DISTINTO EN MI AYUNO
SERIE DE SERMONES SOBRE EL SERMÓN DEL
MONTE “DISTINTOS: VIVIENDO POR ENCIMA DE LA NORMA”
TEXTO BÍBLICO: MATEO 6:16-18
INTRODUCCIÓN
Desde que tengo uso de razón siempre he
estado intrigado por la disciplina cristiana del ayuno. He escuchado distintas
interpretaciones acerca de su utilidad y de cómo debe llevarse a cabo. He oído
de ayuno alimentario, de ayuno de redes sociales, de ayuno sexual, de ayuno televisivo
y de ayuno intelectual. Además, en cada congregación se ha venido a promover lo
que se conoce como vigilias de ayuno y oración, en las que los participantes
optan por pasar un tiempo en comunidad sin las distracciones propias de la
comida o cualquier otro entretenimiento que pudiese mermar la capacidad de
escuchar la voz de Dios. Lo que es ciertamente lamentable es que este ejercicio
devocional se convierte en muchas ocasiones en una especie de filtro de
espiritualidad que elitiza a algunos miembros de la iglesia en detrimento de
otros. Es como una especie de estadio místico que caracteriza a aquellos que
están un peldaño más arriba que el resto en la comunidad de fe, y se pasa de
buscar un correcto y equilibrado sentido de este acto, a convertirlo en un fin
en sí mismo, institucionalizándolo y ritualizándolo hasta dejarlo desprovisto
de su utilidad primigenia. Israel, a lo largo de su historia religiosa, es un
claro exponente de esa tendencia automática por alcanzar el favor de Dios a
través de ceremonias que perseguían apaciguar a Dios o lograr algún tipo de
favor.
1. MOTIVACIONES DEL AYUNO BÍBLICO
El ayuno, o “privación total o parcial de comida y bebida durante un tiempo por
motivos religiosos”, también fue un asunto que preocupó a Jesús, de tal manera
que dedicó alguna de sus enseñanzas a observarlo desde la pureza del corazón y
desde la intimidad personal. Aunque el ayuno congregacional tiene similitudes
con los objetivos y motivos propios del ayuno individual, es preciso realizar
una serie de aclaraciones bíblicas en torno a su razón de ser. Una de las
motivaciones que registramos en las Escrituras para dedicar un tiempo al ayuno
y la abstinencia se refiere al duelo y a la aflicción corporal y anímica. Este
es el caso de David, el cual, al ser atosigado y acosado por sus enemigos,
recurre al ayuno y la oración solicitando de Dios su vindicación, pero poniendo
de relieve, no una táctica de concentración espiritual, sino una de
mortificación del cuerpo en la que muestra su estado lamentable a los ojos de
su Señor: “Se levantan testigos
malvados; de lo que no sé me preguntan; me devuelven mal por bien, para afligir
a mi alma. Pero yo, cuando ellos enfermaron, me vestí de cilicio; afligí con
ayuno mi alma, y mi oración se volvía a mi seno. Como por mi compañero, como
por mi hermano andaba; como el que trae luto por madre, enlutado me humillaba.”
(Salmos 35:11-14). De nuevo, el salmista ayuna en vista de que ha llegado a
convertirse en la diana de aquellos que atacan a Dios mismo: “Porque me consumió el celo de tu casa; y
los denuestos de los que te vituperaban cayeron sobre mí. Lloré afligiendo con
ayuno mi alma, y esto me ha sido por afrenta.” (Salmos 69:9-10). El rey
Darío realiza este mismo ejercicio luctuoso, lo cual nos da evidencia de que el
ayuno no era solamente una cuestión propia del judaísmo, cuando echa a Daniel
al foso de los leones muy a su pesar: “Luego
el rey se fue a su palacio, y se acostó ayuno; ni instrumentos de música fueron
traídos delante de él, y se le fue el sueño.” (Daniel 6:18).
Otra modalidad de ayuno particular
aparece en la escena bíblica con el objetivo de acompañar a la confesión y
arrepentimiento de los pecados propios. Es Daniel mismo un rotundo exponente de
esta actitud de humildad y reconocimiento de la oscuridad del alma humana: “Y volví mi rostro a Dios el Señor,
buscándole en oración y ruego, en ayuno, cilicio y ceniza. Y oré al Señor mi
Dios e hice confesión diciendo: Ahora, Señor, Dios grande, digno de ser temido,
que guardas el pacto y la misericordia con los que te aman y guardan tus
mandamientos; hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho impíamente, y
hemos sido rebeldes, y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus
ordenanzas.” (Daniel 9:3-5). El ayuno, por tanto, se considera como un
símbolo de contrición y de solicitud humillada de perdón por causa de los
pecados cometidos en contra de la voluntad de Dios.
