PROTECCIÓN




SERIE DE SERMONES SOBRE MATEO 10 “MISSIO DEI”

TEXTO BÍBLICO: MATEO 10:26-31

INTRODUCCIÓN

       El miedo suele apoderarse de aquellas personas que intuyen el peligro y la amenaza. El temor provoca en ellos un intenso movimiento de supervivencia que puede llegar a sorprenderlos, ya que cuando el riesgo de un ataque violento o de un dolor inminente es percibido por sus sentidos, son capaces de todo con tal de no padecer o sufrir. Hemos conocido a personas que en situaciones extremas han abjurado de sus convicciones, a individuos que en circunstancias realmente adversas han optado por cambiar de camino en la vida a pesar de que esa nueva senda está en las antípodas de lo que anteriormente creían. El ser humano, en su depravación más tenebrosa y oscura, ha logrado en muchísimas ocasiones que otros revocasen sus más antaño firmes principios vitales, utilizando medios de tortura escabrosos y demoledores. Se ha extraído confesiones de culpabilidad de los cuerpos maltrechos de santos, se ha propiciado que en el estertor último de un ser humano maltratado y vejado de formas innombrables, éste rechace de plano la fe que una vez había defendido a capa y espada. Sabemos de mártires que, ferozmente violentados, tuvieron que desdecirse de su adhesión a Cristo, bajo tormentos terribles y sumamente crueles. Otros, sin embargo, los más admirados, suelen ser aquellos que prefieren morir antes que ir en contra de sus ideas y creencias. 

         En nuestra sociedad occidental tal vez el acto público de la quema de herejes o heterodoxos haya desaparecido. Quizá esos juicios deleznables que se hacían de forma absolutamente arbitraria contra aquellos que pensaban o creían diferente a los que detentaban el poder político o religioso, han pasado a la historia. En otros lugares de nuestro mundo, no obstante, sigue siendo una triste y cruda realidad. Cristianos son perseguidos hasta la muerte, torturados con técnicas vergonzantes y sanguinarias, encarcelados en infectos calabozos llenos de ratas, cucarachas y piojos, amenazados continuamente por sus propios vecinos, y acosados por las autoridades locales. No hace mucho que, en nuestra España, hoy tan “tolerante” y democrática, tan plural y sensible hacia las minorías, se desterraba a familias enteras por ser protestantes, se apedreaba a los colportores bíblicos, se insultaba desde el púlpito de las iglesias católicas a quienes eran evangélicos, y se marginaba intencionadamente a miembros de nuestras iglesias bautistas a través de la burla, el desdén y el cuchicheo. Es posible que los tiempos de los autos de fe en los que se humillaba a los que habían comprendido la verdad y realidad del evangelio de Cristo fuera de la madre iglesia católico-romana, sean solo un recuerdo o una memoria histórica en los libros, pero como cristianos evangélicos bautistas que sabemos cómo pueden cambiar los acontecimientos y los afectos de una sociedad que oscila entre lo sublime y lo ridículo.

1.      DIOS PROTEGE A SUS VOCEROS

      Jesús no va a enviar a sus discípulos al martirio. No es esa su intención ni su objetivo. No compone la estructura y fines de la misión de Dios para seguir regando con sangre la tierra de Palestina. Ya les ha advertido de qué clase de peligros arrostrarán mientras caminan de aldea en aldea predicando las buenas nuevas de salvación. Ya les ha prevenido de la calaña de algunos personajes que se acercarán a ellos para devorarlos y destruirlos. Ya les ha alertado de que pueden ser acusados injustamente de provocadores del caos, de que existen altas probabilidades de ser heridos, vapuleados y abofeteados por aquellos que trabajan para socavar el avance del Reino de los cielos. Los apóstoles no ignoran el precio que tendrán que pagar tarde o temprano al pregonar el perdón de los pecados a un pueblo ciego y sordo. Jesús es brutalmente sincero con ellos, y supongo que cada uno de estos hombres que se dirigen a un campo de batalla físico y espiritual ya habría hecho cuentas sobre lo que implicaba ser mensajeros del evangelio de Jesús. Pero Jesús les ofrece la protección de su Padre celestial, con el fin de que no se conviertan en mártires antes de tiempo, antes de que el mensaje redentor de Dios en Cristo sea diseminado por todas partes: “Así que, no los temáis; porque nada hay encubierto, que no haya de ser manifestado; ni oculto, que no haya de saberse. Lo que os digo en tinieblas, decidlo en la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde las azoteas.” (vv. 26-27)

