ALIENTO MUTUO





SERIE DE ESTUDIOS “RELACIONES AUTÉNTICAS”

TEXTO BÍBLICO: HECHOS 11:19-26

INTRODUCCIÓN

      Las palabras de ánimo y apoyo nunca deben faltar en cualquier relación auténtica que entablemos con otra u otras personas. Sabemos que no siempre estamos en condiciones de gritar a los cuatro vientos que todo nos va a las mil maravillas, que no siempre podemos presumir de pasar por tiempos felices y repletos de gozo, y que no siempre disfrutamos de festivas manifestaciones de ánimo. En esos precisos instantes en los que la negrura espesa de la desdicha se dibuja en nuestro horizonte personal, es cuando más necesitamos del respaldo firme y sincero de aquellos que nos aman y desean cuidar de nosotros. Las relaciones auténticas nunca se echan a un lado mientras ven cómo se incendia nuestra vida, sino que con todas sus fuerzas tratan de apagar el fuego de la tribulación que nos achicharra y asfixia. Amigos, familiares y otras relaciones genuinas se muestran prontas para abrigarnos, protegernos y entregarnos palabras de aliento en medio del dolor y las crisis de la vida. Sin ese ingrediente fundamental de estar ahí cuando las horas amargas pasan como una eternidad, cualquier relación se desenmascara como superficial, interesada o parcial. Sentirnos arropados y a salvo en compañía de personas que nos valoran y aprecian sin importar el momento por el que pasamos, resulta en un auténtico oasis en medio del desierto del egoísmo humano que impera en nuestra sociedad.

     Si el ánimo no llega de ningún lado, el ser humano que está en la cuneta de la vida puede no volver a levantar cabeza para superar las adversidades. Pero si alguien que nos ama a pesar de todo se involucra con su abrazo, con su consuelo y con su ayuda sacrificial en nuestras pesadillas, podemos estar convencidos de que la noche cerrada de la aflicción dará paso a un amanecer limpio y radiante. En este sentido, sentir que formamos parte de una comunidad de fe que no solo imparte conocimientos sobre Dios, sino que se implica de verdad en el cuidado y apoyo de cada uno de sus componentes y miembros, supone poder descansar tranquilos en las manos de la gracia divina y del cariño humano. La iglesia de Cristo no está simplemente dedicada a hacer conocer a Jesús y su evangelio, sino que además debe vivir según estos modelos, prodigando a todos cuantos forman parte de la congregación de una sincera preocupación y atención que anime a los débiles a levantarse para seguir luchando un día más.

     El relato lucano que encontramos en Hechos 11 nos remite a esa gran necesidad que todos tenemos de sabernos apoyados, respaldados y auxiliados cuando de llevar adelante la obra de Cristo se refiere. Lucas comienza remitiéndonos a la despiadada persecución que están sufriendo los seguidores de Jesús en Jerusalén, y al martirio terrible que sufre Esteban, uno de los primeros creyentes que, con denuedo y valentía, no duda en dar testimonio fiel de su amor por el evangelio de Cristo a pesar de las amenazas y de una muerte anunciada. El asesinato de Esteban, porque no se puede llamar de otro modo aunque se hiciese en connivencia con las autoridades judías, es el pistoletazo de salida para una serie de represalias violentas y encarnizadas contra aquellos que habían entregado su fe y vida al Maestro de Galilea. Recordemos que el propio Pablo estuvo presente en el ajusticiamiento por lapidación de Esteban, y que su furibunda pasión y su exacerbado celo por cazar a todos los cristianos lo llevó hasta el camino de Damasco, lugar en el que tuvo que escuchar la recriminación reveladora de Cristo y donde su vida fue transformada radicalmente para la gloria de Dios. En este contexto de huidas y persecuciones se encuentran los protagonistas de esta historia. Algunos judeo-cristianos que habían dejado todo atrás para evitar ser víctimas del odio judío en Jerusalén, deciden migrar a la costa mediterránea en Fenicia, a la isla de Chipre y a Antioquía, al norte de Galilea. Dos grupos de perseguidos y desterrados forzosos se distinguen en este flujo de creyentes: aquellos que seguirían extendiendo el reino de Dios entre sus compatriotas exiliados en esas latitudes a las que se dirigían para comenzar desde cero con sus vidas, y aquellos que son llamados por Dios para predicar y anunciar las buenas nuevas de salvación a los gentiles, a aquellos que no formaban parte del pueblo escogido por Dios: “Ahora bien, los que habían sido esparcidos a causa de la persecución que hubo con motivo de Esteban, pasaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, no hablando a nadie la palabra, sino sólo a los judíos. Pero había entre ellos unos varones de Chipre y de Cirene, los cuales, cuando entraron en Antioquía, hablaron también a los griegos, anunciando el evangelio del Señor Jesús.” (vv. 19-20)

