DISTINTO EN MIS FRUTOS





SERIE DE SERMONES SOBRE EL SERMÓN DEL MONTE “DISTINTOS: VIVIENDO POR ENCIMA DE LA NORMA”

TEXTO BÍBLICO: MATEO 7: 15-20

INTRODUCCIÓN

       Martín era apóstol de la Iglesia Universal del Corazón de Cristo. Miles de personas se agolpaban cada domingo para poder escuchar y ver a este siervo de Dios, además de ser testigos de maravillosos milagros y espectaculares efectos musicales y audiovisuales. Había construido un auténtico imperio televisivo, sus libros devocionales se vendían como rosquillas, e incluso había realizado alguna que otra incursión en el mundo de la música de alabanza. Las multitudes bebían de cada una de sus predicaciones, y el culto a la persona llegó a superar con creces la adoración debida a Dios. En su megalomanía creciente, comenzó a manifestar abiertamente que recibía revelaciones directas de Dios que todos sus seguidores debían acatar a machamartillo, que había estado durante un par de horas en el cielo y en el infierno contemplando ambos destinos eternos, que había echado unas partidas de póker con Cristo, y que al Espíritu Santo le encantaba el reggetón. Además, como no le bastaba el nivel de vida que llevaba, nada espartano, la verdad, declaró en el nombre de Dios que el Espíritu Santo le había confirmado su pertenencia a la tribu de Leví, cosa que hacía de su persona la única capaz y certificada para recoger y administrar el diezmo y las ofrendas a su antojo. Sus mensajes dominicales cada vez más tenían un tinte edulcorado que rozaba peligrosamente la autoayuda y la psicología barata, aunque la gente no ponía en tela de juicio sus discursos salpicados de Biblia a causa de la concepción que se tenía de que el ungido de Dios era intocable se mirase por donde se mirase.

     Un creyente con dos dedos de frente, una pizca de sentido común y una buena base bíblica y teológica sabría de buenas a primeras que Martín no era ni un apóstol, ni un profeta, ni un levita, ni un salmista. Martín era un sinvergüenza de primera división. Era un lobo encandilando a las ovejas con su cháchara pseudocristiana para ir devorando sus bolsillos, sus mentes y su fe. Era un charlatán que se aprovechaba de la esperanza de muchos por ser sanados a través de sus supuestos dones carismáticos. Era un “listo”, en términos despectivos, que no dudaba en absorber sin miramientos la admiración y la reverencia de muchas personas a fin de labrarse un nombre y una buena cartera de inversiones. Era, en definitiva, un falso profeta que pretendía, y lograba, el aplauso del mundo, codeándose con los más famosos deportistas, los políticos más influyentes y los empresarios más exitosos, a fin de seguir puliendo su imagen ante sus acólitos. 

     Si alguna de estas descripciones de lo que supone ser un falso profeta en estos tiempos nuestros, coinciden con la realidad, solo es pura casualidad. No hace falta escarbar demasiado en el contexto del mundo evangélico para encontrarnos con personajes faranduleros, comerciantes de la fe cristiana, vendedores de humo que se autoproclaman apóstoles y profetas para incrementar sus fondos personales, ungidos del Señor con capacidades y habilidades presuntamente sobrenaturales, y milagreros que tiran del hilo de la desesperación humana para hacerse un traje a medida con las ofrendas inocentes de hombres y mujeres angustiados. A lo largo de los siglos, siempre hubo quién sacó tajada de lo espiritual, de la religión y de la trascendencia. Sin dar nombres, sabremos que individuos perversos, deleznables, de conductas desenfrenadas y ansias de poder, intentaron, y consiguieron, engañar a muchedumbres con sus proclamas demagógicas y sus trucos de magia. Sin embargo, podríamos afirmar sin equivocarnos que, en los dos últimos siglos la proliferación de personajes relacionados con falsas profecías, anti-bíblicas y cimentadas en la experiencia personal, ha sido asombrosamente abrumadora.

A.     PELIGRO: FALSO PROFETA 

     Jesús ni quiere que caigamos en el error de ser como ellos, ni desea que nos dejemos influenciar por sus tejemanejes proféticos. Su advertencia es clara y contundente, para que luego no podamos decir que no se nos avisó de esta clase de personajes: “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces.” (v. 15). Cuando Jesús dice que nos guardemos de estos pseudovoceros de Dios, nos está aconsejando fervientemente que evitemos cualquier clase de relación con ellos. Sus intenciones ocultas están tan bien maquilladas por su apariencia de piedad y respetabilidad que nos pueden hacer caer en la trampa de la confianza y la buena fe para con ellos. El motivo profundamente escondido de sus corazones no es otro que devorar nuestra fe en Dios, alimentarse astutamente del contenido de nuestras cuentas bancarias, nutrirse del placer que otorga el poder sobre las masas, y relamerse tras deglutir nuestras mentes incautas. En su aspecto externo parecen ser nuestros hermanos, ovejas del redil de Dios, compañeros de fatigas en la obra del Señor, conocedores de la Palabra de Dios de principio a fin, amables hasta el empalagamiento, pero en realidad son lobos que cazan a aquellos que se dejan llevar por su labia religiosa, sus supuestas artes curativas y sus revelaciones verticales.

