DISTINTOS EN NUESTRA REACCIÓN ANTE LA OFENSA





SERIE DE SERMONES SOBRE EL SERMÓN DEL MONTE “DISTINTOS: VIVIENDO POR ENCIMA DE LA NORMA”

TEXTO BÍBLICO: MATEO 5:38-42

INTRODUCCIÓN

       ¿Qué diferencia existe entre hacer justicia y vengarse? Hacer justicia implica “reconocer lo que corresponde a una persona por sus méritos o valores”, sean estos positivos o negativos, mientras que vengarse o tomarse la justicia por su mano es “aplicar, una persona, un castigo a alguien que considera culpable de una acción, sin recurrir a la justicia ordinaria”. En principio pudiera parecer que no existe mucha diferencia entre ambas acepciones y acciones. Al fin y al cabo, la distinción “solamente” estriba en los cauces en los que se opera dar el merecido a una persona que ha cometido un abuso, crimen o delito. ¿”Solamente”? Si existe una realidad que a lo largo de la historia se ha podido constatar es que no es lo mismo establecer un castigo o pena contra un criminal desde las instancias judiciales y legales que desde la fiereza, odio y ensañamiento del agraviado. 

       Normalmente, si dejamos que un particular ejerza la justicia sobre otro individuo, ésta se verá distorsionada y pervertida por la ira ciega y el ansia de sangre, provocando que la violencia engendre mayor violencia. Si dejamos que sea el juez y los funcionarios judiciales elaboren un juicio con todas las garantías, será mucho más fácil acotar las parcelas de responsabilidad y las medidas punitivas que serán ejercidas sobre el infractor o el delincuente. Por supuesto, no olvidemos que la justicia humana fue, es y seguirá siendo imperfecta, y que en muchos casos, el agresor se ha ido de rositas, y que el agraviado ha visto decepcionado e impotente cómo el peso de la ley ha sido demasiado liviano con el que ha provocado dolor y aflicción en su vida. Estoy seguro que la primera reacción de muchos de nosotros ante un delito flagrante y espantoso contra nuestra integridad física o psicológica, o contra la de nuestros seres queridos, habría de ser la de acabar y fulminar completamente al bribón que nos ha roto la existencia, pero veremos que ese no es el camino del evangelio, la senda del discípulo de Jesús.

      Jesús no quiere quitar hierro al asunto de la venganza o de la reacción puramente humana ante el agravio criminal que puede padecer cualquier ser humano. De hecho, el maestro de Nazaret vuelve a remachar la idea recurrente de que no ha venido al mundo a rechazar, cambiar o trastocar la ley de Dios dada a sus antepasados: “Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente.” (v. 38). Esta normativa contra la venganza personal que regulaba el ejercicio de la justicia real y pública en medio del pueblo de Israel, evitando males mayores y episodios de vendettas interminables entre familias y tribus, se encuentra en Éxodo 21:23-25: “Mas si hubiere muerte, entonces pagarás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe.” ¿Es esto verdadera justicia? Pudiera parecer que sí, pero dada la imperfecta naturaleza, tanto de acusados, como de acusadores y de jueces, lo cierto es que la justicia perfecta se convierte en una auténtica quimera. ¿Quién, aun en nuestros días, podría asegurar que la administración judicial es absolutamente perfecta en sus sentencias, penas y resoluciones? Pero esta era la ley del talión, la del que la hace, la paga, la de la represalia vengativa. Era el modo en el que Dios decía al ser humano que no les estaba permitido cebarse en el agresor, que se les vedaba el acceso visceral de la ira y el odio cuando de dar el merecido se trataba.

     Dios mismo nos muestra en su Palabra que la venganza solo es cosa suya. Lo que pasa es que nosotros queremos erigirnos en los brazos seculares que consumen el veredicto de culpabilidad, sin saber, ni de lejos, que la justicia de Dios es perfecta y que conoce todas las motivaciones, circunstancias y situaciones que rodean un caso de agresión criminal. Ya nos lo advierten las Escrituras al adjudicar a Dios la prerrogativa de la venganza y la justicia total: “No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo, el Señor.” (Levítico 19:18). No está ni en ti ni en mí poder dar curso equitativo y perfecto a la justicia, pero sí puede estar en nosotros el deseo de amar al prójimo, incluso al enemigo, al que nos ha hecho daño, tal como nos amamos a nosotros mismos. Esta es la vía de la pacificación del corazón, del dominio propio de nuestras reacciones y emociones, de la soberanía de Cristo sobre cada uno de nuestros deseos de vindicación a causa de una injusticia.

