TODOPODEROSO



SERIE DE SERMONES SOBRE NAHÚM “NÍNIVE HA CAÍDO” 

TEXTO BÍBLICO: NAHÚM 1 

INTRODUCCIÓN 

      A veces pienso que la humanidad no escarmienta. La historia desplegada ante nuestra mirada atormentada nos muestra una y otra vez la gran cantidad de crisis, catástrofes y conflictos que han alfombrado el camino hasta el presente, y, sin embargo, el ser humano no aprende de sus errores. Volvemos, sociedad tras sociedad, cultura tras cultura, civilización tras civilización, metiendo la pata en los mismos socavones, reincidiendo en las mismas conductas e inmoralidades que llevaron a la decadencia y a la ruina a cientos de imperios y reinos, ideologías y políticas, y despeñándose por el acantilado de la irreflexión y la rebeldía contra Dios. Aunque pensemos que en esta época contemporánea hemos salvado multitud de escollos para alcanzar la deriva del progreso y del bienestar social, sabemos que no se ajusta a la realidad de millones y millones de personas que sobreviven en este mundo. No sé si es que no sabemos leer la historia y el pasado para entender de qué forma podemos lograr cambiar aquello que nos lastra, o si es que no queremos dejarnos instruir por los fracasos de otros tiempos. Lo uno es ignorancia, lo cual es hasta cierto punto perdonable, pero lo otro es simplemente imprudencia y obstinación egoísta. 

     Un ejemplo de cómo nuestras sociedades, o al menos un nutrido de individuos que la conforman, no escarmientan tras haber pasado por una temporada calamitosa, es toda esta época del Covid-19. Prácticamente arrestados en casa sin poder acceder a la libertad de movimientos, viendo en la televisión las terribles y duras estadísticas de fallecidos y contagiados, asfixiados por la difícil gestión de una nueva manera de entender la cotidianidad, llegamos a echar de menos y valorar en su justa medida cosas que nos parecían normales y dadas por supuestas como salir a pasear, interrelacionarse en las pequeñas distancias, disfrutar de los encuentros familiares y acceder a servicios públicos con facilidad. Cuando las cifras funestas de fallecidos fueron bajando junto con las de contagios, y la desescalada se iba desarrollando poco a poco, prácticamente sin memoria de todo lo sucedido, muchas personas abandonaron la precaución para entregarse a una peligrosa y arriesgada amnesia, y decidir que aquí no había pasado nada, que los estragos del coronavirus y su existencia solo habían sido un mal sueño del que se estaban despertando. Esta actitud está llevando a más de un rebrote y a la posibilidad de una nueva ola de contagios, todo por hacer caso omiso de antes de ayer y de todo lo que sufrimos para poder regresar a la “nueva normalidad.” 

     El libro de Nahúm nos aporta un poco esta idea. El profeta escribe a su pueblo con el objetivo de consolar al pueblo de Dios en un momento angustioso y crítico de su historia. Con un tono severo y lleno de patetismo, Nahúm es el mensajero que ofrece esperanza a Judá y que asegura que el atormentador asirio sería pronto castigado por el Señor. Ubicándonos en el contexto histórico del ministerio profético de Nahúm, nos hallamos en la invasión y dominio asirio sobre Israel y Judá, allá por el año 625 a. C. Si nos atenemos al significado del nombre del profeta, éste significa “confortador” o “consolación.” Judá, tras ser vencido por Asiria, se convierte en un estado vasallo durante aproximadamente cien años, pagando tributos a Nínive, capital del imperio invasor. En este lamentable estado de cosas, Dios se apiada de su díscolo e idólatra pueblo, entendiendo que ya habían aprendido la lección de sus desvaríos y desobediencias. Ahora Nahúm se alza en medio de Judá para insuflar de ánimo y fe, a la espera de que, de forma inminente, Dios los libere del yugo asirio. Dios ansía que Judá haya aprendido la lección, y que en el destino dramático de Nínive sepa ver que el destino de las naciones está en sus manos y en su soberana voluntad. 

