DISTINTO EN MI GESTIÓN FINANCIERA
SERIE DE SERMONES SOBRE EL SERMÓN DEL
MONTE “DISTINTOS: VIVIENDO POR ENCIMA DE LA NORMA”
TEXTO BÍBLICO: MATEO 6:24
INTRODUCCIÓN
“Poderoso
caballero es Don Dinero”, rezaba en una de sus más famosas poesías el
famoso escritor del Siglo de las Luces español Francisco de Quevedo, y a la
vista de cómo toma forma y funciona en este sistema social, económico y
político en el que vivimos, no andaba nada encaminado. Del mismo modo que él
supo ver que las voluntades y las influencias podían doblegarse con una buena
cantidad de maravedíes, nosotros no podemos por más que reafirmar su percepción
de la realidad. El poder del que posee inmensas riquezas está por encima de
aquellos miserables que no tienen donde caerse muertos. Las riquezas marcan
diferencias, fronteras, distinciones, elitismos, clasismos, marginalidades.
Todo orbita alrededor del dinero, y todo cuesta. Aquello que en un momento dado
era parte del patrimonio de la humanidad, pronto ha sido engullido sin
miramientos por la mercadotecnia, por la utilidad económica, por la voracidad
de personajes que buscan medrar a costa de lo que es de todos. El dinero, desde
las bambalinas, fabrica qué hay que creer, qué hay que vestir, qué hay que
comer, qué hay que pensar. Es tal el influjo de las riquezas terrenales que la
fe puede intercambiarse por billetes y monedas de curso legal.
Hasta tal punto ha llegado el dinero a
gobernar todo lo que nuestra civilización incivilizada lleva a cabo, que ahora
parece que todo tiene un precio: la integridad, el amor, la paciencia, la
felicidad, la amistad o incluso la bendición de Dios. Pero como decía Voltaire,
“quienes creen que el dinero lo hace
todo, terminan haciéndolo todo por dinero.” Las tentaciones que prepara tan
arteramente el diablo contra el ser humano, y contra el creyente en particular,
tiene que ve precisamente con las ganancias materiales. El vil metal ha llevado
a más de un supuesto cristiano a abjurar de sus creencias para gozar de la
dolce vita, del mullido colchón de un buen montón de dinero, para dedicarse en
cuerpo y alma en la consecución de los fondos necesarios para alcanzar la
medida de felicidad que se ha fabricado para sí mismo. Estas personas todavía
piensan que son ellos los que usan el dinero, cuando es todo lo contrario; son
ellos los esclavos de sus deseos y del mercado de la oferta y la demanda.
Depositando toda su confianza y seguridad en las riquezas creen que alcanzarán
sus sueños de grandeza y lujos.
A. DINERO Y PALABRA DE DIOS
Si nos atenemos a lo que la Palabra de
Dios nos dice del dinero y de la idolatría que surge de querer amontonar y
acumular ingentes cantidades de tesoros en la tierra, encontraremos que se
habla muchísimo sobre este tema. Salomón, tal vez uno de los monarcas más ricos
de la historia de la humanidad, escribió una crítica sumamente mordaz sobre lo
que provoca el dinero en el alma humana:
“El que ama el dinero, no se saciará de dinero; y el que ama el mucho tener, no
sacará fruto. También esto es vanidad.” (Eclesiastés 5:10). Aquel que se
postra ante el poderoso caballero Don Dinero, nunca verá satisfecha su alma por
muchas posesiones que logre, y ese es el problema del codicioso o del
avariento, que por mucho dinero que tenga, su corazón seguirá marchito y
apesadumbrado al no poder ganar más y más cada vez. Personajes que sucumbieron
al resplandor y al encanto del dinero fueron Acán, Judas Iscariote, Ananías,
Safira, Simón el Mago, y otros muchos más, cuyo final no fue precisamente el
más favorable. Pablo, en sus enseñanzas y consejos a Timoteo no duda en
calificar el gran prejuicio que conlleva amar las riquezas de manera desmedida:
“Porque los que quieren enriquecerse
caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a
los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el
amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron
traspasados de muchos dolores.” (1 Timoteo 6:9-10). Job tiene la convicción
absoluta de que construir toda una vida sobre la obsesión por las riquezas está
en contra de la voluntad de Dios: “Si
puse en el oro mi esperanza, y dije al oro: mi confianza eres tú; si me alegré
de que mis riquezas se multiplicasen, y de que mi mano hallase mucho… esto
también sería maldad juzgada; porque habría negado al Dios soberano.” (Job
31:24, 25, 28). Aquel que crea que sus tesoros lo llevarán en volandas a
comprar su salvación están en un verdadero apuro si nos atenemos a las palabras
del profeta Sofonías: “Ni su plata ni su
oro podrá librarlos en el día de la ira del Señor.” (Sofonías 1:18).
B. LA GESTIÓN FINANCIERA DESDE LA ÓPTICA DE JESÚS
La disyuntiva que presenta Jesús en la
lección que hoy recogemos de su Sermón de la Montaña deja con perfecta nitidez
y claridad que la obediencia, servicio y amor debe tributarse a un solo Dios: “Ninguno puede servir a dos señores;
porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará
al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.” (v. 24). Jesús no
concede excepciones a la regla que presenta de una manera tan ilustrativa.
