EL ANTICRISTO




SERIE DE SERMONES “EL LADO OSCURO: CONOCIENDO A NUESTRO ENEMIGO”

TEXTO BÍBLICO: 1 JUAN 4:1-6

INTRODUCCIÓN

     Cuando en una conversación versada sobre los últimos tiempos y el panorama previo a la segunda venida de Cristo con poder y gloria, aparece la figura temida y sublimada del Anticristo, la polémica y la disparidad de criterios interpretativos comienzan a enloquecer y a sucederse en un vertiginoso debate teológico. La imagen de este Anticristo ha sabido encontrar su nicho de atención sobre todo en el cine. Lejos quedan ya esa serie de películas de terror espasmódico que trataban del nacimiento de un niño que en el futuro se convertiría en el Anticristo que destruiría todo vestigio de fe sobre la faz de la tierra, que solía reconocerse por un 666 tatuado en el cuero cabelludo, y cuyos desmanes ya comenzaban a desplegarse desde la mismísima infancia, destruyendo la simbología católica y cristiana por extensión. El personaje de Damien, ese infante terrible y continuamente enfurruñado tanto con propios como con extraños, supo atraer una cierta desazón sobre todos aquellos que en nuestra adolescencia pudimos ver sus escabrosas y tenebrosas películas. Para todos el Anticristo sería, era o fue un individuo revestido de gran poder y autoridad, cuyos manejos y manipulaciones unirían a la humanidad en un coro que maldeciría a Dios, cuyo sello necesario y disimulado sería aplicado en la palma de la mano o en la frente, y cuyo propósito era el de sembrar el caos y el horror en una guerra fratricida sangrienta y letal.

      A veces solemos escuchar rumores, fake news o noticias falsas con apariencia de verdad, comentarios de secretas maquinaciones y conspiraciones con el fin de unificar el criterio de la raza humana en contra de Dios y de sus fieles hijos, y supuestas identificaciones del Anticristo con personas con nombres y apellidos. Algunos, obsesionados con el tema de descubrir las artimañas que el sistema mundial dirigido desde las sombras por este ser abyecto y demoníaco, entran en una especie de manía persecutoria que no hace bien a nadie, y mucho menos al enfebrecido buscador de señales del fin de los tiempos. Veremos por medio de Juan, el discípulo amado por Jesús, en una de sus cartas universales, que el Anticristo es mucho más que una persona de carne y hueso con aviesas y malvadas intenciones que se opone frontalmente a la extensión del evangelio en este mundo nuestro. En el contraste que nos presenta entre el Espíritu Santo de Dios y el espíritu o talante del anticristo con minúsculas, Juan quiere que entendamos que existe una batalla que hemos de librar siempre desde el discernimiento espiritual que el Espíritu Santo deposita en nosotros como iglesia del Dios vivo y cuerpo de Cristo, nuestro Redentor.

1.      LA AMENAZA DEL ANTICRISTO

     El texto bíblico que hoy escogemos para hablar de los enemigos acérrimos de Dios, de esos seres siniestros que se han adherido a la causa satánica y que pertenecen al lado oscuro, Juan exhorta a los lectores de su carta a que ejerciten el discernimiento de espíritus: “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo.” (v. 1) Desde el amor más entrañable que antecede al consejo apasionado de Juan, un consejo importante debe ser atesorado convenientemente con el fin de no dejarnos engañar por lo que el apóstol considera “espíritus”. Una traducción que puede despejar la idea subyacente de lo que estos espíritus quieren significar es la que hallamos en La Palabra: “Queridos, andan por ahí muchos pretendidos profetas que presumen de poseer el Espíritu de Dios. Antes de fiaros de ellos, comprobad si de verdad lo poseen.” (v. 1, BLP). Ahora ya entendemos a qué se refería Juan. No cabe duda de que esta advertencia nace de experiencias pesarosas que tanto el mismo escritor de la carta, como de consiervos suyos habían tenido que vivir en la dinámica habitual de la iglesia cristiana del primer siglo.

