GRACIA EN LA PERSECUCIÓN





SERIE DE ESTUDIOS “CUANDO LAS RELACIONES COLISIONAN”

TEXTO BÍBLICO: 1 SAMUEL 24:1-15

INTRODUCCIÓN

      Los malos entendidos y las interpretaciones erróneas de palabras y gestos suelen tener presencia en el seno de la iglesia de Cristo. Por causa de estas equivocadas visiones de la realidad ha habido un número de divisiones, conflictos y disputas que han llegado a propiciar un testimonio penoso para con los de afuera y una serie de heridas muy difíciles de curar en los miembros de las congregaciones. Prestar oídos a lo que tal o cual hermano dijo de éste o de aquel otro hermano, sin contrastar la información convenientemente, sin realizar un examen personal de nuestro estado espiritual personal, y sin asumir que no toda la información que se recibe a través de nuestros pabellones auriculares es cierta y verdadera, tiene la curiosa y perjudicial facultad de destrozar vidas y destruir la comunión fraternal de una comunidad de fe. Esta serie de circunstancias perniciosas, al fundirse con deseos de caza y captura del pecador por parte de algunos supuestos creyentes que se creen por encima de la media en términos morales y éticos, y que demasiado tiempo libre les lleva a juzgar y analizar la vida de sus consiervos, pronuncia aún más si cabe el profundo declive de una congregación.

     Si hacemos un esfuerzo memorístico seguro que nos acordamos de episodios en nuestra vida en los que una palabra dicha fuera de contexto, una expresión poco apropiada para la ocasión o un consejillo con retintín beatón, ha supuesto que nuestro entusiasmo por trabar mayor amistad con determinados hermanos que se postulan como adalides de la pureza espiritual y la perfección conductual, se trunque hasta llegar a evitar el contacto con ellos. En el repaso que realizamos de aquellas actitudes que llevan al enfrentamiento con nuestro prójimo, y especialmente con nuestros hermanos en Cristo, es preciso recoger tanto aquellos comportamientos que son inaceptables en el trato con los demás como aquellas actitudes y conductas que son capaces de convertir el odio en amor, el rumor en palabras de edificación, la impiedad en benevolencia y el menosprecio en sometimiento mutuo bajo la graciosa mano de Dios.

    Para ilustrar este tipo de comportamientos dañinos y este tipo de patrones que gestionan ese veneno hasta transformarlo en algo bendito y edificante, hemos escogido la relación, bastante tormentosa y convulsa, entre Saúl y David.

A. SAÚL Y LA PERSECUCIÓN OBSESIVA

      Cuatro son las actitudes que describen el talante obsesivo y paranoico del rey Saúl en su persecución de David:

-          Un odio extremadamente exacerbado.

“Cuando Saúl volvió de perseguir a los filisteos, le dieron aviso, diciendo: He aquí David está en el desierto de En-Gadi. Y tomando Saúl tres mil hombres escogidos de todo Israel, fue en busca de David y de sus hombres, por las cumbres de los peñascos de las cabras monteses.” (vv. 1-2)

Saúl tenía un serio problema con David. Lo odiaba a muerte. Si revisamos un poco por encima el transcurso de las relaciones habidas entre Saúl y David, podremos comprobar que éstas se mueven del cariño y la afabilidad más entrañables al odio más aberrante y compulsivo. Tras las hazañas del joven David derrotando a Goliat y a los filisteos, el mérito real de Saúl es puesto en duda y la envidia comienza a corroer el corazón del rey. A pesar de esta clase de sentimientos abyectos, David es el único que puede calmar y anestesiar los tormentos sicológicos que abrumaban y torturaban la mente de Saúl. David nunca se manifiesta como un adversario, al menos de manera explícita, mientras que Saúl en un arrebato de su ira contra él casi llega a ensartarlo con una de sus lanzas mientras tañía el arpa para él. David, visto el panorama que se presenta, decide huir de la presencia real para salvar su vida, encontrando por el camino a una serie de personajes de mala calaña y dudosa reputación que le consideran su líder y que se constituyen en una especie de pequeño ejército de mercenarios.

