DISTINTO EN MI RELACIÓN CONYUGAL
SERIE DE SERMONES SOBRE EL SERMÓN DEL
MONTE “DISTINTOS: VIVIENDO POR ENCIMA DE LA NORMA”
TEXTO BÍBLICO: MATEO 5:27-32
INTRODUCCIÓN
La familia, entendida desde los
paradigmas bíblicos, y como fundamento esencial para entender la sociedad
humana, está en peligro. Desde muchas instancias se está tratando de
desintegrar, banalizar y pervertir una institución ideada por Dios para
conformar una serie de relaciones afectivas que no solamente se ciñen a la
genética y la consanguinidad. La familia cristiana, o como les gusta etiquetar
a aquellos que distorsionan el concepto de unidad familiar, familia
tradicional, es atacada y devaluada por una serie de ideólogos depravados y
cínicos que solo buscan crear familias a la medida de sus desvaríos y dañinos
deseos carnales. En ese objetivo altamente nocivo, se está queriendo inculcar a
todo ser humano que en realidad la familia no es importante para lograr la felicidad
o la realización personal. De ahí que las relaciones sexuales se conviertan en
un pasatiempo más, en un acto salvaje e instintivo carente de entrega emocional
y espiritual, en un acontecimiento que culmina un rito de apareamiento más
propio de animales irracionales, o en un marco para dar rienda suelta a todas y
cada una de las expresiones más absurdas y delirantes de la sexualidad.
La promiscuidad sexual es presentada al
televidente de series y películas como algo natural, divertido y deseable. La
virginidad antes del matrimonio es considerado un reducto arcaico de esclavitud
religiosa que debe ser solventado lo antes posible con el primero o la primera
que te guiña el ojo. La pureza sexual es sinónimo de mojigatería y puritanismo
antediluviano, algo que está pasado de moda, que solo señala a personas
reprimidas y traumatizadas. El matrimonio ya no es ese coto privado en el que
varón y mujer disfrutan de su sexualidad y de su intimidad espiritual,
emocional y sentimental, sino que solo es un trámite esperable, aparente y que
puede roto en cualquier momento por causas realmente peregrinas. Las relaciones
extramatrimoniales se han puesto al servicio de la aventura adrenalítica, de
las experiencias nuevas, de la necesidad de cambiar lo auténtico y perdurable
por lo pasajero y lo falso. La presión grupal anima a jóvenes a entregarse sin
escrúpulos a prácticas ridículas y a la eufemística “búsqueda de identidad
sexual”. Sexualmente hablando, el matrimonio ha sido destronado por las uniones
de hecho, sin compromisos ni ataduras legales y civiles, en las cuales el amor
es de usar y tirar. Y ya no hablamos del interés enfermizo que algunos lobbies
tienen de incorporar a la educación sexual de nuestros hijos la ideología de
género, la diversidad de manifestaciones familiares en forma de uniones
homosexuales, o la exhortación a que tiernas mentes infantiles puedan escoger
sus inclinaciones sexuales.
Si después de lo enumerado anteriormente, y
mucho más que me he dejado en el tintero, no tenemos la certeza de que la
institución familiar, y especialmente la conyugal, está siendo asediada por la
cultura de la supuesta tolerancia y por los dictados de las tendencias
perversas de personajes ocultos en las tinieblas del desenfreno y la
depravación, es que vivimos en otro mundo distinto. Jesús, en su sermón del
monte, no quiere dejar de tocar un tema que seguramente era uno de los más
demandados por aquellos que se acercaban a preguntarle sobre su perspectiva
particular. Jesús quiere cumplir de nuevo con la ley. No viene a trastocar lo
que Dios ya reveló a la humanidad por medio del Decálogo y las leyes
deuteronómicas. Pero sí quiere desenmascarar las prácticas erróneas o
superficiales que los escribas, fariseos y maestros de la ley sugerían al resto
del pueblo llano. Jesús quiere defender la familia y el matrimonio a ultranza.
