DISTINTO EN MI JUICIO





SERIE DE SERMONES SOBRE EL SERMÓN DEL MONTE “DISTINTOS: VIVIENDO POR ENCIMA DE LA NORMA”

TEXTO BÍBLICO: MATEO 7:1-6

INTRODUCCIÓN

       Buenos días, mi nombre es Martín de la Jungla. Que mi nombre no os confunda. No soy pariente de Frank. Él se dedica a vagar por montañas, bosques, selvas y páramos en busca de especies animales y vegetales que enseñar al mundo a través de la televisión. En mi caso, mi trabajo consiste en recorrer otra clase de jungla, la jungla de asfalto y hormigón de las ciudades a lo largo de todo el planeta. Frank se dedica a la zoología y a la botánica, mientras que yo pienso más en términos de antropología, sociología y etnografía. Durante mis viajes y travesías por todos los lugares más recónditos de la tierra, he visto muchas cosas y he conocido una amplia variedad de especies de seres humanos. En numerosas ocasiones he tratado con seres humanos llenos de bondad, serviciales y humildes, y en otros momentos, he tenido que lidiar con especímenes totalmente depravados, egoístas y orgullosos. Sin embargo, una subespecie ha llamado mi atención en mi último periplo por distintos países y continentes: la subespecie de los hipercríticos.

     Esta subespecie se caracteriza por habitar en todos los confines del mundo. No existe hábitat o medio ambiente en el que puedas tropezarte con un ejemplar de hipercrítico. No es precisamente una especie en vía de extensión, sino más bien lo contrario, podríamos compararlos con la proliferación de conejos en Australia del siglo XIX. No existen diferencias de raza, edad, sexo o clase social: siempre hallaremos uno de estos seres humanos listo para desplegar con cinismo y mala baba una sarta de improperios y comentarios que suelen ser venenosos y tóxicos de necesidad. Su principal mecanismo de ataque es su lengua viperina y no dudan en usarla siempre cuando menos uno lo espere. Esta subespecie puede dividirse a su vez en cuatro subtipos, a los que llamaremos por su nombre científico para identificarlos correctamente.

    El primer subtipo es el Figerus vitae. Este especimen tiene la particularidad de que su elaboración de la crítica ponzoñosa viene envuelta en una capa de supuestas buenas intenciones que incluso parece a la víctima que le está haciendo un favor. Su meta favorita es arreglarte la vida, diciéndote lo que tienes que hacer sí o sí para ajustarte a lo que este ejemplar cree que es lo correcto. Antes de sucumbir a su anestesiante comentario disfrazado de benevolencia, es preciso advertir si su vida cumple con los mismos requisitos que receta a los demás. 

    El segundo subtipo es reconocido como Digito ad designandum peccatorum. Este ser humano en concreto tiene querencia por usar con mucha frecuencia el dedo índice de cualquiera de sus manos para apostillar y señalar digital y negativamente cualquier cosa que uno haga, sea buena o mala. Su presunta altura de estándares morales requiere de él convertirse en el adalid de la ética y los buenos modales, y sin que se lo pidamos, siempre está dispuesto a mostrar su desacuerdo con nuestro estilo de vida. Su frase favorita es “Ya te lo dije” o “Ya te avisé de que esto pasaría”. Podemos zafarnos de su índice letal apelando a que aunque un dedo sea esgrimido en nuestra contra, cuatro se dirigen a su propia persona.

    El tercer subtipo, el Judex Paulo, ya se le ve venir desde una legua. Es la clase de ser humano que no necesita conocerte para elaborar y soltar su juicio personal. Posee una increíble capacidad de lectura mental y corporal de rayos X que diagnostica en un repaso visual el mal que aqueja a su víctima. Son depredadores por naturaleza, así que tenemos que tener mucho ojo con ellos. De un rápido vistazo ya sabe qué clase de persona eres, cuáles son tus vicios, tus puntos débiles y hasta tu estatus social. Suele menear la cabeza cuando no le convence lo que ven sus ojos, y asentir cuando reconoce ante él a otro de sus congéneres. Presume de saber de qué pie calza cualquiera y son inmunes a que les pruebes que están equivocados en su juicio a la ligera. Su lema fundamental es el de “piensa mal, y acertarás.”

