DISTINTO EN MI FORMA DE DAR






SERIE DE SERMONES SOBRE EL SERMÓN DEL MONTE “DISTINTOS: VIVIENDO POR ENCIMA DE LA NORMA”

TEXTO BÍBLICO: MATEO 6:1-4

INTRODUCCIÓN

       ¿Por qué da la gente? ¿Cuál es la razón y motivación ulterior para socorrer al menesteroso? ¿Es la misericordia, la compasión o la empatía las que nos impulsan a ayudar al necesitado? ¿O es la sensación sumamente agradable y placentera que brota de hacer el bien? ¿O quizás es el efecto narcotizante que logran las buenas obras sobre la voz impertinente de nuestras conciencias? ¿O tal vez es el hambre de notoriedad y fama lo que nos lanza al ruedo del auxilio a los demás? Existen tantas motivaciones para hacer el bien en favor de los demás como seres humanos pueblan la tierra. Acometer bondadosas acciones para mitigar el dolor ajeno es en sí mismo un objetivo altamente loable, pero se puede convertir en un medio realmente peligroso y turbio para lograr llenar el vacío de nuestro egoísmo, de nuestro sentimiento de culpa o de nuestra carencia de una hoja de ruta espiritual que dé sentido a la vida. Muchas personas, instituciones religiosas, oenegés y fundaciones parecen buscar erradicar la miseria, el dolor y la pobreza en este mundo. Nadie puede negar que suponen asociaciones e individuos que realizan una tarea principalmente humanitaria y que muchos son los que reciben lo más imprescindible para sobrevivir en un mundo desigual e injusto. Pero también hemos podido comprobar a través de tramas expuestas a la luz pública, que no todo el monte era orégano, ni todo lo que relucía era oro.

      El bien que uno hace por los demás debe ser reconocido y examinado a la luz de las expectativas propias. Hoy que nuestras iglesias evangélicas bautistas han desarrollado en su inmensa mayoría una actividad social de ayuda a los más desfavorecidos de nuestras ciudades y comunidades, debemos analizar el porqué de esta actividad de reparto de alimentos, ropa y cobijo. ¿Es con fines evangelísticos o testimoniales? ¿Buscamos hacer prosélitos “obligando” al necesitado a asistir a secuencias de sermones o estudios bíblicos? ¿Lo hacemos desde la mirada de Jesús o lo hacemos buscando la mirada de la ciudadanía, sus premios y sus aplausos? Son preguntas que deberíamos responder con seriedad y sinceridad, puesto que de las respuestas que demos, sacaremos conclusiones útiles para resincronizar la acción dadivosa con la voluntad de Dios acerca de nuestra manera de dar.

      Jesús, tras dejar atrás el asunto de cómo hemos de amar al prójimo, pero sin desconectar mucho de ese mensaje del que a continuación trataremos, quiere enseñarnos a saber dar con las motivaciones correctas y con la actitud más cercana a su corazón. Jesús era un gran observador de la realidad que le circundaba. Nada pasaba desapercibido a su mirada crítica y escrutadora. Esta clase de visión de la realidad que caracteriza al maestro de Nazaret es una que haríamos bien en incorporar a nuestra perspectiva de todo lo que ocurre a nuestro alrededor. En esta mirada perspicaz de Jesús, existe un asunto que le preocupa y que se contrapone frontalmente a la manera de dar al necesitado que su Padre ha inculcado durante siglos al ser humano por medio de su revelación. Para explicar cuál es el camino sincero y recto que lleva a saber dar al prójimo menesteroso, no duda en constatar una realidad social preocupante, pero demasiado recurrente: “Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos.” (v. 1). La exhortación directa de Jesús a sus discípulos no es tanto la de una prohibición en toda regla, sino la de un deseo entrañable de hacer el bien sin fanfarrias ni alharacas. Hacer el bien está muy, pero que muy bien, pero si esta buena acción se convierte en un medio para lograr el fin de ser reconocido como un mecenas o un filántropo, tal acción es desdeñada por Dios de forma fulminante. Por supuesto que el pobre recibirá alimento y el que no tiene un techo tendrá donde guarecerse de las inclemencias meteorológicas, pero de nada servirá para recibir de Dios el aplauso y el agrado. Si todo se hace de cara a la galería, si las apariencias de generosidad ocultan una meta egocéntrica y de autobombo, Dios no puede bendecir al bienhechor, puesto que solo lo estará haciendo con la fama y el encumbramiento popular en mente.

      En vista de lo incorrecto de esta actitud ególatra subyacente en muchas de las acciones benefactoras de personajes considerados próceres de la sociedad y modelos de desprendimiento de la espiritualidad judía, Jesús no duda en contrarrestar cualquier atisbo de interés personal que alguno de sus discípulos pudiesen tener en el futuro acerca de las mieles de la notoriedad humana, con el ejemplo lamentable de la hipocresía religiosa: “Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa.” (v. 2). Dar limosna era una costumbre que tiene su génesis en el hecho de la entrada del pecado en el mundo. Desde que el ser humano se rebela contra Dios y su ley justa para pisotear, explotar, empobrecer, marginar y despreciar al prójimo, la pobreza ha campado a sus anchas en todas las épocas de la historia de la humanidad. Ante ese desnivel adquisitivo y social, Dios colocó las bases para la búsqueda de una justicia social que previniese la pobreza y protegiese al desamparado en la ley de Moisés, y de manera particular, en las leyes del jubileo. Además, encontramos que Dios bendice al dador sincero que se ocupa de aquellos que padecen por causa de su desafortunado estado precario, que el Señor maldice a aquellos que se muestran insensibles e impasibles ante la pobreza de los demás: “El que da al pobre no tendrá pobreza; mas el que aparta sus ojos tendrá muchas maldiciones.”(Proverbios 28:27).

