CORAZONES TRISTES


 

SERIE DE SERMONES SOBRE PROVERBIOS “SAPIENTIA IV” 

TEXTO BIBLICO: PROVERBIOS 17:16-28 

INTRODUCCIÓN 

       Tengo la abrumadora impresión de que vivimos en tiempos tenebrosos y peligrosos. Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que nuestra sociedad se está convirtiendo a pasos agigantados en la sociedad de los corazones tristes, de las amistades peligrosas, de la falsa justicia y de la violencia verbal. Si a las funestas consecuencias que se derivan de los problemas cotidianos que tenemos que enfrentar dentro del marco de la normalidad, añadamos a estos la actual pandemia global de la Covid-19. Mucho se está hablando de las secuelas que está dejando esta situación de restricciones sociales, de distanciamientos personales, de miedo a la muerte por contagio, de la verificación de la insolidaridad de nuestros semejantes, y de limitaciones a nuestros derechos de movimiento, reunión e información. No cabe duda de que los rostros mustios ocultos tras las mascarillas, de que las miradas lánguidas y perdidas, y de que los andares cansinos y en permanente alerta, son algunas de las imágenes que más nos llaman la atención de muchas personas que lo están llevando bastante mal en esta época de incertidumbres y temores. Si ya uno tenía sus propias cuitas y preocupaciones, en este último año todo ha venido a demoler y asolar las pocas cosas que podíamos disfrutar gratuitamente, como era el aire libre, la diversión social, el tiempo con nuestras familias, el espacio para la comunión espiritual con otros creyentes. ¿Cómo no va a haber corazones tristes, apesadumbrados y acongojados? 

      Sin embargo, más allá de estas circunstancias adversas puntuales por las que estamos pasando como raza humana, el síndrome del corazón triste siempre ha estado ahí, de forma perenne, en todas las eras de la historia, en todas las civilizaciones, en todas las culturas. Seguro que has escuchado alguna vez expresiones como “hacer de tripas corazón,” “encogérsele a uno el corazón,” “tener el corazón en un puño,” o “dolerse en lo más profundo del corazón.” Este órgano tan vital para nuestra subsistencia en este plano terrenal, símbolo de la centralidad de nuestras emociones y sentimientos, de la esencia de nuestras decisiones y de nuestra voluntad, suele recibir, a lo largo de su vida, una serie de ataques devastadores que, invariablemente, tienen que ver con nuestras relaciones interpersonales. Nos rompen el corazón, no quienes nos odian, sino aquellos a los que amábamos, pero que nos han traicionado vilmente. No estrujan nuestro corazón aquellos que son ajenos a nuestros afectos más inmediatos y profundos, sino aquellos que, siendo nuestra familia a todos los niveles, sufren, padecen, se duelen. No hacen que nuestro corazón esté en un puño aquellas personas con las que nada tenemos en común, sino que son nuestros amigos, hermanos y compañeros los que nos ponen en ese terrible brete. 

1. AMISTADES PELIGROSAS 

       Salomón tenía un amplio y perspicaz conocimiento de hasta qué punto el corazón de una persona podía llegar a caer en el abrazo atenazador de la pena, de la tristeza y de la depresión. Posiblemente él mismo sabía de primera mano lo que implicaba poner la confianza y el amor en manos de otras personas, y lo que el futuro aguardaba a estos valiosos tesoros del alma si estos no eran apreciados de forma adecuada y oportuna. Entregar el corazón a otras personas es algo que necesitamos hacer en un momento dado de nuestras existencias. Y es una experiencia realmente agradable y satisfactoria poder ofrecerlo humildemente a alguien que sepa valorar nuestro afecto:¿De qué sirve el dinero en la mano del necio para comprar sabiduría, si no tiene entendimiento? En todo tiempo ama el amigo y es como un hermano en tiempo de angustia. El hombre falto de entendimiento estrecha la mano para salir fiador en presencia de su amigo. El que ama la disputa ama la transgresión; y el que abre demasiado la puerta busca su ruina.” (vv. 15-19) 

       Haciendo alusión a aquellos que dilapidan sus ganancias y herencias para disfrazar su inoperancia intelectual comprando títulos y diplomas falsos, llenando sus bibliotecas de volúmenes y tomos enciclopédicos para dar una apariencia de sabiduría y conocimiento ante sus visitantes y huéspedes, Salomón nos muestra lo abiertamente estúpido que es querer dar una imagen de inteligencia a través de maestros a los que no escucha ni obedece, a través de libros que no lee, a través de la pluma de otros que pongan contenido a su firma, y por medio de certificados académicos que no merece. Sin duda, el corazón de aquel que anhela rodearse de los autores más reputados, sesudos y eruditos, que ansía codearse con la flor y nata de la intelectualidad más actual en cócteles de la petulancia y la pedantería, y que fía su fortuna a intentar paliar su estupidez supina, estará entristecido y afligido, dado que sabe en su fuero interno que, por mucho que se afane en acaparar publicaciones científicas y filosóficas, siempre será un auténtico lerdo. 

