LA PRESIÓN DE LA REVANCHA





SERIE DE ESTUDIOS SOBRE SANTIAGO “PUNTOS DE PRESIÓN”

TEXTO BÍBLICO: SANTIAGO 5:1-11

INTRODUCCIÓN

     ¿En cuántas ocasiones en las que hemos sufrido el desprecio, la herida de una mala acción o el ataque injusto de alguien no hemos pensado en devolver mal por mal? ¿En cuántas situaciones en las que se nos ha hecho daño de manera perversa y cruel no se nos ha pasado por la cabeza aplicar aquella ley del talión que rezaba “ojo por ojo y diente por diente”? Seguro que en más de una ocasión hemos entrado al trapo de la venganza y la revancha para tratar de recuperar nuestra dignidad y nuestra imagen. Pensando que actuábamos justamente contra aquellas personas que nos hacían la pascua con inquina y malevolencia, hemos respondido con violencia e improperios a actos repletos de maldad y odio. A veces, en un alarde de dominio propio, nos hemos mordido la lengua o solo hemos dejado en la etapa del pensamiento unos enfurecidos deseos por devolver la moneda a aquellos que se han cebado perniciosamente contra nosotros.

     El problema de este tipo de situaciones es que se suele confundir justicia con venganza. Pensamos que al contestar del mismo modo a aquellos que nos hacen la vida imposible, estamos simplemente pagándoles según lo que ellos mismos han hecho en contra nuestra. Sin embargo, en nuestro arrebato de revancha llegamos, no solo a ser tan malvados como ellos, sino que a veces nos extralimitamos para que ya nos dejen en paz de una vez. Todo esto lleva a una escalada interminable de violencia, peleas, insultos y desprecios que pueden llegar a desembocar incluso en la propia muerte. Pablo nos aconseja en las Escrituras que la venganza nunca debe ser nuestro modus operandi a la hora de enfrentar el acoso y derribo de nuestros enemigos: “No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor.” (Romanos 12:19). ¿Es esto fácil de llevar a término? Por supuesto que no, y por ello hemos de aprender de lo que Santiago tiene que decirnos acerca de nuestra actitud correcta ante la presión de querer vengarnos nosotros mismos de aquellos que nos hacen la vida un yogur. 

A. COMENTANDO EL TEXTO

1. EL TRATO INJUSTO DE LOS RICOS EXPLOTADORES

“¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán.” (v. 1)

     Santiago impregna este primer versículo con el aroma de la atención y la concentración. Pone en alerta a los acaudalados señores que emplean sus riquezas para humillar al pobre y para satisfacer sus más oscuros deleites. En el seno de la iglesia habría personas con un alto nivel adquisitivo que en vez de utilizar su posición desahogada para auxiliar a sus hermanos más menesterosos, lo que hacían era refugiarse tras el poder injusto que sus posesiones ejercía sobre siervos y esclavos. Santiago les conmina a escuchar el juicio de Dios sobre sus actuaciones avarientas y su actitud ególatra y hedonista. El lamento y el alarido desesperado será el sustituto de sus risotadas bañadas en lascivia y borracheras cuando el Señor, vindicador del pobre y del injustamente agraviado, regrese de nuevo a juzgar a vivos y a muertos. Las miserias de las que iban a ser pasto son un compendio horrible de sufrimientos y torturas que trascenderían todo lo soportable por el ser humano, tal y como comprobamos en Lucas 6:24-25: “¡Ay de vosotros, ricos! Porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados! Porque tendréis hambre. ¡Ay de vosotros los que ahora reís! Porque lamentaréis y lloraréis” y en la parábola del rico y Lázaro en Lucas. Los ricos han cometido cuatro pecados de los que habrán de dar cuenta ante el tribunal justo y terrible de Dios:

a. Han acumulado riquezas sin necesidad 

“Vuestras riquezas están podridas, y vuestras ropas están comidas de polilla. Vuestro oro y plata están enmohecidos; y su moho testificará contra vosotros, y devorará del todo vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado tesoros para los días postreros.” (v. 2-3)

    El primer pecado de los ricos de los que habla Santiago es que se dedican a amasar sus fortunas sabiendo que no necesitan tantas posesiones para vivir dignamente. En vez de emplear sus riquezas para la gloria de Dios, las atesoran sin medida ni control únicamente por avaricia y ansia viva. Pablo ya nos habla del objetivo al que deben someterse las riquezas: “A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da las cosas en abundancia para que las disfrutemos. Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la vida eterna.” (1 Timoteo 6:17-19). Tres son las aplicaciones que el dinero del creyente debe tener según la Palabra de Dios: ganar almas para Cristo (Lucas 16:9), cuidar de los necesitados y menesterosos (Gálatas 2:10), y respaldar económicamente a los siervos de Dios en el desempeño de sus ministerios (1 Corintios 9:4-14).