Tal era el aborrecimiento que burbujeaba en el corazón de Saúl que no escatima ningún recurso para tratar de encontrar a David para darle muerte. Después de ser considerado indigno de seguir siendo rey por parte del profeta y juez Samuel, Saúl veía a David como su enemigo más acérrimo que debía ser raído de la faz de la tierra para seguir conservando su estatus real. En el texto bíblico que hoy nos ocupa, Saúl monta todo un dispositivo de caza y captura en cuanto escucha rumores sobre la posición de David y su pequeño ejército de valientes. No le importa lo altas y escarpadas que sean las cumbres que tengan que peinar, ni los cientos de cuevas que horadan las montañas a las que se dirige, ni que tenga que movilizar a tres mil hombres escogidos de todo Israel por un capricho personal. El odio siempre lleva al ser humano a utilizar todo aquello que sea necesario para lograr sus viles propósitos. La locura que ciega al que odia de todo corazón no ve más allá de ver satisfechas sus ansias de sangre.

-          Un oído dispuesto a escuchar chismes y mentiras

“Y dijo David a Saúl: ¿Por qué oyes las palabras de los que dicen: Mirad que David procura tu mal?” (v. 9)

Cuando la paranoia hace acto de presencia en la mente humana, todos se convierten en sospechosos y nadie es de fiar. Saúl, en un estado mental lamentable, prefiere hacer caso de aquellas personas que solo buscan medrar a costa de la locura del rey. Como David era un estorbo para aquellos que estaban aprovechándose de su posición en la corte, ya que David había demostrado su prudencia, sensatez y aprecio por la verdad, comienzan a comerle la oreja a Saúl esperando que los chismes maliciosos y la paranoia sicológica se mezclen logrando un cóctel explosivo a su favor. Saúl, predispuesto como estaba por la envidia tiñosa que albergaba por los éxitos militares de David, prefiere prestar oídos a los comentarios maledicentes, a las murmuraciones prejuiciosas y a las mentiras, antes que a una impecable y sincera trayectoria como fue la de David mientras estuvo a su lado sirviéndole. En el momento preciso en el que una mentira se une a un prejuicio, el odio está servido.

-          Un corazón inclinado a hacer el mal

“Como dice el proverbio de los antiguos: De los impíos saldrá la impiedad.” (v. 13)

Saúl, a pesar de que al comienzo de su reinado obedeció las estipulaciones e instrucciones que Dios le daba por medio del profeta Samuel, poco a poco fue deslizándose de esta etapa primera hasta cometer pecados muy lamentables y que decían bastante de en lo que se convertiría si las cosas seguían así. La falta de paciencia en el cumplimiento de las ordenanzas de Dios, la desobediencia al mentir a Samuel sobre la suerte de unos animales y de un rey enemigo que debían ser ajusticiados y  a los que perdona la vida sin pensar en las consecuencias, y la consulta espiritista a la bruja de Endor, son solo una muestra de la decadencia moral y espiritual que su alma estaba experimentando en estos tiempos en los que también persigue incansablemente al inocente David. Su inclinación, especialmente dirigida a cometer infracciones de la ley de Dios, hacía que el odio se asentase más y más en su fuero interno, convirtiéndose en una persona impía y malvada.

-          Una actitud de desprecio por la vida del prójimo

“¿Tras quién ha salido el rey de Israel? ¿A quién persigues? ¿A un perro muerto? ¿A una pulga?” (v. 14)

Saúl ha dejado de ver la vida humana como algo que proteger. Ha desistido en su habilidad de considerar la nobleza y dignidad de la existencia humana. Para él el ser humano es simplemente un número, un objeto y un instrumento más que manejar a su antojo. Usaba a sus soldados como mensajeros del miedo y de la venganza, los reclutaba para sus propósitos personales y delirantes, y David era un sarnoso perro o una pulga insignificante que debía ser destruido sin demora. No veía en el ser humano a alguien que merece justicia y misericordia a partes iguales, ni a alguien que pudiese ofrecerle el apoyo y consejo sabio que necesitaba. Ahora despreciaba a David más que cualquier cosa y cuando el velo tenebroso de la furia y la enfermedad mental caía sobre su cerebro, solo veía el sombrío y triste panorama de la muerte.

