DIOS SOSTIENE A UNA FAMILIA Y COMIENZA UNA NACIÓN
SERIE DE ESTUDIOS EN GÉNESIS
“VOLVIENDO A LOS FUNDAMENTOS”
TEXTO BÍBLICO: GÉNESIS 11:10-32
INTRODUCCIÓN
Vivir contracorriente en una cultura que
posee valores éticos y religiosos distintos a los que propone el cristianismo,
no es nada fácil. Preguntemos a la historia y nos daremos cuenta de que las
vidas de colportores, misioneros, pastores y creyentes varios, no fueron
precisamente un lecho de pétalos de rosa. Todo lo contrario, para estos hombres
y mujeres a los que honramos con un sentido recuerdo por su testimonio de
fidelidad y constancia aun a pesar de las barreras, prohibiciones, censuras y
obstáculos que la sociedad ideaba para hacerles claudicar, caminar por este
mundo supuso burlas, vituperios, miradas aviesas y de sospecha, sacrificios
personales increíbles y ejemplares, y resistencia paciente y pacífica ante las
arbitrarias normas que se imponían desde la mayoría civil y católica. Muchos
perdieron clientes, trabajos, relaciones familiares, honra y respeto, e incluso
la propia vida, por su decisión de seguir y obedecer la voz del Espíritu Santo
hasta las últimas consecuencias.
Nuestra iglesia sabe, en sus 125 años de
trayectoria, que hubieron instantes y temporadas duras en las que los caprichosos
dictados de autoridades impuestas por bandos vencedores cerraron el templo como
lugar de culto, momentos críticos y tensos en los que las multas exorbitantes a
miembros de la comunidad de fe bautista a causa de visitar a una hermana
enferma y postrada eran el resultado de la delación envidiosa de algún vecino,
y trances humillantes en los que los niños, animados por algún que otro párroco
local, tiraban petardos o piedras en la fachada o en el patio interior de la
capilla para estorbar un culto dominical. Todas estas anécdotas y eventos del
pasado, deben motivar al creyente actual, cómodo en la tolerancia religiosa en
la que nos hallamos, sin miedo a las represalias y a la represión ideológica o
de conciencia, libres para leer la Palabra de Dios de viva voz sin que nadie, o
casi nadie, le tilde de hereje o agente subversivo, a recuperar esa primera fe
y amor por el Señor que llevó a tantos hermanos que nos antecedieron a padecer
en su afán por dar cumplida confesión de su vocación cristiana.
Abram será uno de estos seres humanos que
surgen de en medio de una sociedad pagana e idólatra con el objetivo claro y
resuelto de obedecer el llamamiento de Dios. Pero todo comienza con Sem y con
una lista de diez generaciones que desembocan finalmente en Abram, el padre de
la fe. De nuevo, este capítulo once de Génesis nos ofrece una lista genealógica
que marca el antes y el después de la historia de la salvación de Dios. Esta
crónica simple y monocorde aparece en estos instantes para cerrar la puerta de las
genealogías que atañen a toda la humanidad, y abrir una nueva era a la
genealogía particular sobre la que se fundamentará la elección divina de un
pueblo especial. Como ya dijimos en otras ocasiones, las genealogías parecen no
tener un atractivo especial para nosotros, lectores y oyentes del Génesis en el
siglo XXI, sin embargo, para los hebreos que están por construir su identidad
nacional y religiosa, y que recuerdan a sus antepasados por medio de la
revelación bíblica y de la pluma de Moisés, esta retahíla de nombres y lugares,
poseen un significado altamente espiritual que nosotros deberíamos hacer
nuestro.
Y es que las genealogías hebreas son una
especie de río de aguas vivas que permiten al que las escucha, sentirse bañado
y sumergido por la salvación de Dios. En ellas recordamos nuestras raíces
históricas y espirituales, el origen de nuestra fe, de aquello que creemos,
vivimos y practicamos. En ellas recibimos el inmenso privilegio de formar parte
de algo más grande que nosotros mismos, la oportunidad valiosísima de
participar de un designio divino cósmico, universal, histórico. En ellas
recuperamos el sentido de nuestra existencia desde la esperanza que acompaña a
la continuidad de las generaciones, viendo consumada ésta en la figura inimitable
y gloriosa de Jesucristo. Podríamos decir que en la relación de ascendientes y
descendientes que aparece en esta genealogía, corremos de algún modo hasta
Jesús, el Mesías, el Salvador del mundo.
