DISTINTO EN MIS PRIORIDADES
SERIE DE SERMONES SOBRE EL SERMÓN DEL
MONTE “DISTINTOS: VIVIENDO POR ENCIMA DE LA NORMA”
TEXTO BÍBLICO: MATEO 6:19-21
INTRODUCCIÓN
Alguien dijo en una ocasión que las
prioridades en la vida son las que modelan la calidad con la que vives tu vida.
Dependiendo de qué orden de prioridades hayas trabajado e incorporado a tu
dinámica vital, así de equilibrada o desequilibrada tendrás la senda de tu
existencia sobre la faz de la tierra. Existen tantas prioridades como seres
humanos, y por lo tanto, todo análisis de las mismas debe partir de un examen
interno y a conciencia que cada persona debe realizar para encauzar su vida
para alcanzar la felicidad completa, si ésta realmente existe en esta tierra.
No cabe duda de que hay una relación más general de prioridades en las que toda
la humanidad coincide. Existen determinados asuntos que, sin especificar y
pulir individualmente, nos atañen a todos, y que han de ser considerados en
primer lugar para después afinar en las especialidades y casuísticas que los
acompañan. La pregunta de partida, en lo que a las prioridades de la vida se
refiere, debe ser la siguiente: ¿Qué colocas como piedra angular de tu vida en
términos de prioridades?
1. CLASES DE PRIORIDADES HUMANAS
Algunos contestarán que su primera
prioridad es ser alguien en la vida, en la estructura social, en el enjambre
del mundo. Su búsqueda más ansiosa trata de alcanzar el poder o la posición
social, y después de llegar a la cúspide o a una estabilidad en la capacidad de
ejercer influencia sobre la sociedad, tratarán de ir llenando el resto de
prioridades menores. Claro, desear transitar por los corredores del poder
implica en muchos de los casos menospreciar, pisotear o eliminar a los
adversarios en esa carrera por lograr ser alguien importante al que obedecer y
bajo el que someterse. Sin embargo, esta prioridad solo lleva a la soledad del
odiado, al arribismo salvaje y al vacío enorme que queda cuando se te despoja
de tu potestad e imperio. Isaías recuerda a los poderosos de este mundo que
existe otro ser mucho más poderoso que ellos y que los descabalgará de su
orgullo en el día del juicio: “Él
convierte en nada a los poderosos, y a los que gobiernan la tierra hace como
cosa vana. Como si nunca hubieran sido plantados, como si nunca hubieran sido
sembrados, como si nunca su tronco hubiera tenido raíz en la tierra; tan pronto
como sopla en ellos se secan, y el torbellino los lleva como hojarasca.” (Isaías
40:23-24). Salomón quiso apoyarse en la gloria y el dominio de personas, “y fui engrandecido y aumentado más que
todos los que fueron antes de mí en Jerusalén… Y dije en mi corazón, que
también esto era vanidad.” (Eclesiastés 2:9, 15)
Otros pensarán que las riquezas
materiales, el oro y la plata, lo puramente económico y financiero es su mayor
fin en la vida. Luchan, se parten el alma, arriesgan lo que es suyo y lo de los
demás también, recurren a tretas de dudosa ética y legalidad, se aprovechan de
las lagunas normativas, embaucan a la sociedad con sus promesas de rentabilidad
y beneficios insuperables, mienten prodigiosamente en sus declaraciones de
bienes y patrimonio, defraudan sin miramientos ni vergüenza, y pervierten sus
posiciones de servidores públicos para arramblar con todo lo que se ponga a su
alcance. Solo quieren ser ricos, ya que como algunos de estos individuos no se
cansan de repetir, el dinero es poder y compra la felicidad ya hecha. Desde sus
castillos y palacios lujosos piensan que tienen la vida solucionada hasta que o
la justicia los pilla, u otros ladrones como ellos les roban, y como suele
decirse, un ladrón que roba a otro ladrón, tiene cien años de perdón. Las
riquezas no logran llenar el hueco existencial aunque pueda parecer todo lo
contrario. Salomón probó de este manantial engañoso, y he aquí su experiencia: “Me amontoné también plata y oro, y tesoros
preciados de reyes y de provincias… Miré yo luego todas las obras que habían
hecho mis manos, y el trabajo que tomé para hacerlas; y he aquí, todo era
vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del sol.” (Eclesiastés
2:8, 11)
Salomón fue un hombre que probó todos los
caminos habidos y por haber para centrar y saborear la vida, y del mismo modo
que recurrió al poder y a las riquezas, también quiso fundar su felicidad en
disfrutar de todos los placeres existentes, pero también se dio cuenta de su
error: “Dije yo en mi corazón: Ven
ahora, te probaré con alegría, y gozarás de bienes. Mas he aquí todo esto era
también vanidad. A la risa dije: Enloqueces; y al placer: ¿De qué sirve esto?”
