ARMADURA DE BATALLA





SERIE DE SERMONES “EL LADO OSCURO: CONOCIENDO A NUESTRO ENEMIGO”

TEXTO BÍBLICO: EFESIOS 6:10-20

INTRODUCCIÓN

      La paz en este mundo es solo un simulacro. La tranquilidad y el sosiego son solo deseos que todos queremos llegar a conseguir, pero sin éxito. La ausencia de conflicto es una quimera si somos capaces de vislumbrar más allá de las apariencias. Cuando parece que un momento de sol nos calienta el alma, entonces la punzada de una flecha nos hace soltar un alarido de dolor espiritual que nos hace encogernos presas de un ataque por sorpresa de nuestro mayor enemigo. La batalla que libramos en nuestro espíritu contra enemigos que no son de carne y hueso, es una lucha feroz en la que no se hacen prisioneros, y en la que la muerte flota en el ambiente de nuestras mentes. Sí, tal vez el rostro pueda parecer dormir en un letargo dulce y pacífico, puede que la dinámica vital no se vea afectada por esa pelea interior que libra el alma contra los asedios del pecado y de Satanás, puede que la procesión vaya por dentro, pero esa realidad está presente en cada ser humano, lo quiera reconocer o no. 

    Por supuesto, existen personas, muchas personas, que hace tiempo se rindieron voluntaria y engañosamente al control que ejercen las huestes tenebrosas y demoniacas, y que creyendo ser libres, son solo cautivos del maligno, haciendo solo lo que a éste le place, y que solo redunda en destrucción interior, deterioro moral y decadencia física. Una de las trampas que tiende nuestro enemigo más acérrimo es la de provocar la confusión en la mente de sus víctimas, sugiriendo al oído del incauto que todo es idea e iniciativa suya, que todo lo que hace lo hace en virtud de su presunta libertad personal de elección. Las cárceles del pecado albergan millones de personas que, renunciando a luchar contra aquello que es oscuro, negativo, maligno y perverso, son solo marionetas y carne de cañón en la guerra espiritual que nos involucra a todos, y de manera especial, a nosotros los creyentes. Salimos de este templo y parece que el mundo está plácidamente instalado en la normalidad y la tranquilidad, pero ¿es realmente así esto?

1.      UNA GUERRA ESPIRITUAL REAL Y TERRIBLE

     Pablo conocía perfectamente a qué se enfrentaba cada día. No necesitaba esperar un Armagedón en el que las dos fuerzas antitéticas chocasen en una conflagración formidable y terrible. En sus propias carnes, en la carne de muchos de sus colaboradores, en la carne de muchos de sus discípulos en las distintas iglesias que fundó en Asia Menor y Europa, podía contemplar las heridas de guerra en las miradas resueltas y firmes de aquellos que habían soportado la prueba y la tentación con la ayuda y el poder de Dios. Los creyentes efesios estaban pasando por momentos difíciles y críticos, ya que no eran muy queridos, ni por judíos, ni por los paganos seguidores de Artemisa, la diosa a la que veneraba la ciudad. En sus últimas palabras para esta iglesia a la que él amaba profundamente, pide a sus consiervos que no olviden que su pelea espiritual estaba en su punto culminante, dado que cuando el evangelio triunfa, Satanás intenta derribar todo lo bendito y bueno que éste aporta a la vida del creyente individual y de la comunidad de fe en su conjunto. Por eso Pablo los anima bajo el consejo de solicitar la fortaleza de ánimo y de voluntad a Dios, ya que sin la fuente de la fuerza y el poder que es Dios, sus menguadas y frágiles energías serían incapaces de parar el aluvión de mandobles del enemigo espiritual por excelencia que es el diablo: “Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza.” (v. 10). Sin las fuerzas de Dios somos fácil presa de Satanás. Si confiamos en nuestra fuerza de voluntad, sucumbiremos humillados a los pies del demonio. Si pensamos que podemos vencer con nuestros méritos, o nuestra disciplina autoimpuesta, seremos derribados de un plumazo siendo avergonzados delante del mundo. Pero si nos acogemos a su todopoderosa fortaleza, y si nuestras oraciones tienen como meta confiar en sus fuerzas y no en las nuestras propias, la victoria será una realidad. En una confrontación directa entre Dios y Satanás no hay color: el Señor supera con creces cualquier maniobra o estrategia del perverso.