No quiere ser malentendido ni desea poner paños calientes a una situación, que
al parecer, necesitaba una urgente y rotunda solución. Para ello, trata dos
temas íntimamente ligados con la vida familiar y conyugal, y que son enemigos
acérrimos de lo que Dios dispuso desde el comienzo de la andadura del ser
humano sobre la faz de la tierra.
A. JESÚS CONDENA EL ADULTERIO
“Oísteis que fue dicho: No cometerás
adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla,
ya adulteró con ella en su corazón. Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión
de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus
miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. Y si tu mano
derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se
pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.”
(vv. 27-30)
Jesús comienza a dar su punto de vista
sobre las relaciones conyugales señalando a uno de sus más peligrosos enemigos:
el adulterio. La definición de adulterio es simple: “Relación sexual de una persona casada con otra persona que no es su
cónyuge.” León Tolstoy, escrito ruso, dijo del matrimonio lo siguiente: “El matrimonio es una barca que lleva a dos
personas por un mar tormentoso; si uno de los dos hace algún movimiento brusco,
la barca se hunde.” Como hemos podido constatar en su definición, el
adulterio es una falta de respeto hacia el cónyuge, un golpe devastador contra la
dignidad y autoestima de la persona engañada, una bofetada emocional que
carcome cualquier atisbo de confianza mutua que pudiera haber existido entre
ambos esposos. Es una deslealtad, una infidelidad y un acto deleznable que
rompe y desestabiliza, no solo el matrimonio, sino a toda la familia por
extensión. Algunos dirían que es solo un acto sexual carente de sentimientos
amorosos. Otros aducirían que solo fue un desliz ocasional producto de las
circunstancias. Otros justificarían su adulterio sobre la base de que fue
tentado por la otra parte y que la carne es débil. Y los más, no dudarían en
abogar por culpabilizar a la esposa o esposo en virtud de su dejadez sexual o
de su trato cada vez más distante. Incluso algunos se atreven a emplear la
psicología para señalar que el ser humano es infiel por naturaleza y que la
poligamia es el estado natural del ser humano. Podemos poner todas las excusas
que queramos o que se nos ocurran, pero el adulterio sigue siendo adulterio, y
el pecado sigue siendo pecado ante los ojos del agraviado y de Dios.
Nunca la Palabra de Dios justifica un
hecho tal. No existen medias tintas ni casos especiales en los que el adulterio
está consentido por la Biblia. El adulterio es un síntoma inequívoco de nuestra
negrura espiritual que se plasma en la realidad y en la carne de otras personas
sin considerar ni por un momento todo el mal que están a punto de causar a
todos aquellos que forman parte de su vida. Afecta a la pareja conyugal
sumiéndola en una duda emocional que poco a poco mermará su autoimagen
personal. Afecta a los hijos cuando se enteran del pastel y se sienten
engañados por alguien que se suponía era una brújula moral familiar. Afecta a
padres y suegros, ya que la batalla por posicionarse en ambos bandos enfrentados
quenrantará cualquier lazo afectivo que pudiese surgir de la unión de dos
familias. Afecta a la persona con la que se adultera, involucrándola en un
círculo vicioso de pecado, amenazas y reproches. El adulterio es capaz de
destrozar toda una vida planificada y construida para durar, y todo esto por un
pequeño instante de placer sexual que en vez de beneficiarnos, nos sume en los
pozos de la depravación moral y del engaño sistemático a quienes quisimos o
queremos.
Pero Jesús va más allá del hecho sexual
del adulterio. Jesús quiere atacar la raíz del problema, y ésta no se halla, ni
más ni menos que en el fuero interno del ser humano. De ahí que hable de
codicia en la mirada de aquel que desea conseguir algo que está fuera de su
alcance, dado su estado matrimonial y conyugal de casado. Aunque Jesús pone el
ejemplo de un varón que codicia maliciosamente a una mujer, este versículo se
puede aplicar a la mujer que busca adulterar con un hombre. Antiguamente, dadas
las convenciones sociales y religiosas de la época, era más fácil que un hombre
cayese en la tentación de consumar su deseo desenfrenado, que una mujer, pero
en los tiempos que corren, las cosas se han igualado pasmosamente de tal manera
que el modelo presentado por Jesús puede muy bien aplicarse a ambos sexos.