1. UN DIOS POLIFACÉTICO 

     El profeta Nahúm comienza su oráculo divino presentando este rollo manuscrito y expresando con exquisitez y belleza el carácter omnipotente del Señor: Profecía sobre Nínive. Libro de la visión de Nahúm de Elcos. Jehová es Dios celoso y vengador; Jehová es vengador y está lleno de indignación; se venga de sus adversarios y se enoja con sus enemigos. Jehová es tardo para la ira y grande en poder, y no tendrá por inocente al culpable. Jehová marcha sobre la tempestad y el torbellino, y las nubes son el polvo de sus pies. Amenaza al mar y lo seca, y agota todos los ríos; el Basán y el Carmelo languidecen, y la flor del Líbano se marchita. Ante él tiemblan los montes, y los collados se derriten. La tierra se conmueve en su presencia, el mundo y todos los que en él habitan. ¿Quién puede resistir su ira? ¿Quién quedará en pie ante el ardor de su enojo? Su ira se derrama como fuego y ante él se quiebran las peñas. Jehová es bueno, fortaleza en el día de la angustia, y conoce a los que en él confían. Mas con inundación impetuosa consumirá a sus adversarios, y las tinieblas perseguirán a sus enemigos.” (vv. 1-8) 

     El objetivo de esta profecía sagrada es Nínive, capital del Imperio Asirio, y símbolo del poder y del esplendor de su dominio sobre las naciones que había conquistado. Por ello, entendemos que Nahúm va a comunicar a Judá que este imperio va a desaparecer en breve, y de manera especial, Nínive. Se trata de una visión ofrecida por Dios, aunque no se nos dé más detalles de este evento espiritual. De Nahúm simplemente se nos informa de su procedencia, Elcos, ciudad al sur de Judá que algunos identifican con la futura Capernaúm. Este dato, junto con las referencias que Nahúm realiza sobre la caída de Tebas (3:8) ante las tropas de Asurbanipal (668-627 a. C.), y la alusión a la caída a corto plazo de Nínive, caída que sucedió en el 612 a. C., son los únicos que hallamos sobre este profeta menor. Nahúm nada va a transmitir de su propia cosecha, sino que, inspirado por Dios, va a formular una serie de oráculos, los cuales, aunque lejanos en el tiempo, pueden ayudarnos a mirar nuestra realidad mundial y estatal con otros ojos. 

    Lo primero que hace el profeta es proclamar a los cuatro vientos quién es Dios. Entre sus muchos atributos, el texto nos muestra que Dios es celoso. Cuando hablamos de celos en términos divinos, no estamos refiriéndonos a la volubilidad y agresividad de los celos humanos. No son esos celos que pueden llevar a un ser humano a asesinar, maltratar o abusar de otra persona a la que supuestamente ama. No es este el concepto que se adscribe a Dios. El Señor es celoso en el sentido de que, cuando escoge desde su infinito amor a su pueblo para que éste se consagre a su servicio, no tolera que éste se involucre con el pecado y la inmundicia espiritual. Su pueblo es su pueblo, y aborrece a cualquier cosa que se interpone en la relación y comunión que debe haber entrambos. No nos imaginemos a Dios berreando como un poseso, encendido de cólera como un ser humano, cuando percibe que sus hijos marchan tras los ídolos que ellos mismos han creado. Pensemos más bien en un Dios que hace todo lo posible por que su nación santa deje de perseguir la esclavitud de la iniquidad. Dios demanda fidelidad de aquellos a los que ama. 