    Por último, y no menos peligroso y amenazador, tenemos al Praeiudicium Erroribus, el cual sin tener consideración de sí mismo y de su conducta habitual desencaminada y descarriada, lanza un gas devastador por su orificio bucal producto de su fétido corazón y de su mente podrida. No importa quién seas, de dónde vengas o qué pienses, cualquier cosa que digas, hagas o pienses será utilizada en tu contra sin venir a cuento. Su voracidad no tiene fin y su habilidad para esconderse detrás de visillos varios y diseccionar a sus vecinos no tiene parangón. No vacila en generalizar cuando habla sobre cualquier tema que considera contrario a su pobre visión de la realidad, y por eso su coletilla favorita en cualquier conversación es “todos son iguales”.

     Debo advertiros de estas especies que tanto están abundando en toda nuestra biosfera, precisamente porque no quisiera que ninguno de vosotros, o bien podáis engrosar sus poderosas filas, o bien caigáis en sus feroces fauces. Pero quisiera también compartir algo que ya me enseñó un maestro de Nazaret sobre los antídotos y estrategias más eficaces para evitar el contagio o el contacto con esta plaga antropológica que se está volviendo viral. Jesús, ese maestro del que os hablo, dejó como herencia didáctica y práctica las siguientes instrucciones a quienes se reunían para escucharle: “No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido.” (vv. 1-2) 

     Jesús no está queriendo decir aquí que no hemos de condenar el pecado, las malas maneras, las injusticias, los crímenes o las acciones perversas. No está diciéndonos que cada uno se ocupe de sus propios asuntos y que no meta sus narices en el estilo de vida de nadie. Eso es lo que muchos quisieran, claro. Que nadie les diga que lo que hacen, dicen o piensan está errado y que desagrada en gran manera a Dios. Que nadie les sugiera que van por mal camino, porque en definitiva, ya lo dijo también Jesús, que “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.” Que nadie, ni siquiera de buena fe o con amor en el corazón, les amoneste por sus prácticas deleznables y perversas porque “yo hago lo que quiero con mi vida, así que, déjame en paz.” Pero Jesús no está diciendo esto para nada. El juicio al que se refiere es al juicio hipercrítico, a aquel juicio que no se basa en hechos contundentes, en acciones de flagrante maldad, o en palabras hirientes, sino que se fundamenta únicamente en una ignorante mirada del prójimo y en una visión de la vida estrecha y cerrada. Si juzgamos debemos estar dispuestos a ser colocados delante del ojo escrutador de otros. ¡Ah, pero eso ya es otro cantar!, ¿verdad? Qué maravilloso y placentero es despellejar a los demás sin que nadie investigue nuestra propia vida. Qué cómodo es decir cómo tienen que hacer las cosas los demás, mientras yo hago lo que me da la gana, e incluso lo contrario de lo que aconsejo que otros hagan.

     Querer constituirnos en jueces de los demás implica ser nosotros los juzgados. Y ya no hablamos de que los demás nos juzguen y nos interpelen sobre nuestras acciones y palabras, sino que hablamos de un justo Juez que habrá de juzgar a vivos y a muertos. Ante este Juez Supremo, que es Dios mismo, no podremos argumentar que prejuzgamos a los demás con buena voluntad y deseo de mejora de la vida ajena, no podremos excusarnos en nuestra capacidad de discernimiento del alma humana a través de la apariencia externa, no podremos justificar nuestra condena del prójimo porque nuestra propia vida será desnudada y abierta de par en par gracias a la luz que deja al descubierto nuestras miserias. Sí, desear ser medida de los demás es una gran responsabilidad que conlleva ser intachables y ser juzgados por el Dios que todo lo ve y todo lo recoge en su mente infinita, y esto no es posible, dado que nadie en este mundo pecador puede erigirse en modelo inmaculado de la humanidad. La advertencia de Jesús es clara: deja ya de juzgar a tu hermano o hermana, porque las consecuencias son terribles si decides condenar en vida aquello que Dios puede haber salvado mediante la sangre de su Hijo Jesucristo en la cruz del Calvario.

      Con los fariseos y otros hipercríticos religiosos en mente, los cuales no han dejado de evolucionar con el tiempo y la historia hasta nuestros días, Jesús emplea uno de esos ejemplos hiperbólicos que tanto le gustan: “¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano.” (vv. 3-5). La variedad farisaica de los hipercríticos se consideraba a sí misma el espejo en el que toda la sociedad de su época debía mirarse. Su afán por la pureza ritual, personal y social les había llevado a despreciar a muchos de sus compatriotas, a marginar a sus hermanos y a condenar con sus palabras y gestos a aquellos que no se ceñían a sus extremadas y minuciosas prácticas cotidianas. Sin embargo, tal y como señala Jesús, toda esta subespecie de hipercríticos eran unos hipócritas. Por un lado, daban a entender en apariencia que eran unos dechados de virtudes a los que se debía respetar e imitar, pero a escondidas, en su vida privada, dejaban mucho que desear con su actitud depredadora, ansiosa de aplauso y poder, y tendente al elitismo más banal. Eran capaces de decir a uno de sus hermanos más degenerados y disolutos, según su propia opinión de lo que era legal, que dejase de beber o de visitar a prostitutas, cuando éste lo hacía a escondidas y con mucha mayor frecuencia. Es el triste adagio tan típico de estas personas: “Haz lo que te digo, y no hagas lo que yo hago.”