      Los judíos de la época de Jesús empleaban esta ley del talión de manera tendenciosa e interesada, juzgando y sentenciando según lo que les iba en el asunto. No hay nada nuevo bajo el sol. Pero lo que Jesús propone a sus discípulos sí que marca un punto diferencial en el mensaje de odio y venganza que se predicaba y se practicaba en la sociedad judía. A los ojos de los escribas, maestros de la ley o los fariseos, Jesús estaba hablando en chino cuando comienza su comparativa entre la reacción furibunda y despiadada del corazón encendido por el resarcimiento a base de sangre y la reacción pacífica y amorosa del espíritu cristiano inflamado por el ejemplo de Jesús y la personalidad misericordiosa de Dios: “Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra…” (v. 39). “Jesús, ¿qué me estás contando? Vamos a ver, ¿de verdad crees lo que dices? ¿ Es que no sabes cómo es el ser humano cuando se pone energúmeno? ¿Poner la otra mejilla después de pegarte un bofetón de campeonato? Eso solo es síntoma y evidencia de ser un pusilánime, un cobarde, un débil de carácter. A mí me sueltan un guantazo, y el otro no se va a ir a casa frío. ¿Cómo voy a dejar que me humillen públicamente? ¿Cómo voy a permitir que me escupan a la cara, me insulten, mancillen mi nombre y reputación, y encima les anime a que me crucen la otra mejilla? Que no, que no, que a mí si me dan, yo devuelvo, y con creces.” ¿Te suena esta reflexión y este razonamiento?

     La primera reacción carnal que sale de nuestras entrañas cuando nos insultan gravemente, porque eso era que te dieran un manoplazo en la cara en la cultura judía, no es plantarnos como pasmarotes esperando el segundo golpe. Reconozcámoslo. Si nos dan, nosotros damos, y si podemos aprovechar para acabar con el agresor, mejor que mejor, porque muerto el perro, se acabó la rabia. Sin embargo, Jesús opta por predicar en palabra y obra no recurrir a la violencia cuando somos violentados de algún modo. Él mismo fue avergonzado, insultado, menospreciado, azotado y malherido en su pasión, y no deseó con rabia e indignación que todos sus detractores fuesen fulminados y destruidos en un abrir y cerrar de ojos, cosa que podía hacer con un chasquido de dedos. Sus palabras fueron de amor y perdón, en vez de enojo y furia. 

        Reprimir nuestras ganas de zurrarle la pandereta al matón de turno, que es parte de nuestra naturaleza descontrolada e inclinada a hacer el mal, es lo que nos pide Jesús. ¿Esto es fácil, sencillo, simple? Por supuesto que no. Pero es que si nos enzarzamos en una trifulca, ¿las cosas van a ir a mejor? ¿Vamos a solucionar algo dándonos una tunda en medio de la calle? ¿Nos vamos a sentir de maravilla perdiendo los papeles y perpetrando algo más que un moratón y algún que otro corte? Jesús decide que la violencia termina con la no agresión. Y que el Espíritu Santo es el que nos da la fuerza y la firmeza necesarias como para no caer en el juego de la provocación. Hemos de solicitar a Dios que nos permita cambiar nuestro odio y rencor en amor y reconciliación, porque como alguien dijo: “Ojo por ojo, y todo el mundo se quedó tuerto.”