    Dada esta característica divina, es posible entender otro atributo que lo define: Dios es un Dios vengador. Así solo puede parecer que el Señor es un defensor de los desmedidos ajustes de cuentas. La venganza desde la perspectiva humana no es sino revancha, vendetta, infligir mayor daño al prójimo que el que se le hizo a éste. La venganza persigue un objetivo injurioso antes que reparador. Confundida a menudo con la justicia, la revancha solamente aporta dolor y un incremento de la violencia entre congéneres. No se acude a un árbitro o juez que valore el crimen cometido, sino que, con los ánimos inflamados, la presunta justicia deriva en un toma y daca cruento que, en ocasiones, no termina nunca de resolverse. Sin embargo, cuando hablamos de Dios como vengador, lo hacemos con el convencimiento bíblico de que Él es el único juez imparcial del universo, Aquel que conoce cada una de las intenciones del corazón humano, que lo ve absolutamente todo, y que puede sentenciar a alguien sin que exista espacio para la excusa, la queja o la justificación. Dios no se indigna de balde. Lo hace porque sabe a ciencia cierta de qué pie cojea todo el mundo, y por ello nunca se va a cebar en aquellos que cumplen su voluntad. Solamente ejecutará su justicia sobre aquellos que están enemistados contra Él y contra su pueblo. Dios no se equivoca en sus juicios, por lo que no hay temor de que Él dé por culpable al inocente, e inocente al culpable, cosa que, por otra parte, suele hacer el ser humano en todo momento con sus prejuicios y fobias. 

     Dios es también tardo para la ira y grande en poder. La capacidad de aguante de Dios ante las barrabasadas que cometen sus criaturas es proverbial. No es un Dios que, en cuanto verifica una infracción lanza un rayo exterminador sobre el infractor. Si fuese así, estaríamos todos bien churruscados. La paciencia del Señor es amplia, permitiendo que el ser humano cometa errores, y que éste pueda arrepentirse de sus malvados actos, siendo perdonado en virtud de su misericordia. Lo comprobamos cuando, tras siglos de depravación y tinieblas inmorales, Dios determina que la pecaminosidad mundial había alcanzado un límite que Él había marcado en su inmensa gracia. Solo cuando la perversión logra el nivel más irresistible, la paciencia de Dios termina. Por eso nos dice que Dios es tardo, es decir, que da margen a la humanidad para que pueda recapacitar y cambiar su modus vivendi de acuerdo a sus leyes. Cuando la cosa ya pasa de castaño a oscuro, el Señor interviene para juzgar a todos aquellos que han transgredido las líneas que Dios mismo ha establecido en su inmensa gracia. Dios es todopoderoso, y, por tanto, es capaz de todo aquello que sea coherente con su propia naturaleza perfecta.  

     La ira de Dios siempre ha sido un concepto difícil de asimilar por algunos que dicen llamarse cristianos. No les cabe en la mollera la idea de un Dios airado que muestra su disconformidad e indignación contra el ser humano y sus movidas. Seguramente caen en el error de pensar que Dios es una deidad olímpica que manifiesta su disgusto y malestar enfurruñándose como un infante, y castigando desde el furor que les recorre las entrañas a toda persona que les caiga mal. Dios se enoja únicamente contra aquellos que quebrantan día sí y día también, sus mandamientos y estatutos. Dios no estalla tal y como lo hacemos nosotros cuando nos enfadamos. Su ira es la manifestación última de su justicia, amor y santidad. Dios no se aíra porque sí. En la profecía de Nahúm, esta ira se concatena con la creación, demostrando en cada versículo que nada puede resistirse a su poder y juicio. De ahí que se hable de tempestades, de torbellinos, de mares y ríos secados, de flora marchita en lugares tan ubérrimos como Basán, reconocido como un lugar de pastos exuberantes, como el Carmelo, y como el Líbano, de montes, collados y peñas que tiemblan solamente ante la presencia de Dios, de fuego consumidor y de terremotos terroríficos. La gloria omnipotente de Dios hace estremecer a sus criaturas y su ira se hace patente a los ojos de la humanidad al completo. ¿Quién podrá resistir la ira justa y santa de Dios cuando esta llegue en la culminación de los tiempos? 