     Si una brizna de paja está irritando el ojo de tu amigo o hermano, justo es que le ayudemos a que ésta deje de amargarle su visión. Hasta ahí todo correcto. Pero lo que no podemos hacer es querer hacerle un favor a alguien señalando con el dedo índice su pecado, cuando nuestro ojo está completamente obstruido por un tronco o una viga de madera de considerables dimensiones. Primero, nada podremos ver en el ojo ajeno, puesto que nuestra suciedad interna no resuelta nos impide auxiliarle convenientemente. Y segundo, nuestro juicio solo puede verse nublado y distorsionado si primero no solucionamos nuestro estado espiritual y moral con la ayuda de Dios. Y no socorremos a nadie desde nuestra presunta altura espiritual o nuestra condescendencia arrogante, sino que lo hacemos desde nuestro conocimiento humilde de que también nosotros somos pecadores y de que solo Dios puede solventar nuestro problema más persistente del pecado. La única respuesta que recibiremos de nuestra hipercrítica a los demás será la del refrán “le dijo la sartén al cazo: quítate de aquí, gorrinazo.” Por lo tanto, vemos que sí, que podemos amonestar y reconvenir a un hermano con la disciplina debida, pero solo sí somos capaces de asumir que la que juzga es siempre la Palabra de Dios y no nuestra perversa perspectiva de lo que es correcto o incorrecto.

     A continuación, Jesús nos deja una frase que nos permite discernir y distinguir a quién ayudar juzgando conveniente y oportunamente desde la voluntad manifiesta de Dios en su Palabra: “No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen.” (v. 6). Este aviso a navegantes debe abrirnos los ojos, ya limpios de paja y vigas, y considerar a quiénes vale la pena amonestar y aconsejar para que dejen de cometer locuras que solo están arruinando sus vidas y las de los que les rodean. Tanto los perros como los cerdos eran considerados animales inmundos y sucios, con aviesas intenciones y poco tacto con aquello que se les ofrecía. Acostumbrados a la basura, a los desperdicios, a las mondas de patata y a la carne corrompida, no eran capaces de apreciar el valor de aquello que era en calidad superior, lo santo y escogido por encima de lo común, lo precioso y bello, las perlas y las margaritas. Y es que existen personas así, especímenes humanos hipercríticos que no se avienen a ser asesorados, amonestados e instruidos en la buena voluntad de Dios para sus vidas. Su talante pasivo-agresivo surge de sus entrañas con una virulencia inusitada, insultando a aquel que desea hacerles ver sus desvaríos, golpeando a quienes quieren ver mejoradas sus vidas reprobadas, y devorando a las personas que solamente quieren ofrecerles un mejor camino de limpieza de corazón y perdón de sus pecados por medio de Cristo. Jesús nos dice que no perdamos tiempo con ellos. Podemos dar cientos de oportunidades, pero cuando vemos que los resultados de nuestra amonestación paciente y amorosa son nulos, y que han rechazado ser convencidos de pecado por el Espíritu Santo, lo mejor es dejarlos a su suerte, porque esa es la suerte que han escogido vivir, la de los charcos y la de los basureros. 

CONCLUSIÓN

     Espero que esta presentación de una de las especies más extendidas por el mundo, como es la de los hipercríticos, haya servido para seguir viviendo por encima de la norma que nos ofrecen. Hoy existen programas de televisión repletos de sillas de escarnecedores que no dejan de descuartizar públicamente a determinadas personas de la farándula, de jueces abyectos e idiotizados que únicamente valoran la superficialidad en detrimento de la espiritualidad, de jurados de lo espectacular y de lo especulativo, y no son más que expresiones y manifestaciones propias de la hipercrítica socializadora. Como seguidores de Cristo que habitamos en una jungla de asfalto y cristal, hemos de permanecer al margen de estos ejercicios de van de lo sublime a lo ridículo, y para ello hemos de cuidar nuestro testimonio para con los de afuera y para con Dios. Si vivimos de manera irreprochable, entonces podremos acercarnos a los demás para poder ayudarles a reconstruir sus vidas a la luz de Cristo y de la Palabra de Dios.

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