     Ya en los albores del cristianismo habían personajes de todo pelaje y calaña que intentaban medrar a costa de una supuesta manifestación espiritual impulsada por el Espíritu Santo, así que no debe sorprendernos la realidad que nos circunda, toda ella repleta de supuestos profetas y presuntos maestros ungidos por Dios, pero que esconden intenciones destructoras y perversas tras de sus actos de aparente piedad. No todo el que cruzaba el umbral de la reunión de los santos necesariamente había de resultar una persona limpia de polvo y paja. Siempre ha habido sinvergüenzas que se aprovechan de la buena voluntad de una congregación humilde y amorosa para conseguir poder, dinero o influencia. La obligación, pues, de la iglesia y de sus ministros es la de poner en cuarentena cualquier nueva presencia en el escenario eclesial. No se trata de obstaculizar la obra de Dios, ni de impedir el acceso de determinadas personas a formar parte de la membresía de la comunidad de fe. Se trata de ser sensatos y prudentes en el análisis y examen del fruto que cada persona que visita la iglesia manifiesta, y que se convierte en la prueba irrefutable, bien de estar del lado de Dios, o bien de ser un intruso enviado por Satanás como avanzadilla del lado oscuro. El estado natural de la iglesia debe ser el de alerta, sin descuidar, claro está, el componente imprescindible de la cortesía y del amor que ha de dispensarse a todo visitante que entre por las puertas del templo.

2.      LA FALSA DOCTRINA DEL ANTICRISTO

     Con esta advertencia que debemos hacer nuestra como pueblo de Dios que aprecia y valora altamente el hecho de poseer el Espíritu Santo, Juan nos ayuda a distinguir entre el trigo y la cizaña con una prueba sencilla y simple: “En esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo.” (vv. 2-3). Una manera de acotar quiénes son de Dios y quienes vienen con propósitos degenerados a enturbiar la comunión cristiana y la enseñanza bíblica de una congregación tiene que ver con la confesión de la encarnación de Cristo. El cristiano que se precie de serlo, cree por fe en la encarnación de Dios en Cristo. Esta doctrina fundamental es innegociable. Sin embargo, a lo largo de la historia de la iglesia siempre ha habido iluminados que han intentado pervertir esta enseñanza básica. Por poner un ejemplo claro, el docetismo enseñaba que Cristo no era humano, sino que lo parecía, y el gnosticismo, que abominaba de la carne y del cuerpo como materia contaminada y de baja calidad en relación al espíritu, pensaba algo semejante. Aquellos que intentaban infiltrar sus ponzoñosas enseñanzas y que se erigían en profetas de Dios debían ser apartados y expulsados sin contemplaciones de la vida de la comunidad de fe. Son identificados con personas que portan el espíritu del anticristo, es decir, que sus intenciones iban dirigidas a negar la humanidad de Jesús, y por tanto, a negar lo que los mismos apóstoles de Jesús habían enseñando en los evangelios. El mismo Juan había establecido y sostenido esta doctrina angular de la encarnación de Dios en Cristo: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros, (y vimos su gloria, gloria como la del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.” (Juan 1:14).

     Estos son “anticristos” porque rechazan de plano la venida de Cristo en carne y hueso, y ya parece que en los tiempos de Jesús están haciendo de las suyas y causando estragos en la iglesia primitiva. En capítulos precedentes, estos “anticristos” también distorsionan esta doctrina de la encarnación: “Hijitos, es la última hora, y así como oísteis que el anticristo viene, también ahora han surgido muchos anticristos; por eso sabemos que es la última hora… ¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Este es el anticristo, el que niega al Padre y al Hijo.” (1 Juan 2:18, 22). En la segunda carta de Juan, vuelven a aparecer como una amenaza real que persiste en su empeño venenoso: “Pues muchos engañadores han salido al mundo que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Ese es el engañador y el anticristo.” (2 Juan 1:7) Son enemigos de la verdad y solo buscan la controversia y planteamientos que desvíen la atención de lo que es realmente importante: el discipulado en pos de Cristo. 

     Por supuesto, en otros lugares de la Escritura aparece la idea de un Anticristo con mayúsculas que ejerce un ministerio diametralmente opuesto al de Cristo, y que asombra al mundo con sus engañosos trucos de magia y con sus fraudulentos milagros: “Porque el misterio de la iniquidad ya está en acción, sólo aquel que ahora lo detiene, hasta que él mismo sea quitado de en medio. Y entonces será revelado ese inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida; cuya venida es conforme a la actividad de Satanás, con todo poder y señales y prodigios mentirosos, y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, porque no recibieron el amor de la verdad para ser salvos.” (2 Tesalonicenses 2:7-10). Sin embargo, todo esto forma parte del mismo lado oscuro de la mentira, del descalabro espiritual y de la blasfemia contra Dios. Lo cierto es que vivimos en tiempos en los que los ataques directos contra la divinidad y la humanidad de Cristo son constantes y cada vez más virulentos. 