Jesús quiere hacernos notar que el problema del adulterio surge del corazón
humano, de hacer caso a sus más descerebrados anhelos carnales, de sucumbir a
la tentación sexual, y de claudicar ante la trampa que Satanás proporciona de
que el sexo no es algo malo, mientras te haga sentir más joven, más querido y
deseado, más realizado o más satisfecho. La codicia es el deseo exacerbado y
descomunal por conseguir lo inalcanzable, lo prohibido, lo ajeno. Este
sentimiento, tan arraigado en el pensamiento humano no ha hecho más que añadir
dolor, sufrimiento, problemas, e incluso muerte a la historia de la humanidad.
A continuación, Jesús propone a sus
oyentes un ejercicio terrible, si éste es leído en clave literalista. La
propuesta es que antes de caer en la tentación del adulterio, que antes de
rendirnos ante la oferta atrayente que el pecado nos pone en bandeja de plata,
nos extirpemos el ojo derecho y la mano derecha. Muchos pensarán que Jesús
estaba siendo demasiado drástico o dramático al tratar este asunto. ¿No
estaríamos todos tuertos y mancos si nos tomásemos esta advertencia en serio?
Este efectista recurso que emplea Jesús es una hipérbole, una exageración cuyo
propósito es el de enfatizar y subrayar la importancia de apartarse de cualquier
ocasión que pudiese ser el germen de la tentación. La pornografía, los lugares
en los que se dan encuentros sexuales, las páginas web de contactos, las
relaciones demasiado cariñosas entre empleados, etc… deben ser erradicadas de
nuestro estilo de vida, ya que éstos atentan peligrosamente contra nuestros
matrimonios y familias. Es preferible vivir apaciblemente con la mujer o el
hombre de tu juventud que embarcarte en una aventura que no tendrá
consecuencias felices a corto y largo plazo. En vez de soñar con nuevas
experiencias sexuales al estilo “50 sombras de Grey”, profundiza espiritual y
afectivamente en tu relación conyugal, cultiva la amistad con tu esposa o
esposo, únete a él o a ella en una comunión con Dios que abandone cualquier
ápice de tentación pecaminosa. Si no hacemos esto, luego no podremos
lamentarnos de no haber sabido que el infierno, muchas veces hallado en este
mundo, nos esperaba con los brazos abiertos al quebrantar el lazo maravilloso e
increíble del matrimonio cristiano.
B. JESÚS CONDENA EL DIVORCIO
“ También fue dicho: Cualquiera
que repudie a su mujer, dele carta de divorcio. Pero yo os digo que el que
repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere;
y el que se casa con la repudiada, comete adulterio.” (vv. 31-32)
Otro de los asuntos que inquieta a Jesús
sobre el matrimonio ordenado por Dios es el caso del divorcio. El divorcio
tiene su origen, tal y como hemos leído, en el repudio. El repudio es el acto
por medio del cual el esposo rechazaba a su esposa rompiendo así el vínculo
matrimonial. Las causas de este repudio eran tan variadas, tan caprichosas a
veces, y tan absurdas, que Jesús quiere dejar sentado cuál era la perspectiva
celestial acerca de este tema tan delicado. Según el maestro o rabino al que
preguntases, la mujer podía ser repudiada o por servir la cena fría, o por
cometer adulterio y fornicación. Era tan flexible esta vara de medir de los
dirigentes religiosos, que ya en tiempos de Jesús se tiene constancia de que la
medida punitiva de la lapidación, la cual aparece en el Antiguo Testamento, no
se practicaba de forma tan taxativa y rotunda. Recordemos el episodio en el que
la mujer adúltera está a punto de ser apedreada por la multitud de fariseos que
tratan de pillar a contrapie a Jesús. Ella sí está presente en el juicio y
escrutinio público, pero el hombre que compartía lecho con ella desaparece
misteriosamente de la escena.
