DISTINTO EN MI RECIPROCIDAD





SERIE DE SERMONES SOBRE EL SERMÓN DEL MONTE “DISTINTOS: VIVIENDO POR ENCIMA DE LA NORMA”

TEXTO BÍBLICO: MATEO 7:12

INTRODUCCIÓN

      Escuché hace mucho tiempo una historia de los hermanos Grimm que se ajusta perfectamente al tema en el que hoy meditaremos, el tema de la reciprocidad y el respeto mutuo. El cuento, llamado “El abuelo y el nieto”, comienza así: 

       “Había una vez un pobre muy viejo que no veía apenas, tenía el oído muy torpe y le temblaban las rodillas. Cuando estaba a la mesa, apenas podía sostener su cuchara, dejaba caer la copa en el mantel, y aun algunas veces se le escapaba la baba. La mujer de su hijo y su mismo hijo estaban muy disgustados con él, hasta que, por último, lo dejaron en el rincón de un cuarto, donde le llevaban su escasa comida en un plato viejo de barro. El anciano lloraba con frecuencia y miraba con tristeza hacia la mesa. Un día se cayó al suelo, y se le rompió la escudilla que apenas podía sostener en sus temblorosas manos. Su nuera lo llenó de improperios a los que no se atrevió a responder y bajó la cabeza suspirando. Le compraron por unos céntimos una tarterilla de madera, en la que se le dio de comer de allí en adelante.

      Algunos días después, su hijo y su nuera vieron a su hijo, que tenía pocos años, muy ocupado en reunir algunos pedazos de madera que había en el suelo. -¿Qué haces? -preguntó su padre. -Una tartera -contestó, para dar de comer a papá y a mamá cuando sean viejos. El marido y la mujer se miraron por un momento sin decirse una palabra. Después se echaron a llorar, volvieron a poner al abuelo a la mesa; y comió siempre con ellos, siendo tratado con la mayor amabilidad.”

       No podemos esperar algo distinto: “Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esta es la ley y los profetas.” Jesús establece con este solo versículo una ley que regula las relaciones que el cristiano debe edificar y mantener con el prójimo, sea este un ser querido o sea un enemigo acérrimo. Cuando se trata de nuestra conducta y trato para con los demás, existe una regla dorada y rotunda que marca el devenir de nuestra vida y felicidad en esta tierra. Esta ley de la reciprocidad, que la propia puesta en práctica cotidiana la suscribe por completo, en la que no podemos albergar la esperanza de recibir bien por mal, ni mal por bien sin que explote una amarga guerra entre dos o más personas, es justamente el marco al que el comportamiento humano debería ceñirse para construir un mundo mejor. La reciprocidad se traduce en el respeto y en el reconocimiento mutuo. 

A.     EL TRATO HUMANO EN TÉRMINOS GENERALES

      La primera pregunta que debería suscitarnos esta llamada regla de oro del trato humano, es la siguiente: ¿Qué podemos esperar del trato humano en términos generales? Si hacemos un recorrido sustancial en torno a la historia de las relaciones humanas desde tiempos inmemoriales, solo podemos extraer una sola conclusión: el ser humano es un lobo para el ser humano. Si nos fijamos por instante en qué propicia que una persona nos haga un bien y no un mal, si echamos un vistazo debajo de la superficie de las aparentes buenas intenciones y la amabilidad verbal, ¿qué encontraremos? ¿Hallaremos un verdadero cariño y amor por quiénes somos, o nos toparemos con la triste e infausta realidad de intereses ocultos, necesidades egoístas o malignas motivaciones que se constatan en la comparativa de la desdicha? Si nos tratan bien aquellos que nos rodean, o al menos eso es lo que parece, ¿lo hacen por motivos puramente altruistas o lo hacen para ver si pueden sacar algo de provecho de nosotros? La naturaleza desviada por el pecado de cada ser humano, nos empuja a creer que casi todo es cuestión de “por el interés, te quiero Andrés o Inés.” Sentada esta premisa que sugiere la base del trato humano, y más allá del disfraz de las formas y las convenciones sociales, ¿qué es realmente lo que los seres humanos que viven en nuestro entorno desean hacer por nosotros sin esperar nada a cambio? Prácticamente nada, me temo.