B. DAVID Y LA SENSATEZ MISERICORDIOSA

    David reúne en su haber personal una serie de actitudes y gestos que deberían presidir nuestro trato con aquellas personas, sean creyentes o no, que deseen cebarse en nosotros a través de la inquina y el odio más visceral.

-          Prestar atención a nuestro fuero interno.

“Y se levantó David, y calladamente cortó la orilla del manto de Saúl. Después de esto se turbó el corazón de David, porque había cortado la orilla del manto de Saúl.” (vv. 4-5)

Ante el odio de Saúl, David podía haber actuado de manera fulminante acabando con la vida del rey. Solo un movimiento de su espada o puñal y todos sus problemas habrían desaparecido y su camino hacia el trono de Israel sería allanado. Matar a Saúl podía conseguir todas estas cosas y de forma inmediata, sin que nadie le hubiese echado en cara sus actos. Sin embargo, David es capaz de recapacitar en medio de las turbulencias de la tentación y de la presión de sus hombres. Al cortar únicamente un trozo del manto de Saúl, David demuestra una capacidad impresionante para resistir los deseos de terminar con todo y para valorar el alcance de sus acciones. En su fuero interno, su conciencia, David sabe que no estaría bien cerrar la existencia de Saúl de un modo impropio y traicionero, comprende que es Dios el que habrá de tomar cartas en el asunto en el tiempo apropiado, y decide perdonar la vida a su enemigo haciendo un alarde de gracia y nobleza.

-          Discernir la voluntad perfecta de Dios en cada situación.

“Entonces los hombres de David le dijeron: He aquí el día de que te dijo el Señor: He aquí que entrego a tu enemigo en tu mano, y harás con él como te pareciere.” (v. 4)

En la vorágine de un instante como el que se presenta ante David, algunos de sus valientes le instan a cumplir con la voluntad de Dios, la cual parece asemejarse a una situación como la que se está desplegando ante los ojos de David. A simple vista parece una señal del cielo que le está indicando claramente que debe tomar represalias contra Saúl para acabar con tanta persecución y que es el momento oportuno e ideal para hacerse con el control y el poder real tal y como fue profetizado por Samuel. La honorabilidad y tener un corazón cercano a la voz y los consejos de Dios le permiten no apresurarse en sus actuaciones y ser prudentemente frío a la hora de encarar unas circunstancias aparentemente favorecedoras para su futuro. Reconoce al fin, y además calma así a sus soldados, que Dios ya le proveerá de una evidencia inequívoca de su ascenso al trono real.

-          Reconocer en Saúl a alguien que merece ser tratado dignamente.

“Y dijo a sus hombres: El Señor me guarde de hacer tal cosa contra mi señor, el ungido del Señor, que yo extienda mi mano contra él; porque es el ungido del Señor… También David se levantó después, y saliendo de la cueva dio voces detrás de Saúl, diciendo: ¡Mi señor el rey! Y cuando Saúl miró hacia atrás, David inclinó su rostro a tierra, e hizo reverencia.” (vv. 6, 8)

Es difícil ser misericordioso con aquel que no lo es ni una pizca contigo. Es complicado dignificar la posición de alguien que se ha enemistado contra ti. Es una situación a veces inasumible albergar buenos deseos para con los adversarios que no cesan de atacarte e insultarte. Pero David nos demuestra que es necesario reconocer la realidad de que todo ser humano debe ser amado aunque no lo merezca, y que debe ser tratado digna y respetuosamente aunque no lo amerite. Lo fácil es amar al amigo y odiar al enemigo. No obstante, David exhibe un espíritu de nobleza que se amolda al modo en el que Dios ve a sus criaturas, personas caídas que necesitan más gracia y compasión que juicio y venganza.

-          Perdonar sin condiciones y de manera sincera.