      Nadie conoce mejor el corazón de alguien que el amigo verdadero. El amor que dispensa un amigo sincero nunca mengua, ni se condiciona a las coyunturas que el tiempo y las preocupaciones de esta realidad terrenal van modificando nuestro estilo de vida. El amigo ama incondicionalmente, no juzga a la ligera, procura consolar y calmar la ansiedad del otro, y busca ayudar y escuchar desde la ausencia de prejuicios. Da igual que pasemos por instantes felices y llenos de prosperidad, o que atravesemos el valle de sombra de muerte a causa de los reveses de esta vida, que siempre tendremos el cobijo y el cariño tierno de nuestros amigos. El amigo no persigue aprovecharse o beneficiarse del estatus del otro, sino que está a las duras y a las maduras, llueva, nieve o truene. Y, sobre todo, en los momentos más tenebrosos y asfixiantes de nuestra trayectoria vital, es donde los reconocemos, los apreciamos y nos aferramos a su inestimable auxilio. Dado que, en este mundo individualista y egoísta, las personas son muy dadas a recitar con demasiada frecuencia que cada palo aguante su vela, y que cada cual haga de su capa un sayo, tener cerca a un amigo que de verdad lo es, es poder ver la luz del sol en medio de una borrascosa tormenta en medio del océano. Siempre está ahí, para alegrar nuestro triste corazón. 

      Sin embargo, posiblemente hemos tenido amigos que no siempre tienen las ideas más lúcidas y preclaras. Tal vez hemos entablado relaciones de amistad con malas cabezas, con imprudentes y con insensatos. Les tenemos un afecto tremendo, pero también hacen que nuestro corazón se entristezca cada vez que toman pésimas decisiones en sus vidas. Mira que siempre estamos soltándoles sermones sobre cómo dejar de ser tan proclives al desastre personal, que día sí y día también intentamos sacarles las castañas del fuego, que procuramos en muchas ocasiones persuadirles de que metan la pata hasta el corvejón, y parece que están abonados a la desgracia y a la desdicha que ellos mismos se buscan. Sin embargo, no los dejamos en la estacada, e incluso, en los instantes en los que van a elegir rotundamente fatal, allí estamos, hasta el último momento tratando de quitarles de la cabeza cometer el error más grave de sus vidas. Esto no quita que no se nos encoja el corazón de tristeza, sobre todo cuando comprobamos que ha vuelto a revolcarse en su propio vómito, que se ha metido en camisas de once varas y que necesita que le echemos un cable por enésima vez. 

     También hemos tenido amigos y seres queridos con una tendencia demasiado exacerbada hacia la agresividad y la violencia en todos sus formatos. Alguna que otra vez hemos tenido que correr como una exhalación para evitar que una trifulca se convirtiese en algo más sangriento. Alguna vez hemos tenido que interponernos entre nuestro amigo y alguien que quería ajustarles las cuentas. Alguna vez hemos tenido que pararle los pies y la boca a nuestro amigo para evitar entrar en una disputa de la que después sería muy difícil salir indemnes. Los amamos, los apreciamos, pero cuántos problemas causan con su descontrolada ira, sus desatadas intenciones violentas y sus procaces expresiones verbales. ¿Cómo no se nos va a teñir de azul tristeza el corazón, si hemos de ir controlando y vigilando que nuestros amigos no la líen parda por allá por donde pasan?  

      Y esto, por no hablar de los que yo llamo amigueros, individuos que entregan su amistad a cualquiera que les dirige la palabra, sin considerar qué clase de personas son, de si procuran su amistad sinceramente o solamente tienen en mente desplumarlo o aprovecharse de su condición económica. Abrirle la puerta a todo hijo de vecino sin haber dejado que la relación se afirme sobre las virtuosas bases del conocimiento paulatino, del discernimiento espiritual y de la consulta a Dios, supone en la mayoría de los casos, abrirle la puerta a la traición, a la desilusión, al pillaje y a la miseria. Lograr la amistad de alguien no es algo simple, instantáneo o sencillo; requiere de un periodo prudencial de tiempo en el que la relación sea puesta a prueba y las personas puedan llegar a conocerse sin temor a ser defraudadas. No hay nada más triste que un corazón roto a causa de una relación tóxica, de una amistad que no era tal, de un vínculo roto por las conveniencias y los intereses ocultos. 

