DISTINTO EN MI ORACIÓN
SERIE DE SERMONES SOBRE EL SERMÓN DEL
MONTE “DISTINTOS:VIVIENDO POR ENCIMA DE LA NORMA”
TEXTO BÍBLICO: MATEO 6:5-8
INTRODUCCIÓN
La comunicación entre el ser humano y lo
divino a lo largo de las eras ha ido evolucionando desde el miedo cerval y el
temor de la amenaza caprichosa de los dioses a la pureza y sencillez confiada
de la plegaria a Dios en el monoteísmo judeocristiano. Orar, no solo para
lograr apaciguar la ira del dios de turno o para lograr beneficios y
prosperidad a lo largo del año estacional, sino también para alcanzar un
conocimiento mayor de lo desconocido y sobrenatural y para agradecer las
bendiciones derramadas sobre todo un pueblo, se ha convertido durante el
devenir de la historia humana en un recurso empleado incluso por aquellos que
se autodenominaban incrédulos, escépticos o ateos cuando la desesperación y el
sufrimiento se abatían sobre ellos. El ser humano religioso siempre ha tratado
de simplificar, institucionalizar y ritualizar este recurso. Con la finalidad
de regular el empleo de la oración hacia sus divinidades o divinidad, se han
construido determinadas rutinas de plegarias que, de algún modo, recogieran la
ortodoxia doctrinal o las formalidades de reverencia y miedo. De ahí que en los
hallazgos arqueológicos y bibliológicos podamos ver recogidas estas retahilas
de ruegos e invocaciones como de estructuras de oración convenientes,
obligatorias y cómodas.
Sin embargo, ese primigenio interés por
defender las buenas y ordenadas prácticas de oración, se ha ido transformando
en una monocorde perorata exenta de contenido espiritual, en un corsé demasiado
estrecho para la riqueza de la rogativa individual y comunitaria, y en un estéril
intento por provocar a la difusión de una adoración que menosprecia el valor
del ser humano ante Dios. De la simplicidad de ruegos que brotaban del corazón
que todavía estaba aprendiendo a considerar, conocer y comprender a Dios, se
pasó a elaborar toda una teología hermética y coercitiva de la oración que no
dejaba lugar a la creatividad, a la sinceridad, a la casuística particular o al
diálogo fructífero y enriquecedor con Dios. Es por eso que hoy, determinadas
confesiones como puede ser la Iglesia Católica, opten por repetir hasta la
saciedad determinadas fórmulas que en apariencia poseen una alta carga de
teología y sensibilidad, pero que aquel que las pronuncia hace ineficaces por
causa de la costumbre, la incredulidad hipócrita o el temor a ser objeto del
furibundo castigo de Dios.
Jesús quiere romper con aquellos
estereotipos de la oración que su comunidad tenía. No viene a abolir este
mecanismo sumamente necesario para la maduración de la comunión diaria con
Dios, ni desea enseñar a sus discípulos un arte secreto e innovador acerca de
la plegaria al Creador del universo. Simplemente quiere hacer ver a sus
seguidores que existen dos modelos de oración que Dios ni siquiera tiene en
cuenta cuando éstas son verbalizadas tanto por los hipócritas religiosos
judíos, como por los gentiles paganos politeístas. En ese contraste que logra
entre la oración que cae en saco roto y aquella oración que escucha y responde
Dios, podemos contemplar el maravilloso y sencillo mundo de la conversación con
Dios desde una óptica de la paternidad del Señor y desde la perspectiva de la
humildad y simplicidad en el encuentro con lo divino. La parábola del fariseo y
el publicano de Lucas 18:10-14 es
una muestra clara de dos miradas muy distintas sobre la oración que justifica y
que es escuchada plenamente por Dios.
