INCLUSO LOS CRISTIANOS COLISIONAN ENTRE SÍ (MARTA Y MARÍA)





ESTUDIOS SOBRE ENCONTRONAZOS BÍBLICOS “COLISIÓN DE RELACIONES”

TEXTO BÍBLICO: LUCAS 10:38-42

INTRODUCCIÓN
 
     Los conflictos entre hermanos en Cristo son un asunto de mayor importancia. Precisamente a lo largo de las Escrituras hallamos ejemplos e historias de creyentes que se ven enfrentados entre sí por temas muy variopintos y diversos. Ser cristiano debería implicar paz con los demás, paciencia a raudales y puntos de vista comunes, aunque no siempre es así. Si analizamos la convivencia existente en las iglesias sobre las que Pablo tuvo cierta ascendencia e influencia, veremos que no eran precisamente el paradigma del amor fraternal. Todo lo contrario. Contemplamos desde la distancia de los siglos como se estiran de los pelos, se insultan, se difaman y se involucran incluso en pleitos y juicios civiles. Los caracteres que pugnan por colocarse por encima del resto de hermanos, los temperamentos incontrolados que se expresan con demasiada vehemencia e ira, y los intereses creados acerca del poder y el estatus dentro de una congregación, son aportes bíblicos que no desean esconder la cruda y triste realidad de problemas, cismas y encontronazos varios entre los cristianos del primer siglo.

     A pesar del paso del tiempo, las cosas no han cambiado tanto que digamos. Seguimos escuchando o siendo testigos de divisiones, disputas vanas, desprecios y peleas en el seno de iglesias, denominaciones y misiones. Continuamos sorprendiéndonos sobre malos tratos de pastores para con sus ovejas y viceversa. Todo ese paraíso que creímos encontrar un día en una comunidad de fe en un momento dado puede derrumbarse estrepitosamente cuando menos uno se lo espera y en menos de lo que canta un gallo. Sí, aunque no es lo deseable y esperable de un conjunto de discípulos del Maestro del amor, la fraternidad y la misericordia, lo cierto es que surgen aquí y allá conatos de incendiarias batallas internas en la iglesia. Sabiendo en quién hemos creído, aún existen muchas probabilidades de que en un grupo humano como es la iglesia se den episodios lamentables de menosprecios, indirectas muy directas y manifestaciones poco elegantes de opinión.

     En el pasaje que nos ocupa, tres personajes ocupan el primer plano: Marta, María y Jesús. Las dos primeras son hermanas carnales, y por lo tanto, se les supone una relación como poco familiar y cariñosa entre ellas. A su vez, Jesús las ama y ellas lo aman a él, de ahí que compartan espacio en la humilde casa de Betania. Esta panorámica tan bucólica y tan llena de amor y ternura por todas las partes, podría ser el principio de una historia feliz en la que aprender de los lazos que unen a las personas. Sin embargo, la historia se tuerce para ayudarnos a entender que incluso aquellos creyentes que parece que siempre estarán de buen humor y que ni por asomo se verán envueltos o enzarzados en un conflicto con otro hermano en la fe, participan de un enfrentamiento poco fraternal.

     Una de las causas más probables y concretas de la colisión de hermanos en la iglesia suele ser la diferencia de prioridades en cuanto al enfoque principal que debe gobernar la visión de la iglesia. Unos aprecian que es más necesario evangelizar, otros que el púlpito es lo más importante, y otros que la obra social es algo indiscutible. Algunos piensan que la iglesia debe centrarse más en la enseñanza, o en la visitación de los enfermos y otros en el mantenimiento de las instalaciones para poder ofrecer un entorno de cultos agradable y cómodo. La definición de prioridad nos habla de ventaja o preferencia que una persona o cosa tiene sobre otra, o de cosa que se considera más importante que otra. Para el salmista la prioridad de su vida estaba en buscar la presencia de Dios cada día: “Una cosa he demandado al Señor, ésta buscaré; que esté yo en la casa del Señor todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura del Señor, y para inquirir en su templo.” (Salmos 27:4). Para Pablo su meta prioritaria era Cristo: “Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.” (Filipenses 3:14). Estas son las verdaderas prioridades que un creyente que  se precie de serlo debe tener por encima de cualquier otra, y que no invalida a las demás, sino que las engloba y aúna.