Esta genealogía que comprende desde Sem
hasta Abram, diez generaciones de una misma familia, no está exenta de
complicaciones y reveses temporales. Después del episodio de Babel, en tiempos
de Peleg, la apostasía se manifiesta universalmente y se extiende sobre la faz
de la tierra. Sin embargo, no todo está perdido. Del mismo modo que de un solo
ser humano, Noé, Dios restauró la humanidad, ahora el Señor desea preservar
parte del linaje semita por medio de otro ser humano solitario, Abram. Y quiere
que esta preservación se culmine y lleve a cabo a través de la fe de un solo
hombre, a semejanza, de nuevo, de la figura diluviana de Noé. Esta es pues la
genealogía de los hijos de Sem: “Estas
son las generaciones de Sem: Sem, de edad de cien años, engendró a Arfaxad, dos
años después del diluvio. Y vivió Sem, después que engendró a Arfaxad,
quinientos años, y engendró hijos e hijas. Arfaxad vivió treinta y cinco años,
y engendró a Sala. Y vivió Arfaxad, después que engendró a Sala, cuatrocientos
tres años, y engendró hijos e hijas. Sala vivió treinta años, y engendró a
Heber. Y vivió Sala, después que engendró a Heber, cuatrocientos tres años, y
engendró hijos e hijas. Heber vivió treinta y cuatro años, y engendró a Peleg.
Y vivió Heber, después que engendró a Peleg, cuatrocientos treinta años, y
engendró hijos e hijas. Peleg vivió treinta años, y engendró a Reu. Y vivió
Peleg, después que engendró a Reu, doscientos nueve años, y engendró hijos e
hijas. Reu vivió treinta y dos años, y engendró a Serug. Y vivió Reu, después
que engendró a Serug, doscientos siete años, y engendró hijos e hijas. Serug
vivió treinta años, y engendró a Nacor. Y vivió Serug, después que engendró a
Nacor, doscientos años, y engendró hijos e hijas. Nacor vivió veintinueve años,
y engendró a Taré. Y vivió Nacor, después que engendró a Taré, ciento
diecinueve años, y engendró hijos e hijas. Taré vivió setenta años, y engendró
a Abram, a Nacor y a Harán.” (vv. 10-26)
Algo que salta a la vista de esta
genealogía, entre otras cosas, es que la longevidad de los nombrados ya no es
tan alta como la que descubrimos en la primera gran genealogía del Génesis. La
esperanza de vida es reducida grandemente, y por lo tanto, los usos y las
costumbres de cada clan y familia deben ser enseñados con menor margen de
tiempo. Por otra parte, encontramos en Heber, al presunto antepasado de los
hebreos, del que toman la raíz de su nombre, el cual significa “alianza”;
reconocemos a Serug, “rama”, del cual la tradición judía dice que fue el
primero de la estirpe semítica que abrazó la idolatría; y averiguamos que Nacor,
cuyo nombre quiere decir “resoplido”, fue padre de Betuel, el cual a su vez fue
padre de Rebeca, futura esposa de Isaac, y que posiblemente fue adorador del
verdadero Dios, ya que Jacob, tras su huída delante de Labán, su suegro, se
juramenta con éste a fin de acordar la paz entre ellos del siguiente modo: “El Dios de Abraham y el Dios de Nacor
juzgue entre nosotros, el Dios de sus padres. Y Jacob juró por aquel a quien
temía Isaac su padre.” (Génesis 31:53).
