MEJOR ES...


 

SERIE DE SERMONES SOBRE PROVERBIOS “PROVERBIA IV” 

TEXTO BÍBLICO: PROVERBIOS 17:1-15 

INTRODUCCIÓN 

       Seguro que alguna vez te ha pasado que, incluso en medio de un problema o de una crisis, has podido encontrar alguna clase de beneficio o de experiencia positiva. No suele ocurrir con mucha frecuencia, pero a veces sucede. Entonces hemos dicho para nuestros adentros, “menos da una piedra,” con lo que intentamos consolarnos y conformarnos con lo conseguido en una situación adversa, aunque sea poca cosa, dado que lo que saquemos en claro va ser siempre mejor que una piedra, algo que tiene escaso o nulo valor. También hemos expresado cierto alivio al decir entre suspiros que “nos podemos dar con un canto en los dientes.” De esta forma tan ilustrativa manifestamos que estamos en disposición de agradecer algo positivo que nos ha ocurrido, sabiendo que el resultado podría haber sido peor. El dicho tiene su origen en la antigua costumbre de algunos pueblos árabes y judíos de agradecer la suerte o las buenas acciones de la divinidad mediante el golpeo en el pecho con canto. Es por eso que en origen la expresión sería “darse con un canto en el pecho”. Se empezó a utilizar el término modificado “darse con un canto en los dientes”, para mostrar un mayor dramatismo y darle más énfasis al significado. De ahí también parte la costumbre católica de entonar el Mea Culpa, golpeando el pecho con el puño, en señal de contrición. 

      Ocasiones en las que salvamos el pellejo en el último minuto, situaciones complicadas que, aunque dejan alguna que otra merma, también logramos respirar pensando en lo mal que podría haber ido todo, coyunturas de las que esperábamos lo peor, pero que al final nos dejan incluso un poso de satisfacción por haber superado el trance oliendo a chamusquina. Creo que todos hemos tenido que enfrentar situaciones así en todos los órdenes de la vida. Llegar a conformarse y a consolarse con la idea de que existen circunstancias más dañinas y tóxicas, y que hemos eludido el peso incierto de consecuencias funestas y dramáticas, son parte de nuestra vivencia terrenal, y muchas veces damos gracias al Señor, porque en medio de lo que parecía oscuro y lóbrego, hemos hallado un atisbo de luz que nos permite seguir adelante en el día a día. A veces es mejor algo negativo, que algo demoledor y trágico, irreversible y traumático, a fin de seguir creciendo y agradeciendo a Dios su gracia y su cuidado. 

1. MEJOR ES LA PAZ Y LA PRUDENCIA 

      Para el sabio Salomón también existían esos momentos en la vida en la que uno puede darse con un canto en el pecho o en los dientes: “Mejor es un bocado seco y en paz que una casa de contiendas llena de provisiones. El siervo prudente se impondrá al hijo indigno, y con los hermanos compartirá la herencia. El crisol es para la plata y el horno para el oro, pero Jehová es quien prueba los corazones.” (vv. 1-3) 

      El materialismo y el consumismo que se nos han impuesto como estilos de vida apetecibles y deseables están acabando con el ideal de la paz en los hogares de todo el mundo. Desde las ventanas que se nos abren en ciertos programas de televisión o de las redes sociales, se nos embauca con la disfrazada realidad de que el dinero ofrece felicidad y prosperidad a manos llenas. Sin embargo, sabemos que, muchas veces, esas imágenes que tratan de invocar en nosotros la envidia y la codicia, esconden auténticas desgracias personales, situaciones comprometidas y violentas, depresiones descomunales y vidas llenas de amargura. Tener mucho no implica necesariamente ser felices. Precisamente es a causa de las peleas por herencias, de los divorcios traumáticos en los que ambas partes entran en una vergonzosa batalla para ver quién saca mejor tajada, o de los cuervos que muchos malcrían a través de concesiones caprichosas y mimadas atenciones, que la paz del hogar se esfuma como por ensalmo. En mi familia siempre aprendimos que podemos ser pobres, que tal vez careciéramos de las comodidades y lujos de unos pocos, pero que era mejor un buen plato de lentejas con un chusco de pan en armonía, que tener un pastizal y permitir que la discordia y el distanciamiento familiar se instalaran en el hogar. 