A. MARÍA Y EL PAN DE VIDA

“Aconteció que yendo de camino, entró en una aldea; y una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Ésta tenía una hermana que se llamaba María, la cual, sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra.” (vv. 38-39)

      En el trayecto que le llevaría a Jerusalén como cúspide y culminación de su ministerio terrenal, Jesús decide pernoctar en la casa de dos hermanas y un hermano, los cuales habían decidido creer en sus palabras. Marta, cuyo simbólico nombre significa “ama del hogar” o “cabeza femenina del hogar”, es la que lo recibe en un alarde de gozo y hospitalidad. De ella hablaremos más tarde. A quien ahora prestamos atención es a María, posiblemente la menor de ambas hermanas. En su contentura y alegría, recibe a Jesús entregándole toda su atención y concentración. Con un poco de imaginación la podemos contemplar sentada con la boca abierta y los ojos llenos de asombrosa curiosidad. Al modo de los discípulos de los rabinos judíos de la época, María se sienta en el suelo para admirar la expresión dulce pero firme de las enseñanzas de Jesús, de las que muchos en la zona no habían dejado de alabar. Además de atención y actitud abierta y sincera ante lo que Jesús contaba, oía sus palabras. Bebía gota a gota cada una de las magistrales lecciones que Jesús entresacaba de su baúl donde guardaba cosas viejas y nuevas por igual. A simple vista nada malo existía en este comportamiento.

    La actitud de María es precisamente la clase de actitud que el genuino cristiano debe poseer. La prioridad de María era escuchar intensa y profundamente lo que Dios tenía que decirle por medio de Jesús. El pan de vida la alimentaba y la nutría de una maravillosa sensación de estar en el sitio correcto, en el momento correcto y por los motivos correctos. Habríamos de tomar ejemplo de María al desear que la Palabra proveniente del cielo fuese nuestra prioridad fundamental: “Todo aquel que viene a mí, y oye mis palabras y las hace, os indicaré a quién es semejante. Semejante es al hombre que al edificar una casa, cavó y ahondó y puso el fundamento sobre la roca, y cuando vino una inundación, el río dio con ímpetu contra aquella casa, pero no la pudo mover, porque estaba fundada sobre la roca.” (Lucas 6:47-48). Si queremos formar parte de la familia de Cristo es preciso escuchar a Jesús: “Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios, y la hacen.” (Lucas 8:21); “El que es de Dios, las palabras de Dios oye.” (Juan 8:47). Si esperamos ser felices en esta vida y en la venidera la Palabra es nuestra principal materia: “Bienaventurados los que oyen la Palabra de Dios, y la guardan.” (Lucas 11:28).

B. MARTA Y EL PAN DEL HORNO

“Pero Marta se ocupaba con muchos quehaceres, y acercándose, dijo: Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude.” (v. 40)

      Del mismo modo que Marta pierde de vista el centro de su atención en Jesús para enfocarse en los preparativos de su estancia, muchos cristianos verdaderos pueden desviar su meta atendiendo a asuntos que no son tan importantes. La preocupación por los detalles a veces no nos deja ver lo realmente relevante. Marta escogió ocuparse de cada una de las comodidades del alojamiento de Jesús y sus discípulos, invirtiendo más tiempo en el pan del horno que en el Pan de Vida que era su maestro. La palabra “preocupación” en este versículo aporta la idea de ser arrastrado lejos de algún lugar. Marta estaba siendo absorbida por sus quehaceres, necesarios y adecuados, lo cual la alejaba de las enseñanzas de Jesús. No había nada malo en demostrar hospitalidad, y de hecho las Escrituras animan a ello (Romanos 12:13; Hebreos 13:2; 1 Pedro 4:9), pero Marta prefirió impresionar a Jesús con sus artes culinarias, su capacidad de orden y limpieza, y su habilidad para hacer sentirse confortable a cualquiera, que dejarse impresionar, emocionar y fascinar por Jesús y sus palabras.

     En el preciso instante en el que comprueba que María no está ayudándola en sus tareas, todo ese gozo que brota de la hospitalidad y de tener entre ellas a un maestro tan sabio, se esfuma como por arte de birlibirloque. Su servicio alegre en primera instancia pasa de la frustración, a la ansiedad hasta desembocar en la ira. Ella trabajando y su hermana ahí sentada sin hacer nada más que escuchar a los visitantes. No era justo y debía remediarlo, incluso si debía humillar a su hermana delante de Jesús. Resuelta y furibunda, se acerca al corro de personas e interrumpe la conversación animada que había. Aunque la diana de su enojo es su hermana, los daños colaterales se los va a llevar Jesús. La acusación que surge de un corazón indignado no solo señala a su hermana como vaga y perezosa, sino que también tilda a Jesús de animarla a la molicie y a la inmovilidad. Para Marta sus planes eran más importantes que los de Jesús y su victimismo desea que el maestro la reconozca como la pobrecita de la casa que trabaja incansablemente sin recibir la alabanza merecida por sus esfuerzos. Definitivamente, Marta creía tener todas las razones en su mano para ganar esta baza.

