persona podría saborear el vino redentor de Jesús. Pero si la mente seguía obcecada en las costumbres humanas, o continuaba emperrada en las interpretaciones literalistas y legalistas, o persistía en su cerrazón intelectual y espiritual, el vino de Dios en Cristo, simplemente le haría estallar la cabeza, y nada querría saber de cambios ni de actualizaciones. El evangelio de Cristo requiere desear y solicitar la mente de Cristo, y esto implica dejar que el Espíritu Santo obre el milagro más increíble jamás visto, el de un corazón que se abre como una flor en primavera para recibir el rocío vivificante de la salvación.

CONCLUSIÓN

     El ayuno solo era una cita formal voluntaria de comunión con Dios, y no un indicativo de superespiritualidad o de piedad. El ayuno solamente adquiere su verdadera dimensión cuando surge sinceramente de un corazón que ha experimentado el milagro de una metamorfosis mental, espiritual y emocional. Desde un corazón que se abre a considerar el evangelio como las mejores noticias que Dios quiere compartir con el mundo, y no como un coto cerrado para los predestinados, es posible seguir sembrando de milagros de Dios nuestra sociedad. 

       Es complicado hacer ver a una persona arraigada en el catolicismo que existe una mirada más simple, más pura y más genuina de tener una relación íntima con Cristo. Menos mal que nosotros no somos llamados a convencer o persuadir a nadie, sino que es el Espíritu Santo el que les hablará directamente a su alma, aunque nuestro es el ministerio de seguir perseverando en la predicación de la Palabra de Dios, en dar testimonio fiel de nuestra vocación, y en no cesar de orar e interceder por nuestros conciudadanos, rogando por un milagro de fe y de misericordia.

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