    Las riquezas a las que se refiere Santiago aquí eran sus reservas de alimentos, las cuales se pudren sin haber sido aprovechadas para saciar el hambre de los más desafortunados, los ropajes esplendorosos, los cuales son pasto de las polillas cuando hubieran servido para vestir a los mendigos cubiertos de andrajos, y el oro y la plata, que al ser ocultados en previsión de rateros y ladrones, se oxidan y enmohecen perdiendo su valor con el que se pudiese haber socorrido a los pobres de este mundo. En el día del juicio final todas estas propiedades ya no tendrán ningún tipo de valor: “No aprovecharán las riquezas en el día de la ira; mas la justicia librará de muerte.” (Proverbios 11:4); “Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Mateo 16:26). Las fortunas van y vienen y poner en ellas su seguridad y confianza futura será lo más insensato que puedan hacer: “No te afanes por hacerte rico; sé prudente, y desiste. ¿Has de poner tus ojos en las riquezas, siendo ningunas? Porque se harán alas como alas de águila, y volarán al cielo.” (Proverbios 23:4-5). La avaricia, el egoísmo, el materialismo y la indiferencia hacia la pobreza del prójimo solo llevan a la condenación y al fuego eterno del infierno, donde sufrirán físicamente la sentencia definitiva e inexorable de Dios: “Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras.” (Romanos 2:5-6).

b. Han conseguido esas riquezas de manera injusta

“He aquí, clama el jornal de los obreros que han cosechado vuestras tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros; y los clamores de los que habían segado han entrado en los oídos del Señor de los ejércitos.” (v. 4)

     Esta avaricia y mezquindad que han demostrado amasando fortunas que se perderán sin haber sido disfrutadas, se une al hecho de la explotación y retención del salario de sus trabajadores, algo que por desgracia sigue sucediendo en nuestra sociedad moderna. En vez de atender al mandamiento de Dios acerca del justo pago por los servicios prestados, se lo han saltado a la torera empleando engaños, subterfugios y excusas perversas. Dios ya estableció en Deuteronomio 24:14-15 la justicia de pagar al jornalero: “No oprimirás al jornalero pobre y menesteroso, ya sea de tus hermanos o de los extranjeros que habitan en tu tierra dentro de tus ciudades; en su día les darás su jornal, y no se pondrá el sol sin dárselo; pues es pobre, y con él sustenta su vida; para que no clame contra ti al Señor, y sea en ti pecado.” Dios aborrece este tipo de opresión sobre el menesteroso: “¡Ay del que edifica su casa sin justicia, y sus salas sin equidad, sirviéndose de su prójimo de balde, y no dándole el salario de su trabajo!” (Jeremías 22:13).

c. Han malgastado esas riquezas obscenamente en placeres y deleites carnales
 
“Habéis vivido en deleites sobre la tierra, y sido disolutos; habéis engordado vuestros corazones como en día de matanza.” (v. 5)

       A expensas de las costillas y lomos del prójimo estos ricos se han entregado en brazos de la satisfacción viciosa de sus deseos más desenfrenados y oscuros. A través de sus riquezas alcanzan aquellas cosas que pueden hacer realidad sus anhelos más abyectos y sucios, empleando sus fondos para cumplir los lujuriosos sueños que su decrépita y corrupta mente reciben. Pablo habla perfectamente de esta clase de personajes usando la figura de las viudas que se abandonan en brazos del hedonismo más deleznable. El apóstol asevera que aquellos se entregan a los placeres, viviendo están muertos (1 Timoteo 5:6). Sus corazones embotados por sustancias alcohólicas, la vanidad de sus concupiscencias y la necedad de sucumbir a las tentaciones lujuriosas han sido endurecidos ante las advertencias de Dios en su Palabra por medio de la experiencia amarga de Salomón en Eclesiastés: “No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan, ni aparté mi corazón de placer alguno, porque mi corazón gozó de todo mi trabajo; y esta fue mi parte de toda mi faena. Miré yo luego todas las obras que habían hecho mis manos, y el trabajo que tomé para hacerlas; y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu y sin provecho bajo el sol.” (Eclesiastés 2:10, 11). El día de la matanza llegará y la justicia de Dios se cobrará sus abusos, desvaríos y dilapidaciones hedonistas de sus bienes y riquezas.