El maestro de Nazaret comienza
enfrentando el modo de orar de los religiosos judíos con el auténtico espíritu
que el creyente debe asumir cuando quiere dirigirse a Dios oralmente: “Y cuando ores, no seas como los
hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas
de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen
su recompensa.” (v. 5). ¿Qué significa ser hipócrita? Ser hipócrita supone “fingir una cualidad, sentimiento, virtud u
opinión que no tiene” en realidad. En relación a la oración, el hipócrita
simula ser una persona pía y santa, sentir verdadera devoción por Dios, mostrar
fe a raudales, y ser merecedor de la bendición de Dios cuando despacha su bien
articulada súplica a Dios en medio de la comunidad. No sabemos qué hará cuando
está en su hogar o en compañía de sus trabajadores y clientes. Solo sabemos que
siempre están dispuestos para demostrar al mundo lo buenos y consagrados
siervos de Dios que son. Harían todo lo posible para poder ser invitados en la
sinagoga para declamar su florida plegaria, todo con tal de que sus
correligionarios pudiesen constatar la calidad de su fe y comportamiento ante
Dios y los hombres. En su rezo de la Amidah,
la oración de las ocho bendiciones que se realizaba tres veces al día, o de la Shemá, dos veces al día, su objetivo era
el de atraer la alabanza de los demás. Pero no les basta poder orar en medio de
la congregación de los justos, sino que además no dudan en dejar claro y
sentado en cada esquina, y a modo de pregoneros de oración, que sus palabras
resonantes y lanzadas al aire son el reflejo de un alma entregada y santificada
delante de Dios. Seguramente existirán muchas personas que se tragarán su
actuación, posiblemente su representación hará que reciba parabienes y
aplausos, y probablemente el favor de todo el pueblo será la condecoración que
les franquee el paso hacia las alturas de la fama y el reconocimiento; sin
embargo, Dios no escuchará, y lo que es más, aborrecerá esta clase de oración
mentirosa, aparente y superficial.
Después de dar cuenta de sus compatriotas
judíos, especialistas en el arte del disfraz y la simulación espiritual, ataca
la versión gentil que de la oración se tenía: “Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan
que por su palabrería serán oídos.” (v. 7) La palabra griega original para “vanas repeticiones” es battalogeo, y trae el significado de “palabrería ineficaz e inútil”. Para
los gentiles paganos y politeístas, cuanto más larga y elocuente era una
oración, más caso haría el dios de turno a la hora de conceder sus dones. Es
como si de algún modo quisieran engañar a su dios o sus dioses, confundiendo
efectividad con verborrea suelta. De ese modo hacían una gran ostentación y
exhibicionismo de sus dotes retóricas en los templos, acompañando sus letanías
y rosarios con la pronunciación de encantamientos y sortilegios mágicos
tratando de influir sobre la voluntad del dios. Esta mentalidad ha estado siempre
presente en la evolución histórica de la oración cristiana, y de ahí que se
pida a Dios haciendo votos a la ligera, que se ruegue a Dios torciendo su brazo
con el empuje del poder de nuestra fe, o que se hagan plegarias enrevesadas,
literariamente barrocas y llenas más de paja que de sustancia. A Dios le
asquea esta clase de manifestaciones, ya que al parecer el ser humano quiere
impresionar más a Dios, que dejarse ser impresionado por la soberanía y gracia
divina. Las persignaciones, la monótona reiteración de letanías insufribles e
interminables, y la exhuberancia majestuosa y pomposa de los que tienen un pico
de oro, son oraciones que no subirán más allá del techo de la capilla. No cabe
duda de que Jesús nos habla ciertamente de la economía de las palabras en la
oración, tal como también se hace eco Eclesiastés
5:2 (“No te des prisa con tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra
delante de Dios; porque Dios está en el cielo, y tú sobre la tierra; por tanto,
sean pocas tus palabras.”).