“He aquí han visto hoy tus ojos cómo el Señor te ha puesto hoy en mis manos en la cueva; y me dijeron que te matase, pero te perdoné, porque dije: No extenderé mi mano contra mi señor, porque es el ungido del Señor.” (v. 10)

David toma la determinación más peligrosa de su vida al perdonar a Saúl. Después de que el rey baje de la cueva en la que se había guarecido para hacer sus necesidades, David no permanece oculto hasta que se pierdan de vista las huestes que lo hostigan. Con una mezcla de coraje y diplomacia, se asoma desde la boca de la caverna para gritar el nombre de Saúl, y le pone al tanto de todo lo que acaba de ocurrir a sus espaldas. El perdón se convierte en un deber cuando su conciencia le dicta lo que es correcto y agradable ante los ojos de Dios. David no pone límites a su perdón ni condiciona su acción benevolente. Simplemente quiere que Saúl se dé cuenta de sus erróneas conclusiones y de sus equivocadas maniobras persecutorias contra él. Este es el mismo comportamiento que se nos sugiere como creyentes que hemos de tener para con aquellos que no nos quieren muy bien: “Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal.” (Romanos 12:20-21). El resultado de esta táctica de perdón es un fruto dulce e inolvidable, el cual se traduce en la confesión de Saúl ante David: “Tú has mostrado hoy que has hecho conmigo bien; pues no me has dado muerte, habiéndome entregado el Señor en tu mano. Porque ¿quién hallará a su enemigo, y lo dejará ir sano y salvo? El Señor te pague con bien por lo que en este día has hecho conmigo.” (1 Samuel 24:18-19).

-          Exponer una conciencia limpia de pecado.

“Y mira, padre mío, mira la orilla de tu manto en mi mano; porque yo corté la orilla de tu manto, y no te maté. Conoce, pues, y ve que no hay mal ni traición en mi mano, ni he pecado contra ti; sin embargo, tú andas a la caza de mi vida para quitármela.” (v. 11)

Con su exposición de los hechos que se le imputan para ser puesto en busca y captura, David se autovindica ante Saúl. Desnuda su corazón para hacer comprender al rey que no existe nada de lo que pueda acusársele para ser perseguido con tanta saña. Aquel que posee una conciencia tranquila y limpia de polvo y paja puede salir a la luz sin el temor de ser señalado con el acusatorio dedo de la culpa. David entendió que nada había hecho para merecer la furia de Saúl y por eso podía encontrarse en una posición más favorable para comunicar al rey el contraste habido entre su conducta y la de éste.

-          Asimilar que solo Dios juzga y vindica al ser humano.

“Juzgue el Señor entre tú y yo, y véngueme de ti el Señor; pero mi mano no será contra ti… El Señor, pues, será juez, y él juzgará entre tú y yo. Él vea y sustente mi causa, y me defienda de tu mano.” (vv. 12, 15)

En vez de tomarse la justicia por su propia mano, David prefiere colocarse bajo el poder judicial de Dios. Entiende que no debe ejecutar su venganza sino que solo el Señor es el que dirimirá este enfrentamiento de forma justa y equitativa. El propio Saúl reconoce que él no hubiese tomado la misma decisión que David, sino que hubiese acabado con él sin miramientos ni remordimientos. Sin embargo, David sabe que tarde o temprano la justicia de Dios alcanza a todos y que colocará a cada uno en el lugar que le corresponde. Tiempo más tarde, Saúl sería aniquilado por los filisteos y David se convertiría en el nuevo rey de Israel.

C. CONCLUSIÓN

      De nuevo podemos comprobar que aunque la tendencia natural del ser humano es la de destruir, odiar y violentar cualquier relación, Dios establece que esto puede cambiar cuando somos capaces de dejar que el Espíritu Santo produzca en nuestras vidas determinadas actitudes que impulsen la resolución de conflictos y apacigüen las disputas. Es nuestra obligación procurar que escuchemos la voz de nuestra conciencia, la cual nos guía junto al Espíritu Santo a tomar sabias decisiones, que escuchemos la voz de Dios en toda situación vivida, que veamos en cada prójimo nuestro a alguien a quien amar del mismo modo en el que nos amaron a nosotros primero, que perdonemos y olvidemos cualquier afrenta recibida para dar una lección de nobleza y dignidad al que nos ataca, y que dejemos a Dios el trabajo de la venganza y la justicia.

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