DISTINTO EN MI CAMINO





SERIE DE SERMONES SOBRE EL SERMÓN DEL MONTE “DISTINTOS: VIVIENDO POR ENCIMA DE LA NORMA”

TEXTO BÍBLICO: MATEO 7:13-14

INTRODUCCIÓN

      Si acertamos a considerar el gran volumen de puertas y caminos que dejan entrar y llevan al interior de edificios e imponentes conjuntos residenciales a lo largo y ancho de este mundo, nos daríamos cuenta de la gran importancia que tienen ambos elementos para la convivencia y supervivencia del ser humano. Todas las puertas tienen como misión y objetivo dejar un espacio lo suficientemente grande como para que personas y vehículos de toda clase entren en un recinto, bien sea cubierto o descubierto. Todos los caminos llevan a alguna puerta, y su meta y diseño los convierten en vías más o menos transitables cuya dirección se halla señalizada y que acaban desembocando en un lugar concreto en el que alguna puerta espera para ser abierta. Como vemos puertas y caminos están íntimamente conectados, y las unas no tienen sentido sin los otros. Las puertas suelen confeccionarse con materiales resistentes y duraderos, y normalmente son abiertas, bien desde el exterior con una llave, o bien desde el interior por el habitante del edificio reservándose el derecho de admisión.

      Si existe una cantidad ingente e incontable de puertas y caminos físicos, ¿qué podríamos decir de las puertas y caminos espirituales? Desde el punto de vista de la trascendencia, las puertas son el símbolo de la entrada a lo desconocido como es el más allá o el futuro después de una oportunidad que se presenta en la vida, aunque en lo que respecta a la Palabra de Dios, las puertas tienen un buen letrero que indica con extremada claridad hacia dónde conduce cada una de ellas. Por otro lado, el camino en la Biblia tiene también la acepción de modo o estilo de vida. Caminar por la senda de la vida supone ser coherente con el camino que se escoge para llegar a algún sitio, sea este conocido o no. No es de recibo entender desde esta perspectiva espiritual que existen tantos caminos como personas habitan la tierra. Si nos atenemos al espíritu relativista que inunda la mente y los corazones del ser humano en estos tiempos que nos toca vivir, cada persona intentará venderte que él ya tiene su camino, que seguirá lo que el corazón le muestre como verdad, y que no necesita que nadie le recomiende otra senda por la que transitar. Algunos incluso hacen suyo ese lema del orgulloso Imperio Romano de que “todos los caminos llevan a Roma”, para justificar que en realidad no importa tu camino, porque todos llegaremos a tocar la misma puerta.

A.     MIL PUERTAS Y CAMINOS QUE NOS OFRECE EL MUNDO

      No cabe duda de que el engañoso patrón que se ha esparcido en medio de nuestras sociedades de la multiplicidad de puertas y caminos, de la tolerancia mutua que impide aconsejar a otros que dejen de pasear por vericuetos dañinos y peligrosos, y de la amnesia contagiosa y letal que impide que el ser humano piense a largo plazo sobre la puerta a la que ha de arribar el día menos pensado, está haciendo mucho mal en las cauterizadas conciencias de muchas personas. Vivimos, por desgracia, en tiempos culminantes en lo que a la inconstancia de caminos y a la doblez de carácter se refiere, tal y como profetizó Santiago en su carta: “El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos.” (Santiago 1:8). Sin embargo, al pensar con detenimiento en nuestro porvenir a todos los niveles, el misterio de nuestros destinos saldrá a relucir, y entonces deberemos responder a tiempo sobre nuestra relación con Dios y con su Hijo Jesucristo. 

B.      EL CAMINO Y LA PUERTA CRISTIANOS

     Jesús emplea de manera ingeniosa e ilustrativa la imagen de dos elementos sumamente familiares para todos: puertas y caminos. Era muy difícil que nadie supiese en qué consistía cada uno de estos conceptos de la vida cotidiana: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.” (Mateo 7:13-14).   Existe un claro paralelismo entre dos declaraciones diametralmente opuestas: dos puertas, una estrecha y otra ancha; dos caminos, uno angosto y otro espacioso; dos clases de personas que entran por las puertas, los pocos y los muchos; y dos destinos que se abren de par en par tras entrar por cada puerta, la vida o la perdición. Además de este paralelismo tan nítido y fácil de ver, también existe una paradoja que da mucho que pensar: la puerta estrecha es la que lleva a la vida, y siendo que ésta es mejor que perderse, sin embargo, son pocos los que la franquean; y la puerta ancha que lleva a la perdición es la más apetecible por la gran multitud que transita por las avenidas del camino espacioso.

