DISTINTO EN MI FUTURO
SERIE DE SERMONES SOBRE EL SERMÓN DEL
MONTE “DISTINTOS: VIVIENDO POR ENCIMA DE LA NORMA”
TEXTO BÍBLICO: MATEO 6:25-34
INTRODUCCIÓN
Cuando miras más allá del horizonte del
presente más inmediato, ¿qué ves? Si por instante, te detienes a pensar en qué
será de ti, de tu familia y de las personas a las que quieres, ¿qué
perspectivas de futuro albergas? ¿Podrías decir con absoluta seguridad y
certeza que tu futuro está completamente a salvo de incidencias, percances,
crisis o imprevistos? Reflexionar sobre qué ha de acontecernos tanto a corto
como a largo plazo en la vida, llena nuestras mentes de incertidumbres, de
confusión y de preocupaciones que se llegan a transformar en auténticos
quebraderos de cabeza a los que nos es imposible responder con rotundidad y
confianza total. Todo cuanto tenga que ver con nuestro futuro, con el de
nuestros hijos, con el de nuestros amados familiares y amigos, o con la deriva
de nuestra nación o de nuestra comunidad de fe, puede transformar una apacible
y placentera tarde de relax, en un laberíntico y enigmático rompecabezas que
nos quita el sueño tratando de desentrañarlo y componerlo según lo que nos
gustaría que fuese el porvenir.
El ser humano, desde que tomó la dirección
equivocada en la vida de pecar contra Dios, no ha cesado de considerar su
futuro de un modo ciertamente amenazador y pavoroso. Mientras estuvo caminando
con Dios y disfrutando de su comunión diaria, en un entorno en el que todo
respiraba paz, certezas, provisión inacabable y tranquilidad, el ser humano
nunca tuvo que pensar más que en un día a la vez. El mañana sería siempre tan
hermoso, tan increíble y tan esperanzador que las preocupaciones y afanes no
tenían ni cabida ni sentido. ¿Por qué sufrir de ansiedad sabiendo que todo se
plegaba a la completa y total felicidad del ser humano? No existían necesidades
materiales, no existían necesidades emocionales y sentimentales, y aquellas que
se circunscribían a lo espiritual, eran colmadas sobreabundantemente por Dios a
cada momento. Pero esa perfección, felicidad y satisfacción plena proyectada
por Dios para el ser humano, fue distorsionada, destruída y desviada a causa
del deseo enfermizo por ser como el Creador. En el preciso instante en el que
la fruta del árbol de la ciencia del bien y del mal, abrió los ojos de nuestros
antepasados, el futuro dejó de ser halagüeño y bondadoso, para transformarse en
un oscuro e ignoto interrogante que ha carcomido poco a poco el corazón de toda
la humanidad. La preocupación ocupó el lugar de las certidumbres, el miedo el
de la confianza y la ansiedad el de la fe en el buen hacer del Señor a favor de
nuestras vidas.
A.
LOS AFANES DE ESTA VIDA Y SU VERDADERA
DIMENSIÓN SEGÚN JESÚS
Jesús también era consciente de esta
triste realidad mientras escruta las miradas de aquellos que le estaban
escuchando a sus pies, en la montaña. Enlazando el hecho de que el amor por las
riquezas solo granjeará a sus seguidores males y desdichas, arrebatando al
Señor el lugar que preferentemente le corresponde en el trono de sus almas,
Jesús quiere señalar que nuestro futuro puede ser distinto del del resto de
personas que colocan su confianza y seguridad en las cosas materiales y
terrenales, si somos capaces de confiar sin fisuras en la provisión divina. Las
necesidades que aquellos que bebían de las enseñanzas de este sermón de Jesús
eran muy diferentes de las nuestras. Los tiempos han cambiado una enormidad, y
lo que para los judíos y gentiles del primer siglo eran necesidades de primer
orden, para nosotros han pasado a formar parte de nuestros derechos
inalienables, y por ello los consideramos prerrogativas de la dignidad de vida
de cualquier ser humano. Para los escuchantes de Jesús, el pan diario, la
salud, la justicia, la religión y la política, eran los grandes temas que más
les preocupaban. Y por encima de lo etéreo, de lo abstracto, siempre estaba lo
concreto, lo material, aquello que les hacía escuchar sus estómagos vacíos, sus
labios resecos y sus cuerpos desnudos o cubiertos con harapos.