(Eclesiastés 2:1, 2) Ni qué decir que cimentar su satisfacción y
realización personal en la fama y el renombre tampoco sació su alma. Comprendió
que uno podía matarse a trabajar y enfocarse únicamente en su empleo, para ver
en el futuro que todo este esfuerzo sería dilapidado por otros que no tendrían
memoria de su gasto de energías. Entendió que todo cuanto pudiese dejar para la
posteridad y para que su nombre nunca fuese olvidado por la historia de la
humanidad, sería posiblemente recogido por otras personas que lo destruirían y
malbaratarían: “Asimismo aborrecí todo
mi trabajo que había hecho debajo del sol, el cual tendré que dejar a otro que
vendrá después de mí. Y ¿quién sabe si será sabio o necio el que se enseñoreará
de todo mi trabajo en que yo me afané y en que me ocupé debajo del sol mi
sabiduría? Esto también es vanidad.” (Eclesiastés 2:18, 19).
Como último ejemplo de prioridades,
existen muchas personas que solo anhelan conocer y acumular ingentes cantidades
de información y ciencia. Creen que de ese modo, sabiéndolo todo o casi todo
sobre todas las cosas y en todas las áreas del conocimiento, estarán más que
preparados para encarar cualquier circunstancia de la vida que se les presente.
De nuevo, el Predicador, el rey Salomón, expone su experiencia en ese campo
para eliminar de su ecuación la obsesión por saber y convertirse en un erudito
de talla mundial: “El sabio tiene sus
ojos en su cabeza, mas el necio anda en tinieblas; pero también entendí yo que
un mismo suceso acontecerá al uno como al otro. Entonces dije yo en mi corazón:
Como sucederá al necio, me sucederá también a mí. ¿Para qué, pues, he trabajado
hasta ahora por hacerme más sabio? Y dije en mi corazón, que también esto era
vanidad. Porque ni del sabio ni del necio habrá memoria para siempre; pues en
los días venideros ya todo será olvidado, y también morirá el sabio como el
necio.” (Eclesiastés 2:14-16).
2. PRIORIDADES TERRENALES
Entonces, si ni el poder, la fama, el
trabajo duro, la sabiduría, las posesiones materiales, pueden colmar y llenar
ese vacío existencial que todo ser humano tiene, lo quiera reconocer o no,
¿cómo podemos afirmar y asegurar nuestras vidas con prioridades que realmente
valgan la pena? La respuesta, una vez más, nos la brinda Jesús: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde
la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan.” (v. 19).
Del mismo modo que en los versículos anteriores referidos a la oración, la
limosna y el ayuno, Jesús vuelve a recurrir a la estrategia del contraste.
Primero comenta qué no hemos de hacer, y luego exhorta a que hagamos lo
correcto y lo agradable ante los ojos de Dios. ¿Qué no hemos de hacer cuando la
cuestión versa sobre las prioridades de nuestra vida? En primer lugar, no
debemos hacernos tesoros en la tierra. Esto quiere decir que nosotros mismos
somos los que decidimos qué o quién reina sobre nosotros, qué o quién es
nuestra prioridad mientras existimos en este plano terrenal, qué o quién ocupa
el trono de nuestro ser.
Nuestros tesoros son nuestras
prioridades. ¿Qué nos habrá de dar felicidad en este mundo? ¿Sobre qué base
comenzaremos a construir nuestras vidas? ¿Cuál es el objetivo principal de
nuestra estancia sobre la faz de la tierra? Ese será nuestro tesoro. Como vimos
al principio, este tesoro no es necesariamente un tesoro hecho de doblones de
oro, de coronas enjoyadas o de cetros dorados. Nuestro tesoro puede ser el
poder, el sexo, el dinero, la familia, el trabajo, el conocimiento, la fama,
los amigos, nuestro aspecto físico, la salud, el entretenimiento, el placer, el
alcohol o la droga. Todo cuanto antepongamos al resto de asuntos de nuestra
vida se convierte en nuestro tesoro, en nuestro becerro de oro ante el que damos
cuenta de lo que hacemos, decimos o pensamos. Y así, nos convertimos en Golums
que susurran con ojos inyectados en sangre que ese es “mi tessssoooooroooooo”, un tesoro al que no estamos dispuestos a
renunciar pase lo que pase. No tenemos ojos para otras cuestiones importantes;
solo para nuestro tesoro.
En segundo lugar, no hemos de confiar en
esos tesoros que guardamos y protegemos con tanto celo, puesto que éstos son
tesoros susceptibles de deteriorarse, de corromperse, de debilitarse, de
decepcionarnos, y hasta de desaparecer. Son tesoros que pueden apolillarse,
como esos vestidos caros y suntuosos que solo los más pudientes pueden comprar,
pero que son alimento y pasto de pequeños insectos voladores que los echan a
perder con el paso del tiempo. Podemos intentar aferrarnos a esos ropajes que
nos hacen aparentar ante los demás nuestro alto estatus de vida, pero el tiempo
y las circunstancias los carcomerán hasta mostrar nuestra verdadera desnudez
ante el mundo. Son tesoros que el óxido corrompe y hace inservible, que lo
devalúa hasta hacerlo común y sin valor. Nuestros tesoros terrenales son
efímeros. Hoy están y mañana no. La influencia del orín relativo del
pensamiento humano sobre lo que es valioso o no es tan cambiante como
caprichoso, y lo que hoy tuvo un altísimo precio, mañana solo será un papel
serigrafiado que no valdrá absolutamente nada. Son tesoros que otros ansían
arrebatarnos. Siempre ha existido, existe y existirá un marcado espíritu de
ambición, avaricia y codicia en aquellos que desean lo que tenemos. Los
ladrones están al acecho para hacer un butrón en la pared donde se halla la
caja fuerte de nuestro tesoro. Si tenemos dinero, nos lo robarán; si tenemos
poder, intentarán defenestrarnos; si tenemos fama, otros querrán difamarnos.