Jesús introduce una variante más al ayuno
cuando comisiona a sus discípulos para predicar el mensaje del Reino de Dios en
las aldeas y poblaciones de Judea. Ante la tristeza e impotencia de la
declaración de algunos de sus seguidores, de no poder vencer y exorcizar a
algunos demonios de personas encadenadas por la maldición satánica, Jesús
relaciona su carencia de fe con su fracaso. La oración y el ayuno se supeditan
a la cantidad de fe que el sujeto tiene en que Dios obrará poderosa y
prodigiosamente en determinadas circunstancias que desbordan la capacidad
humana como es expulsar a un demonio: “Pero
este género no sale sino con oración y ayuno.” (Mateo 17:21).
Por último, el ayuno adquiere su verdadero
sentido en la intercesión ante Dios por otras personas que se hallan en
situaciones auténticamente críticas. David, tras ser reprendido por el profeta
Natán a causa de su adulterio con Betsabé, recibe de éste un juicio terrible
que involucra la vida del niño habido con ésta. El bebé enferma, y David ruega
intercesoramente a Dios por la salud del infante: “Entonces David rogó por el niño; y ayunó David, y entró, y pasó la
noche acostado en tierra. Y se levantaron los ancianos de su casa, y fueron a
él para hacerlo levantar de la tierra; mas él no quiso, ni comió con ellos
pan.” (2 Samuel 12:16-17). Lo mismo sucede con Ester en el instante preciso
en el que la decisión de Asuero podía haber costado el exterminio de todo el
pueblo judío: “Ve y reúne a todos los
judíos que se hallan en Susa, y ayunad por mí, y no comáis ni bebáis en tres
días, noche y día; yo también con mis doncellas ayunaré igualmente, y entonces
entraré a ver al rey, aunque no sea conforme a la ley; y si perezco, que
perezca.” (Ester 4:16). Este formidable tesón de Ester no deja de
sorprendernos en cada lectura que hacemos de este versículo, puesto que la
intercesión siempre habría de ser cautiva de la voluntad soberana de Dios, y el
resultado final era dejado en las manos sabias y providentes del Señor.
2. EL AYUNO HIPÓCRITA QUE ABORRECE EL SEÑOR
En su tratamiento del ayuno, Jesús desea
contrastar dos realidades: la práctica hipócrita de los fariseos y la práctica
que agrada a Dios. La práctica hipócrita es desnudada sin tapujos por el
maestro de Nazaret: “Cuando ayunéis, no
seáis austeros, como los hipócritas; porque ellos demudan sus rostros para
mostrar a los hombres que ayunan; de cierto os digo que ya tienen su recompensa.”
(v. 16). De nuevo, Jesús quiere dar una vuelta más a la espiritualidad
aparente o a la religiosidad enmascarada. ¿Qué significa ser austero en el
ayuno? Supone ir con cara triste por todos lados invitando a pensar que su
ayuno es completo y absoluto, y que éste afecta a su salud, a su integridad
física y a su aspecto externo. Es dar a entender sin palabras que el ayunante
es la persona más espiritual del pueblo, que cumple a rajatabla las
estipulaciones religiosas del judaísmo con sacrificio y renuncia. Hasta tal
punto anhelan dejarse ver por las esquinas y plazas, y así ver reconocida su
trayectoria y altura piadosa, que incluso echaban manos de afeites cosméticos,
de muecas exageradas de tristeza y languidez, de expresiones de lástima y congoja,
y de más maquillaje de efecto pálido para esconder las mejillas sonrosadas y
saludables. Y allí que iban, preparados de casa con su papel de próceres y
adalides de la renuncia y el desprecio por la salud personal en favor de sus
correligionarios, evidenciando que la pureza de su alma era algo continuo a
tenor de sus ademanes y miradas de cordero degollado.
Esta clase de personas ya tienen lo que
buscan. Quieren fama, alabanza y aplauso, y eso es lo que reciben. Sin embargo,
el Señor deja muy claro que esta clase de ayuno de exhibición y espectáculo es
abominable ante sus ojos: “Cuando
ayunen, yo no oiré su clamor, y cuando ofrezcan holocausto y ofrenda no lo
aceptaré, sino que los consumiré con espada, con hambre y con pestilencia.”