Ninguno es ninguno. Ningún ser humano puede darse por completo a dos causas o
personas, y más si éstas son enemigas acérrimas entre sí. En el panorama social
de la esclavitud, institución horrenda muy común en los tiempos de Jesús, en la
cual un ser humano se somete a otro completamente y con la idea de exclusividad
y fidelidad absoluta sin que pueda hacer nada para remediar su condena, un
siervo no podía atender al mismo tiempo las necesidades y órdenes de dos amos
que encima estaban enemistados a muerte. Querer hacerlo sería volverse
completamente loco. Es un imposible, un ejercicio a todas luces impensable.
Nadie tiene la capacidad de ser ubicuo, de estar en dos sitios a la vez, de
acatar mandatos diametralmente opuestos en el mismo instante. Si tu jefe te
dice que hagas algo, y al mismo tiempo otro te conmina a que lleves a cabo lo
contrario, ¿qué harías? Ante esa imposibilidad de cumplir con ambas
directrices, siempre nos decantaremos bien por uno o bien por otro, pero
sabiendo siempre que la parte a la que has desobedecido podrá tomar represalias
contra tu persona.
En la encrucijada de caminos que es la
vida, vamos a tener que tomar decisiones que afectan a nuestra comodidad,
bienestar personal y familiar, prosperidad económica y financiera, a nuestra
espiritualidad y fe, a nuestro estilo de vida como discípulos de Cristo. En esa
toma de decisiones, muchas veces el dinero va a querer hablar más alto que Dios
para proponerte un negocio irrechazable y apetecible, pero que coarta y
desmerece la soberanía de Cristo sobre tu existencia. En esa tendencia engañosa
de que el fin justifica los medios, el ser humano comienza a hacer cábalas
sobre a qué dedicará ese dinero, y como si de un dios pagano se tratase nuestro
Señor, pensamos en apartar algo para Él, no sea que se enoje y se enfade por no
darle su parte del pastel. Lo que es correcto desde la óptica bíblica y desde
la perspectiva de Dios pasa a un segundo plano cuando la posibilidad de
conseguir una formidable suma de dinero está al alcance de la mano. Y lo bien
que se nos da a los seres humanos racionalizar el pecado y la tentación… Hace
poco, viendo una serie de televisión llamada “Ozark”, que trata sobre un
contable que se dedica a lavar dinero negro del narcotráfico, pude constatar el
hecho de que un supuesto pastor estaba dispuesto a aceptar un dinero de dudosa
procedencia para sufragar un nuevo templo para sus fieles. A veces presuntos creyentes
miran hacia otro lado cuando se trata de dinero, sin pensar en qué piensa Dios
de sus actividades financieras ilícitas, sin pensar qué diría el Señor de
defraudar a Hacienda, de no pagar impuestos, de escatimar el precio justo de
algo, de ser más agarrados que un chotis cuando se trata de traer los diezmos
al alfolí.
Jesús es tajante en su afirmación. Si
vives para el dinero, para amarlo y servirlo, para postrarte y someterte a sus
dictados fluctuantes y caprichosos, estás aborreciendo y despreciando a Dios.
Cuando se destrona del corazón a Dios para entronizar al poderoso caballero Don
Dinero, estamos dando a entender al Señor que debe supeditarse a la situación
económica del sujeto en cuestión. Es impensable querer armonizar a Dios con el
dinero. Las riquezas siempre desearán usurpar el lugar que Dios debe tener en
las prioridades de nuestra vida. De hecho, cuando tenemos cierta comodidad
financiera, nos olvidamos de que fue Él el que nos bendijo, y cuando estamos
pasando por estrecheces, lo maldecimos o dejamos de creer en Él como si Él
fuese el autor de nuestras malas decisiones financieras. Cuando el dios Mamón,
que es como se traduce la palabra “riquezas” de nuestra versión castellana, se
apropia de todo nuestro interés, concentración, amor y pasión por Dios, suele
pasar lo que Jesús retrata en la parábola del sembrador: “El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero
el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace
infructuosa.” (Mateo 13:22).
CONCLUSIÓN
Giovanni Papini, escritor italiano, nos
advirtió del peligro que corre la humanidad a causa del poder demoledor del
dinero: “El dinero, que ha hecho morir a
tantos cuerpos, hace morir todos los días a miles de almas.” Si nos
atenemos a esta visión de la realidad de las riquezas terrenales, nos daremos
cuenta de que el alma que se aferra a las posesiones materiales muere un poco
cada día que pasa. Muere en su temor de que le arrebaten su tesoro, muere al
ver como el orín corrompe su oro y su plata, muere al no ver satisfecha su
hambre por tener cada vez más, muere porque la fuente de la vida que es Dios ha
sido desechada y despreciada a causa de su codicia y racanería, muere con cada
céntimo que podría ganar y no lo consigue. Pero si queremos vivir por encima de
la norma económica y financiera que propone este mundo poco desprendido y
escuálido en generosidad, sirvamos y amemos a Dios, porque como Él mismo
promete y asegura: “Mía es la plata y
mío es el oro.” (Hageo 2:8). Y no nos olvidemos de que “gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada
hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo
sustento y abrigo, estemos contentos con esto.” (1 Timoteo 6:6-8).
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