B.      EL TRATO QUE ESPERAMOS DE LOS DEMÁS

     La segunda pregunta que habríamos de hacernos es: ¿Cómo queremos que nos traten los demás? Esta es una cuestión que requiere de una buena dosis de reflexión, además de un amplio margen de tiempo en el que rescatar nuestra particular idea de lo que significa ser respetado y reconocido por el resto del mundo. A todos nos encanta ser tratados como personas llenas de valor, de dignidad y de propósito. Nadie, por lo menos en su sano juicio, porque el mundo hasta confunde lo que más le conviene, repito, nadie quiere ser maltratado o ser objeto de abuso y escarnio. Todo lo contrario. Todos queremos ser respetados por quiénes somos de verdad, en nuestra autenticidad y en nuestra unicidad. Anhelamos ser escuchados, comprendidos, ayudados, amados, y realizados en este plano terrenal. Nadie está dispuesto a menos, o al menos eso creo. Albergamos cada día la esperanza de que todo aquel que pulula a nuestro alrededor se comporte con nosotros con nobleza, misericordia, ternura y genuino interés. Solo deseamos cosas buenas para nosotros, y de ahí que el mandamiento de plata de Jesús y de la Palabra de Dios se remita al amor mutuo ejemplificado en el amor que sentimos por nosotros mismos. Nadie que esté bien de la cabeza tira piedras a su propio tejado, por lo que decidimos que nuestro máximo deseo es que los demás nos respeten y reconozcan nuestra humanidad y semejanza con el resto de la raza humana.

C.      EL TRATO QUE ESTAMOS DISPUESTOS A DAR A LOS DEMÁS

     La tercera pregunta surge por sí sola: ¿Estamos dispuestos a tratar a los demás desde el punto de vista anterior de querer ser amados, respetados y reconocidos? Aquí también debemos detenernos durante un buen instante para analizar el trato que damos a los demás. ¿Está a la altura de lo que quisiéramos para nosotros mismos? ¿Amamos a los demás como nos amamos a nosotros mismos? ¿Somos recíprocamente consecuentes y coherentes entre lo que deseamos para nosotros y lo que al final es nuestro comportamiento con los demás? Si nos dedicamos a criticar ferozmente al vecino, si decidimos odiar y guardar rencor hacia el hermano, si nos parece hasta bien robar la paz a nuestro prójimo, si la mentira es nuestra mejor arma para conseguir justo lo que desea nuestro perverso corazón amenazando con esto la confianza de nuestros conciudadanos, y si el egocentrismo se convierte en nuestro lema de vida sin importarnos pisotear y menospreciar a nuestros semejantes, ¿de verdad quisiéramos que se nos tratase del mismo modo? Piénsalo bien. No podemos esperar respeto si somos irrespetuosos e irreverentes. No podemos esperar reconocimiento, si no somos capaces de reconocer al que vive puerta con puerta con nosotros. No podemos esperar prestigio o consideración, si nos dedicamos a poner a los demás en el palo del gallinero con nuestras murmuraciones y chismes. No podemos esperar justicia y bondad, si somos injustos y malvados con el resto de la humanidad. No podemos esperar todo esto, si nuestro estilo de vida no se ciñe a la reciprocidad positiva y a desear siempre lo mejor para los demás.