     Con el fin de ser fuertes ante los engaños y los ataques de Satanás y sus hordas malvadas, es preciso vestirse con toda la armadura de Dios: “Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra la asechanzas del diablo.” (v. 11). La armadura de Dios no debe carecer de todos sus elementos, puesto que de otro modo, el adversario hallará un punto débil o un talón de Aquiles por el que poder derrotarnos. Por eso Pablo habla de vestirse de toda la armadura de Dios, no solo con uno o dos elementos de ella. Con la armadura al completo seremos capaces de afrontar con todas las garantías cualquier dardo flamígero del diablo, cualquier tentación será rechazada sin dar lugar a dudas ni vacilaciones. El diablo no suele atacar frontalmente. Su táctica artera es la de sugerir, susurrar y suscitar una serie de promesas que no puede cumplir, pero que son tan atractivas y sugerentes que pueden hacer bajar la guardia al cristiano más pintado. Sin embargo, pertrechados con toda la armadura de Dios, y firmes en el poder y fortaleza del Señor, el diablo se retirará con el rabo entre las piernas.

     Pablo desea dejar meridianamente clara una idea muy importante, y es que, a pesar de que siempre habrá personas de carne y hueso que querrán hacernos la pascua, contender con nosotros para arrebatarnos nuestra fe, o que desearán destruir nuestro testimonio cristiano, la verdadera y más esencial pelea es la espiritual, aquella que se libra con la maldad en todas sus expresiones y manifestaciones: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernantes de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.” (v. 12). ¿Quiénes son estos entes diabólicos que quieren frustrar nuestro seguimiento de Cristo, que anhelan nuestra caída y que buscan nuestra perdición mediante cualquier medio a su disposición? Son espíritus que habitan en un plano invisible para el sentido físico de la vista, son seres con voluntad propia adheridos a la causa de perpetrar los crímenes espirituales más abyectos, son demonios que cubren la totalidad de nuestro mundo imprimiendo su misma confesión de fe apóstata en las mentes y los corazones de los mortales. Aunque no son perceptibles con nuestros sentidos, sí podemos comprobar el efecto de sus artimañas y añagazas cuando contemplamos vidas destruidas, asoladas y rotas que están abocadas a vagar por este plano de la realidad terrenal hasta consumar su desdichada elección en el juicio final y el infierno de fuego. De estos seres diabólicos hemos de tener más cuidado que de personas de carne y hueso como nosotros, puesto que éstos harán todo lo posible por que abjuremos de nuestra confesión en favor de Cristo.

2.      TODA LA ARMADURA DE DIOS 

     El apóstol Pablo vuelve a remachar la idea de vestir la armadura de Dios para derrotar al enemigo de nuestras almas: “Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes.” (v. 13). Los días malos abundan en la trayectoria vital del creyente, por lo que debemos mentalizarnos con propiedad y seriedad en que la armadura de Dios nos evitará ser vencidos cuando la prueba y la tentación mentirosa se abatan sobre nuestras existencias. Y no olvidemos que esta batalla, aunque es furiosa y cruel, y que durará todos los días de nuestra vida, tendrá un final el día en el que Cristo arroje a nuestro contrincante al lago de fuego y azufre por toda la eternidad. Con esta esperanza, no demos un paso atrás en nuestra profesión de fe, manteniéndonos firmes y con la cabeza bien alta cuando se nos vitupere, insulte o se nos asedie espiritualmente.