      El hecho de que judeo-cristianos compartiesen su fe con otras personas ajenas a la nación israelita era, en aquellos momentos, algo prácticamente inaudito. Si leemos atentamente el libro de Hechos, comprobaremos cuántos problemas suscitó que algunos creyentes, entre los que se hallaba el apóstol Pablo y sus colaboradores más íntimos, tuviesen alguna clase de relación con los gentiles, considerados por muchos judíos como impuros y paganos. No cabe duda de que los hermanos que se dedican a hablar a los griegos o gentiles sobre el evangelio han sido iluminados por el Espíritu Santo, y que han roto con todos aquellos prejuicios raciales y religiosos que habían construido un muro de separación entre los seres humanos del mundo conocido. Con la absoluta certeza de que estaban cumpliendo con los designios de Dios para todas las naciones, su labor parece que es bendecida a tenor de la afirmación que realiza Lucas sobre el fruto que este ministerio de proclamación logra en Antioquía: “Y la mano del Señor estaba con ellos, y gran número creyó y se convirtió al Señor.” (v. 21) Nada se nos comenta acerca de estos anónimos siervos de Dios, sino que provienen de lugares lejanos como Chipre y Cirene, y que en su pasión por Cristo y su mensaje redentor, son respaldados por la mano del Señor. El evangelio iba cambiando pareceres y transformando vidas aquí y allá, alcanzando a todos los gentiles en el transcurso de su testimonio.

     Tal era el impacto que el cristianismo estaba causando en la sociedad antioqueña que la noticia llega a la mismísima Jerusalén, centro neurálgico y reducto de una pequeña comunidad de discípulos de Cristo que seguían padeciendo por su causa. Para confirmar los informes que algunos hermanos habían llevado a los ancianos de la iglesia de Jerusalén, se toma la decisión de enviar a Bernabé, miembro destacado de la congregación, y así comprobar la veracidad de una nueva chispa de salvación que comenzaba a arder en la importante ciudad de Antioquía: “Llegó la noticia de estas cosas a oídos de la iglesia que estaba en Jerusalén; y enviaron a Bernabé que fuese hasta Antioquía.” (v. 22) 

      Lo que vio Bernabé superaba cualquier información o expectativa: “Este, cuando llegó, y vio la gracia de Dios, se regocijó, y exhortó a todos a que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor. Porque era varón bueno, y lleno del Espíritu Santo y de fe. Y una gran multitud fue agregada al Señor.” (vv. 23-24) Todo lo que pudo constatar en la realidad de su experiencia hablando con unos y con otros en la incipiente iglesia de Antioquía le demostró que nada había sido llevado a cabo al azar. Decenas de gentiles, antaño paganos servidores de los ídolos y dioses mitológicos, estaban entregando su vida a Cristo por medio del impresionante trabajo de los judeo-cristianos de la diáspora. No pudo por menos que reconocer y confesar que todo esto formaba parte del plan de Dios para salvar a todos los seres humanos sin importar procedencia o nacionalidad. Seguramente, los hermanos que comenzaron esta buena obra, al recibir de Bernabé su beneplácito como representante de la iglesia madre de Jerusalén, se sentirían respaldados y alentados a seguir hacia adelante con su tarea evangelizadora. El gozo que hacía resplandecer el rostro de Bernabé sería para ellos como una señal divina que les motivaba a cumplir con el llamamiento de Cristo de ir y hacer discípulos en todas las naciones, bautizándolos en el nombre de la Trinidad. Y además, la exhortación entrañable de Bernabé de continuar perseverando en su trabajo incansable produciría en ellos renovadas fuerzas y ánimos para seguir trayendo almas a los pies de Dios en el nombre de Jesucristo.