      Salomón se permite expresar hasta qué punto un integrante genético y consanguíneo de la familia puede llegar a caer en desgracia a causa de sus actitudes y acciones. Teniendo en cuenta la realidad histórica en la que la servidumbre era una circunstancia habitual, el sabio nos dice que el comportamiento sensato y la decencia está incluso por encima de la relación paterno-filial. No hace mucho que tuve la oportunidad de ver con Sol una serie que describe a la perfección lo que un padre es capaz de hacer por un hijo que ha metido la pata hasta el corvejón. La serie en cuestión, “Your Honor,” o en castellano “Su Señoría,” narra los malabarismos legales y éticos que un juez debe llevar a cabo para evitar que su único y amado hijo, responsable de la muerte accidental de otro joven, sea condenado por huir de la escena del hecho. Este padre es capaz de manipular la ley desde su estrado a fin de procurar que su hijo pague por lo que hizo, viendo cómo, en el transcurso de la trama, otras personas inocentes mueren o son víctimas colaterales. Hasta el final, y no quisiera hacer spoiler, el juez hace lo que sea para proteger a su hijo, cueste lo que cueste, vendiendo su alma al mismísimo diablo.  

     Algunos padres, como este juez, son capaces incluso de obviar los crímenes abyectos de sus hijos, simplemente porque son sus hijos, que no es poco, por supuesto. Pero Salomón dicta en este proverbio que es mucho mejor ofrecer el lugar de este hijo indigno, el cual no quiere cejar en su empeño egoísta y pendenciero, a un tercero que no es propiamente de la familia, pero que se conduce según la prudencia, la obediencia y el afecto por su amo, siendo adoptado como sustituto del hijo imprudente e irresponsable. 

      En definitiva, aquel que puede leer nuestros pensamientos, que es capaz de desentrañar las intenciones de nuestra voluntad y que nos conoce mejor que nosotros a nosotros mismos, es solamente Dios. Para que la plata y el oro puedan alcanzar su pureza más alta, deben ser tratados en el crisol y en el horno ardientes, de tal manera que todo aquello que es impureza salte a la vista y pueda ser apartado y desechado. Del mismo modo, el Señor es el único que puede probar nuestros corazones, dejando al descubierto nuestra perversidad, nuestra oscuridad interior, haciendo manifiestos los depravados deseos que ocultamos en las honduras de nuestra alma.  

      Nosotros, como seres humanos, con suerte y alguna que otra técnica deductiva, podemos alcanzar la posibilidad de interpretar las tendencias de una persona, pero por cada persona en la que adivinamos sus auténticas intenciones, nueve más se escapan de nuestra capacidad de observación. Sin embargo, el Señor no puede ser engañado, dado que nuestra misma esencia se abre ante Él con una facilidad pasmosa, escrutando cada una de nuestras ideas y propósitos en la vida. Es mejor que Dios se ocupe de esta tarea, y que Él sea el que nos brinde de su discernimiento espiritual, al objeto de poder distinguir y probar los espíritus de cuantos se acercan a nosotros en un momento dado. 

2. MEJOR ES LA VERDAD Y LA MISERICORDIA 

     Por lo general, es mejor saber qué decir, cuándo decirlo, y cómo decirlo, que soltar por nuestra boca todo lo primero que nos viene a la cabeza. Dejar que la lengua condicione nuestras relaciones y fiar a nuestra comunicación verbal la tarea de hallar el bien y la dicha, puede ser un ejercicio sumamente peligroso y arriesgado: “El malo presta atención al labio inicuo y el mentiroso escucha la lengua detractora. El que escarnece al pobre, afrenta a su Hacedor, pero no quedará sin castigo el que se alegra de la desgracia. Corona de los viejos son los nietos y honra de los hijos son sus padres. Si no conviene al necio el lenguaje elocuente, ¡cuánto menos al príncipe el labio mentiroso! Como un talismán es el soborno para el que lo practica: dondequiera que va, halla prosperidad.” (vv. 4-8) 