C. JESÚS Y EL CONTROL DE LA IRA

“Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero solo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada.” (vv. 41-42)

     Que un invitado reciba de su anfitriona una acusación tan directa, solía ser el comienzo de una buena pelea o de un desaire provocador. Cualquier otro comensal podría haber recogido sus pertenencias y haberse marchado sin más ni más. Era un ultraje ser considerado un ignorante de las costumbres y del protocolo por aquel que lo había convidado a pasar la noche en su casa. Sin embargo, Jesús comienza por repetir tiernamente el nombre de Marta. Este recurso retórico del que hace gala Jesús intenta rebajar considerablemente la tensión que se estaba respirando en el aposento en el que se hallaban todos con la boca abierta y la mirada asombrada. Jesús de este modo pretende darle un lugar importante en su cariño y estima. Para aquietar su ira, Jesús opta por la suavidad de las palabras y por la manifestación de una emocionalidad intensa hacia ella. Es como la música amansando las fieras, puesto que como dice Proverbios, “la blanda respuesta quita la ira, mas la palabra áspera hace subir el furor.” (Proverbios 15:1)

     Tras esta estrategia que cuidadosa y sabiamente ha empleado Jesús, es necesario mostrar a la persona airada, aunque sea por motivos legítimos, que tal vez la causa de su intervención furiosa sea el hecho de estar demasiado preocupada por los preparativos, lo cual la ha hecho ser presa del afán y de la turbación. El problema no está en lo que María estaba haciendo, o en que Jesús la dejase hacer, o en las cosas que tenía que arreglar. El verdadero problema reside en que había abarcado demasiado y todos sus planes la estaban desbordando hasta que el vaso de la paciencia se le había colmado. A veces la irritación es el producto de situaciones problemáticas o de estados de ánimo previos que sobrepasan el colmo de la paciencia, y esto, por desgracia, en demasiadas ocasiones, se vierte en el primero que se cruza por nuestro camino. Marta tenía  a María enfrente y por eso, la víctima más probable de su enojo iba a ser ella.

      Por último, Jesús, después del somero y breve diagnóstico de la actitud irritable de Marta, le da un consejo. Cocer pan, cocinar los alimentos, sacar agua del aljibe, preparar los lechos y tener todo limpio eran cosas que pertenecen a lo esperable de un anfitrión. No obstante, sin dejar de hacerlas y sin dejar de pensar que eran oportunas, existía algo mucho más importante y más interesante: escuchar las palabras de Jesús. Una sola cosa es necesaria cuando Jesús desea hablar contigo. El mundo desaparece a tu alrededor, tu mirada está atrapada en escuchar sus enseñanzas y tu atención queda cautivada por sus gestos y parábolas. María era la que mejor había comprendido la importancia y relevancia de la presencia de Jesús, y por ello no se había despegado de su persona desde que entró por las puertas de su hogar. Me imagino que tras estas palabras de Jesús, éste arrebataría con solicitud y ternura el paño de las manos de Marta, la tomaría de la mano suavemente y la haría sentar junto a su hermana para oír todas y cada una de las frases que él tenía preparadas para cada una de ellas. La noche los alcanzó a todos y solo el Pan de Vida las alimentó espiritualmente hasta ser saciadas y satisfechas.

CONCLUSIÓN

      Como seres humanos que somos podremos tener nuestros enfrentamientos. Podremos cometer el error de malinterpretar las acciones de nuestros semejantes y comenzar una discusión infértil. Podremos pensar que todos deben hacer exactamente lo mismo que hacemos nosotros o que todos deben pensar como lo hacemos nosotros iniciando debates que al final solo concitan heridas difíciles de sanar. Podremos acusar indebidamente a nuestros hermanos de no centrarse en aquello que nos parece más importante. Sin embargo, entendiendo que la iglesia es un cuerpo que necesita los unos de los otros, que cada uno tiene una función asignada por Dios, que la diversidad de caracteres, temperamentos, puntos de vista y perspectivas enriquece y no debe ser motivo de disputas, y que los roces no deben ir a más para no perjudicar la unidad de la iglesia, hemos de tener siempre presente que solo una cosa es necesaria: escuchar atentamente la voz de Cristo y en consecuencia caminar en amor fraternal en todo momento.

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