Jesús no se muestra proclive al
divorcio, un instrumento permitido por Dios por la dureza del corazón del ser
humano, y a causa de determinadas causas que lo hacían necesario y hasta
recomendable, sino que enmarca el divorcio dentro de una flagrante fornicación
por parte de la esposa. No se podía interponer el divorcio por minucias,
trivialidades, caprichos o conveniencias. Solamente la fornicación, es decir,
el acto sexual entre dos personas que no se hallaban casadas entre sí, podía
desencadenar este mal menor del divorcio, ya que la relación de amor, respeto
mutuo, dignidad y confianza se había roto por completo y era imposible volver a
restablecerla humanamente hablando. En otras partes de la Palabra de Dios
también se contempla el caso de que dos cónyuges, uno cristiano y otro pagano,
de mutuo acuerdo decidieran separarse porque la convivencia se hacía
irrespirable por causa de la diferencia de confesiones. Y como causa que se
remite al sentido común, puesto por Dios en la conciencia y el espíritu humano,
se permite el divorcio por maltrato físico, verbal, sexual o psicológico de uno
de los esposos. Por estas razones, y no por otras como la falta de paciencia,
las manías, las diferencias de criterio político e ideológico, o haber
encontrado a un sustitutivo en otra persona ajena al vínculo nupcial, el
divorcio se establecía, no como algo que Dios contempla con benevolencia o con
agrado, sino como un recurso de urgencia para resolver enquistadas relaciones
matrimoniales que estaban cercanas a la autodestrucción.
El divorcio es, en el mejor de los casos,
un fracaso, y nos interesa mucho más buscar curar su causa que completar sus
defectos. Chesterton, escritor inglés, decía del divorcio que “es, en el mejor de los casos, un fracaso,
y nos interesa mucho más buscar curar su causa que completar sus defectos”.
Si alguien se divorcia por cualquier razón que no sea respaldada por la Biblia,
necesita saber que este acto veleidoso y egoísta tendrá su precio y su castigo,
puesto que al no repudiar a la esposa o al esposo por las causas reseñadas
anteriormente como válidas, sino que lo hace por otros motivos menos
justificables ante los ojos de Dios, el lazo matrimonial sigue subsistiendo por
muchas cartas de divorcio que elabore. La mujer o el marido repudiados, al
querer rehacer su vida sentimental con otras personas, siguen estando
espiritualmente ligadas a su anterior cónyuge, incitando a las terceras
personas con las que se relacionen sexualmente en partícipes del adulterio, y
como consecuencia del justo juicio de Dios contra esta conducta de la cual
abomina por completo. Romper la unidad matrimonial no es tan fácil como hoy lo
pintan con divorcios express, divorcios unilaterales o separaciones de hecho
que facilitan con demasiada laxitud la actitud de “a rey muerto, rey puesto”
que impregna nuestra sociedad egocéntrica. El Señor juzgará de acuerdo a cada
caso y sentenciará a cada cónyuge que se divorcia por que sí de la pareja con
la que un día entabló una conexión y un compromiso solemne delante de Dios y de
sus seres queridos.
CONCLUSIÓN
Evitar aquellas oportunidades en las que
la tentación es más recurrente y apetecible, recordar que el vínculo
matrimonial está hecho para durar hasta que la muerte separe momentáneamente a
los cónyuges, y recurrir al divorcio siempre pensando en la voluntad de Dios
para el matrimonio antes de cometer un acto irremisible como éste, debe ser la
marca de calidad del discípulo de Jesucristo. La iglesia de Dios debe ser una
comunidad de fe en la que la familia y el matrimonio deben ser cuidados con
esmero superior. Vivir por encima de la norma supone en muchos casos recibir burlas
y ataques a la visión bíblica del vínculo conyugal por parte de aquellos que un
día se darán cuenta de que están solos en el infierno del abandono, de la
infidelidad, de la promiscuidad y de la falta de amor verdadero. La sexualidad
tiene fecha de caducidad, pero el amor sincero y puro que se siente por la
persona que has escogido con la que pasar el resto de tu vida, seguirá
existiendo aun cuando la muerte te separe de la persona amada. Tal y como
afirmaba André Maurois, “un matrimonio
feliz, es una larga conversación que siempre parece demasiado corta.”
Comentarios
Publicar un comentario