      No suele ser normal poder ver a una persona malvada entablando una conversación sosegada con alguien que quiere hacerle ver lo injusto de su conducta para con los demás. Lo típico es hallar en el mismo corrillo a personas del mismo pelaje y de semejante catadura moral y ética tramando alguna que otra actividad delictiva. Podríamos decir que la maldad y la sensatez no suelen casar. El malhechor siempre prestará más atención a aquellos que le proponen nuevas formas de cometer fechorías, a aquellos que procuran dinamitar la convivencia pacífica de la sociedad, a sus compañeros de diabluras y crímenes. Lo mismo sucede en el caso de los mentirosos de este mundo. No está entre sus objetivos dialogar con los que buscan la verdad y con aquellos que intentan convencerlos de que depongan de su actitud falsaria. Todo lo contrario. Los mentirosos prefieren reunirse con aquellos que pasan todo el tiempo de sus vidas criticando áspera y groseramente a todos cuantos no son de su cuerda. Los mentirosos necesitan como el agua participar de las comidillas, de las murmuraciones, de los chismes, de las difamaciones, con el fin último de confeccionar sus noticias falsas, sus informaciones distorsionadas y sus torcidas y convenientes afirmaciones en contra de aquellos con los que se muestra en desacuerdo.  

      La pobreza, siendo ya de por sí una lacra amarga que muchos han de soportar en estos tiempos tan inciertos en los que vivimos, se convierte en demasiadas ocasiones en un motivo más de odio, marginación y desprecio de bastantes personas. Lo que se conoce como aporofobia supone rechazar, maltratar, abusar o burlarse de aquellas personas que no tienen un techo o un sustento garantizado. Seguro que habrás escuchado de individuos, la mayor parte de estos jóvenes, golpeando, apalizando, quemando, e incluso asesinando a pobres transeúntes que estaban durmiendo al raso en un banco del parque, en un rincón de un portal o en el cajero de una entidad bancaria. Los que tal hacen, si supieran que, por cuanto atentan contra la vida y dignidad de una persona, por muy desgraciada en la vida que esta sea, están escupiendo en el rostro de Dios, Creador y Padre de todos los seres humanos que pueblan este mundo, se lo pensarían dos veces. Pero como el temor de Dios es, a día de hoy, la menor de las preocupaciones de los salvajes que dan rienda suelta a sus frustraciones y odios, los más necesitados suelen ser la diana favorita de los que solo buscan saciar su sed de sangre. Cada ser humano, sin importar su estatus social, su condición económica o su extracción, ha sido creado por Dios a su imagen y semejanza, por lo que violentar la vida de un pobre solo por serlo, o mofarse de la desgracia y miseria ajena, será juzgado con la mayor severidad a su debido tiempo, en este plano terrenal o en la consumación de la historia. 

     Los nietos y los hijos son dones maravillosos que Dios da, tanto a abuelos como a padres. No existe nadie en los que pongamos tantas esperanzas, tanta pasión, tanta dedicación y tanto amor. Queremos que crezcan a todos los niveles, procurando que conozcan a Dios desde su niñez más tierna. Si como padres y abuelos sabemos hacer nuestro trabajo dentro del orden que Dios establece en cuanto a la educación integral de nuestros descendientes, dándoles ejemplo de coherencia, honradez y sensatez, estos serán coronas que adornen las frentes de los ancianos, puesto que encarnarán precisamente los mismos valores preciosos que les inculcaron junto a los padres. ¿Qué padre o madre no se siente orgulloso de sus hijos cuando los ve andando por las sendas del consejo del Señor? ¿Qué padre o madre no recibirá de sus vecinos la felicitación y la honra al comprobar que sus retoños son personas sensatas, sabias y temerosas de Dios? Es mejor honrar a nuestros mayores, que acarrear sobre sus cabezas la vergüenza pública de ser considerados malhechores y delincuentes. 