       No temáis. Dos palabras que por sí solas no sirven de mucho a unos discípulos que van a emprender una formidable y titánica tarea. Pero cuando estas dos palabras son pronunciadas por Jesús, éstas adquieren un sentido completamente distinto. No son vagas expresiones de un deseo o de una esperanza. Son la manifestación cierta y veraz del cumplimiento de una promesa dada por Dios mismo. Son dos vocablos garantizados al cien por cien por el Dios Todopoderoso, y, por tanto, cuando Jesús dice que no teman, significa que Dios está de su parte, protegiéndolos, cuidándolos y cubriéndolos con su poder invencible. Hay que poner las cartas sobre la mesa. Todo lo que han estado aprendiendo, bebiendo e interiorizando de las enseñanzas de Jesús, todo ese proceso de discipulado íntimo que respondía a sus preguntas y dudas, ahora es desarrollado en la práctica y en el foro público. Todo cuanto han recibido de su maestro debe ser confesado, anunciado y transmitido con fidelidad a una humanidad necesitada de justicia y paz, de perdón y de salvación. Aquello que se susurraba al calor de una hoguera, ahora debe ser gritado desde lo más alto. Aquello que no salía del círculo más estrecho de Jesús, ahora había de ser liberado con autoridad y gracia delante de todos sus vecinos, compatriotas, e incluso, de sus enemigos. Era el momento de salir del anonimato autoimpuesto para ser conocidos por su predicación y testimonio personal. Ya no podían permanecer durante más tiempo en la clandestinidad, sino que el fuego que habitaba en cada uno de los corazones de los apóstoles debía inflamar cada palabra dada y comunicada al mundo. Y en ese ejercicio, Dios no los dejaría ni los abandonaría jamás.

2.      DIOS PROTEGE Y VALORA A SUS MISIONEROS

       Seguramente Jesús todavía vería en las miradas de sus amados discípulos las dudas lógicas que perturban a quienes van a revolucionar por completo las ideas preconcebidas e instauradas por las élites religiosas y políticas. ¿Quién no temblaría siquiera un poco al pensar que se iban a enfrentar con personas cuya animadversión y odio se traducirían en violencia y agresividad? Jesús, que los conoce como la palma de su mano, intenta insuflarles el aliento que necesitarán en las horas más negras de su ministerio y misión: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno. ¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre. Pues aun vuestros cabellos están todos contados. Así que, no temáis; más valéis vosotros que muchos pajarillos.” (vv. 28-31)
 
     De nuevo, Jesús introduce la idea de que no deben albergar miedo cuando salgan a la calle a compartir el evangelio con quienes quisieran escucharlo. De forma particular, Jesús alude a personas de carne y hueso que no dudarán un ápice en agredirlos sangrientamente para acallar la voz de la verdad y del amor de Dios. Desde que la iglesia de Cristo ha echado a andar en el primer siglo de nuestra era, enemigos y adversarios que han asesinado, que han cometido crímenes abyectos y que han intentado asolar la obra de Dios, siempre los ha habido. Y seguirán existiendo mientras Cristo no regrese. Emperadores romanos lanzando a indefensos cristianos en la arena de coliseos y circos, inquisiciones macabras construyendo artefactos de tortura para desatar lenguas y descoyuntar miembros, dictaduras ateas aprisionando a pastores y misioneros que promulgan la igualdad, la justicia y la salvación de Dios, son algunos de los ejemplos de homicidas que nos ha deparado la historia y que ha sembrado de cadáveres cada cuneta de las civilizaciones. Si los apóstoles hubiesen tenido la capacidad de vislumbrar el futuro que les aguardaba, ¿seguirían firmes en su denodado trabajo de evangelización entre las naciones? No cabe duda de que la idea de la muerte no es un pensamiento agradable y atractivo, y mucho menos si esa muerte es injusta y con encarnizamiento. 