2. CORAZONES TRISTES 

      Nuestras entrañas también pueden ser contagiadas por la aflicción y el sufrimiento que causan precisamente aquellos de los que menos esperábamos que nos decepcionasen: “El perverso de corazón nunca hallará el bien; el que intriga con su lengua caerá en el mal. El que engendra a un insensato, para su tristeza lo engendra; el padre del necio no tiene alegría. El corazón alegre es una buena medicina, pero el espíritu triste seca los huesos... El hijo necio es pesadumbre para su padre y amargura para la que lo dio a luz.” (vv. 20-22, 25) 

      Los enemigos no siempre se ocultan en las sombras de un callejón ni se advierten con facilidad. A menudo, los peores enemigos han surgido de entre nuestras relaciones más íntimas y personales. Existen individuos con el corazón más negro que la pez, que solamente viven para urdir perversas trampas en las que hacernos caer, y, sin embargo, forman parte de nuestro círculo más próximo de amistades. Esta clase de personas nunca encontrará la felicidad en planificar el mal de otros. Tal vez puedan regocijarse momentáneamente en la desgracia ajena, disfrutar con los preparativos e intrigas mortificantes, pero su final será tan triste como el poso de sus amargados corazones. Ni sus pensamientos, ni sus intenciones, ni sus murmuraciones y difamaciones, llegarán a satisfacer sus hondos anhelos existenciales. Ni una sola de sus estrategias difamatorias y depravadas llenará el profundo vacío de sus vidas, puesto que el odio y el rencor solo emponzoñan todo aquello que tocan, y hacen morir todo lo bueno de una persona. 

      Los padres también pueden ver sus corazones arrasados de lágrimas al comprobar conforme el tiempo pasa que sus hijos no andan según el temor de Dios. Cuando un hijo adquiere el conocimiento necesario como para tomar sus propias decisiones, y escoge el camino de la insensatez y de la imprudencia, aun a pesar de que sus padres lo intentaron dirigir por las sendas del amor a Dios y al prójimo, y del respeto a sus mayores, la vergüenza es todo lo que queda en el alma de los progenitores. Tener que contemplar cómo nuestros hijos cometen fechorías de toda clase, cómo sus lenguas son destrales que aniquilan al semejante, cómo sus tendencias homicidas se materializan en la realidad, cómo se embarcan en adicciones esclavizadoras y letales, es algo muy penoso para el corazón de un padre y de una madre. ¿Cómo va a alegrarse y enorgullecerse un padre o una madre de un hijo o una hija que ha hecho de su estilo de vida el robo, la mentira, el asesinato o la lujuria? ¿Cómo va un padre o una madre poder hablar de su descendencia si todo el mundo sabe de qué pie calza, de sus andanzas y tropelías? ¿No es motivo de vergüenza, tristeza e infelicidad para unos padres tener que soportar el juicio de aquellos que atribuyen la atrabiliaria trayectoria de los hijos a una mala crianza o a una educación carente de valores cristianos? ¿Cómo no va a pesar de por vida esto en el corazón de quienes lo engendraron? 

      El corazón tiene, sobre todo en la actualidad, motivos más que suficientes como para sucumbir a la depresión, a la ansiedad y al pesimismo sistemático. No vamos a hacer una lista, porque esta sería interminable. Sabemos lo que la tristeza de corazón provoca en el ánimo de una persona: aislamiento social o retraimiento, mayor riesgo de desarrollar otro padecimiento de salud mental, desempeño deficiente en el trabajo o los estudios, falta de control sobre los impulsos, toma de malas decisiones, niveles de ansiedad elevados, dificultades con las relaciones interpersonales, debilitamiento del sistema inmunológico, presión arterial elevada, abuso de sustancias nocivas, conductas autolesivas, y pensamientos suicidas. ¿No es todo esto ver cómo se secan nuestros huesos, el soporte y armazón de nuestra estabilidad física? ¿No es todo esto constatar que uno se muere progresivamente en vida?  