A continuación, Moisés ofrece una lista
genealógica más precisa, y que se inserta como puente entre la historia
universal y la historia patriarcal: “Estas
son las generaciones de Taré: Taré engendró a Abram, a Nacor y a Harán; y Harán
engendró a Lot. Y murió Harán antes que su padre Taré en la tierra de su
nacimiento, en Ur de los caldeos. Y tomaron Abram y Nacor para sí mujeres; el
nombre de la mujer de Abram era Sarai, y el nombre de la mujer de Nacor, Milca,
hija de Harán, padre de Milca y de Isca. Mas Sarai era estéril, y no tenía
hijo.” (vv. 27-30) Ur se convierte en estos versículos en el lugar de
partida de Taré y Abram. Ur de los caldeos era, según los descubrimientos
arqueológicos, una gran metrópolis construida por Ur-Nammu a principios del
segundo milenio antes de Cristo, cuya inquietud religiosa mayoritaria se
centraba en una deidad lunar llamada Nanna. De hecho, se cree que los
habitantes de esta ciudad edificaron un ziggurat de tres plataformas, el cual
se hallaba rematado por un templete plateado en el que se ofrecían sacrificios humanos
para aplacar a la divinidad selenita, que posteriormente eran enterrados en el
cementerio real. En distintos momentos de la historia, se la ha relacionado con
la ciudad de Orfa, al noroeste de Mesopotamia, y donde todavía se conserva un
estanque llamado “de Abraham”, y con el asentamiento de Mugheir, cerca de la
orilla occidental del Éufrates.
Josué en su discurso de despedida,
recuerda a todo el pueblo de dónde provinieron sus antepasados: “Vuestros padres habitaron antiguamente al
otro lado del río, esto es, Taré, padre de Abraham y de Nacor, y servían a
dioses extraños.” (Josué 24:2) la familia de Abram era eminentemente
politeísta e idólatra, algo que ya podemos colegir por la traducción de los
nombres de algunos de ellos. Por ejemplo, Taré o Tera, proviene de la palabra
yareah, “luna”; Sarai significa en acadio “reina”, sarratu, nombre dado a la
esposa del dios lunar Sin; y Milca, halla su raíz en la palabra malkatu, título
de Ishtar, hija del dios lunar. Estos datos son necesarios y útiles para
reconocer en el paso de esta familia de marcharse de esta metrópolis bajo las
circunstancias del paganismo imperante, de la edad avanzada de algunos de
ellos, y de la supuesta prosperidad y acomodo en una sociedad politeísta de la
que participaban. No fue una decisión nada fácil. Solo Abram escucha la voz de
Dios, y elige arriesgarlo todo por seguir a Dios a una tierra que no conoce y
de la que no sabe absolutamente nada. Habrá de convencer a su padre para armar
el petate y desplazarse desde la comodidad y la estabilidad urbana, hacia una
vida nómada con un destino desconocido. La salida de Ur es narrada en varios
lugares de la Escritura, y se nos antoja que Abram debió haber confiado cien
por cien en Dios para emprender un viaje largo hacia lo ignoto: “Yo soy Jehová, que te saqué de Ur de los
caldeos, para darte a heredar esta tierra.” (Génesis 15:7); “Tú eres, oh
Jehová, el Dios que escogiste a Abram, y lo sacaste de Ur de los caldeos.”