D.     EL TRATO QUE HEMOS DE DAR A LOS DEMÁS A PESAR DE TODO

       La cuarta pregunta es la que todo creyente suele hacerse en relación al trato que le gustaría dispensar al prójimo según las enseñanas y directrices de Jesús en esta regla de oro, pero que se siente molesto al ver que él si trata de maravilla a los demás, y los demás le devuelven mal por bien. ¿Por qué debería ser amable con el que no lo es conmigo? ¿Qué saco yo, sino humillación y vergüenza, después de ser bueno con determinadas personas, y que éstas me maldigan, insulten y desprecien? Es una pregunta lógica y que rompe muchos corazones que intentan parecerse a Jesús en su manera de ser y de conducirse para con individuos que no reconocerían una acción bondadosa en su favor ni en sueños. A veces confundimos hacer el bien a los demás por puro amor y obediencia a Dios, como fruto hermoso de la morada del Espíritu Santo en nuestras vidas, y como resultado de la obra de santificación que éste realiza en nuestras existencias para asemejarnos a nuestro modelo por excelencia que es Jesucristo, con esperar recibir una recompensa o galardón terrenal. Pero hemos de entender que esto no funciona así. Nosotros podemos controlar lo que hacemos, qué decisiones de gracia y compasión tomar hacia el prójimo, qué actitud exhibir hacia amigos y enemigos, siempre guiados por el Espíritu de Dios. Sin embargo, lo que no podemos controlar es la reacción, el talante o la mala baba que otros nos demuestran sin venir a cuento, y dado que hemos puesto todo de nuestra parte para limar asperezas y llevarnos bien, correctamente. Nada hemos de esperar del ser humano per se. Si recibimos de ellos parabienes, alabanzas y favores a consecuencia de nuestro buen trato hacia ellos, perfecto. Pero si no es así, y así es en muchas de las ocasiones, no debemos desfallecer ante la falta de reciprocidad de terceros, sino que más bien haremos bien en escuchar a Pablo diciéndonos que no nos cansemos nunca de hacer el bien, y que con el paso del tiempo, ascuas de fuego amontonaremos sobre las cabezas de aquellos que no nos corresponden en amor y respeto.

      Jesús quiere que hagamos de esta regla de oro un parámetro de vida, y quiere que nos portemos con los demás del mismo modo en que él se portó con el resto de la humanidad, con humildad, sensibilidad, compasión, justicia, respeto y amor a raudales. Lee de nuevo su historia en los evangelios, comprende su misión y carácter en las cartas de Pablo, Pedro, Juan, Santiago, y Judas, y podrás comprobar que toda su existencia y razón de ser se dedicó siempre a tratar a todo el mundo como todos quisiéramos ser tratados. Jesús podría haber pagado en justicia mal por mal después de haber sido acusado injustamente, de haber recibido una tunda bestial por parte de sus verdugos, de haber sido insultado y escupido por la multitud soliviantada por los líderes religiosos llenos de odio, y de haber padecido lo indecible en la cruz del Gólgota hasta morir. Podría haber enviado una legión de ángeles para destruir a sus detractores y no lo hizo, sino que los perdonó y pidió perdón para ellos a su Padre celestial. Este es el camino, difícil, duro y desagradecido que Jesús ha abierto para aquellos que le aman y que quieren servirle y obedecerle cueste lo que cueste.

CONCLUSIÓN

      Y para culminar su enseñanza sobre esta reciprocidad positiva, distintivo y enseña que habrían de enarbolar sus discípulos a lo largo de la historia de la humanidad y de la iglesia, Jesús se cita con las Escrituras, con el Antiguo Testamento, compendio experiencial y legal de cómo debía comportarse el ser humano con sus congéneres. Tanto la ley de Moisés como las profecías de siervos de Dios señalaron en la misma dirección del amor a Dios por encima de todas las cosas, y del prójimo como a uno mismo. La letra de la ley, la cual muchos usaron en su beneficio para secuestrar la dignidad y la justicia social por medio de la religiosidad, debía ser concretada en la práctica, en desear, y corroborar ese deseo con hechos, siempre lo mejor para todos aquellos que, cayéndonos mejor o peor, siguen siendo nuestros compañeros de viaje en esto que llamamos vida.

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