    ¿En qué consiste toda esta armadura de Dios de la que no debemos prescindir para triunfar sobre el malo? Variados son los elementos que la componen y que son necesarios en su conjunto para tener éxito sobre las maniobras de Satanás. Primero, debemos ceñir nuestros lomos con la verdad (v. 14 a). La manera más eficaz de sostener con estabilidad y equilibrio todo el resto de la armadura de Dios, es ceñirnos convenientemente con la verdad que emana de Dios mismo y que trastorna completamente el mundo de mentiras y falsedades que el diablo propaga por el mundo en el que vivimos. Contra las tergiversaciones y distorsiones de la verdad, contra los eufemismos hipócritas y contra las traicioneras palabras de doble sentido, la verdad absoluta de Dios resplandecerá en nosotros para que el resto de nuestro equipamiento sea respaldado por ella. Sin verdad, no hay triunfo. Sin honestidad y sinceridad, no hay perdón ni salvación. Sin autenticidad en el corazón, solo nos pondremos del lado oscuro.

       En segundo lugar, hemos de revestirnos con la coraza de justicia (v. 14b). La verdad sin la justicia es como la teoría sin la práctica, no sirve de nada. A la proclamación de la verdad divina, debe acompañarle una vida que aplique esa verdad en todas sus áreas. Si no somos justos y rectos, Satanás lo tendrá fácil para penetrar nuestro pecho con sus lanzadas de culpabilidad, con sus estocadas de duda y con sus golpes difamadores ante los que nos rodean. La coraza cuida del órgano más frágil e importante del cuerpo humano, y nuestro corazón debe ser espiritual y moralmente íntegro para vencer al demonio más astuto.

    En tercer lugar, nuestro calzado ha de ser el de la urgencia y el anhelo apasionado por predicar el evangelio de la paz (v. 15). Con la verdad y la integridad de nuestro lado, ahora podemos comunicar al mundo la necesidad que éste tiene de Cristo, de su salvación y redención, de su reconciliación y justificación. Nuestros pies, en vez de pisar los charcos del pecado o en lugar de transitar por los polvorientos y tortuosos caminos de la perversión, deben apresurarse a denunciar valientemente la injusticia y el pecado de este mundo, a transmitir el plan que Dios tiene para el ser humano caído en desgracia, a reprender las actuaciones malvadas de Satanás en contra de la raza humana. 

       En cuarto lugar, debe ser embrazado el escudo de la fe, para poder apagar todas las saetas de fuego del maligno (v. 16). Satanás siempre tira a matar, y sus flechas provocan la quemazón más dolorosa y torturadora en el interior de sus objetivos. Sin embargo, con el conocimiento de la verdad, con una vida intachable y con pasión por predicar a Cristo, es necesario conocer qué creemos para defendernos de las engañosas y ponzoñosas acusaciones que podemos recibir del enemigo. Nuestra fe debe vertebrarse correctamente desde un entendimiento cabal y pleno de la fe que Dios nos ha regalado en su Hijo Jesucristo. Si no sabemos qué creemos y por qué lo creemos, estaremos a merced de sus dardos ardientes y caeremos avergonzados.

     En quinto lugar, el yelmo o casco de la salvación debe coronar y proteger nuestra cabeza (v. 17 a) con el fin de que nuestra mente sea consciente de la certeza y seguridad de nuestra redención en Cristo. Los pensamientos y las ideas que rondan por nuestra capacidad reflexiva deben estar dirigidos a Cristo y han de ponerse a salvo en la certidumbre absoluta de que somos salvos y de que esa salvación que nos ha limpiado, transformado y purificado del poder del pecado no nos podrá ser arrebatada. Con la liberación de Cristo en mente, las artimañas satánicas solo hallarán muros inexpugnables, barreras bien defendidas por la fe, la verdad, la justicia y el evangelio de gracia, y un baluarte imposible de conquistar por las hordas demoníacas. 