    A pesar de que muchos intenten ver una confusión de caracteres en la esencia de Dios, adjudicando a éste actitudes y emociones imperfectas como las nuestras, y aduciendo que Dios es un Dios contradictorio e inconsistente, lo cierto es que estas personas no han entendido ni conocido realmente al Señor. Si lo hiciesen, se darían cuenta de que todos los atributos de Dios, tanto comunicables como incomunicables, son parte de un todo coherente y sólido que hacen que Dios sea quién es. Muchos no entienden cómo siendo Dios un Dios iracundo, celoso y vengativo, puede ser también un Dios bueno. Nahúm no parece tener ningún tipo de problema en aunar todas estas calidades divinas. El profeta asegura que Dios es bueno. Dios es bondadoso, amoroso y benevolente. Su naturaleza es la de amar y proteger a aquellos que lo necesitan, que reconocen su absoluta dependencia de Él, y que depositan su fe en la soberanía de su voluntad. Dios no es malvado o caprichoso en sus designios, del mismo modo que lo eran los dioses asirios. El Señor escucha el clamor de los menesterosos, de los que están pasando por tragos dramáticos, de los marginados y de los que se humillan ante Él para recabar su protección y abrigo. Dios había recogido el llanto de sus hijos, y decide hacerles bien derribando el poder de sus explotadores y enemigos como una inundación arrastra todo a su paso sin que haya memoria de lo que existió. 

2. UN DIOS JUSTO DE ESPERANZA 

     En una mezcla de proclamas de juicio y esperanza, Nahúm desafía a Nínive a la par que desea inyectar una dosis necesaria de ánimo y aliento a los habitantes de Judá, ya al límite de la desesperación: “¿Qué pensáis contra Jehová? ¡Él extermina por completo; no tomará venganza dos veces de sus enemigos! Aunque sean como espinos entretejidos y estén empapados en su embriaguez, serán consumidos como hojarasca completamente seca. De ti salió el que tramó el mal contra Jehová, un consejero perverso. Así ha dicho Jehová: “Aunque tengan reposo y sean tantos, aun así, serán talados, y él pasará. Bastante te he afligido; no te afligiré más, porque ahora quebraré el yugo que pesa sobre ti, y romperé tus cadenas.” Pero acerca de ti mandará Jehová que no quede ni memoria de tu nombre: De la casa de tu dios destruiré escultura y estatua de fundición; allí pondré tu sepulcro, porque fuiste vil. ¡Mirad! Sobre los montes los pies del que trae buenas nuevas, del que anuncia la paz. Celebra, Judá, tus fiestas, cumple tus votos, porque nunca más te invadirá el malvado; ha sido destruido del todo.” (vv. 9-15) 

     En la historia de la humanidad, muchos han sido los que han tratado de trastornar o de entorpecer las líneas de acción de Dios. Por medio de la censura, de la tortura, del asesinato, de la delación, de la marginación o del abuso de poder, muchos poderosos según este mundo han intentado erradicar del corazón del ser humano su fe en el Señor. Aun hoy existe el plan subrepticio, y no tan subrepticio, de minar poco a poco la influencia espiritual y de pensamiento del cristianismo. No obstante, a pesar de los esfuerzos por parte de los enemigos declarados de nuestra fe en Cristo de despojarnos de los derechos que tanto nos ha costado alcanzar, sabemos que tenemos en Dios nuestro valedor. Del mismo modo que los asirios conspiraron contra el pueblo de Dios, y, por consiguiente, contra Dios mismo, así ocurre en nuestros días. Pero Dios siempre tiene la última palabra en este acoso subterráneo y disfrazado del pensamiento único. Así como los asirios son derrotados fulminantemente bajo la poderosa y justa mano de Dios, así los adversarios de nuestra fe morderán el polvo, sin que puedan volver a levantarse para seguir combatiendo contra el Señor. Por muchas púas y afiladas ramas que intenten impedir el avance del Reino de Dios, y por muy orgullosos que hoy se muestren en su poder e influencia, ebrios de notoriedad y fama, su abyecta meta será frustrada por el embate inevitable y potente de nuestro celoso Señor. 