En ningún momento parece que Jesús abogase
por magnificar la pobreza, o promover la ociosidad en pro de que Dios
dispensase sus bendiciones materiales del mismo modo que lo hace con sus
criaturas menores. Jesús solo quiere ejemplificar de un modo soberbio y
maravilloso que nuestro futuro puede estar exento de preocupaciones y afanes si
solo confiamos en él: “Por tanto os
digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de
beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el
alimento, y el cuerpo más que el vestido?” (v. 25). Afanarse es cosa de
personas que siguen contemplando el futuro desde la fuerza de sus manos, desde
el sudor de su frente, desde el poder de su voluntad y desde las exiguas
energías de su debilidad humana. Dejar que la ansiedad consuma tus momentos de
paz y descanso es un ejercicio vano que solo aporta insomnios, frustraciones y
desazones. Preocuparse supone pensar que nuestra vida y nuestro cuerpo son todo
lo que existe en este mundo y tras el telón de la muerte. A menudo nos ahogamos
en un vaso de agua, y como dijo Wayne W. Dyer, escritor norteamericano, “La catástrofe que tanto te preocupa, a
menudo resulta ser menos horrible en la realidad, de lo que fue en tu
imaginación.” La pregunta metafísica de Jesús abre en nuestro pensamiento
el camino a valorar que no todo lo que podemos palpar o percibir con nuestros
sentidos, que no todo lo que podemos saborear con nuestras papilas gustativas,
que no todo lo que entra o recubre nuestro cuerpo, es todo lo que hay. ¡Gracias
a Dios que nos hace comprender que nuestro porvenir no depende de elementos
perecederos y efímeros!
B. LOS AFANES DE ESTA VIDA Y SU
DIMENSIÓN DESDE LA CREACIÓN DE DIOS
Para ilustrar este pensamiento tan
profundo y esperanzador, Jesús recurre a imágenes visuales propias de la
experiencia vital de cualquier persona de a pie en la Palestina del siglo
primero: “Mirad las aves del cielo, que
no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre las alimenta.
¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho
que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué os
afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan;
pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de
ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios
la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?” (vv. 26-30).
Imagino a Jesús señalando a los pájaros que seguramente sobrevolarían a la
multitud, mientras hace ver a todos que para Dios, el ser humano está por
encima de sus otras criaturas menores. El valor que el Señor confiere a cada
persona es tan grande y tan especial, que si cuida de las pequeñas aves, las
cuales se alimentan de semillas y granos sin tener que hincar el lomo para
cumplir con las etapas del arduo trabajo que provoca el crecimiento de los
cereales y otros vegetales, ¿cómo no nos va a cuidar con esmero a nosotros? No
olvidemos que Jesús no aboga por estar mano sobre mano esperando que Dios llene
nuestras barrigas de pan, sino que recuerda que por causa del pecado, ahora el
ser humano debe buscarse las habichuelas con el sudor y el esfuerzo de sus
brazos. Con nuestra labor diaria recibimos gracia sobre gracia, bendición sobre
bendición y una provisión inagotable y proverbial que nos dignifica y cumplimos
el mandamiento de Dios de proteger y cuidar de los nuestros.
Además Jesús propone un imposible a su
auditorio. La traducción Reina Valera de este imponderable nos habla de añadir
alrededor de 45 cm. a nuestra estatura, algo que, a pesar de los avances
médicos y científicos es inabordable a día de hoy. La traducción más ajustada a
este texto, la presenta la versión de La Palabra cuando dice: “Por lo demás, ¿quién de vosotros, por
mucho que se preocupe, podrá añadir una sola hora a su vida?” (v. 27 BLP).
Si lo de la altura ya era de por sí complicado, imaginémonos querer poder vivir
más de lo que quisiéramos sobre la faz de la tierra, y encima preocupándonos.
Lo que el maestro de Nazaret quiere enseñarnos es que nada de lo que hagamos,
nada por lo que nos afanemos y ningún desvelo podrá añadir nada a nuestra
dinámica de vida. Preocuparse es una equivocación, es dejar de concentrarnos en
lo que tenemos entre manos hoy para posar nuestra mirada en cosas que todavía
no han sucedido y que posiblemente no sucederán. Preocuparse implica vivir cada
día presa del temor y de la duda. Por mucho que nos ocupemos anticipadamente de
algo que se escapa a nuestro conocimiento y capacidad, no dejaremos de seguir
esclavizados por nuestras paranoias de futuro.
En cuanto a cómo vestir nuestros cuerpos,
Jesús compara lo más glorioso y majestuoso del esplendor humano encarnado en el
rey Salomón, paradigma de la riqueza y el buen gusto, con unos simples lirios y
la hierba del campo que tienen el privilegio de hacer palidecer lo más excelso
y suntuoso de los ropajes manufacturados por la humanidad. En su propio
desarrollo como plantas, sin esforzarse ni un ápice, los lirios campestres
exhiben la creatividad de Dios de manera perfecta con un diseño y colores
inigualables, mientras que el ser humano debe trabajar duramente para poder
confeccionar uno solo de los vestidos que reviste su corporalidad. Por no
hablar de la hierba silvestre, la cual me trae a la memoria esas creaciones de
arte efímero que son los ninots de Fallas, que deslumbran con sus colores vivos
y sus deliciosas e imaginativas formas, pero que tienen fecha de caducidad
siendo quemados en el fuego para desaparecer. Aun esas hierbas humildes que nos
pasan desapercibidas y que despreciamos, son parte de la creación monumental de
Dios, y Él las viste con pigmentos inimitables y sorprendentes. De nuevo Jesús
apela al valor inconmensurable que su Padre nos da en relación al resto de su
creación, y añade una nueva pregunta con que pulsar la fibra espiritual de sus
oyentes, desafiándoles a que sean personas de fe, que confían en la provisión
de Dios, y que no duden ni por asomo del amor y de la pasión que éste tiene por
la humanidad y sus necesidades más perentorias.