     Eso es justamente lo que necesitaba la creciente comunidad de fe antioqueña: aliento mutuo que repartirse para recobrar una visión completa y amplia de la obra salvífica de Dios en el mundo que ellos conocían en aquel entonces. La presencia de Bernabé obtuvo también un rédito extraordinario en forma de grandes multitudes que se convertían en seguidores de Cristo, ya que su carácter, su altura espiritual, su sujección al empuje del Espíritu Santo y su enorme fe en el poder de Dios, ayudaron a que la iglesia en Antioquía se convirtiese en un centro de esperanza, perdón, amor y testimonio de la obra de Cristo por toda la humanidad. La sola presencia de Bernabé dio un impulso tremendo y formidable a la dinámica evangelizadora y discipuladora que redundó en la extensión constante del Reino de los cielos en la tierra. Pero, como quiera que Bernabé comenzaba a no dar abasto por causa de la cada vez más numerosa congregación gentil, y que se veía abrumado por la cantidad ingente de necesidades, preguntas, dudas y servicio, decide recabar la ayuda de alguien que comprendía mejor que nadie el ministerio evangélico a los gentiles: “Después fue Bernabé a Tarso para buscar a Saulo; y hallándole, le trajo a Antioquía.” (v. 25). Pablo estaba en su tierra, visitando sus raíces familiares y seguramente, pregonando el evangelio de la gracia en Cristo a sus compatriotas y a aquellos gentiles que quisieran escucharlo. Al recibir la visita de Bernabé, no duda ni por un momento que ha llegado la hora de marchar a otro lugar para seguir su vocación misionera y para afirmar y respaldar un nuevo lugar de testimonio cristiano con sus conocimientos y su perspicacia sobre el evangelio.

      La estancia, tanto de Bernabé como de Pablo, se extendió a un año, tiempo suficiente como para preparar y capacitar a determinados hermanos y ancianos que llevasen las riendas de la iglesia tras su marcha: “Y se congregaron allí todo un año con la iglesia, y enseñaron a mucha gente; y a los discípulos se les llamó cristianos por primera vez en Antioquía.” (v. 26) En esa convivencia los hermanos de Antioquía pudieron ser conscientes de que no estaban solos ante el peligro, que la iglesia de Jerusalén les respaldaba oficialmente, que Pablo mostraba de manera clara que el Espíritu Santo seguía derramándose sobre los gentiles, y que el Espíritu de Dios estaba convenciendo de pecado a cientos de personas. El aliento fue mutuo, ya que los hermanos en Jerusalén pudieron recibir en las noticias e informes posteriores el espaldarazo definitivo para reconsiderar su visión etnocéntrica y para convertirse en valedores ante Dios de sus consiervos de Antioquía. Lucas quiere dejar, a modo de aclaración significativa, que en esta querida iglesia por primera vez se llamó a los seguidores de Cristo, cristianos, es decir, pequeños cristos, miniaturas que seguían el mismo patrón del modelo de Jesús. Era un privilegio ser llamados así, aun cuando tal vez este apelativo no fuese tan cariñoso como pudiese parecernos en principio, ya que ser identificados con Cristo suponía saber que se estaba viviendo de acuerdo a lo que Jesús dejó estipulado en sus enseñanzas y en su manera de comportarse.

CONCLUSIÓN

     El aliento mutuo entre iglesias de una misma denominación, entre hermanos y hermanas de una misma congregación, entre pastores de distintas comunidades de fe, entre consiervos de diversas maneras de entender el evangelio sin renunciar a su pureza y verdad, es algo que sigue siendo necesario, dada la inclinación a mirarnos el ombligo y a pensar que bastante tenemos con lo nuestro. Nuestro respaldo a otras iglesias hermanas en oración, recursos y preocupación nunca debe desaparecer, sino que debe ser potenciado y elevado a una parte importante de nuestro testimonio cristiano y de nuestro deber de animar a quiénes lo necesitan en tiempos críticos. Tu exhortación y tu abrazo nunca estarán de más, puesto que éstos pueden hacer que una vida pueda superar las pruebas duras que lo han abatido. En esto consiste una relación fraternal auténtica. Recuerda que el aliento que necesitarás, es el aliento que tú habrás ofrecido previamente a alguien que lo necesitaba: “Por lo cual, animaos unos a otros, y edificaos unos a otros, así como lo hacéis.” (1 Tesalonicenses 5:11)

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