3.      LA DERROTA DEL ANTICRISTO

    Con este panorama desolador en mente y con las amenazas venideras contra la Palabra de Dios y su enseñanza clara y prístina, Juan, como un padre preocupado por sus retoños, nos ofrece la esperanza de la victoria: “Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo.” (v. 4) Desde el discernimiento espiritual que distingue lo auténtico de lo falso en la enseñanza de algunos maestros y profetas itinerantes que solo buscan lucrarse a costa de la fe de los demás, nada habremos de temer, puesto que el Espíritu Santo es nuestro valedor a la hora de separar el grano de la paja y la piedra con el cedazo de la sana doctrina, predicada y comunicada por verdaderos siervos del Señor. El empuje del mundo y de sus engañosas enseñanzas es considerable, hasta formidable. Pero el Espíritu Santo que mora en nosotros nos dará las herramientas necesarias para rechazar la impureza doctrinal y las motivaciones depravadas de individuos que son como el caballo de Atila: por donde pasan, no crece la hierba.

    El contraste es sumamente nítido en el preciso instante en el que hacemos una comparativa entre los anticristos que pueblan el mundo y los pequeños cristos que son los seguidores de Jesús y de su evangelio de gracia: “Ellos son del mundo; por eso hablan del mundo, y el mundo los oye. Nosotros somos de Dios; el que conoce a Dios, nos oye; el que no es de Dios, no nos oye. En esto conocemos el espíritu de verdad y el espíritu de error.” (vv. 5-6). Las palabras de los anticristos o falsos profetas proceden del vientre, de los apetitos carnales, de los deseos desenfrenados del egoísmo más estéril y pobre, y en su empeño por acumular riquezas, poder y notoriedad, no dudan en acariciar el oído de su auditorio. Emplean tácticas filosóficas aparentemente místicas que no demandan un compromiso con la verdad del evangelio, y que sacian superficialmente el yo de las personas. Nada nuevo hay bajo el sol, y podemos comprobar mirando aquí y allí a predicadores, conferenciantes, pastores, superapóstoles, profetas ultraungidos y maestros de masas, que predican el edulcorado evangelio del egocentrismo a través de internet o en inmensos escenarios envueltos en espectaculares efectos visuales y sonoros, en vez del mensaje cristocéntrico que debe presidir cada reunión de los hijos de Dios. Sus discursos son atractivos y sugerentes, pura fachada teñida de autoayuda, y desprovistos por completo de teología equilibrada y fundamentada en las Sagradas Escrituras. El mundo los sigue y los auditorios se llenan a más no poder buscando nuevas sensaciones que satisfagan por un instante su autoestima y olviden las demandas del evangelio del Reino de los cielos.

     Las multitudes se apretujan por recoger una sola palabra de estos maestros mentirosos y timadores, mientras que los bancos de aquellas iglesias que se muestran fieles a la proclamación bíblica y centrada en la persona y obra de Cristo lamentablemente se vacían por esa comezón de oír y ese secreto anhelo por no comprometerse con la misión de Dios. No predicamos para llenar las bancadas de nuestro templo, sino que lo hacemos para que aquellas personas que conocen a Dios o que quieren  conocerle de verdad y sin medias tintas, escuchen la verdad de Dios sin disfraces ni filosofías baratas que acaricien el lomo de nuestros espíritus. Por eso, no nos sorprendamos al ver que pocas personas quieren escuchar a Dios por medio de la enseñanza y la predicación bíblica: el que no es de Dios no querrá oírla, ya que apela a la mismísima esencia de nuestra naturaleza malvada y pecaminosa, y nadie quiere enfrentarse a tal verdad interior sin darlo todo a Cristo. El error suele ser producto de la ignorancia, y la ignorancia suele ser el producto natural y lógico de una vida que no quiere dejar las cosas de este mundo para abrazar la causa de Cristo. Es más atrayente ser un anticristo en la época que nos toca vivir y ser escuchado y atendido por todos, que un cristiano leal a su Señor escuchado y atendido por una minoría muy pequeña.

CONCLUSIÓN

     El anticristo no es un individuo con el 666 esculpido en el cráneo, sino que es un movimiento teológico y espiritual que sobrepasa el personalismo y que infecta al mundo con la tergiversación doctrinal, el antropocentrismo y el humanismo incrédulo. El lado oscuro tiene mil facetas que se expresan de numerosas formas, y la iglesia debe estar preparada e instruida convenientemente para verificar cualquier mensaje que provenga de personas con apariencia de ovejas, pero que son lobos rapaces con ansia de devorar y asesinar espiritualmente. Desde una intensa actividad de estudio de la Biblia y bajo la influencia del Espíritu Santo en la vida de todos los miembros que componemos nuestra comunidad de fe, será posible derrotar y vencer los avances temerarios del ejército de anticristos que habitan entre nosotros.

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