B.      LA LEY DE LA COHERENCIA PROFÉTICA

      No es tan fácil reconocer a esta clase de profetas del interés propio. Son sutiles en su engaño y disfrazan convenientemente cada uno de sus movimientos estratégicos. Sin embargo, Jesús nos ofrece un consejo que, no por breve y lógico, deja de ser un parámetro sumamente útil y válido para hacer una criba profética: “Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos.” (vv. 16-18). La clave está en la coherencia. Tal vez el falso profeta de turno pueda engatusar y encantar durante un tiempo a las personas, pero no lo dudemos, tarde o temprano saldrá a relucir el lobo que vive dentro de la ovejita lanuda de fachada inocente y piadosa. La motivación astuta y rastrera que se halla tras la profecía que comunica al mundo, se va a concretar de alguna manera. Si el supuesto profeta profetiza algo, y esto no se cumple, es un falso profeta. Si el presunto profeta no vive lo que profetiza, es un falso profeta. Si el candidato a profeta profetiza algo, y esto no está en consonancia con las enseñanzas bíblicas, es un falso profeta. Si el profeta profetiza ambiguamente para edulcorar el juicio de Dios a fin de que nadie se sienta ni aludido ni ofendido, es un falso profeta. Si el profeta posee un tren de vida que supera al de aquellos que se matan a trabajar y sufren para llegar a fin de mes para entregarle su ofrenda, es un falso profeta. Si el profeta se arroga una serie de prerrogativas apostólicas o mesiánicas para controlar al cotarro y alzarse así como un semidios o un dios entero, es un falso profeta. No hay más. El resultado de su vida, de sus actitudes y de sus palabras lo habrán de desenmascarar más pronto que tarde, porque se pilla antes a un mentiroso que a un cojo.

      Jesús alude a la naturaleza para ilustrar esta idea. De los espinos solo sacaremos pinchos que laceran nuestra piel y nuestra carne, pero por mucho que nos empeñemos en buscar entre sus punzantes ramas dulces uvas para comer, no lo lograremos. De los abrojos exactamente lo mismo. Sus frutos son espinosos y rastreros, incomibles, y por mucho que nos afanemos en querer que den higos tiernos y sabrosos, no lo conseguiremos. Cada especie de plantas y árboles da lo que tiene que dar. Lo demás es esperar lo imposible. Del mismo modo, no podemos esperar lo bueno de esta clase de personas que abduce a miles de personas con sus nuevas revelaciones, recién salidas del horno del cielo. Recientemente, con motivo del huracán Irma, un famoso predicador y profeta de Florida, no fue capaz de dar hospedaje a miles de familias que debían dejar sus hogares, teniendo un templo con capacidad para decenas de miles de asistentes. Como se suele decir por estas tierras: “D´on no hi ha, no es pot traure.” El agricultor que conoce la esencia y naturaleza del desarrollo y cultivo de árboles frutales, no se va a llevar el chasco de no encontrar uvas e higos en arbustos y espinos. De un ginjoler no se puede recolectar kakis o naranjas. No se llevará a engaño porque conoce perfectamente, por experiencia y estudio natural, que existen árboles que no dan buen fruto y árboles que fructifican para el beneficio de nuestros estómagos.

C.      EL DESTINO FINAL DE LOS FALSOS PROFETAS

      El destino que espera a esta caterva de engañadores y ladrones de la esperanza ajena es el mismo que espera a esos árboles que solo consumen nutrientes, agua y abonos, pero que no van a dar el fruto apetecido: “Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego.” (v. 19). Este es un aviso para navegantes, un consuelo de justicia para aquellos que han sido defraudados y timados por esta especie de maleantes y chupópteros espirituales, y una advertencia condenatoria para los que desean enriquecerse a costa de las creencias sinceras de muchos cristianos. A veces, estos falsos profetas han sido derribados por otros que codiciaban su posición y estatus, otras veces, ellos mismos se fueron degradando y decayendo a causa de sus apetitos infames y depravados, y otras, las autoridades civiles los han pillado con las manos en la masa en algún chanchullo relacionado con el sexo, el dinero o las adicciones. Pero, aun cuando sonase terrible para ellos tener que perderlo todo, pasar a la sombra una buena temporada o ser señalados burlescamente con una mirada de sospecha, lo peor llegará cuando Dios mismo los juzgue y los entregue al fuego del infierno, ya que fueron piedras de tropiezo para muchas personas que genuinamente quisieron acercarse a Cristo. Dios no puede ser burlado.

CONCLUSIÓN

      Jesús vuelve a enfatizar de nuevo la idea de la ley de la coherencia para reconocer a los sinvergüenzas que juegan con nuestra fe y que negocian con el dinero que tanto cuesta conseguir usando tácticas de distorsión bíblica y revelatoria: “Así que, por sus frutos los conoceréis.” (v. 20). La Palabra de Dios nos hace entrega de todas las evidencias propias de los falsos profetas, y hemos de tenerlas siempre en cuenta y delante de nosotros para discernir qué clase de personas que se hacen llamar pastores, apóstoles, profetas, y maestros entran por nuestras puertas. Aquel supuesto profeta que provoca a la división, a la confusión y al desorden debe ser expulsado de en medio de nuestra congregación. 

       Nuestros oídos deben estar familiarizados con la Palabra de Dios y guiados por el Espíritu Santo para no caer en las añagazas de los lobos que merodean nuestro entorno buscando meter mano en el alfolí de la iglesia. Nuestros corazones han de estar preparados para no sucumbir a las melifluas palabras de la persuasión carnal ni a extravagantes manifestaciones místicas y extáticas. Nuestras bocas deben estar prestas para rebatir las afirmaciones tendenciosas y fraudulentas que contradicen la revelación bíblica. Nuestros ojos han de constatar de qué pie calzan estos supuestos profetas, notando los frutos que resultan de su vida. Seamos distintos en nuestros frutos, deseando y produciendo el fruto del Espíritu Santo, y así, por comparación, no habrá lugar para el error cuando tratemos con un individuo de la calaña de los lobos con piel de cordero como Martín.
    

Comentarios

Entradas populares