¿Entonces de qué modo podemos orar a Dios
desmarcándonos de las oraciones hipócritas de unos y de las rogativas vanas de
otros? He aquí la enseñanza de Jesús en cuanto a cómo hemos de acudir a Dios en
oración: “Mas tú, cuando ores, entra en
tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu
Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.” (v. 6) Aunque esta
ordenanza de Jesús fue mal interpretada por teólogos como Abelardo (1079-1142),
el cual llamó a los creyentes al monasticismo, apelando a la reclusión en
soledad monacal como reinterpretación del aposento cerrado y secreto, lo cierto
es que Jesús no inventa nada nuevo. Solamente quiere recuperar la devoción
sincera, genuina y sencilla hacia Dios. No es necesario ir a un templo para
orar, no es necesario recurrir a la lectura sistemática y fría de un
devocionario, no es menester circunscribir la oración a momentos puntuales del
día, y no es necesario recurrir a la mediación de nadie para confesar en
oración nuestros pecados. En tu habitación, esto es, en un lugar tranquilo, en
el que te puedas concentrar, donde las distracciones del día a día den paso a
un tiempo de calidad con Dios, donde la mirada escrutadora de las gentes no
influya en tus peticiones y manifestaciones de adoración, y donde podemos
descargar nuestra alma de pesares, alegrías y preocupaciones sin temor a ser
juzgados por otros, ahí es donde hemos de aproximarnos al trono de Dios en
confianza, la confianza que tiene un hijo para con su Padre. Dios verá tus pensamientos,
sueños, deseos e intenciones, y en esa visión el Señor escuchará con atención y
gozo tu ruego, y contestará a su tiempo tu plegaria. Dios examinará tu corazón,
y de acuerdo al resultado de este análisis espiritual, Él será generoso en sus
recompensas y bendiciones de forma concreta.
Además Jesús nos introduce a orar desde
la asunción de que nuestra rogativa no logra nada que Dios no haya dispuesto
previamente para nosotros: “No os
hagáis, pues, semejantes a ellos (los gentiles); porque vuestro Padre sabe de
qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis.” (v. 8) A veces,
hay personas que oran a Dios pensando que están informando a Dios de algo que
Él no sabe todavía. Hay individuos que oran pretendiendo que Dios cambie su
parecer en cuanto a una cuestión concreta que no nos conviene o agrada. Dios ya
sabe de principio a fin qué le vas a pedir, qué le vas a decir, o qué pecados
ha de perdonar por medio de la confesión. No vamos, como dicen algunos, “a mover la mano de Dios”. El Señor es
omnisciente, providente y soberano. Nada de lo que le digamos hará que sus
planes, bien trenzados y trazados desde antes de la fundación del mundo,
cambien un ápice. Pero sí le encanta que sus queridos y amados hijos le tiren
de la pernera del pantalón solicitándole de su gracia, amor y misericordia, sin
que su parecer sobre lo que nos conviene se altere en lo más mínimo. Él ya sabe
qué te hace falta y qué caprichos habitan en tu corazón, y siempre,
indefectiblemente, el Señor optará por darnos lo necesario aunque pataleemos y
berreemos como unos posesos al no recibir lo que creemos que debemos recibir.
Así nos lo recuerda también Isaías
65:24: “Y antes que clamen, responderé yo; mientras aún hablan, yo habré oído.”
CONCLUSIÓN
En la antesala de lo que será la oración
modelo, Jesús nos habla de la actitud, la forma y el talante correctos que
habremos de poner por obra cuando oremos ante su presencia. Ni la hipocresía ni
el deseo de convencer a Dios de que haga lo que nos venga a nosotros bien,
harán que la oración sea eficaz, fructífera y útil. Solo la sencillez del
corazón, la intimidad de un lugar, la sinceridad absoluta de un espíritu que se
sabe ante un Dios todopoderoso y tres veces santo, y la humildad de aceptar lo
que Dios tiene para nosotros, nos llevará a profundizar en el conocimiento del
Altísimo y en su voluntad para con nosotros. Evita las apariencias y las
adormecedoras letanías, y podrás gozar de una vida de oración sublime,
enriquecedora y gloriosa.
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