Este es el juego de los tesoros: siempre habrá alguien dispuesto a derribarte
de tu baluarte para conseguir lo que tienes. Vista esta panorámica de hacernos
tesoros en la tierra, no parece muy buena idea querer priorizar lo material, lo
aparente y lo caduco sobre otros tesoros que son mucho más valiosos y
apreciados por su vertiente eterna, celestial y perenne. Además Santiago nos
describe la imprudencia de hacernos tesoros materiales mientras explotamos a
nuestros congéneres: “Vuestras riquezas
están podridas, y vuestras ropas comidas de polilla. Vuestro oro y plata están
enmohecidos; y su moho testificará contra vosotros, y devorará del todo
vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado tesoros para los días postreros.”
(Santiago 5:2, 3)
3. PRIORIDADES CELESTIALES
Jesús, después de advertirnos sobre no
enfocarnos en las prioridades que solo habrán de desilusionarnos y
defraudarnos, quiere que nos hagamos con otra clase de tesoros que encajan
perfectamente con el equilibrio vital y la satisfacción espiritual: “Sino haceos tesoros en el cielo, donde ni
la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones ni minan ni hurtan.” (v. 20) ¿Qué
son estos tesoros celestiales? Es la humildad y la dependencia de Dios en vez
de poder y posición social. Es dar a los pobres y a los menesterosos en vez de
acumular riquezas en nuestras arcas polvorientas. Es gozar de la sexualidad en
el marco del matrimonio en vez de hacerlo desde la indiscriminada impudicia y
lujuria que vemos en los medios de comunicación. Es traer a la familia y las
amistades a Cristo en vez de que la familia o los amigos te coaccionen para que
renuncies a tu fe. Es adquirir sabiduría de lo alto para discernir entre el
bien y el mal, en vez de acumular información teórica que no se concreta en lo
práctico y lo ético. Es ser reconocido por el amor hacia el prójimo y hacia
Dios como discípulo de Cristo, en vez de ser famoso por escándalos,
estrafalarias conductas y opiniones necias. Es cuidar de uno mismo como templo
del Espíritu Santo sin obsesionarse por el cuerpo y la estética desmedida que
esta sociedad predica. Es disfrutar de la vida sanamente, sin dejar de servir a
Dios, teniendo un tiempo de calidad con familia, amigos e iglesia, en vez de
dejarse absorber por el entretenimiento adictivo, las sustancias estupefacientes
y el consumo de alcohol exacerbado. Son estos los tesoros que no pasan de moda,
que no dejan de ser, que llenan tu ser completamente, que compaginan lo mejor
de tu estancia sobre la tierra con la gloria celestial que nos aguarda. Son
perdurables, irrompibles y siempre intactos sea cual sea la situación por la
que estés pasando. Estos son los tesoros que nadie podrá robarte o quitarte,
porque los ladrones y cacos que los desean, han sido vencidos por la cruz de
Cristo.
CONCLUSIÓN
¿Queremos saber que predomina en nuestras
vidas y cuáles son nuestras prioridades? Jesús nos aconseja que hagamos un
examen sincero de lo que nos satisface y de lo que son nuestros verdaderos
sueños para el futuro: “Porque donde
esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.” (v. 21) ¿Dónde
está tu tesoro? ¿Dónde está tu corazón? ¿Está en Dios o en las cosas de este
mundo? ¿Cuál es tu mayor prioridad: Cristo o tus deseos egoístas? ¿A qué
dedicas tu tiempo, energías y capacidades? ¿A manifestar que eres discípulo de
Cristo o a testificar que eres uno más del montón, alguien que no vive por
encima de la norma, sino que se ha acomodado a vivir según los dictados de lo
que te ofrece este mundo? No dejes que tu corazón se aleje del Señor, no
permitas que otros ídolos y dioses perecederos gobiernen tu vida. Comprende que
tu verdadero tesoro debe ser Dios por encima de todas las cosas, y después tu
familia, y tras ella, tu familia en la fe. Si eres sabio y prudente en guardar
todas estas prioridades en tu corazón, no temas nada de polillas, de óxidos ni
de ladrones nocturnos. Y no olvides la promesa de Dios en Filipenses 4:19: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme
a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús. Al Dios y Padre nuestro sea gloria
por los siglos de los siglos. Amén.”
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