EL AMOR NUNCA MUERE
ENLACE MATRIMONIAL ENTRE ERNEST Y
ABIGAIL 24 DE SEPTIEMBRE DE 2017
TEXTO BÍBLICO: 1 CORINTIOS 13:4-8
Vivimos tiempos peligrosos para el amor
verdadero. O por lo menos soplan vientos helados de la apatía y la indiferencia
humana que congelan una visión sencilla y pura de lo que significa unir dos
corazones para toda la vida. No resulta fácil respirar amor cada día cuando
contemplamos entre atemorizados y sorprendidos cómo miles de personas deciden
desvincularse de un compromiso solemne y hermoso como es el matrimonio.
Podríamos decir incluso que presenciar y participar de un instante como el que
nos ha traído aquí, a este entorno magnífico, es un auténtico acto de
heroicidad con la que está cayendo en nuestro entorno más inmediato en términos
de relaciones personales.
Sin embargo, aquí estamos. Preparados para
recibir con los brazos bien abiertos y los corazones bien llenos de alegría el
compromiso de amor y fidelidad mutuos de Ernest y Abigail. No es tiempo ya de
advertencias y de consejos. No es momento de traer a la memoria amonestaciones
y prolegómenos considerablemente prolijos. Es el momento de cantar al amor, a
sus virtudes, a las bondades de un sentimiento que no se ciñe únicamente a la
emoción, a la sensación o al deseo, sino que se ancla a la voluntad de hacer
feliz al otro cueste lo que cueste, y pase lo que pase en la vida que se
extiende ante todos nosotros. Es el mejor instante para, no solo celebrar dos
vidas que deciden unir sus existencias, con todo lo que ello conlleva, sino
también comprometernos en la tarea titánica de acompañarlos durante todo el
trayecto del matrimonio.
Un texto bíblico al que recurrimos siempre
cualquier ministro de culto cristiano para entonar un cántico de admiración y
alabanza al amor más cierto y esencial, es 1 Corintios 13. Por supuesto, aquel
que lo toma prestado para idealizar el amor entre el hombre y la mujer que se
vinculan en un pacto perpetuo de cariño, ternura y pasión, sabe que este pasaje
habla del amor de Dios y de que como seres humanos imperfectos y limitados que
somos, nunca podremos alcanzar la medida completa de lo que implica estar a la
altura de este amor. No obstante, esta idea no debería impedirnos intentar
lograr el objetivo de amar al otro de un modo que cambia nuestras vidas, que
transforma nuestra manera de ver el mundo, que supera con creces cualquier
barrera que se interponga en el camino del amor. Pablo, el escritor de este
himno al amor que todos deberíamos anhelar tener, practicar y salvaguardar,
alberga la esperanza de que el amor cubra totalmente cada parcela y área de la vida humana.
Procedamos a ensalzar ese amor que ha de
reinar y dominar las vidas de los contrayentes que hoy se someten al escrutinio
y al testimonio de todos los que los acompañamos. Ernest y Abigail, el amor es
comprensivo y servicial. Es escuchar antes que hablar, es pensar antes de
decir, es reflexionar antes que actuar impulsados por el sentimiento o la
emoción, los cuales son engañosas referencias para amar de verdad. Es preocuparse
de las necesidades que cada uno tiene, desvivirse por hacer feliz al amado y la
amada, inundar de actos de servicio impregnados de ternura cada acción en favor
del cónyuge. El amor nada sabe de envidias. Se alegra de los éxitos del otro y
se regocija cada vez que un logro realiza profesional, espiritual o
familiarmente al compañero o compañera de viaje. El amor nada sabe de
jactancias ni de orgullos. No se enroca en su postura sin dar pie al debate y a
la comprensión. No se ofusca en su superioridad moral, religiosa o
socioeconómica, despreciando el valor que tiene el amado o amada. No pretende
ser lo que no es, sino que en vez de presunción y soberbia, solo sabe hablar el
idioma de la humildad y la entrega sacrificial.
El amor no es grosero. Es completamente
respetuoso, capaz de reconocer en el otro la imagen de Dios, la dignidad de una
vida individual, el valor de quién es el otro sin prestar atención a lo que
posee o a su apariencia física. No insulta, ni veja, ni golpea, ni margina. No
es violento ni agresivo, sino que es amable, cariñoso y misericordioso. El amor
no es egoísta. No se centra únicamente en su ombligo, ni se enfoca en sus
necesidades o metas, sino que siempre pregunta, es flexible en sus decisiones
uniéndolas a las del amado o amada antes de buscar lo suyo propio. Su vida es
ella, su vida es él, su vida es ellos, sin mirar atrás y contemplando el futuro
con las dos miradas entrelazadas para siempre. El amor no pierde los estribos.
Es paciente hasta la saciedad. No se enfada ni se altera presa de los nervios,
de la ansiedad o de las prisas. Espera sin miedo y comprende que su dinámica
vital debe acompasarse a la del otro cónyuge. El amor no es rencoroso. No
guarda ni apunta los agravios, las heridas o los descuidos para lanzarlos y
esparcirlos como metralla para ganar una discusión. El perdón guiará cada nuevo
día después de las tormentas dialécticas que a buen seguro se tienen en la
convivencia. La gangrena del reproche nunca será el arma arrojadiza que humille
al que comparte contigo amaneceres y anocheceres.
El amor no se alegra de la injusticia,
sino que se alegra de la verdad. La confianza del amor debe cimentarse en la
verdad, en la sinceridad y en la lealtad. Amar es vivir sin dudas, ni celos
estúpidos, ni imaginaciones delirantes producto de la inmadurez y las
inseguridades personales. Con la verdad siempre por delante, sin miedo a que
duela, el amor triunfa sobre la mentira y la infidelidad. El amor disculpa sin
límites, confía sin límites, espera sin límites, soporta sin límites. El amor
supera cualquier crisis matrimonial, financiera, espiritual y familiar. Lo hace
porque es amor de verdad. Es un amor que no ama por alguna razón en particular,
sino que ama a pesar de cómo son en realidad ambos amantes. No existen límites
al amor, a las oportunidades que brotan del alma, a las ocasiones en las que es
necesario perdonarse, a los momentos en los que hay que ejercitar la fe en el
otro, a los instantes en los que es preciso esperar lo mejor de la pareja, a
las circunstancias en las que necesitamos ser aguantados y en los que hemos de
ser pacientes con el cónyuge.
Pero si existe algo que siempre me pone la
piel de gallina, que me ayuda a entender lo que es el verdadero y auténtico
amor, y que me da motivos más que suficientes para solemnizar esta vuestra
unión, es saber que el amor nunca muere. Podrá morir un presunto amor que se
basa en la belleza pasajera, en la posición social, en el dinero que hoy está y
mañana deja de tenerse, en las apariencias y convenciones culturales, en el
deseo sexual irrefrenable, en el utilitarismo de baratillo o en el egoísmo
controlador. Pero el amor genuino nunca muere ni desaparece. Este es el amor
que deseo para vosotros: un amor que se parezca al amor de Dios y que esté
presidido por Cristo, el ejemplo más precioso y magnífico de lo que significa
amar sin límites.
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