(Nehemías 9:7); “El Dios de la gloria apareció a nuestro padre Abraham, estando
en Mesopotamia, antes que morase en Harán, y le dijo: Sal de tu tierra y de tu
parentela, y ven a la tierra que yo te mostraré. Entonces salió de la tierra de
los caldeos y habitó en Harán; y de allí, muerto su padre, Dios le trasladó a
esta tierra, en la cual vosotros habitáis ahora.” (Hechos 7:2-4)
Lo que más debe llamarnos la atención de
estos tres textos bíblicos, es que la iniciativa siempre parte de Dios y no del
ser humano. Dios es el que saca, escoge y lo traslada. El mérito no está en la
decisión de Abram, sino en el privilegiado acto de gracia y misericordia obrado
por Dios para salvarle de la podredumbre moral e idólatra en la que estaba
viviendo en Ur. Por supuesto, es digno alabar y reconocer la valentía, la fe y
la obediencia de Abram, al ser convencido por Dios para que lo dejase todo
atrás y se dejase llevar por la mano poderosa y sabia del Altísimo. Cambiar de
mente y corazón no es fácil, ni ahora ni en aquel entonces. Pero la fe
impartida por Dios en el espíritu de Abram fue el impulso y el motor de una
vida transformada que miraba hacia el horizonte aparentemente incierto. Abram
hace honor a la definición que el autor de Hebreos ofrece sobre la fe: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se
espera, la convicción de lo que no se ve.” (Hebreos 11:1)
Tres clases de certeza forman parte de
la toma de decisión de Abram: la certeza futura que se plasma en la esperanza
de lo porvenir, la certeza visual de que aunque algo no se vea, no significa
que no exista y que no sea el cumplimiento a carta cabal de las promesas de
Dios, y la certeza dinámica que redunda en una obediencia firme que demanda
movilidad y acción como respuesta a esa fe. Filón de Alejandría, teólogo de los
primeros siglos del cristianismo, dijo una vez que “Abram consideró las cosas no presentes más allá de las cosas ya
presentes por razón del cumplimiento de las promesas de Dios”, o como dice
la misma Palabra de Dios por medio del apóstol Pablo: “Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado
por justicia.” (Romanos 4:3) Hebreos
11:8, nos vuelve a reiterar que la fe de Abram fue determinante para el
desarrollo del plan de salvación de Dios: “Por
la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de
recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba.”
Abram ejercitó su fe para con Dios en esos
instantes cruciales de su vida, involucrando hasta donde pudo a sus demás
familiares, los cuales más adelante tomarían su propio camino. Quiso convencer
a su padre, pero éste decidió establecerse en Harán, otro conocido centro de
adoración lunar: “Y tomó Taré a Abram su
hijo, y a Lot hijo de Harán, hijo de su hijo, y a Sarai su nuera, mujer de
Abram su hijo, y salió con ellos de Ur de los caldeos, para ir a la tierra de
Canaán; y vinieron hasta Harán, y se quedaron allí. Y fueron los días de Taré
doscientos cinco años; y murió Taré en Harán.” (vv. 31-32) Taré, como
cabeza de familia, y sin conocer las razones exactas de su estancia definitiva
en Harán, renuncia a llegar a la tierra de Canaán, la tierra prometida por Dios
para su hijo Abram. En señal de respeto y honra a las canas, Abram opta por
quedarse con él hasta que la muerte llega a Taré. Esta actitud ante los padres,
es también un ejemplo que deberíamos seguir muchos hijos, aun a sabiendas que
nuestros padres muchas veces no comparten nuestros sueños e ideales, que en
ocasiones sus opiniones y formas de ver la vida y el futuro son distintas a las
de nosotros. Ante todo debe imponerse el respeto y reverencia, así como el
cuidado de nuestros mayores hasta que sus días toquen a su fin en este plano
terrenal.
CONCLUSIÓN
Tras la muerte de Taré, Abram por fin
tendrá la posibilidad de terminar lo que empezó, y a partir de él y de su
simiente, un nuevo e incontable pueblo surgirá milagrosamente para continuar la
senda genealógica e histórica que lleva hacia la redención de toda la humanidad
por medio de Jesucristo. Abram, al igual que Noé, se convierte de este modo en
un modelo para todos aquellos que dejan tantas cosas atrás en su vida por
alcanzar la gloria venidera en Cristo. La fe que todos nuestros hermanos y
hermanas que nos precedieron será contada por justicia por el Señor, y nosotros
debemos anhelar tener esta fe que nunca sucumbe al desaliento, que nunca se
rinde ante la adversidad y los ataques recibidos, y que jamás de los jamases
olvida que la esperanza viva que motiva nuestra fe es Cristo, nuestro destino y
gozo eternos.
¿Qué será de Abram cuando llegue a Canaán?
¿Qué y a quién encontrará allí? ¿Qué vicisitudes tendrán que enfrentar Abram,
Sara y Lot a la hora de arribar a su destino final? Todo esto, y mucho más, en
un próximo estudio bíblico.
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