d. Han adquirido sus riquezas de forma despiadada y cruel

“Habéis condenado y dado muerte al justo, y él no os hace resistencia.” (v. 6)

     Este es el culmen de todos los anteriores pecados: asesinar para seguir manteniendo su tren de vida y su opulenta existencia. Del mismo modo que hoy se hace, en los tiempos de Santiago los ricos apelaban a su posición, poder y dinero para volcar el sentido de la sentencia judicial a su favor. Los adinerados usaban las instituciones judiciales  para asesinar “legalmente” a los que no podían comprar con sobornos y prebendas la injusta justicia de jueces vendidos al mejor postor. Amós ya hablaba con contundencia y rotundidad de esta realidad perniciosa: “Porque yo sé de vuestras muchas rebeliones, y de vuestros grandes pecados; sé que afligís al justo, y recibís cohecho, y en los tribunales hacéis perder su causa a los pobres.” (Amós 5:12). Ante este cúmulo de injusticias e indignidades, la furia y la ira se desatan en nuestro interior. ¿Cómo, pues, podemos encarar este tipo de presiones que nos llevan a desear la revancha y la venganza? Jesús es tajante al respecto: “No resistáis al que es malo; antes a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses.” (Mateo 5:39-42). ¡Parece tan difícil obedecer a Jesús en este sentido! Sin embargo, Santiago nos aconseja ser pacientes y esperar en el Señor la justicia que viene del cielo.

2. LA ACTITUD DEL CREYENTE ANTE LA PRESIÓN DE LA REVANCHA

a. El creyente debe afrontar la injusticia con paciencia

“Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía. Tened también vosotros paciencia y afirmad vuestros corazones; porque la venida del Señor se acerca.” (vv. 7-8)

      La paciencia es el ingrediente principal para afrontar situaciones tan desagradables y crudas como la injusticia que cometían los ricos en contra de los pobres y necesitados. En vez de encendernos con el fuego de la venganza, furibundos e iracundos, Santiago nos exhorta a ser pacientes, por mucho que cueste y lo complicado que resulte permanecer impertérrito ante los desmanes y manipulaciones de los adinerados potentados. Esta paciencia no solo es fruto de la obra que el Espíritu Santo realiza en nuestras vidas como creyentes, sino que además está apuntalada en la esperanza del regreso de nuestro Señor Jesucristo para vindicarnos y juzgar sumariamente la maldad de individuos que solo viven para el materialismo, la vanidad, la satisfacción de vicios y el egoísmo. La imagen del agricultor resultaría una visión muy útil para ilustrar la verdad de la paciencia, puesto que ¿qué hay más paciente que un agricultor que tras sembrar y cuidar la tierra espera el fruto a su debido tiempo? Este campesino no podía apresurar el proceso de crecimiento y maduración de su plantío, sino que tenía que esperar a que las lluvias tempranas de octubre a noviembre y las lluvias tardías de marzo a abril hiciesen su providencial trabajo en el ciclo de la vida. Pablo enfatiza esta realidad: “No nos cansemos, pues, de hacer el bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos.” (Gálatas 6:9)

      En esa paciencia y esa esperanza del retorno de Cristo logramos afirmar nuestros corazones, fortaleciéndolos de tal manera que nos encontramos con energías para vivir vidas resueltas ante la adversidad, colmadas de valentía ante la injusticia y comprometidas con la perseverancia sin importar la severidad de las pruebas que puedan sobrevenirnos. Todos estos personajes que hoy parecen actuar con impunidad y con el respaldo de las instituciones judiciales y políticas, en el día del regreso de Cristo recibirán su merecido, y así consideraremos que lo que hoy nos duele no es nada comparado con una eternidad de consuelo, amor y justicia de Dios en Cristo.

b. El creyente debe reconocer que el Señor es el que juzga

“Hermanos, no os quejéis unos contra otros, para que no seáis condenados; he aquí, el juez está delante de la puerta.” (v. 9)