     Jesús, nuestro perenne ejemplo y modelo en todo, quiere resaltar el hecho de que muchas personas se muestran afines a las necesidades del desvalido para aparentar ser grandes y meritorios prototipos de lo que supone ser un hombre recto y generoso. Las trompetas, los bombos y platillos, los pregoneros que avisan con antelación que tal o cual persona desprendida va a hacer entrega de limosnas y óbolos a los pobres que se congregan en medio de la plaza del pueblo, y los que se las dan de hombres que Dios aprueba por causa de sus larguezas al dar en las sinagogas, es todo lo contrario a lo que el siervo de Dios debe aspirar a la hora de mostrar su sacrificial generosidad. Esta caterva de individuos que siembran por doquiera la noticia de su majestuosa prodigalidad, que no dudan en dejar claro quién merece el cielo a causa de sus ejercicios estéticos de dar de lo que les sobra, y que solo aspiran a recibir de todos sus conciudadanos parabienes, premios, reconocimientos y galardones, ya han cumplido con su objetivo más terrenal y egoísta. No necesitan nada más de Dios. Su plan es el de hacerse acreedores de la gloria y la pompa mundanal, y por eso sus vitrinas están repletas de trofeos y medallas que le recuerdan siempre lo buena gente que son y lo mucho que han hecho por la sociedad. ¿Qué más podrían necesitar de Dios? Viven para ser aplaudidos y loados, y eso es lo que se llevarán a la tumba. Sin embargo, todas estas actuaciones filantrópicas y estos recordatorios de lo buenos que son, serán como trapos de inmundicia ante los ojos de un Dios que calibra perfectamente la motivación de cada uno de nuestros actos bondadosos.

     Para evitar ser hipócritas y “creyentes”, es decir, que se creen algo por dar limosnas y socorrer al necesitado, Jesús propone a sus discípulos vivir por encima de la norma para ser distintos en su manera de dar al prójimo desprovisto de los elementos mínimos que le procuren una vida digna: “Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.” (vv. 3-4). Es tremendamente interesante el uso que Jesús hace de una especie de proverbio o frase hecha para significar la realidad de que dar no debe provenir de un deseo de fama y reconocimiento público, sino de un corazón auténticamente generoso que no espera nada a cambio, ni del auxiliado, ni de la sociedad. Sabe este seguidor de Cristo, que dar a conocer las bondades realizadas solo puede llevar al orgullo y a la soberbia, actitudes que suelen venir aparejadas a un espíritu ansioso por demostrar a todos lo buena gente que es. El discípulo que da al menesteroso, debe hacerlo desde una generosidad que proviene del amor al prójimo como a uno mismo. No ayudo a los demás para ser enfocado por la luz pública y civil, sino porque es lo que espero que otros hagan por mí cuando mi situación sea la del que ayudo, ya que como bien sabemos, el mundo da muchas vueltas. No socorro al maltratado o al pobre para recibir el beneplácito de las instituciones o para dejar mi huella en la posteridad. Lo hago en imitación de mi maestro y Señor, ya que de mi miseria espiritual pasé a gozar de las riquezas en gloria de la salvación por su gracia inmerecida dada a mi persona. 

     El Señor es el único que debe contemplar todo cuanto hacemos en favor del marginado y del desamparado, pero no como si convirtiéramos nuestras buenas acciones en un medio por el cual alcanzamos la salvación, sino porque es la respuesta lógica y agradecida precisamente a esa salvación inmerecida de la que somos objeto. Ya que hemos recibido de gracia de manos de Dios, demos nosotros también de gracia, sin considerar otra motivación oscura u oculta. El Espíritu Santo nos impele a servir a los demás, a dar a los demás y a darnos en cuerpo y alma para resolver, en la medida de nuestras posibilidades y recursos, las crisis de nuestros semejantes en la privacidad y el anonimato. El resultado de dar y darnos viene dado por sabernos ayudados en todos los sentidos por Dios. El cristiano ha de reconocer la mano provisoria de Dios en cada una de las áreas de su vida, y por ello, qué menos que hacer otro tanto con nuestros congéneres más desafortunados. El amor que Dios ha derramado en nosotros no puede ser envenenado por la cada vez más extendida práctica de la difusión, la publicación o la avidez de fama. Esta compasión de la que nos hace partícipes el Señor, debe ser un torrente de agua pura y viva que refresque en la intimidad al sediento sin esperar nada a cambio. Dios sabrá cómo bendecirnos y prosperarnos en tiempo y lugar según su soberanía y justicia, de maneras tan increíbles y formidables que no nos quedará más remedio que publicar y pregonar que es mejor dar que recibir.

CONCLUSIÓN

      Como iglesia de Cristo en Carlet tenemos el privilegio y el placer de poder ayudar a nuestra comunidad más menesterosa con alimentos, ropa y consejería. No lo hacemos para hacernos un nombre, ni para demostrar nada a nadie. No lo hacemos para conseguir más miembros o creyentes, ni para recibir premios a la obra social ciudadana. Lo hacemos porque Dios ya lo hizo primeramente en nuestro favor. En nuestra miseria espiritual y en nuestra necesidad personal, Dios nos favoreció y nos entregó lo más valioso que tenía para poder levantarnos de nuestro pecado y ver la vida con sus ojos de amor y misericordia. Damos y nos damos como muestra de gratitud a Aquel que no dejó que muriéramos en nuestros errores y equivocaciones, sino que nos tomó de la mano para darse en la cruz y ofrecernos la redención de nuestras almas y el perdón de nuestros pecados.

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