       ¿Es legítimo tener miedo de aquellos que no tienen escrúpulos ni miramientos en segarnos la vida? Por supuesto que sí. Pero lo que Jesús quiere que sepan sus apóstoles es que la vida terrenal es solo la antesala de una eternidad espiritual delante de Dios. Esta existencia carnal es perecedera, efímera, corta y breve. Sin embargo, en ese intervalo vital que disfrutamos mientras estamos en esta dimensión mundanal, es donde se toman las decisiones más importantes, y donde el destino eterno se forja a través de la firmeza y la perseverancia en la fe en Cristo. Si perseguimos contentar a los hombres con tal de no perecer ni padecer la ira de los anticristos, la perderemos en el porvenir eterno. Si optamos por mantenernos con determinación dentro de la voluntad de Dios a pesar de saber que seremos expuestos a la denigración, a los malos tratos, e incluso a la muerte, nuestro sino estará asegurado en la obra graciosa de Cristo en nuestro favor. 

       Lo fácil y cómodo es pasar desapercibidos por esta vida, y lo difícil y duro es ser fieles a nuestro convencimiento de que Jesucristo es nuestro Señor y Salvador pase lo que pase. Por eso Jesús confronta a sus discípulos misioneros con una realidad espiritual contundente e indiscutible: nuestro temor solamente tendrá su máxima expresión cuando escojamos tener la fiesta en paz con aquellos que pueden lacerar nuestros cuerpos, y Dios mismo, autor y dador de la vida, nos condene perpetuamente a una existencia miserable, terrorífica y dolorosa en el infierno. Ahora, si hay que elegir entre ser leales al evangelio de Cristo o someterse a los designios humanos por temor a ser represaliados, ¿qué escogeremos nosotros? 

      Los apóstoles de Cristo, aun con su nerviosismo y ansiedad lógicas, tomaron la decisión de que merecía la pena vivir eternamente en la presencia de Dios, y por ello, y tal como se nos reseña en los relatos de la labor apostólica en Hechos, fueron guiados por el Espíritu Santo para proclamar el plan de salvación de Dios en Cristo, y no mostraron alguna intención de tirar la toalla incluso en los instantes más críticos, a excepción, claro está, de Judas Iscariote. Sabían que cuando Jesús prometía la protección de Dios sobre sus vidas, ésta se plasmaría en cada paso que diesen. Al fin y al cabo, si Dios estaba pendiente de la finita vida de unos pájaros poco valiosos a los ojos y bolsillos de la gente, y los sostenía en su día a día, ¿cómo no iba a procurar protección, provisión y fortaleza a doce de sus escogidos? 

       Fijémonos de qué manera tan particular articula y prefigura Jesús el amplio y profundo conocimiento que Dios tiene de sus amados hijos. Conoce el número de tus cabellos. Nosotros podríamos pasarnos un montón de tiempo intentando contar los pelos de la cabeza de alguien de frondosa cabellera. Pero eso no es algo que hagamos de forma natural. Dios sí lo hace así, porque nos aprecia de tal manera que tiene en cuenta cada una de nuestras necesidades, de nuestros sueños y de nuestros más secretos anhelos. Para Él nosotros somos preciosos delante de sus ojos, y no va a dejar que nada nos ocurra en nuestra misión de pregonar el evangelio redentor de Cristo. Dios maneja cada detalle, pone tanto mimo en cada área de nuestras vidas, y prevé los peligros a los que nos enfrentaremos, porque nos ama. ¿No te sientes más seguro al saber que Dios nos ama y valora de manera especial, y que siempre camina a nuestro lado para evitar que muchos males nos arrebaten la paz y la vida?

CONCLUSIÓN

       El miedo y el temor, o su prima hermana la vergüenza, pueden hacer acto de aparición en tu vida a la hora de obedecer el mandato de Cristo de dar testimonio de su evangelio ante el mundo que te rodea. El pavor a ser visto como un fanático, o como un bicho raro, o como una amenaza a los dictados de una sociedad cada vez más atea, es parte de nuestra naturaleza humana. 

       Pero cuando Jesús entra en la ecuación para ofrecernos la seguridad y la certeza de que seremos protegidos por Dios, todo ese pánico se esfuma inmediatamente al pensar que nuestro temor es pasajero, y que la fuerza y el denuedo que el Espíritu Santo nos otorga, junto con el amor que debemos sentir por cada ser humano que no se ha entregado a Cristo, echa fuera el miedo que nos atenaza y que nos paraliza a la hora de cumplir con la misión de Dios. Sacúdete el miedo, porque si Dios es con nosotros, ¿quién contra nosotros?

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