     Nosotros no somos tan perfectos y justos que podamos arrogarnos la prerrogativa de jueces del prójimo, aun cuando veamos como se cometen delitos y crímenes contra la dignidad del ser humano. El juicio solamente corresponde a Cristo cuando regrese. El tiempo de la gracia habrá pasado y la era de la justicia de Dios se abrirá ante el mundo: “El Señor Jesucristo juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino.” (2 Timoteo 4:1). Las quejas y reclamaciones entre hermanos no tienen sentido cuando es Cristo el que dirimirá cualquier pleito o discusión desde su trono de justicia y equidad. El espíritu amargo y resentido que se expresa en las relaciones con el hermano ha de desaparecer sino queremos ser juzgados en el Tribunal de Cristo: “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo.” (2 Corintios 5:10). 

c. El creyente ha de tomar ejemplo de los siervos de Dios que ya han pasado por esta tesitura.
“Hermanos míos, tomad como ejemplo de aflicción y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor.” (v. 10)

     Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo podemos verificar la vida de personas de carne y hueso como nosotros que tuvieron que afrontar situaciones injustas de las que, si no hubiese sido por el autocontrol que el Señor les dio, se hubiesen vengado. Conocer el ejemplo de Isaías, Jeremías, Daniel, Pablo, Pedro y el propio Señor Jesucristo, voceros de Dios y predicadores de las buenas noticias de salvación y arrepentimiento, supondrá para nosotros un acicate más para refrenar nuestros impulsos más instintivos de venganza y revancha. Todos ellos y muchos más sufrieron la maldad de sus enemigos y, sin embargo, dejaron en manos de su Dios el juicio que éstos habrían de recibir. Hebreos 11 es precisamente ese ánimo que necesitamos cada vez que alguien nos inflija algún daño: “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante.” (Hebreos 12:1).

d. El creyente ha de entender que la perseverancia es una bendición de Dios.

“He aquí, tenemos por bienaventurados a los que sufren.” (v. 11)

Aquellos que perseveran en el sufrimiento y la injusticia serán galardonados por el Señor en el día postrero y serán fortalecidos por el poder de Dios. Pablo experimentó precisamente esta realidad: “Él me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.” (2 Corintios 12:9).

e. El creyente debe comprender el propósito de Dios para su vida y su carácter misericordioso.

“Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis visto el fin del Señor, que el Señor es muy misericordioso y compasivo.” (v. 11)

     El modelo de la actitud de Job para con el Señor en sus tiempos más turbulentos nos ayuda a pensar que en muchas ocasiones Dios ha establecido para nosotros un propósito concreto de bendición y beneficio espiritual cuando somos cercados por las asechanzas de nuestros adversarios. Del mismo modo que Job perdió todo lo que tenía por culpa de las añagazas de Satanás, así mismo, habiendo reaccionado ante la miseria y las tribulaciones de las que fue objeto, Dios le devolvió lo perdido y mucho más como prueba de su carácter misericordioso y compasivo. A veces nos atacan y nos roban la felicidad, la paz o la tranquilidad, pero tal vez esto es solo una manera que Dios emplea para fortalecernos en la fe, para hacernos madurar y para acercarnos más y más a la semejanza de Cristo, nuestro prototipo de paciencia, perseverancia y mansedumbre. Tal y como Pablo nos enseña, “sabemos que a los que aman a Dios todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.” (Romanos 8:28). Dios es nuestro amparo y consuelo: “Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros.” (1 Pedro 5:7); “Como el padre se compadece de los hijos, se compadece el Señor de los que le temen.” (Salmos 103:13).

B. PREGUNTAS DE REPASO

- ¿Has tenido que experimentar la injusticia que conllevan el cohecho y la prevaricación?

- ¿Alguna vez has querido tomar la venganza por tu mano? ¿Cómo te has sentido?

- ¿De qué manera deben administrarse las riquezas y para qué fines?

- ¿Existen circunstancias en tu vida que demandan de mucha paciencia?

CONCLUSIÓN

      La injusticia y las adversidades suelen encontrar en la naturaleza humana un sentimiento de arreglar las cosas a través de una venganza desmedida, poco equitativa y a menudo, violenta. La voluntad de Dios es que seamos pacientes para que sea Dios el que juzgue las malas obras a las que estamos expuestos por parte de personas que solo quieren hacer que nuestra fe se tambalee y desmaye. Aferrémonos a las promesas de Dios de fortaleza, templanza y paciencia y así venceremos nuestras ansias de aplicar la justicia por nuestra propia cuenta.


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