      No obstante, a pesar de que la depresión afecta aproximadamente a unos trescientos millones de personas en el mundo, el consejo de Dios nos alienta a encontrar la alegría y la felicidad en Él. La manera más sabia y positiva de encarar las dificultades y crisis de la vida, como puede ser este estado mental que causa la Covid-19 en muchas personas, es encontrar la mejor medicina en la oración, en el estudio de la Palabra de Dios, y en la comunión con los hermanos en la fe. En Cristo hallamos el remedio más eficaz para nuestras ansiedades y estreses, puesto que él vino a poner orden en nuestras vidas, paz en nuestro corazón y salvación por gracia en nuestras almas. 

3. JUSTICIA FALSEADA 

      Algo que también pinta de gris el cielo de nuestro ánimo es tener que comprobar que la justicia terrenal no es tal justicia: “El malvado acepta en secreto el soborno para pervertir las sendas de la justicia. En el rostro del inteligente aparece la sabiduría, pero los ojos del necio vagan hasta el extremo de la tierra... Ciertamente no es bueno condenar al justo ni herir a hombres nobles que actúan rectamente.” (vv. 23-24, 26) 

      Las sendas de la justicia humana están plagadas de baches y de obstáculos de todo tipo. Y una de esas barreras que impiden el acceso a una justicia equitativa y real es el soborno de aquellos que trabajan impartiendo justicia. No decimos ninguna mentira al afirmar que nuestros corazones se marchitan cuando observamos cómo las instancias judiciales se vuelcan para beneficiar al malhechor y se ceban con los humildes o con los inocentes. La perversión de la institución judicial, de la que se presume una cierta independencia de los tejemanejes políticos y sociales, es el pan de cada día. El juez que desea lucrarse, bien monetariamente, o bien a través de los cauces de influencias que prometen un futuro de ensueño tras la jubilación, es alguien depravado y criminal, dado que, a sabiendas de que su sentencia o veredicto serán injustos, arremete contra los que son justos o nobles en su proceder. ¿Acaso no conocemos casos de personas inocentes, rectas y honorables que tuvieron que pagar por los pecados de otros, a causa del error manifiesto de los letrados que los defendieron o de los jueces que los juzgaron? 

     Aquí os enumero algunos casos de injusticias de este calibre: George Stinney Jr., la persona más joven de Estados Unidos condenada a la pena de muerte. Fue enviado a la silla eléctrica con 14 años de edad y 70 años después fue declarado inocente. Troy Davis se hizo popular como el prototipo del afroamericano condenado injustamente por la muerte de un caucásico. Con 42 años murió por inyección letal. Varios de los testigos que lo acusaron se retractaron asegurando que fueron presionados por la policía. David Spence, fue ejecutado por inyección letal. Tras su muerte, dos testigos se retractaron de sus declaraciones explicando que la policía les ofreció beneficios a cambio de que le culparan a él. Dolores Vázquez, que pasó año y medio en prisión y sufrió un auténtico linchamiento social por el asesinato de la joven Rocío Wanninkhof, sucedido en Mijas en 1999. Y se hubiese pasado trece años y medio más entre rejas si la Guardia Civil no hubiese descubierto en 2003 que los restos de ADN hallados en Rocío coincidían con los de otra adolescente asesinada tiempo después, Sonia Carabantes, y que pertenecían a Tony Alexander King, un británico con ínfulas de culturista que rondaba por la Costa del Sol. Durante el tiempo que duró el juicio y su estancia en la cárcel, Dolores no dejó de repetir que era inocente. Escalofriantes situaciones causadas por intereses demasiado convenientes... 

       La tristeza también se instala en los corazones de aquellos que, sabiendo que todos tenemos la posibilidad de ser inteligentes y temerosos de Dios, ven como demasiadas personas optan por vivir vidas errabundas y existencias que solo tienden a dar tumbos sin rumbo ni dirección. En las personas prudentes podemos llegar a leer con esperanza la señal de la sensatez en sus rostros, iluminados estos por el discernimiento espiritual que solamente sabe dar el Señor del universo. Pero en los individuos que eligen vivir a salto de mata, sin ton ni son, sin oficio ni beneficio, únicamente podemos advertir la señal de la estulticia, del capricho, del caos. Nos alegramos y congratulamos cuando nos relacionamos con personas inteligentes, que tienen un objetivo claro en la vida y que se dejan guiar por el Espíritu Santo, pero nos entristecemos y nos lamentamos cuando percibimos que una potencial vida escoge transitar los derroteros de la miseria y del desenfreno. Los vagabundos espirituales que prefieren vivir a su aire, apartados de la influencia divina, según la dirección que les marque el veleidoso viento de sus apetitos y deseos, están malogrando la potencialidad para la felicidad que nuestra imagen y semejanza a Dios tiene desde el principio de la creación de la raza humana. 