       Por último, y no menos importante, hemos de empuñar y blandir con destreza la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios (v. 17b). Este artefacto móvil y con proyección ofensiva y defensiva a la vez, nos permite infligir daños terribles a aquellos entes espirituales que desean engañarnos con ideologías humanistas y discursos disfrazados de erudición y cientificismo, pero que son solo argumentos falibles y teóricos que nada pueden contra la verdad inspirada de Dios en la Biblia. Nuestra regla de fe y conducta, bien afilada y aguzada por la inspiración del Espíritu Santo, nos dará la oportunidad de rechazar los asedios de aquellos que intentan embaucarnos, y contraatacar con la fuerza, poder y autoridad que de las Escrituras emanan, derrotando con la verdad los engaños de las potestades de las dimensiones aéreas invisibles.

3.      EL VALOR DE LA ORACIÓN EN EL FRAGOR DE LA BATALLA

      Ya bien pertrechados con toda la armadura de Dios, sin que falte nada en ella, con fervor encomiable y determinación guiada por el Espíritu de vida, la oración cumple su verdadero propósito en esta guerra espiritual que a todos los creyentes nos atañe: “Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos; y por mí, a fin de que al abrir mi boca me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio, por el cual soy embajador en cadenas; que con denuedo hable de él, como debo hablar.” (vv. 18-20). La oración es imprescindible para lograr que nuestra armadura esté siempre presta a protegernos del maligno, dado que en todo tiempo los ataques de Satanás se suceden, sobre todo cuando menos lo esperamos, y en aquellas situaciones en las que creemos estar por encima de esta lucha inmisericorde y permanente. Sea que estemos en lo más alto de la cresta de la ola, o que estemos en los valles profundos del desánimo, la oración y la súplica deben presidir nuestra vida interior. Poder conectarnos con Dios en el preciso instante en el que se recrudece la batalla, nos dará fortaleza y firmeza de ánimo para perseverar hasta el fin. Rogando la ayuda de Dios por medio del canal transmisor del Espíritu Santo, estaremos constantemente comunicados con el poder y la autoridad de Cristo, los cuales causarán la huida de los enemigos que nos acosan fieramente. No debemos permanecer ociosos o descuidados, sino que hemos de erigirnos como centinelas que se mantienen firmes esperando cualquier ataque, que velan y vigilan cualquier movimiento de tropas de nuestro contrincante espiritual.

     Pablo hace personal este consejo sabio y potente, y solicita de los creyentes efesios que pidan por su vida ante Dios, no tanto por su integridad física, sino porque le sea dada valentía a la hora de comunicar y proclamar la Palabra de Dios al mundo, incluso desde su reclusión en un calabozo infecto, desde donde escribe esta entrañable e instructiva epístola. El siervo de Cristo no puede hablar de un modo distinto cuando se dirige a la humanidad, sino declarando que todos están involucrados en una guerra espiritual tremenda y temible, y que sin el respaldo y apoyo de Dios en Cristo, este conflicto está perdido. Aquellos que nos presiden, que nos enseñan, que nos amonestan, que nos asesoran y aconsejan, y que nos presentan el mensaje puro y claro del evangelio de la gracia, necesitan nuestras oraciones y ruegos delante del Padre, de tal modo, que nunca se desvíen ni desvirtúen la exposición de las Escrituras, tanto al pueblo de Dios que es su iglesia, como a los incrédulos, prisioneros tristes y ciegos del error. La oración a Dios en conjunción con su armadura de batalla nos capacita para contender sin desmayo por la verdad, la justicia y la misión de Cristo.

CONCLUSIÓN

     ¿Estás armado de valor cuando Satanás viene a tu encuentro con sus artimañas? ¿Eres capaz de vencer la tentación que éste te tiende como una trampa a tus pies? ¿Ruegas a Dios para que el mal no te alcance y peleas la buena batalla de la fe con perseverancia y paciencia? ¿No te falta nada en esa armadura divina que Cristo pone a tu disposición para rechazar los aviesos ataques espirituales del lado oscuro? Espero que así sea, para la gloria de Dios, para madurez de tu vida interior por medio del Espíritu Santo, y para que Cristo sea reconocido y ensalzado en la victoria y el triunfo constante.

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