      La necedad de una persona es posible advertirla en su manera de hablar. Los insensatos e irresponsables que campan a sus anchas por todas las latitudes de esta tierra no son precisamente descritos como reputados oradores o como personas con un discurso tremendamente elaborado. Al violento, al intransigente, al rebelde, no le interesan los mensajes elocuentes, porque se pierden. Abogan más bien por la acción coercitiva, por la agresividad dominante, por la fuerza bruta. Al imprudente y al desobediente es muy difícil convencerlo y persuadirlo de que deje de comportarse como adoquines sin cerebro. De igual manera que no les conviene participar de conversaciones profundas y enriquecedoras, a los dirigentes de turno tampoco deberían convenirles los consejos de individuos próximos a estos que solo procuran establecer la mentira como estrategia para conseguir sus fines y metas. La autoridad que hace oídos a la mentira que se les propone, está destinada a la ruina, puesto que la verdad y la justicia, tarde o temprano, acaban por dejar al descubierto los efectos perniciosos de la falsedad. Es mejor ser sabio y rodearse de personas entendidas, que ser un estulto de primera categoría con pocas luces. Es mejor gobernar desde la verdad que bendice al pueblo, que hacerlo desde la mentira, la corrupción y la injusticia. 

      Salomón también toca un tema que está de rabiosa actualidad en todos los noticieros: el asunto del soborno. A la verdad, sobornar, esto es, “ofrecer dinero u objetos de valor a una persona para conseguir un favor o un beneficio, especialmente si es injusto o ilegal, o para que no cumpla con una determinada obligación,” es algo que Dios considera como repugnante. Así lo revela por medio de Moisés: “No tuerzas el derecho, no hagas acepción de personas ni tomes soborno, porque el soborno ciega los ojos de los sabios y pervierte las palabras de los justos.” (Deuteronomio 16:19)  

       Sin embargo, más allá de la consideración negativa que el soborno tiene para aquellos que aman la ley del Señor, para aquellos que dan la espalda a Dios, resulta en una fuente inagotable de beneficios dinerarios y en especie. Es como un amuleto de la suerte, algo que se tiene como garantía de que la ley y la justicia no pueden tocarles hagan lo que hagan mientras vivan. Ahí tenemos a personajes siniestros de nuestra política como Villarejo o Bárcenas, creando una red clientelar con sobres y sobornos de todo tipo para lograr pingües beneficios. No obstante, la verdad sale a la luz, y el soborno y el cohecho son puestos de manifiesto y juzgados. Es mejor ser honrados y justos, que dejarnos untar por las promesas del materialismo y el poder, condenando a los inocentes y considerando inocentes a los malvados. 

3. MEJOR ES LA DISCRECIÓN Y LA HUMILDAD 

       La discreción y la corrección siempre serán mejores que la indiscreción y la rebeldía, sobre todo a la hora de entablar relaciones valiosas, duraderas y sinceras: “El que encubre la falta busca la amistad; el que la divulga, aparta al amigo. La reprensión aprovecha al inteligente más que cien azotes al necio. El rebelde no busca sino el mal: un mensajero cruel será enviado contra él. Mejor es toparse con una osa privada de sus cachorros que con un fatuo en su necedad.” (vv. 9-12) 

      Cuando Salomón habla de encubrir la falta, no está hablando precisamente de que, como el juez del que hablamos de la serie de televisión que cité anteriormente, uno tape interesadamente el delito de alguien al que apreciamos enormemente. No está afirmando que, cuando sepamos de boca de un amigo que este ha perpetrado un crimen, seamos como los curas católicos y lo mantengamos como un secreto de confesión. El sabio nos aconseja que, en el momento en el que un amigo o ser querido se nos confiese en el secreto de nuestra discreción y confianza, seamos lo suficientemente prudentes como para no ir aireando sus trapos sucios, sus tropiezos, sus pecados, a diestro y siniestro. El amigo ha de mostrarse comprensivo, debe reflexionar sobre lo que se le ha confiado en la intimidad del afecto verdadero, y nunca ha de romper la confidencialidad de lo que se le ha dicho. Para algunas personas, el tema de la discreción es un auténtico problema. Son individuos a los que no se les puede contar nada, porque en menos que canta un gallo, ya te has convertido en el motivo de las murmuraciones de todo el barrio. No es posible lograr hallar en ellos un espacio de seguridad y comprensión en el que volcar aquello que nos remuerde por dentro, en el que desahogarnos, en el que depositar la confianza suficiente como para reconocer los errores cometidos, y en el que encontrar la comprensión y empatía necesarias. Ser amigo de un lenguaraz espécimen humano supone irremediablemente ser el objetivo de todas las habladurías, críticas y juicios de tu entorno más inmediato, sin que puedas hacer ya nada por evitarlo. 