(Jeremías 14:12). Su ayuno no está dedicado a Dios, sino a su ansia de
notoriedad y popularidad, tal y como lo expresa el profeta Zacarías: “Cuando ayunasteis y llorasteis en el
quinto y en el séptimo mes estos setenta años, ¿habéis ayunado para mí? Y
cuando coméis y bebéis, ¿no coméis y bebéis para vosotros mismos? “ (Zacarías
7:5-6). El profeta Isaías tenía una profunda carga en su corazón por los
malos usos que se hacía del ayuno y los condena ásperamente en su libro: “¿Por qué, dicen, ayunamos, y no hiciste
caso; humillamos nuestras almas, y no te diste por entendido? He aquí que en el
día de vuestro ayuno buscáis vuestro propio gusto, y oprimís a todos vuestros
trabajadores. He aquí que para contiendas y debates ayunáis y para herir con el
puño inicuamente; no ayunéis como hoy, para que vuestra voz sea oída en lo
alto. ¿Es tal el ayuno que yo escogí, que de día aflija el hombre su alma, que
incline su cabeza como junco, y haga cama de cilicio y de ceniza? ¿Llamaréis
esto ayuno, y día agradable a Jehová?” (Isaías 58:3-5).
En una ocasión los discípulos de Juan el
Bautista interrogan a Jesús sobre la falta de ayuno de sus seguidores, e
incluso se unen a los fariseos para abogar por un ayuno que demuestre su
santidad y devoción. La respuesta contundente de Jesús sobre este asunto es la
siguiente: “¿Acaso pueden los que están
de bodas tener luto entre tanto que el esposo está con ellos? Pero vendrán días
cuando el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.” (Mateo 9:15). El
ayuno tiene sentido en relación con la necesidad y no con la monotonía
hipócrita y ceremonial, y por tanto, el ayuno que se lleva a cabo por sistema y
tradición casa muy mal con el debido espíritu que debe tenerse ante Dios. Una
crítica bastante fina de parte de Jesús puede vislumbrarse en la oración del
fariseo en una de sus parábolas más renombradas: “Ayuno dos veces a la semana.” (Lucas 18:12).
3. EL AYUNO AUTÉNTICO QUE COMPLACE A DIOS
¿De qué modo podemos honrar a Dios por
medio del ayuno? Jesús, además de advertirnos de lo que no hemos de hacer, esto
es, imitar a los falsos e hipócritas ayunantes, nos alecciona sobre el formato
ideal de ayuno: “Pero tú, cuando ayunes,
unge tu cabeza y lava tu rostro, para no mostrar a los hombres que ayunas, sino
a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará
en público.” (vv. 17-18). La unción de la cabeza, perfumando tus cabellos,
y el lavamiento del rostro para avivar el sonrojo propio de la salud física,
son muestras evidentes de que nadie ha de conocer qué haces en la intimidad de
tu relación con Dios. En el preciso instante en el que publicas y pregonas tu
ayuno, ya estás traicionando la genuina finalidad de éste. A nadie debe
interesarle o importarle si haces o no haces ayuno. Es una cuestión privada
entre Dios y tú mismo. Puertas hacia fuera debes conducirte y comportarte de
tal manera que nadie pueda reconocer en ti los efectos del ayuno, sea este
prolongado en el tiempo o sea breve en el día. Nada hemos de demostrar a nadie,
sino a Dios, el cual recoge nuestro sacrificio, nuestra renuncia y nuestra
abstinencia como una ofrenda deleitosa y sincera de nuestro corazón. Tu Padre
celestial entiende el porqué de tu ayuno, y Él sabrá concederte, bien el perdón
de tus pecados, bien la respuesta necesaria a aquella preocupación que te
asedia, bien la vindicación y la justicia a tu favor, o bien la concesión de
una petición urgente e imperiosa para tu vida o la vida de otros.
CONCLUSIÓN
No quisiera terminar este episodio sobre
el ayuno sin recordar las palabras del profeta Isaías sobre el verdadero ayuno,
el cual supera cualquier expectativa cúltica o litúrgica, y que nos compromete
activa, y no pasivamente a la colaboración en la extensión del Reino de Dios en
medio nuestro: “¿No es más bien el ayuno
que yo escogí, desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de
opresión, y dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis todo yugo? ¿No es
que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en casa;
que cuando veas al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano? Entonces
nacerá tu luz como el alba, y tu salvación se dejará ver pronto; e irá tu
justicia delante de ti, y la gloria de Jehová será tu retaguardia. Entonces
invocarás, y te oirá Jehová; clamarás, y dirá él: Heme aquí. Si quitares de en
medio de ti el yugo, el dedo amenazador, y el hablar vanidad; y si dieres tu
pan al hambriento, y saciares al alma afligida, en las tinieblas nacerá tu luz,
y tu oscuridad será como el mediodía. Jehová te pastoreará siempre, y en las
sequías saciará tu alma, y dará vigor a tus huesos; y serás como huerto de
riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltan. Y los tuyos
edificarán las ruinas antiguas; los cimientos de generación y generación
levantarás, y serás llamado reparador de portillos, restaurador de calzadas
para habitar.” (Isaías 58:6-12)
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