     Fijémonos primeramente  en el detalle: Jesús nos apremia para que entremos por la puerta estrecha. No se trata de una sugerencia, ni de una opción que sopesar. De hecho, en Lucas 13:24-25, Jesús dice “esforzaos”, es decir, “haced lo posible y lo imposible por entrar por la puerta estrecha”. Para Jesús hacerlo es una cuestión de vida o muerte, y más aún si esa puerta que hoy permanece abierta para quien quiera entrar, porque, como dice Jesús, “muchos procurarán entrar, y no podrán.” ¿Cómo será esto? El tiempo para que Cristo regrese y el juicio final sean una realidad ha sido ya prefijado por Dios, y cuando llegue el momento de cerrar el capítulo final de la historia, la puerta se cerrará definitivamente. Aquellos que vean con terror y miedo cómo sus conductas y vidas transitaron por los caminos amplios y espaciosos del pecado, no podrán ya retractarse ni arrepentirse, dado que tuvieron tiempo para hacerlo y no respondieron positivamente a la invitación de vida eterna ofrecida gratuitamente por Jesús. Poca gente entra por la puerta estrecha, precisamente porque el camino que lleva a ella es angosto, duro, difícil y áspero, ya que así es la vida cristiana a ojos de los incrédulos que prefieren conducir sus ferraris de ostentación, lujuria y provocación a la santidad de Dios sin saber que el precipicio se abre ante ellos cuando crucen la puerta ancha que huele a fuego y azufre.

     Ser discípulos de Cristo supone tener que vivir vidas de renuncia, de sacrificios, de resistencia a la tentación sensual que nos ofrece el mundo, de sufrimiento por la causa de Dios, de perseverancia esforzada mientras luchamos a brazo partido con lo que el sistema mundial podrido y corrupto considera correcto, bien visto y tolerable. La puerta a la que aspiramos llegar es la puerta que nos permite entrar en el redil de las ovejas de Cristo. Y no existen ni atajos, ni muros por los que trepar, ni paredes que taladrar para poder entrar en el lugar reservado para aquellos que dijeron sí a Cristo como su Señor y Salvador: “El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, ése es ladrón y salteador.” (Juan 10:1). Los ladrones y salteadores solo buscan comerciar con la espiritualidad humana, destruir la fe en Cristo y arrebatar de las manos de Dios a los incautos que se dejan absorber por la corriente de este mundo perdido. Ellos no tienen entrada por la puerta estrecha, puesto que su camino sigue siendo el de la ética situacional, de la religiosidad hecha a medida de sus filias y fobias, de la espiritualidad engañosa del corazón que silencia la conciencia que les acusa. Solamente en Jesús encontramos la verdadera puerta que anhela nuestra alma cansada, hambrienta y sedienta de vida eterna: “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos.” (Juan 10:9).

C.      SOLO EXISTE UN CAMINO Y UNA PUERTA A LA SALVACIÓN: CRISTO

     ¿Ante quiénes se abre la puerta estrecha? Apocalipsis 3:8 nos da la respuesta hablando a una de las iglesias: “Yo conozco tus obras; he aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre.” El Dios que conoce de sobra, tanto nuestras hazañas y buenas acciones, como nuestra debilidad y escualidez espiritual, abre, ante aquellos que son obedientes a sus mandamientos y que no se postran ante los que intentan seducirlos con conducir sus vidas por el camino espacioso de su egocentrismo, la puerta que lleva a la plenitud de vida. El discípulo que vive por encima de la norma impuesta por el orden mundial gobernado en las sombras por Satanás, y por encima de las normas de comportamiento que se subyugan a la satisfacción de los apetitos más absurdos y desorbitados que propone la naturaleza carnal y pecaminosa del ser humano, reconoce en Cristo la puerta por la que ha de entrar, y el camino que le lleva directamente al Padre. Ante la aparente ignorancia del papel que Jesús juega en el esquema del plan de salvación de Dios por parte de algunos de sus seguidores más íntimos, el maestro de Nazaret realiza la siguiente afirmación, la cual rompe completamente con el sistema ideológico y de pensamiento que predica la proliferación de caminos que llevan a la realización total del ser humano: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis. Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino. Le dijo Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino? Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto.” (Juan 14:1-7). Solo existe un camino que lleva a una sola puerta, la cual se abre directamente en el Reino de los cielos.