4. PUNTO EN BOCA 

     Por último, Salomón llama nuestra atención a la virtud de saber callar y hablar para que nuestro corazón rebose de gozo, en lugar de convertirse en un arma de destrucción masiva: “El que ahorra palabras tiene sabiduría; prudente de espíritu es el hombre inteligente. Aun el necio, cuando calla, es tenido por sabio; el que cierra sus labios es inteligente.” (vv. 27-28) 

       La economía verbal es hoy día, más necesaria que nunca. A veces, queremos llenar el silencio con palabras y palabras, solo por el hecho de eliminarlo. Y, como ya sabemos, “en las muchas palabras no falta pecado; el que refrena sus labios es prudente” (Proverbios 10:19), “Ciertamente las muchas palabras multiplican la vanidad, y eso de nada le sirve al hombre” (Eclesiastés 6:11), y “de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio.” (Mateo 12:36) La prudencia, y más en la actualidad, con el reinado de lo políticamente correcto y con las redes sociales, es más necesaria que nunca, meditando con tino y perspicacia todo cuanto haya que decirse en los foros públicos. Las palabras pueden degradar el corazón de cualquiera, asesinándolo en el proceso de decir cosas que pueden herirlo mortalmente. Jesús ya nos advirtió del efecto homicida que tiene insultar, menospreciar y vituperar a nuestro prójimo: “Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga “Necio” a su hermano, será culpable ante el Concilio; y cualquiera que le diga “Fatuo”, quedará expuesto al infierno de fuego.” (Mateo 5:22) 

     Fijémonos en la importancia de ser dueños de nuestros silencios y de ser esclavos de nuestras palabras, que Salomón llega a decir que un necio, con el pico cerrado, parece más listo e inteligente de lo que se le supone. Si abre su boca, todo esto quedará en nada, a causa de sus pocas entendederas, de su vocabulario grosero y de sus ideas descabelladas. Es mejor mantener silencio en determinadas ocasiones, que encender una hoguera que no podamos extinguir por mucho que nos apliquemos a ello. Ya nos lo decía Santiago hablando del poder de la lengua: “Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación. Todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende de palabra, es una persona perfecta, capaz también de refrenar todo el cuerpo. He aquí nosotros ponemos freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan y dirigimos así todo su cuerpo. Mirad también las naves: aunque tan grandes y llevadas de impetuosos vientos, son gobernadas con un muy pequeño timón por donde el que las gobierna quiere. Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego! Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno. Toda naturaleza de bestias, de aves, de serpientes y de seres del mar, se doma y ha sido domada por la naturaleza humana; pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal. Con ella bendecimos al Dios y Padre y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así. ¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga? Hermanos míos, ¿puede acaso la higuera producir aceitunas, o la vid higos? Del mismo modo, ninguna fuente puede dar agua salada y dulce.” (Santiago 3:1-12) Ludwig van Beethoven decía acertadamente: “Nunca rompas el silencio si no es para mejorarlo.” 

CONCLUSIÓN 

      En un mundo repleto de corazones tristes, necesitamos la ayuda de Alguien que nos haga recobrar la sonrisa, que nos brinde paz espiritual, que ponga calma a nuestro acelerado espíritu y que sosiegue nuestra ansiosa alma. Ciertamente podemos llegar a vivir trances amargos como la hiel que provocan en nosotros la desesperación, la apatía y la depresión. Dios no nos promete que nuestras vidas estarán exentas de crisis y de problemas de toda índole. Pero sí que nos promete estar junto a nosotros para enfrentarlas y hacer que la bendición de cada experiencia nos permita tener gozo a pesar de todo. Dios nos ayuda a asimilar las dificultades como algo efímero, como un elemento más desde el cual podamos ver su gracia y su poder, como un factor que nos permite seguir confiando en su salvación y en la vida venidera, en la cual nuestras lágrimas serán enjugadas y nuestros corazones restaurados y consolados.  

     Disfrutemos de nuestros amigos todo lo que podamos, alejémonos de las relaciones tóxicas que nos impiden seguir creciendo y madurando a todos los niveles, roguemos al Señor que nos dé de su sabiduría y de su criterio a la hora de saber escoger con quienes compartir nuestras vidas, y, en cuanto sea posible, seamos justos con nuestros semejantes y callemos cuando nuestras palabras no vayan a edificar o a bendecir a los demás.                     


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