      La corrección invariablemente será aceptada y asumida de buen grado por la persona sensata. Entenderá que lo que se le dice, desde la verdad y el cariño, pero también desde la severidad y la rotundidad, es beneficioso para su alma. Sin embargo, nadie que exhiba una actitud prepotente, arrogante e imprudente, deseará recibir la exhortación a cambiar de talante, la disciplina que le ayude a reconsiderar sus prioridades y valores, o la reprensión de los sabios que solamente desean que su existencia sea encauzada dentro de las líneas directrices de la voluntad de Dios. Claro, si el necio no responde oportuna y positivamente a las amonestaciones verbales, no quedará más remedio que tirar de vara y que presentar al inicuo como candidato a una buena tunda que le haga entrar en razón. Ni así, dice el sabio rey, serán capaces de reconocer que han de cambiar su estilo de vida y su actitud ante la ley y el orden. Es mejor humillarse ante el consejo sabio que recibir en los ijares una buena dosis de garrote. Y es que así ocurre, si el rebelde se muestra remiso ante las continuas advertencias, el día más inesperado se encontrará con un mensajero en forma de castigo que le dejará más que claras las cosas, y que le mostrará que la desobediencia tiene repercusiones bastante dolorosas. 

      La imagen que nos presenta Salomón en cuanto a una osa a la que se le han arrebatado sus oseznos, es lo suficientemente esclarecedora como para tenerla muy en cuenta a la hora de encontrarnos con cualquier necio de los que abundan en la actualidad. Una osa puede llegar a despedazar literalmente a cualquiera que se le ponga por delante, con el objetivo de recuperar a sus crías. Nadie en su sano juicio osaría enfrentarse a una enrabietada y furiosa fiera salvaje. Del mismo modo, enfrentarse con un engreído supone ir a por lana y salir trasquilado, aunque uno tenga buenas intenciones. No es posible conversar pacíficamente con alguien que demuestra con sus palabras y gestos que no se va a avenir a razones. La chulería es tan grande en esta clase de personas, que lo mejor que podemos hacer es cruzar a la otra acera, seguir caminando, no entrar en disputas vanas y vivir para invertir nuestro tiempo y esfuerzo en construir relaciones enriquecedoras con personas humildes, sencillas y sinceras. Para que sea mucho mejor tratar con una osa fuera de sí que con un fatuo, imaginemos el perjuicio que recibiremos del trato con esta clase de personajes altaneros. 

4. MEJOR ES LA GRATITUD Y LA COHERENCIA ÉTICA 

      La ingratitud, la búsqueda gratuita de gresca y la justificación de las acciones de los perversos, son el pan de cada día, pero tendrán su paga cuando así el Señor lo establezca: “Al que da mal por bien, el mal no se apartará de su casa. El que inicia la discordia es como quien suelta las aguas, ¡abandona, pues, la contienda, antes que se complique! El que justifica al malvado y el que condena al justo, ambos son igualmente abominables para Jehová.” (vv. 13-15) 

      De desagradecidos el mundo está lleno, y ¡cuánto daño hace esta clase de individuos en el anhelo que muchos tienen de ayudar al prójimo! Seguro que has intentado echar un cable a alguien en una situación realmente apurada, te has apiadado de su suerte, y has decidido involucrarte en la búsqueda de una solución al problema. Y seguro que, no siempre, pero sí en algunas ocasiones, has tenido que contemplar con tristeza y frustración, que no solamente no recibiste del ayudado las gracias, algo que es lo mínimo exigible a una persona educada y cabal, sino que encima ha mordido la mano que le dio de comer. Esto propicia en muchos casos que ya no seamos tan magnánimos o generosos cuando otra persona tiene una necesidad urgente. Estas personas ingratas recibirán su merecido, sobre todo porque llegará el día en el que vuelvan, en su inoperancia e imprudencia, a requerir del favor de otros para salir a flote, y ya haya corrido como la pólvora la fama de malagradecidas entre sus vecinos, con la consiguiente ausencia de asideros a los que aferrarse. Es mejor ser agradecido cuando se es auxiliado, que devolver con reproches y maldición la merced de quienes se volcaron con tu critica tesitura. 