D.     EL COSTE DE CAMINAR CON CRISTO HACIA LA PUERTA DE LA VIDA ETERNA

     Una pregunta que surge sobre esta poca proclividad a caminar por la senda angosta y entrar por la puerta estrecha es: ¿Por qué las personas, aun a sabiendas que conducen a la vida eterna, prefieren recorrer las amplias autovías cuyo destino final es la puerta que es boca del mismísimo infierno y el tormento eterno? Si queremos ser escuetos en la respuesta, no queda más remedio que decir que el ser humano es así, se inclina siempre a velar egoístamente por la consecución de lo que le parece correcto, satisfactorio y placentero, pecando contra Dios y contra sus semejantes para lograr sus intereses personales, y rechazando la oferta de gracia que Jesús hace en este tiempo para que reconduzcan sus vidas y puedan ser salvos. Además, si nos ceñimos al empleo que se hace de la palabra “camino” en el libro de Hechos de los Apóstoles, nos daremos cuenta de que ser discípulo de Jesús no era precisamente un camino de rosas sin espinas, ni un camino de color de rosa. Analicemos algunos de esos pasajes bíblicos y hallaremos los inconvenientes de aceptar por fe la gracia de Dios viviendo según el camino marcado y encarnado por Jesucristo. Si eras parte de este Camino con mayúsculas, es decir, si eras un cristiano en el primer siglo, estabas expuesto entre otras cosas a la prisión (Hechos 9:2), a ser maldecido (Hechos 19:9), a provocar disturbios a causa de tu predicación del evangelio (Hechos 19:23), a ser perseguido ferozmente por personas como el propio Pablo antes de encontrarse cara a cara con Jesús (Hechos 22:4), o a ser considerado un hereje de tomo y lomo (Hechos 24:14). Como podemos ver, ser un cristiano no es que estuviera en los primeros lugares de preferencia de los habitantes del Imperio Romano, del mismo modo que no lo es en la actualidad, vista la escasa atención y seriedad con la que mucha gente se toma el asunto de acabar con sus huesos en el infierno o de entrar victorioso en el cielo.

CONCLUSIÓN

     Dos puertas se alzan ante ti. Pero antes de entrar por alguna de ellas, examina tu camino. ¿Es ese camino un camino abierto, espacioso y bien asfaltado? ¿Es cómodo, sosegado y libre de peajes y obstáculos? Preocúpate entonces, porque ese camino es el camino que lleva a la puerta de la perdición y la condenación eternas. Es el camino por el que pasean las multitudes aborregadas y engañadas por el adversario de todos los seres humanos, aquel que susurra a tu oído con astucia que lo mejor es vivir sin Dios, sin nadie que te diga qué debes hacer. Es el camino de los esclavos del pecado, de aquellos que creen ser libres cuando en realidad están encadenados a sus propias concupiscencias, a la voluntad de otras personas más inteligentes y listas que ellas. Es el camino en el que a pesar de su apariencia atractiva y seductora, se termina abruptamente en el abismo insondable del tormento sin final. Es el camino que huele a chamusquina a kilómetros de distancia, pero cuyo hedor se intenta cubrir con el perfume del deleite desenfrenado y la inmoralidad desmedida. 

       Si este es hoy tu camino, no seas insensato, y quieras seguir los pasos de aquellos que han perdido por completo cuerpo y alma al venderlos a Satanás, el padre de la mentira y homicida por antonomasia. Ven a Cristo. Deja tu camino y únete a los pocos que tenemos la esperanza y certeza de franquear la puerta que da entrada a la vida eterna, a la salvación y al amor inconfundible de Dios. Hazlo y no te arrepentirás nunca, incluso cuando el camino sea abrupto, esté erizado de peligros y amenazas, y sea angosto. La puerta es el premio y la recompensa a toda una andanza por la vida que se somete a Dios y decide aceptar por fe el sacrificio vicario de Cristo en la cruz del Calvario. “Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones.” (Hebreos 3:7, 8) y “Buscad al Señor mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase al Señor, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar.” (Isaías 55:6-7).

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