     Después de dejar meridianamente claras las intenciones de Dios en relación a Nínive y el Imperio Asirio, Judá puede comenzar a respirar, a la espera de que pronto el esplendor de Asiria se desvanezca para siempre. Deben ser pacientes, pero desde la seguridad y certeza de que el Señor ya ha constatado que la disciplina a la que sometió a su pueblo a causa de su desobediencia y adulterio espiritual pasado, ha cumplido con su meta. La congoja y la tristeza, poco a poco, se irán convirtiendo en recuerdos duros, pero aleccionadores para construir un futuro nacional fundamentado en obedecer a la voz de Dios. El Señor va a romper las ataduras que les impedía vivir dignamente y en paz su identidad y su fe. El dominio asfixiante de Asiria va a ir menguando progresivamente, hasta que, al fin, la liberación sea un hecho. Sus templos y palacios serán destruidos para que solamente el polvo del desierto habite en el interior de sus murallas, y para que sean un símbolo de la intervención poderosa y justa de Dios.  

     El tiempo de la liberación de Judá se acerca. Nahúm, expectante como todos ante el alcance de este oráculo divino, no ofrece a sus compatriotas una esperanza vana. Dios es veraz, y todo cuanto le ha sido revelado se hará realidad de forma inminente. En el horizonte ya se percibe la imagen preciosa y maravillosa de un mensajero que viene de lejos para entregar la clase de noticias que todos quisiéramos recibir, unas buenas nuevas que nos inviten a soñar en un porvenir gobernado por Dios y lleno de libertad y shalom. La paz se acerca a pasos agigantados, y ya va siendo hora de ir preparando los festejos que conmemoren el fin de la esclavitud y el vasallaje. Ya va siendo hora de celebrar con gozo las festividades religiosas sin el miedo en el cuerpo. Ya va siendo hora de cumplir con las promesas dadas a Dios a cambio de salvarles el pellejo y de ofrecerles una nueva oportunidad de vivir según la justicia social, la piedad religiosa y la concordia entre hermanos. No pueden olvidar los votos de devoción, consagración y dedicación a Dios, votos que hicieron para recibir del Señor lo que les había sido arrebatado por sus enemigos asirios. El profeta no quiere terminar este primer capítulo garantizando que, si Juda permanece fiel a Dios, nada habrá de temer acerca de la invasión y dominio de otros imperios o naciones en el futuro.  

CONCLUSIÓN 

     Nahúm nos regala el inmenso privilegio de contemplar de qué manera puede el ser humano vivir en armonía desde su sometimiento voluntario y sincero a Dios. Si nos emperramos en vivir a nuestro aire, avasallando a nuestro prójimo y tomando decisiones vinculadas a nuestra concupiscencia, Dios nos juzgará de acuerdo a nuestras obras y palabras, y seremos hallados faltos, culpables de resistirnos a su amor y bondad, sumidos en la miseria eterna del infierno. Pero si decidimos recibir la disciplina del Señor cuando nos rebelamos contra Él, confesamos nuestros pecados y nos arrepentimos de ellos, Cristo nos otorga el inefable don del perdón y la justificación de nuestros yerros en la hora del juicio de su Padre celestial.  

    Aunque este libro no sea uno de los más leídos y estudiados por muchos creyentes, sin embargo, nos va a ayudar a reconocer en el pasado de la historia a vivir de acuerdo a los designios divinos, nos va a ilustrar en relación a aprender de los errores de los que nos antecedieron, y nos va a descubrir el amplísimo abanico de la personalidad de Dios, a fin de que podamos profundizar y ahondar en el conocimiento íntimo y personal de lo que Dios desea de cada uno de nosotros. Y si estás pasando por una temporada difícil de aflicción y adversidad, no dudes en clamar a Dios, en cumplir las promesas que le hiciste y en esperar a que Él actúe convenientemente en tu favor. 

 

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