      A menudo, también es posible observar en la fauna antropológica que nos rodea, a personas que persiguen cualquier motivo que les permita encender la mecha de una acalorada y furibunda discusión. Son individuos que buscan chinchar, pellizcar y provocar incendios dialécticos solo por la pura ansia de ver hogares rotos, amistades destruidas, puentes dinamitados y puños crispados a punto de golpear al prójimo. Disfrutan como los pirómanos emocionales que son, mientras ven arder todo tipo de relaciones antaño fructíferas, benditas y serenas en la hoguera que ellos mismos han prendido con el fuego de la mentira, de la discordia y del caos. A veces, ni siquiera llegan a ser conscientes de hasta qué punto las cosas se pueden desmadrar. Pensando en relamerse de placer con la ruptura entre dos o más personas que antes estaban a partir un piñón, acaban siendo testigos de auténticas batallas campales, las cuales pueden desembocar incluso en la muerte de alguno de los combatientes. Por eso, Salomón ruega a estos pirotécnicos de las relaciones que piensen por dos veces en si vale la pena romper los diques de contención que se han construido para una convivencia pacífica y cordial. 

     Por último, y volviendo a traer a colación la serie de “Your Honor,” Salomón advierte a aquellos que se ponen de parte de los malvados, condenando en este proceso a los inocentes. En la serie televisiva comentada anteriormente, el juez y padre del hijo que comete el homicidio involuntario, prefiere perjudicar a toda una familia, que solo pasaba por ahí, provocando la muerte de prácticamente todos sus miembros, con tal de salvar a su hijo de la pena que por ley le correspondía pagar en la cárcel. Un juez que, al principio parecía ecuánime e imparcial, acaba convirtiéndose en el defensor de asesinos, mentirosos, perjuros y mafiosos, justificando sus acciones sobre la base de que “qué no haría un padre por su hijo.” Aunque una abogada le afea su conducta prevaricadora, y lo desafía a volver a ser una persona justa, al final es vencido por el mal, por la falta de ética profesional y por permitir que su culpable hijo no se haga responsable del deleznable acto de abandonar la escena del accidente mortal. Así sigue pasando hoy día en muchas de las áreas de la vida pública y privada. Es preferible arrimar el hombro con los perversos, aunque esto suponga amargarles la existencia a los inocentes. Dios aborrece sobremanera esta clase de conducta inmoral y vindicará a los justos sentenciando al infierno a los malvados. Es mejor asumir la responsabilidad de los propios actos, aunque esto te lleve a ser condenado, que mentir y manipular para salvar el pellejo e involucrar a personas inocentes.  

CONCLUSIÓN 

       Existen situaciones en las que, siguiendo las directrices bíblicas en lo tocante a la moral y a la ética, seguramente tendremos que asumir dolor y sufrimiento. Pero es mejor padecer a causa de la verdad y de la justicia, que ser condenados por el Juez Supremo en el día del Juicio Final a causa de nuestras mentiras, maldades y orgullo. Sabemos que es difícil, en determinadas circunstancias, aceptar el peso de la ley de Dios, y que nuestra naturaleza pecaminosa tratará de quitarnos de la mente responder de nuestros actos malignos y de nuestras palabras perversas.  

      Pero es mejor ser justificados por Cristo en la hora de nuestra comparecencia ante Dios un día, habiendo confesado nuestros pecados, habiéndonos arrepentido de estos y habiendo pagado el precio de las consecuencias de nuestras maldades, que ser aborrecidos por el Padre celestial por haber querido justificar lo injustificable, por habernos enrocado en nuestra soberbia y por no mostrar contrición tras cometer iniquidades contra Dios y contra nuestros semejantes.

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