      Pero esto no se queda simplemente aquí. Jesús sigue aconsejando a sus seguidores sobre sus reacciones ante la injusticia que pudiesen recibir en un momento dado: “Y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa.” (v. 40) “Pero bueno, Jesús, lo de antes ya era una absoluta locura, ¿y sigues insistiendo en que ahora tenemos que permanecer tranquilos cuando alguien pretende despojarnos hasta de la camisa, y que encima, debemos darle la capa con la que nos abrigamos en las noches frías de Palestina? Si nos lo quitan todo, si nos dejan con una mano delante y otra detrás, si nos arrebatan hasta el sustento, ¿cómo sobreviviremos? Yo para seguir tirando adelante, no me voy a dejar acobardar por pleitos y demandas judiciales. Antes soy yo, que la avaricia del enemigo o del acreedor.” Que nos lo quiten todo, casa, propiedades, ropa, sueldo, comida, familia, no es la mejor sensación que podamos vivir. Nos resistimos a ver comprometido todo lo que es nuestro y nos aferramos a lo que consideramos que es nuestro, aun a pesar de que sabemos que debemos algo a alguien. No obstante, Jesús nos llama a entregarlo todo para saldar la deuda, y aún ofrecer lo único que en buena ley no nos pueden quitar del todo, nuestra capa, el último vestigio de propiedad del pobre. Enfrentarse a un juicio supone en la mayoría de los casos perder mucho más que unas propiedades, ya que implica también perder la dignidad, la honorabilidad y la coherencia responsable por los actos cometidos. Además el Señor nos promete que nunca dejará a un justo desamparado, ya que su provisión se hará entonces manifiesta y su gracia nos ayudará a empezar desde cero, pero ya con la deuda saldada y la conciencia tranquila. No vale la pena enredarse en litigios y procesos judiciales costosos que no podemos pagar.

      Para rizar el rizo, Jesús ya no solo habla de nuestros compatriotas, nuestros vecinos o nuestros conciudadanos en términos de cómo afrontar situaciones agresivas y conflictivas. Ahora, toca la fibra sensible del judío, al proponer a sus discípulos lo siguiente: “Y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, vé con él dos.” (v. 41) “¡Vamos, vamos! Esto es el acabose. Jesús reconociendo el poder y el gobierno de nuestros opresores… Lo que nos faltaba. Ahora resulta que si un soldado romano nos exige llevar un fardo pesado durante un kilómetro y medio, no solo hemos de obedecer sin rechistar, sino que además, debemos llevar ese pesado bagaje otro kilómetro y medio más. ¡Esto es inaudito! Pero si son nuestros más acérrimos enemigos, unos paganos de tomo y lomo, unos abusones de categoría suprema… Que no, que no. Mejor me hago zelote, que esos sí que son unos patriotas, luchando contra la dominación romana.” Si había alguien en la sociedad judía al que más rencor y odio se les tenía, era a los romanos. Éstos tenían carta blanca para obligar a cualquier judío a realizar servicios de transporte durante una distancia estipulada, en su caso, una milla. Simón de Cirene, el que portó por un intervalo de tiempo la cruz de Jesús camino al Gólgota, es un ejemplo muy claro de ello. Y este deber era bastante enojoso y humillante para el que le tocaba la china. Lo normal solía ser hacer de mala gana la distancia establecida legalmente y luego marcharse. Pero Jesús amplía la distancia a recorrer al doble, y con una sonrisa en la cara. No es fácil tener que acatar una orden producto de la imposición y de la dictadura de otros, pero incluso en estos casos, Jesús nos exhorta a manifestar nuestro amor para con el prójimo en un buen y excelente trabajo que dé testimonio de nuestra fe.

     Por último, Jesús ofrece dos consejos sobre el hecho de dar y prestar al que necesita de nosotros: “Al que te pida, dale, y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses.” (v. 42) Este versículo es una especie de corolario final que nos ayuda a comprender que si entregamos nuestra vida a servir y obedecer a Jesús, todos nuestros actos, nuestras palabras y nuestras actitudes deben beber del amor y la gracia, antes que de la fuente del odio, la violencia o el egoísmo. Mucha gente da para después poder recibir, y mucha gente presta, para lograr después intereses usureros por ese préstamo. Pocas personas dan desinteresadamente, de manera generosa y desprendida. Pocas instituciones prestan sin requerir a cambio lo prestado más una cantidad en concepto de intereses. Dar y darse es la práctica activa de amar. Rehusar y sacar partido de los demás es la práctica activa del egoísmo. Nuestra recompensa no estará en recibir un favor por el favor prestado, ni en acumular usura en el préstamo dado, sino en hacer la voluntad de Dios según el ejemplo y la motivación pura que nos mostró Jesús mientras anduvo entre los hombres. Como dijo Jesús una vez: “Mas bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 20:35).

CONCLUSIÓN

     A pesar de lo difícil que es reaccionar de manera distinta a como nos pide el cuerpo cuando somos dañados, heridos, atacados y acosados vergonzosamente, el creyente no debe darse por vencido, ya que las fuerzas para vivir por encima de la norma en este sentido, no proceden de nosotros, sino del Espíritu Santo, el cual nos permite vivir en paz y en armonía, incluso con aquellos que nos provocan y buscan nuestro mal.

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