C.
LOS AFANES DE ESTA VIDA Y SU
VERDADERA DIMENSIÓN DESDE EL REINO DE DIOS
Jesús desea volver a remachar su orden
anterior de no preocuparse y afanarse, distinguiendo entre las dos clases de
personas que habitan este mundo: aquellos que dependen por completo de la
providencia divina, y aquellos que fundamentan su existencia en el terreno
arenoso de las posesiones materiales: “No
os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?
Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe
que tenéis necesidad de todas estas cosas.” (vv. 31-32). Probablemente en
su periplo por las aldeas de Galilea, Jesús habría sido testigo directo de
todas las necesidades del pueblo judío, habría escuchado los ruegos de personas
menesterosas y carentes de lo básico para su subsistencia, habría visto con
dolor la miseria y la injusticia social a la que estaban sometidos sus
seguidores. Las preocupaciones y cuitas de sus oyentes no podían pasar
desapercibidas para su clarividencia y perspicacia. Y por esa razón, enfatiza
una vez más que Dios conoce sus preguntas y está dispuesto a contestarlas en
esta vida. Como padre amoroso y misericordioso que es nuestro Dios, sabe qué
necesitas en cada instante, y si sabes cómo pedirle, con humildad, reverencia y
confianza, Él incluso te ofrecerá mucho más desde su sabiduría eterna. Pero no
lo olvides nunca: Él suple tu necesidad, no tu capricho, tus delirios de
grandeza o lo que a ti te parece una necesidad.
El versículo que sigue a esta promesa de
que Dios ya sabe de antemano qué necesitamos es un texto que nunca debe
apartarse de nuestra memoria y corazón: “Mas
buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os
serán añadidas.” (v. 33). Si queremos recibir de Dios el pan nuestro de
cada día, si deseamos ser saciados por el agua de vida, y si ansiamos ser
revestidos de ropajes dignos y gloriosos, la única ruta que lleva a la
felicidad en la vida es buscarle a Él. En esa búsqueda de su reino invisible,
nuestra prioridad deben ser las riquezas celestiales y espirituales por encima
de las terrenales, la extensión del evangelio por encima de la extensión de la
perversión egoísta, la santidad de vida por encima de la satisfacción de
nuestros deseos desordenados, la justicia y la rectitud por encima de la maldad
y el pecado. Si dejamos de preocuparnos por el futuro incierto que construyen
las cuestiones materiales y terrenales, y pasamos a confiar y esperar lo mejor
de Dios con cada día que pasa, nada habrá de faltarnos. Y a la experiencia
podemos remitirnos aquellos que decidimos dejar de afanarnos por lo que podría
ser de nuestro mañana, para abrazar el mañana glorioso y salvador que Dios nos
propone en Cristo por medio de su redención en la cruz. Ya no hemos de
considerar el futuro como una amenaza, sino como un día en el que veremos
cumplida nuestra esperanza en una eternidad feliz y plena con Jesucristo.
CONCLUSIÓN
Jesús no da puntada sin hilo, y por eso,
reiteradamente retorna a la idea principal que le ha llevado a aconsejar a sus
oyentes sobre el episodio tan humano de las preocupaciones: “Así que, no os afanéis por el día de
mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio
mal.” (v. 34). Me gusta como lo traduce la versión de La Palabra: “No os inquietéis, pues, por el día de
mañana, que el día de mañana ya traerá sus inquietudes. ¡Cada día tiene
bastante con sus propios problemas!” (v. 34 BLP). Si cada día nos da qué
pensar sin descanso, pensemos qué sería una jornada en la que pensamos con
antelación sobre una doble porción de quebraderos de cabeza. Si ya veinticuatro
horas nos abruman con sus asuntos, problemáticas, situaciones, circunstancias y
deberes, no querramos añadir más leña al fuego de nuestras ocupaciones diarias.
Dale Carneige, empresario y escritor norteamericano, solía decir que “hoy es el mañana por el que te preocupabas
ayer”.
Vive un día a
la vez y confía en el Señor, y verás que el sosiego mental, la paz espiritual y
la serenidad corporal serán los frutos, tan apetecibles hoy día, de toda una
existencia plena y repleta de Dios.
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